viernes, 1 de febrero de 2013

Día Uno



Esta tarde es inolvidable, dice él, con su ausencia de pose habitual. De labios de otra persona, una frase semejante habría conseguido, por sí sola, que mi grado de implicación con la escena se desmoronase. Pero él, que tantas películas ha visto, y que tan virtuoso es fingiendo sentimientos, cuando hay posibilidad de guasa y juego de por medio, siempre es espontáneo si el sujeto de la frase es él mismo, con su nombre propio, y con todos los motes cariñosos que soporta de mi parte. Dice su frase, con el mismo tono de voz desdramatizado que podría usar para comentar el viento que se está levantando, y a mí me embarga una leve sensación de incompetencia. Porque ya llevaba un buen rato permitiendo que lo que leía fuera interrumpido por dudas fugaces sobre lo que habría de escribir en este Día Uno. Leía un par de páginas; elaboraba sin ganas una lista de temas no muy convicente. Pasaba de un capítulo a otro, y entre medias, me sobresaltaba porque la hora de encender el ordenador iba a volver a pillarme en bragas.

Entonces él pronuncia sus cuatro palabras, y me da una lección. No hay por qué inquietarse. ¿Temas? Bueno, todo es tema. Si este instante minúsculo, con nosotros ovillados en el sofá, como gatos de una misma camada, tiene para alguien el aroma de un futuro recuerdo dorado; si yo he estado a punto de dejar que se incorporara a la corriente de horas que murieron sin bautizar; si es posible construir memoria mediante la escritura, entonces podré superar el peligro de quedarme muda. Vivo una vida lo bastante sustanciosa como para inspirar sentimiento en personas que superan mis límites físicos, mientras me paso el tiempo con elucubraciones sobre si dispondré de material para seguir escribiendo. Sin formular una palabra, pues, ya lo estoy haciendo. Puedo acompasar mi respiración a la de alguien, puede mi corazón seguir latiendo;  y mis ojos pueden captar los diferentes planos de luz que hacen a cada objeto reconocible, y estar así escribiendo. Puedo hacerlo con los ojos abiertos o cerrados, de pie o tumbada, frente a la pantalla del ordenador, o andando por la cuneta de un camino. Puedo componer mis recuerdos como si fueran un argumento. Puedo vernos abrazados desde fuera, como si nos leyera. A veces puedo hasta creerme que vida y literatura son tan difíciles de distinguir como la línea que delimita a dos hermanos siameses. Entonces pienso que la hipótesis de la sequía es simplemente irrealizable, y también, aunque parezca paradójico, que la disciplina de escribir todos los días puede que sea un empecinamiento sin mucho fundamento.

Porque, como él, siempre tendré el poder para calificar a mis instantes como inolvidables. El olor a mollete tostado de su cabeza. El movimiento espasmódico de sus piernas, que delata que se ha quedado traspuesto mientras yo seguía enfrascada en mi libro. La simetría de comparar ese latigazo de electricidad muscular con el de un perro que sueña con carreras, y que él vuelva en sí, y farfulle que estaba soñando con la perra Zara. El  tinteneo de la radio de mi padre, que está lavando la lechuga recién cogida para la ensalada. Llegar a casa, y que el pelado extremo de mi padre me recuerde a un niño que utiliza su propio desamparo para hacerse perdonar una travesura. El descubrimiento de que las coles de Bruselas nacen directamente sobre los tallos de la planta. Saludar todo lo que voy viendo, hola, huerto, hola, gato Vito, cuánto tiempo, limonero. Al subir del huerto, la fachada blanca de la casa teñida de vainilla. Y luego, ya desperezado, alguien diciéndome que su máxima aspiración en la vida es que este instante dure. Que ojalá fuéramos la estatua de una fuente pasada de moda en cualquier plazoleta de Lisboa.

Aunque sólo sirviera para alargar la fecha de caducidad de instantes como estos, sería útil, la escritura.


2 comentarios:

  1. Sirve también para que, los que sabéis hacerlo,
    expreséis todos esos sentimientos/pensamientos con los que nos identificamos.
    Besos.

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    1. Qué consuelo que te identifiques. Yo pensaba que este post me había salido intraducible.

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