El otro día, cuando hablaba de lo
invisible, de todo aquello que nos construye o nos destruye sin que
nos demos cuenta, me quedé corta. Se ve que en mi cabeza “todo”
equivale alegremente a “un poquito”. Optimista que es una. O
totalitaria. El caso es que se me olvidó mencionar al Aparato. Qué
ingenuidad. Y no puede decirse que desconozca su existencia, no-no.
Somos uña y carne, yo y el Aparato. No en vano, le sacrifico un
veintiún por ciento de mis horas semanales. Él me llena la nevera.
Yo respeto con bastante escrupulosidad las cláusulas del contrato
que me puso por delante nada más nacer, sin que pudiera leerme la
letra pequeña, ni firmarlo siquiera. A cambio, él me compensa
uniformando a robustos muchachotes con trajes de bomberos y policías
nacionales. En su hucha dejo otro veintiún por ciento de lo que él
mismo me paga. Él me saca las amígdalas, me paga la mitad de las
cajas de drogas que otro de sus esbirros me receta; tiende puentes y
carreteras a mi paso, para que yo me pasee con mi coche como una
starlette en la alfombra roja; y trata de arreglar como puede el
hecho cierto de que el hombre es un lobo para el hombre. Nos
conocemos bien, sí, el Aparato y yo. Pero, lo saben hasta las
gallinas, llega un momento en que la confianza da asco.
Os cuento una historieta. Érase una vez,
hará cerca de diez años, inicié mi vida laboral en un pueblo de la
provincia de Cádiz, en un tiempo en que mi proceso de madurez
psicosocial todavía no se había completado. Como no tenía
conocidos allí, ni tampoco recursos necesarios para llegar a
adquirirlos, cada fin de semana me refugiaba en el nido del que
acababa de salir volando. Había un pequeño problema: la heroína de
este cuento, que apenas había desvirgado aún el carnet de conducir
que la DGT había terminado dándole un año antes, por lástima,
carecía también de coche, así que para desandar los apenas sesenta
kilómetros que la separaban de su casa, tenía que subirse a dos
autobuses y emplear cuatro horas de su corta y desaprovechada
juventud. Llegó el momento, pues, en que su padre, digo, mi padre,
terminó dándome un ultimátum, harto ya de acarrear con mi persona
y mis trastos, cada domingo por la tarde. Así es como fui a parar
con mis apocados huesos a un concesionario, sin recordar siquiera
cómo era que se metía la quinta marcha. Mis ahorros ascendían
entonces a la friolera de, pongamos, once euros, y mi madre, con su
sagacidad manchega característica, decidió que ellos, papá y mamá,
pondrían el taco monetario, y yo les iría pagando cuota tras
inflexible cuota, para que así pudiera ahorrarme los intereses.
Ellos pagaron a tocateja, y por no recuerdo ahora qué cambalache
pecuniario, el flamante coche y su aún más flamante seguro, fueron
puestos a nombre de mi padre. Pasaron los meses, y hasta los años
espabilé moderadamente, y gracias a tantas nóminas como caben en un
trienio, mi coche quedó religiosamente pagado. A fecha de hoy, sigue
siendo mi posesión más cara. Habrá padres que les compren el coche
a sus hijos. Los míos no, y así es como los prefiero. Mi tiempo
trabajado se había convertido en un objeto tangible que, fíjate,
resulta que era mío.
O al menos eso creía yo. Hasta esta
mañana. Ya no quería seguir demorando el momento de poner mi
coche y mi seguro a mi nombre. La apocada Cenicienta
que era yo encontró hace tiempo su botita de montaña de cristal, y
se convirtió en Xena, la princesa guerrera. Y quién sabe en qué
líos no podría llegar a meter a esa alma buena que es mi padre. ¿Y
si el hampa colombiana me robaba el coche, y lo utilizaba para
acarrear coca por toda la Península Ibérica? ¿ Y si yo atropellaba
alegremente a un par de monjas y luego me daba a la fuga, dejando que
un agente de la autoridad copiara la numeración de mi matrícula? ¿Y
si a él le daba un soponcio, y la larga de mi hermana menor, que
siempre fue mucho más despierta que la primogénita, se aprovechaba
de su estado gagá para poner mi coche, pagado con mi
sudor, a su nombre? No, eso no lo podía tolerar. Había
llegado el momento de cortar los vínculos administrativos, que no
sentimentales, con el ser que me dio la vida. Sería fácil. Cosa de
llamar a Tráfico, y mencionarles, con mucha educación, que lo mío,
pa' mí.
Inocente de mí. Ahora resulta que el
pago que le hice a mis padres tiene el mismo valor legal que si lo
hubiera hecho con garbanzos. Para que se me considere propietaria
legítima, tendría que a) pagar un super-impuesto de transmisiones,
previa presentación de un contrato de compra-venta que jamás
existió; o b) pagar un super-impuesto de donación, como si mi padre
me hubiera regalado graciosamente el coche. Y entonces es cuando se
me pone una cara verde de Mourinho. Y cuando me preguntó por qué.
