jueves, 17 de enero de 2013

Mis básicos lisboetas (II)


4. Moverse:
 
Lisboa es una ciudad ubicada en el planeta Tierra, y como tal, padece de esa enfermedad degenerativa que es el tráfico rodado. Coches hay muchos, y sus conductores deberían ser tratados con diazepán. Pero también hay otras maneras de moverse que, si te mola lo retro, van a conseguir que te prendes todavía más de este paisaje urbano mestizo y embaucador. Están los archifamosos tranvías amarillos, que con su tintineo infantil te hacen creer que te has colado en un montaje para tren de juguete. A nadie le importa, pero a mí la red aérea de cableado y catenarias me conmueve, la verdad. Es como contemplar in vivo el sistema linfático de Lisboa. Es mi obligación, como guía turística de pacotilla, recomendar la línea 28, que funciona para llevar viejecitas achacosas a sus casas encaramadas en los acantilados de Alfama y Castelo, pero también como tranvía panorámico (leed esto antes). Y están también los tres elevadores, que permiten que te tragues el nudo de saliva que provocan ciertas cuestas, o esa chifladura de encaje metálico que es el elevador de Santa Justa, que a mí me hace pensar siempre en la ciudad de Gotham. Y está el pie, claro, homenajeado con esos mosaicos de cubos blancos y negros que son como una de las huellas digitales de Portugal.

Tin, tin, tin

 5. Deambular:

Muy bonitos, muy pintorescos, ideales para hacer una foto de grupo y colgarla en Facebook pero, por favor, hacedme caso: andad. Subid otra cuesta más (venga, a deshacer todos esos pasteis, leones marinos), bajad por allá, perdeos. Coleccionad escadinhas, imaginad amores de verano sobre ellas, compadeced a las abuelitas que las bajan en puntos suspensivos, con una mano en la barandilla y la otra sujetando la cesta llena de patatas y hojas de nabo. Adivinad quién vive en las casas y a qué dedican su tiempo, mediante el estudio de la ropa tendida. Agradeced que en la capital de un país europeo queden todavía tiendas diminutas de ultramarinos. Fabricad un muestrario de las preciosas fachadas de azulejos, que le dan un brillo como de mar soleado a la ciudad.


 6. Descansar:

Y luego posad vuestros huesos castigados en el banco de una plaza. Aparecen entre el laberinto callejero como si fueran oasis, y te atraen igual, aunque detrás de ti no lleves una caravana de camellos. Son paréntesis de sombra y juego, con viejos que le dan al dominó tan serios, que parecen como si se estuvieran apostando el destino de las naciones, y niños kamikazes sobre sus bicicletas. Madres que se masajean los riñones mientras suspiran por que el tiempo pase rápido, y sus críos se enganchen a la aventura de andar sobre sus propias piernas. Gente que lee, gente que enseña a gente a leer, niños de guardería siguiendo a sus maestras como una fila de patitos, gente que se para y, simplemente, respira. Buscad la Praça do Principe Real (flipad con el ciprés tamaño caseta municipal); el Jardim da Estrela, tan cursi como un merengue de fresa, tan ajeno al nuevo e higiénico diseño urbano; y el Largo do Carmo, que tiene el esqueleto de un convento, y unos soldados muy emperifollados, plantados en la puerta de un cuartel requeteimportante para la historia del país, y un encanto tropical de jacarandas, brutal.

7. Cotillear:

Claro que también podéis tomaros una cervecita en alguna terraza, espiando de paso a los lisboetas. En el Largo das Portas do Sol, arriba en Alfama, uno se puede quedar mirando el río hasta que se le queman los cristalinos, borracho de tejados. A veces suenan en directo ritmos brasileños, africanos, y los guiris se desmelenan bailando. El Largo de São Domingos, junto al Rossio, es el lugar perfecto para apostarse a acechar a los negros. Ellos esperan en los semáforos, corren para agarrar el autobús, hablan por el móvil, empujan carritos de niños-juguete, llevan dos bolsas del Pingo Doce en cada mano. Los negros no te ofrecen Cd's pirata ni bolsos de mentirijilla, no salen pitando con un petate al hombro cuando la pasma asoma por la esquina. No tienen más cansancio en la mirada que tú o que yo. Y, sin embargo, les gusta todavía reunirse, ellos solos, juntos, en un rincón de esa plaza que os digo, por la mañana, por la tarde, con pantalones, con largas túnicas estampadas, hasta que el gran pino que hay frente al palacio rojo se transforma en un baobab. Siempre me he quedado con las ganas de acercarme lo bastante como para saber si hacen tratos, si los corrillos funcionan como oficiosas agencias de colocación o inmobiliarias, si venden dudosas mercancías vegetales no registradas por sistema administrativo alguno, si entre ellos hablan en portugués o en algún abigarrado dialecto africano. Desde donde siempre los he mirado, los negros esperan, simplemente.

8. Abarcar:

Y admirar. Es en los miradores donde se comprende la anatomía de la ciudad, donde percibes que lo que hace la luz con esta ciudad es casi pornográfico. Graça, São Pedro de Alcântara, Santa Luzia, Santa Catarina...Imposible cansarse de mirar las piececitas de ese Lego, las motas de color, los árboles que parecen ovillos un poco desmadejados. Los miradores tienen el mismo efecto que esa frase con chispa, esa sonrisa definitiva, ese hoyuelo que te informa educadamente de que te acabas de enamorar de alguien.


8 comentarios:

  1. Prima querida!!!! Estaba deseando que publicases ya hoyyy!! Varias veces me he metido en el blosss y nada.. JO, ME ENCANTA COMO ESCRIBESSSS,reinsisssto! Cuál fue nuestra famosa placita? Donde conocimos a los majetes lisboetas? Jijiji. A ver si nos llueve... Siguenos contando!! Quiero más!!

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    1. Po ri, no más, que agoto la etiqueta lisboeta en dos días. Poco a poco (maniobra de dosificación comercial.
      Aquel luctuoso lugar se llama Miradouro de Santa Catarina. Busca un árbol sobre una azotea. Eso te dejo de deberes.

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  2. JOOOOOTER!!Quiero ir YA!. Y si voy, me imprimo tus post y los sigo al pie de la letra!.

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    1. Venete Laurita!!!!!!!! Con nusotras!! Y tomamos un bokarito de nata de alto copete deis Belém!

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    2. Que dido yo que se me podían pagar los servicios con un paquetito de pasteis (las queijadas de Sintra, o los pasteis de cerveja, que se venden también en una pastelería de Belem, resisten mucho mejor los viajes transfronterizos)

      Me acuerdo de nuestro cabogateo, mozas, e imagino la poca de risa que nos echaríamos las tres juntas allá por Lusitania.

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    3. Jajaja, hay "anónimos" fácilmente reconocibles (escribes igual que hablas, jodía). Pues me parece muy bien tomar un bocarito pronto y no hace falta que sea tan lejos.
      Que risión, de verdad, fue...fue...DANTESCO.

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  3. Anónimo entre comillas20 enero, 2013 14:30

    En este comentario no hay coña ni deseos gratuitos de adular. Yo enviaría estos post sobre Lisboa a las editoriales sobre guías de viaje. Para el mío próximo me encantaría encontrar un librico con comentarios y consejos de ese estilo (estilazo).
    Busca por ahí un listado y hazlo; si no lo haré yo.

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    1. Sí, sí, una agente literario!! Yo querer, yo pagarte por ello con un libro para ti solita!!

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