Me pregunta mi prima MJ (eh, me encanta
empezar así, en plan consultorio sentimental) si podría hacerle el
favor de preparar una lista sobre lugares donde comer y beber bien y
barato en Lisboa, porque la muy funcionaria ha decidido que enero de
2013 es muy buena fecha para coleccionar ciudades portuguesas: no
contenta con huir a Oporto con las uvas todavía en la garganta, pues
hete aquí que, antes de que llegue febrero, se nos marcha a Lisboa.
Y yo digo “aaay” (que significa: celos y envidia). Y también
“bueeee”(que significa: mujer, mejor id en primavera, que el
clima es muy voluble por esa parte del planeta). Y luego “yupiii”
(que significa: por fin, una excusa para hablar de mi ciudad
favorita). Para acabar con un “glup”, porque cualquiera que me
conozca un poco sabrá que nunca me podría ganar la vida como guía
turístico. A quien no me conozca debo confesarle que yo suelo
permitir que las ciudades me engullan a su antojo. Soy bastante
facilona, a ese respecto. Me lío a andar, andar, y cuando tengo
hambre, paro, y luego sigo andando, andando, y me siento en una
plaza, y sigo andando, y cuando mi castigado organismo dice que ya
está bien de tanto andar, me marcho adonde tenga fonda. Primera
consecuencia: a la hora que algunos seres humanos dedican a trasegar
bebidas de alta graduación, yo estoy ya en el segundo sueño, así
que no, no puedo hacer una lista de bares, qué lugares. Y segunda
consecuencia: que de tanto andar, y tan poco mirar planos, mi visión
sistemática de la realidad flaquea, y ya no sé decir si la tasca
donde hacían aquella tarta de galletas tan buena está más arriba o
más abajo, en este barrio o en aquel. Sumado a que no tengo memoria,
y a que no soy una de esos turistas que se toman su trabajo en serio,
resulta que, si me preguntas si en Lisboa se come bien y barato, te
responderé que sí, y si después preguntas dónde, me encogeré de
hombros hasta que se me junten con las orejas.
Pero si mi prima me pide una lista, yo le
hago una lista, porque soy amor en rama. Si al final resulta que no
le saca provecho, pues bien merecido se lo tendrá, por acudir a mí
en lugar de a Tripadvisor.
1. Llegar:
Alguien dijo que la mejor manera de
llegar a Lisboa es en barco. Ojalá pudiera confirmarlo. Mi primera
vista de la ciudad siempre ha sido desde ese prodigioso, escandaloso,
presumido, copión puente rojo llamado 25 de Abril. Atravesarlo es
una especie de rito iniciático: te armas de paciencia en las colas
del peaje; intentas no pronunciar en voz alta la queja “pero
¿cómo? ¿es que hay que aflojar para entrar a este sitio?”, para
no parecer cateto; te apabulla esa peligrosa manada de ñus que son
los portugueses al volante; te colocas en el carril de la derecha,
echando de menos una estampita de San Cristóbal; y, de repente, ya
estás rodando por el puente, más bien asustado por el ruido que las
ruedas hacen sobre sus tripas metálicas. Entonces es cuando miras a
tu derecha, y te enamoras de esa conchita clara y con tejados rojos
que está aparcada junto a un río que no te puedes creer que sea
tal. En ese momento, cuando las exigencias del tráfico te empujan
hacia adelante, e impiden que te des un atracón de vistas, es cuando
echas de menos no haber llegado en barco, acercándote lentamente,
seduciendo a la ciudad, acostumbrándote. Así que te cuento un
secretillo: si dispones de tiempo, puedes coger un barco hacia la
orilla contraria, en el muelle de Cais do Sodré, igual que hacen
muchos trabajadores de la periferia que tienen su puesto laboral en
la capital. Luego te tomas un café en un bar que hay por ahí, junto
al agua, y calculas para volverte a la hora en que Lisboa empieza a
ponerse colorada. Que no te dé vergüenza si te parece que la ciudad
te está empezando a corresponder, y que se pone tontorrona cuando te
ve acercarte por el agua.
