miércoles, 16 de enero de 2013

Mis básicos lisboetas (I)


Me pregunta mi prima MJ (eh, me encanta empezar así, en plan consultorio sentimental) si podría hacerle el favor de preparar una lista sobre lugares donde comer y beber bien y barato en Lisboa, porque la muy funcionaria ha decidido que enero de 2013 es muy buena fecha para coleccionar ciudades portuguesas: no contenta con huir a Oporto con las uvas todavía en la garganta, pues hete aquí que, antes de que llegue febrero, se nos marcha a Lisboa. Y yo digo “aaay” (que significa: celos y envidia). Y también “bueeee”(que significa: mujer, mejor id en primavera, que el clima es muy voluble por esa parte del planeta). Y luego “yupiii” (que significa: por fin, una excusa para hablar de mi ciudad favorita). Para acabar con un “glup”, porque cualquiera que me conozca un poco sabrá que nunca me podría ganar la vida como guía turístico. A quien no me conozca debo confesarle que yo suelo permitir que las ciudades me engullan a su antojo. Soy bastante facilona, a ese respecto. Me lío a andar, andar, y cuando tengo hambre, paro, y luego sigo andando, andando, y me siento en una plaza, y sigo andando, y cuando mi castigado organismo dice que ya está bien de tanto andar, me marcho adonde tenga fonda. Primera consecuencia: a la hora que algunos seres humanos dedican a trasegar bebidas de alta graduación, yo estoy ya en el segundo sueño, así que no, no puedo hacer una lista de bares, qué lugares. Y segunda consecuencia: que de tanto andar, y tan poco mirar planos, mi visión sistemática de la realidad flaquea, y ya no sé decir si la tasca donde hacían aquella tarta de galletas tan buena está más arriba o más abajo, en este barrio o en aquel. Sumado a que no tengo memoria, y a que no soy una de esos turistas que se toman su trabajo en serio, resulta que, si me preguntas si en Lisboa se come bien y barato, te responderé que sí, y si después preguntas dónde, me encogeré de hombros hasta que se me junten con las orejas.


Pero si mi prima me pide una lista, yo le hago una lista, porque soy amor en rama. Si al final resulta que no le saca provecho, pues bien merecido se lo tendrá, por acudir a mí en lugar de a Tripadvisor
 
1. Llegar:

Alguien dijo que la mejor manera de llegar a Lisboa es en barco. Ojalá pudiera confirmarlo. Mi primera vista de la ciudad siempre ha sido desde ese prodigioso, escandaloso, presumido, copión puente rojo llamado 25 de Abril. Atravesarlo es una especie de rito iniciático: te armas de paciencia en las colas del peaje; intentas no pronunciar en voz alta la queja “pero ¿cómo? ¿es que hay que aflojar para entrar a este sitio?”, para no parecer cateto; te apabulla esa peligrosa manada de ñus que son los portugueses al volante; te colocas en el carril de la derecha, echando de menos una estampita de San Cristóbal; y, de repente, ya estás rodando por el puente, más bien asustado por el ruido que las ruedas hacen sobre sus tripas metálicas. Entonces es cuando miras a tu derecha, y te enamoras de esa conchita clara y con tejados rojos que está aparcada junto a un río que no te puedes creer que sea tal. En ese momento, cuando las exigencias del tráfico te empujan hacia adelante, e impiden que te des un atracón de vistas, es cuando echas de menos no haber llegado en barco, acercándote lentamente, seduciendo a la ciudad, acostumbrándote. Así que te cuento un secretillo: si dispones de tiempo, puedes coger un barco hacia la orilla contraria, en el muelle de Cais do Sodré, igual que hacen muchos trabajadores de la periferia que tienen su puesto laboral en la capital. Luego te tomas un café en un bar que hay por ahí, junto al agua, y calculas para volverte a la hora en que Lisboa empieza a ponerse colorada. Que no te dé vergüenza si te parece que la ciudad te está empezando a corresponder, y que se pone tontorrona cuando te ve acercarte por el agua.