Por qué.
Por qué el Aparato tiene que meter sus
codiciosas narices en apaños tan personales. Por qué si A le regala
algo a B, ya sea un cromo de los phoskitos o un diamante de ochenta
quilates, se tiene que beneficiar el Estado. A mí me recuerda a una
de esas esposas de película viejuna que se tragan los cuernos a
cambio de un abrigo de pieles. Por qué hay que donarle al Estado una
parte de lo que pago por la camiseta que me pongo, los tampones que
uso, o la entrada del cine. Por qué no bastan unos impuestos sobre
el trabajo que crecen y crecen, a cambio de unos servicios sociales
que se degradan tras cada consejo de ministros. ¿En qué
organización de consumidores puedo denunciar que nunca se me dio mi
copia del contrato social? ¿Por qué no puedo ir desnuda por la
calle, si me da la gana? ¿Por qué no se me puede enterrar debajo
de una encina, si esa es mi última voluntad? ¿Por qué no me puedo
casar con dos hombres a la vez, o con un hombre, una bata-manta y un
mulo? ¿Qué es esto, el puto feudalismo?
Y por último, ¿me convierten todas
estas preguntas en una neoliberal? Si es así, no es culpa mía, sino
de James Coburn, que ayer me encandiló de mala e infructuosa manera en
Pat Garret & Billy the Kid.
La ley se inventó a beneficio de tres tíos con muchas vacas, y para que yo pudiera jubilarme en Benalmádena, dice el flacazo impoluto de la derecha. |
Estos últimos posts me enganchan! Muy buenos!
ResponderEliminarEh, muchas muchas gracias! ! Me alegro de verte por aquí.
ResponderEliminarLa ventaja que tiene el "Aparato" es que tiene ranuras por las que puedes meterte, destrozarle algún tornillo y, si eres lo suficientemente buena, o cuentas con la gente adecuada, manejarlo a tu antojo.
ResponderEliminarAl fin y al cabo las vacas no votan, votan los granjeros, los capataces y los peones. Y... ¡coño! Tú ya estás dentro, ya llevas algo andado.
(Últimamente aparezco menos por aquí, y por bloguer en general, y me pierdo muchas entradas que, como esta, no tienen desperdicio. Suscribo el comentario de Penélope.)
Te equivocas, Bubo querido: yo soy una vaca que vota y que no se entera nunca de cómo colársela mejor al Aparato (salvo las horillas remuneradas que de vez en cuando aprovecho para escribir)
EliminarMe encanta que aparezcas por aquí, poco o mucho. Si te has perdido muchas, también es mi culpa, que estoy un poco odiosa este mes con mi reto de escritura diaria.
Al menos ya eres una vaca (termino con el que no estoy de acuerdo, y preferiría peón) y no un borrego.
EliminarAsí que, si sabes "colársela" al Aparato, pero, al menos ahora mismo, te basta con eso. ¡Vale! Es tu opción.
No, qué va, esa no es mi opción. Las opciones lo son cuando se puede elegir., yo no puedo hacerlo. Porque al Aparato sólo se colarle, como decirlo para que mi mamá no me regañe, la puntita nada más. Me temo que seguiré pagando las multas ridículas que me quieran poner, y todos los impuestos al aire que respiro. Desde aquí te propongo tema para post: maneras de violar al aparato.
Eliminar¡Claro que eliges! Por ahí existe un montón de personas que eligen no pagar al aparato, que no pagan multas ridículas ni pagan por el aire. Pero cuando entraste dentro del "aparato" ya sabías las condiciones. ¡Claro que eliges! ¿O acaso eliges renunciar?
Eliminar¿Maneras de violar al aparato? ¿Eso no sería un golpe de estado? Prefiero: Maneras de follarse al aparato. Así todos se quedan a gusto. El Aparato y tú. Sin violencia y sin daños para nadie. Al menos físicos.
(Acabo de enterarme como se la mete Apple al aparato. Desde Irlanda vende a España a un precio, pon 98. En España se vende por 100. El beneficio en España solo 2 y pagas impuestos, muchos, por esos 2. El beneficio se obtiene en Irlanda donde se pagan muchos menos impuestos. Es legal, es una multinacional, vale pero Europa es la que debería tomar medida contra eso. Y mientras no lo haga... )
Quiero más coladores!! A nivel de usuario!!. Un kamasutra completo, chaval.
EliminarEres el Casanova del anti-sistema, queridito.
Pero está todo bien, porque vivimos en un pais/sociedad/mundo libre...
ResponderEliminarBesillos!
PD.: Te leo, aunque no he tenido mucho tiempo de contestarte a las últimas.
Lo doloroso es que las comparaciones son tan increiblemente odiosas, en lo que se refiere a libertades.
EliminarPD:Tranqui, mujer, recuerda que voy dando minipasitos por la vía del zen.
Tienes que recordar que cuando tù quieres colarsela al aparato este ya te la ha colado sin que te des cuenta.
ResponderEliminarDesde el momento en que alguien pone tu nombre en una partida de nacimiento, me temo.
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