2. Comer:
¿Comer
bien y barato en Lisboa? Te respondo con otra pregunta: ¿se come
bien y barato en la casa de tu abuela?. Porque esta ciudad es como
una de esas viejas de pueblo que aprendieron cinco o seis guisos al
poco de casarse, y que, ya de viudas, siguen cocinando exactamente el
mismo estofado, el mismo puchero. En Lisboa hay un número de tascas
que es digno de estudio, todas con sus manteles de papel, sus pocos
platos de carne y de pescado, su menú pinchado en un trozo de papel
junto a la puerta, escrito a mano, su ramillete de clientes de todos
los días, jubilados, trabajadores de las tiendas cercanas,
estudiantes. Una se pregunta si es que en las casas lisboetas no hay
hornillas. Si buscas sofisticación, pide consejo en la oficina de
turismo. Si prefieres llenarte la panza por poco dinero, y jugar a
que vives en la ciudad, y que eres uno más de esos parroquianos que
cenan hipnotizados con un partido del Benfica y que, después del
postre, se toman el café, sí o sí, de un trago, entonces, Dorothy,
sigue el camino de los manteles de papel. Recomendar uno entre miles
cuesta, pero yo volvería siempre a A
merendinha do arco (Rua
dos Sapateiros, saliendo de la plaza del Rossio, y enfrente de un
lugar muy especial...) Esos azulejos como de cocinilla de huerta, ese
lavabo ahí, junto a la misma puerta de entrada, esos bancos
corridos, esos bigotes amarillos, esos corrillos de sesentones sin
mujer, esos peroles de hojalata que te traen enteritos para
ti...Claro que también puedes probar un buffet vegetariano como el
Jardim das cerejas
(Calçada Sacramento), o ese otro buffet un poco más caro, pero más
exótico que ofrecen en el restaurante del preciosérrimo Museo do
Oriente. Otro secreto para tentempiés improvisados: un bocata de
cochinillo (sandes de
leitão),
sentado en cualquier plaza.
Te sientas al lado de estos zagales y es que se te enfría la comida |
3. Pecar:
No es un secreto: los portugueses son
unos galgos. Les gusta más el azúcar que a las hormigas. En la
célebre Antiga Confeitaria de Belem, las colas de viciosos esperando
turno para llevarse un paquete de pasteis son todavía más largas
que las del paro. Y tiene sentido: si a mí me colocas un rastro
hacia un pozo de esos manjarcitos recién hechos, todavía calientes,
con esa crema tan suave que debe de ser pecado, y ese olor a canela,
yo me tiro de cabeza. Muchos turistas se llevan paquetes con la
intención de regalarlos, pero yo no lo recomiendo: fríos y fuera de
contexto pierden todo su poder erógeno. Es así. Y si no quieres
perder la juventud en una cola, siempre puedes merendar en cualquiera
de las muchas pastelerías agradables de la ciudad. En ellas parece
que en cualquier momento va a presentarse un par de señoras
estiradas y con corsé. A mí la Suiza del Rossio me encanta.
Disfruto mucho viendo desayunar a esa gente: se piden un café en
taza minúscula, solo, y en cero coma tres minutos se lo echan al
coleto, se comen un pastel en dos bocados, y se largan zumbando.
"Este tipito tenía yo antes de entrar aquí y comerme quince pasteis de nata", parece decir el muñeco. |
(Y con este dulce sabor de boca, lo
dejamos, hasta mañana)
Uooooooo!!! Primitaaa, me superencanta como escribes!!! Quiero mas mas mas(con tilde todas las aaassss)!!! Besoss mil!... Por eso, abrevio
ResponderEliminarTe escribo desde el mínimo teclado der telecemeno
La segunda entrega, calentita como una baguette en tu bandeja (pero sin ponerse lacia. Espero).
EliminarComo espero que se te secuestre una banda de chinos y te ponga a trabajar como mereces. Agonía de prima.
Me gusta muchocomo hablas d Lisboa. tanto tanto que ya quiero ir. Carmen
ResponderEliminarGracias, Carmen! Me dais una envidia mortal de necesidad.
EliminarAlgún dia,algún dia iré.
ResponderEliminarA Dios pongo por testigo.
Un día cualquiera de estos, cuando mis bracitos vayan ya al aire, volveré por octava vez. A dios pongo etc
Eliminar¿Y nunca te ha pasado, que tu "castigado organismo" haya pedido socorro a tu liviana cabeza para que te regañe un poquito y ordene parar la marcha y te lleve por fin a esa fonda, hotelillo u hotelazo que te espera con las sábanas abiertas? Y oyes un "venga, tía, ya-está-bien...". Pero qué momentazo, cuando un par de horas después, descansaíca, vuelves a echarte a las calles en busca del café ideal. Anoto la Suiza, aunque no comulgue con esa extraña costumbre de desayunar café sólo y en cero coma tres minutos.
ResponderEliminarNo desconfíes de tus posibilidades para ganarte la vida como guía turístico, ya ves que estás animando al personal a ir, o a volver.
A mí me parece el anti-desayuno, colega, que a mí me sale media arruga cada vez que lo hago en mi casa.
EliminarEso primero que dices me pasa siempre y cuando el hotel no esté en la otra punta de la ciudad, en ese barrio de mi corazón que es Belem, y haya que hacer media hora de tranvía para llegar a él.