sábado, 12 de enero de 2013

Indiscreción

Salimos estos días, y nos escandalizamos por el estado lamentable de las calles. No son sólo las montañas de basura alrededor de los contenedores, que están logrando el milagro de que los frioleros bendigamos, por una vez, el efecto criogénico del enero en Granada. También están los papelotes sucios, acosando la pulcritud irreal del Corte Inglés; las mierdas de perro restregadas por las aceras, tan grandes que parecen de brontosaurio; las hojas secas que han dejado de recogerse; los ectoplasmas sobre el asfalto (¿meadas? ¿vómitos de Don Simón?); las papeleras vomitando cajas sucias de pizza, bandejitas de napolitanas saladas del Mercadona, botellas de cocacola con un culo de líquido viscoso. Y vemos a turistas con cámaras de fotos colgadas al cuello, con el smartphone abultando en un bolsillo trasero de los pantalones, y nos preguntamos cuánto tardará en aparecer en Facebook alguna foto indiscreta sobre nuestras suciedades, o qué cara entre desilusionada y condescendiente se nos pondría a nosotros si hubiéramos recorrido más dos mil kilómetros para toparnos con una ciudad tan guarra descuidada como esta. ¿Pensaríamos en una huelga episódica, o nos pondríamos a hacer, automáticamente, sociología de baratillo? ¿Diríamos algo así como estos italianos, lo guarretes que son, eh...La mafia, ya se sabe...? ¿O huyhuyhuy, los moritos...Y pensar que nos están llenando el mercado de tomates. Sabe dios lo que comeremos?


Granada llena de color

Y a pesar de tantos melindres, ¿a quién no le gustaría rebuscar en la mierda ajena? Lo he visto ya varias veces, desde que la basura empezó a acumularse. No a los pobres carroñeros profesionales, a esos que se acercan a los contenedores, carrillo en mano, en busca de materia prima, sino a gente como tú y como yo, que se lava las manos más de cinco veces al día. He visto a un abuelo estudiar un bidón vacío de aceite para bares, haciéndolo rodar un poco con su bastón, mientras le comentaba al hijo lo bien que le vendría como bebedero para las gallinas. He visto a una señora muy bien cardada a la que por poco se le rompe el cuello de pavo, de tanto mirar, sin pararse, una bolsa despanzurrada por la que asomaba un potosí de palmeras de chocolate. Y yo, bueno. La comunidad de mi piso nos hace la inmensa gracia de recoger las bolsas de basura que dejamos en la puerta, como si la generación de mierda no fuera con nosotros, realmente. Y más de una vez he estado tentada de echar una ojeadita a la cara oculta de la rutina de mis vecinos.

Porque no revelo el evangelio si digo que la basura es lo más parecido que cada uno puede tener a un biógrafo. Nuestra porquería dice más que una entrevista de trabajo, que los cuatro detalles gruesos que soltamos cuando nos presentan a alguien, que lo que decimos en las cenas de empresa, casi más que lo que revela un análisis de sangre. La basura es una huella de nuestra intimidad, de aquello que sólo compartimos con los que viven en nuestra casa y llenan el mismo cubo. ¿Cómo no sentirse atraído por ella? Ah, si yo pudiera husmear en la basura de mi vecina de la derecha, la que tiene la tele puesta a todo volumen de nueve de la mañana a una de la madrugada, la que nunca jamás, nunca, abre los postigos de sus ventanas. Si pudiera comprobar que lo único que come en su casa, porque la comida del mediodía la hace fuera, son magdalenas La Bella Easo, paquetes sin cuento de Cheetos, y pan de molde con paté, para la cena. Si encontrara botellitas de whisky, tamaño minibar, camufladas en las latas de tomate de la vecina de la izquierda, que me explicaran esa cara suya siempre tensa, siempre recelosa, a pesar de los buenos días, y de la diligencia que muestra para los asuntos de la comunidad.

Y si saliera esta noche, aprovechando el frío mata-peste, y ratoneara alrededor de los contenedores, ¿qué historias me encontraría? Una bolsa que tuviera manojos de dos tipos de pelo me hablaría, quizás, de una pareja de viejos que se cortan el pelo en casa, siempre los dos el mismo día, siempre el uno al otro, para ahorrarse unos euros de la pensión, como una enésima ceremonia de su larga vida privada.
O un ramo de rosas frescas, todavía con la tarjeta, y en ella, “Debo de ser muy bueno, para que Dios me premie con la mujer de mi vida en el trabajo de mi vida”. Y en la misma bolsa, un bote gastado de espuma de afeitar.
Un blíster de anticonceptivos con cuatro, seis píldoras dentro, correspondientes a días salteados. Ningún condón usado. Un olor inconfundible a tongo íntimo. A novio engañado.
Una lata vacía de fabada, un culo de salchichón con cuerda, y un montón de trozos de fotos del mismo niño, me obligarían a imaginar a un desconsolado divorciado al que acaban de dejar sin hijo.
Un montón de mantillo viejo de jardinera, con unos claveles secos, y entre ellos, colillas de cigarros plantadas como champiñones. Una bolsa llena de tabletas de chocolate mordisqueadas, de cajas de Donettes, de envases de helado. Todo ello me susurraría propósitos para el nuevo año.
Ocho rebanadas de pan carbonizadas, y un montón de bolsitas de tila, escribirían la palabra tristeza. Un periódico doblado por la sección de anuncios, con los de alquiler de pisos de un dormitorio marcados a bolígrafo, puesto al lado de dos botes de potito, diría “Desesperación”. Cáscaras de pistacho y mondas de patata, medio enredadas entre una bolsa de salvado de avena bendecido por Dukan, y otra de cereales con miel y chocolate, igual a “Desaliento”. Una bolsa vacía de macarrones de marca blanca, una botella de aceite de girasol bien exprimida, y la cáscara de dos mandarinas, “Banco de alimentos”. Una compresa Tena Lady, escondida al fondo de la bolsa de basura, entre hojas feas de lechuga y restos de potaje de lentejas, “Vergüenza”.

Lo que escondemos dice más que cada una de nuestras caretas.

2 comentarios:

  1. Que pensaría de mí el que revolviera en mi basura?

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  2. Anónimo entre comillas14 enero, 2013 23:09

    Y así seguimos y hasta el frío se está cansando de matar el mal olor. Yo no puedo entender cómo la gente añade su montoncito diario de basura sabiendo que se va a quedar ahí, jodiendo a los demás.
    Lamento no haber puesto a volar la imaginación como tú sobre todo lo que las basuras de cada uno pueden decir de cada uno, pero es que...

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