2. Comer:

¿Comer bien y barato en Lisboa? Te respondo con otra pregunta: ¿se come bien y barato en la casa de tu abuela?. Porque esta ciudad es como una de esas viejas de pueblo que aprendieron cinco o seis guisos al poco de casarse, y que, ya de viudas, siguen cocinando exactamente el mismo estofado, el mismo puchero. En Lisboa hay un número de tascas que es digno de estudio, todas con sus manteles de papel, sus pocos platos de carne y de pescado, su menú pinchado en un trozo de papel junto a la puerta, escrito a mano, su ramillete de clientes de todos los días, jubilados, trabajadores de las tiendas cercanas, estudiantes. Una se pregunta si es que en las casas lisboetas no hay hornillas. Si buscas sofisticación, pide consejo en la oficina de turismo. Si prefieres llenarte la panza por poco dinero, y jugar a que vives en la ciudad, y que eres uno más de esos parroquianos que cenan hipnotizados con un partido del Benfica y que, después del postre, se toman el café, sí o sí, de un trago, entonces, Dorothy, sigue el camino de los manteles de papel. Recomendar uno entre miles cuesta, pero yo volvería siempre a A merendinha do arco (Rua dos Sapateiros, saliendo de la plaza del Rossio, y enfrente de un lugar muy especial...) Esos azulejos como de cocinilla de huerta, ese lavabo ahí, junto a la misma puerta de entrada, esos bancos corridos, esos bigotes amarillos, esos corrillos de sesentones sin mujer, esos peroles de hojalata que te traen enteritos para ti...Claro que también puedes probar un buffet vegetariano como el Jardim das cerejas (Calçada Sacramento), o ese otro buffet un poco más caro, pero más exótico que ofrecen en el restaurante del preciosérrimo Museo do Oriente. Otro secreto para tentempiés improvisados: un bocata de cochinillo (sandes de leitão), sentado en cualquier plaza.

Te sientas al lado de estos zagales y es que se te enfría la comida

 3. Pecar:

No es un secreto: los portugueses son unos galgos. Les gusta más el azúcar que a las hormigas. En la célebre Antiga Confeitaria de Belem, las colas de viciosos esperando turno para llevarse un paquete de pasteis son todavía más largas que las del paro. Y tiene sentido: si a mí me colocas un rastro hacia un pozo de esos manjarcitos recién hechos, todavía calientes, con esa crema tan suave que debe de ser pecado, y ese olor a canela, yo me tiro de cabeza. Muchos turistas se llevan paquetes con la intención de regalarlos, pero yo no lo recomiendo: fríos y fuera de contexto pierden todo su poder erógeno. Es así. Y si no quieres perder la juventud en una cola, siempre puedes merendar en cualquiera de las muchas pastelerías agradables de la ciudad. En ellas parece que en cualquier momento va a presentarse un par de señoras estiradas y con corsé. A mí la Suiza del Rossio me encanta. Disfruto mucho viendo desayunar a esa gente: se piden un café en taza minúscula, solo, y en cero coma tres minutos se lo echan al coleto, se comen un pastel en dos bocados, y se largan zumbando.

"Este tipito tenía yo antes de entrar aquí y comerme quince pasteis de nata", parece decir el muñeco.

(Y con este dulce sabor de boca, lo dejamos, hasta mañana)

8 comentarios:

  1. Uooooooo!!! Primitaaa, me superencanta como escribes!!! Quiero mas mas mas(con tilde todas las aaassss)!!! Besoss mil!... Por eso, abrevio
    Te escribo desde el mínimo teclado der telecemeno

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    1. La segunda entrega, calentita como una baguette en tu bandeja (pero sin ponerse lacia. Espero).
      Como espero que se te secuestre una banda de chinos y te ponga a trabajar como mereces. Agonía de prima.

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  2. Me gusta muchocomo hablas d Lisboa. tanto tanto que ya quiero ir. Carmen

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    1. Gracias, Carmen! Me dais una envidia mortal de necesidad.

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  3. Algún dia,algún dia iré.
    A Dios pongo por testigo.

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    1. Un día cualquiera de estos, cuando mis bracitos vayan ya al aire, volveré por octava vez. A dios pongo etc

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  4. Anónimo entre comillas17 enero, 2013 21:14

    ¿Y nunca te ha pasado, que tu "castigado organismo" haya pedido socorro a tu liviana cabeza para que te regañe un poquito y ordene parar la marcha y te lleve por fin a esa fonda, hotelillo u hotelazo que te espera con las sábanas abiertas? Y oyes un "venga, tía, ya-está-bien...". Pero qué momentazo, cuando un par de horas después, descansaíca, vuelves a echarte a las calles en busca del café ideal. Anoto la Suiza, aunque no comulgue con esa extraña costumbre de desayunar café sólo y en cero coma tres minutos.
    No desconfíes de tus posibilidades para ganarte la vida como guía turístico, ya ves que estás animando al personal a ir, o a volver.

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    1. A mí me parece el anti-desayuno, colega, que a mí me sale media arruga cada vez que lo hago en mi casa.

      Eso primero que dices me pasa siempre y cuando el hotel no esté en la otra punta de la ciudad, en ese barrio de mi corazón que es Belem, y haya que hacer media hora de tranvía para llegar a él.

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