Salimos estos días, y nos escandalizamos
por el estado lamentable de las calles. No son sólo las montañas de
basura alrededor de los contenedores, que están logrando el milagro
de que los frioleros bendigamos, por una vez, el efecto criogénico
del enero en Granada. También están los papelotes sucios, acosando
la pulcritud irreal del Corte Inglés; las mierdas de perro
restregadas por las aceras, tan grandes que parecen de brontosaurio;
las hojas secas que han dejado de recogerse; los ectoplasmas sobre el
asfalto (¿meadas? ¿vómitos de Don Simón?); las papeleras
vomitando cajas sucias de pizza, bandejitas de napolitanas saladas
del Mercadona, botellas de cocacola con un culo de líquido
viscoso. Y vemos a turistas con cámaras de fotos colgadas al cuello,
con el smartphone abultando en un bolsillo trasero de los pantalones,
y nos preguntamos cuánto tardará en aparecer en Facebook alguna
foto indiscreta sobre nuestras suciedades, o qué cara entre
desilusionada y condescendiente se nos pondría a nosotros si
hubiéramos recorrido más dos mil kilómetros para toparnos con una
ciudad tan guarra descuidada como esta. ¿Pensaríamos en una huelga
episódica, o nos pondríamos a hacer, automáticamente, sociología
de baratillo? ¿Diríamos algo así como estos italianos, lo
guarretes que son, eh...La mafia, ya se sabe...? ¿O huyhuyhuy,
los moritos...Y pensar que nos están llenando el mercado de tomates.
Sabe dios lo que comeremos?
Granada llena de color |
Y a pesar de tantos melindres, ¿a quién
no le gustaría rebuscar en la mierda ajena? Lo he visto ya varias
veces, desde que la basura empezó a acumularse. No a los pobres
carroñeros profesionales, a esos que se acercan a los contenedores,
carrillo en mano, en busca de materia prima, sino a gente como tú y
como yo, que se lava las manos más de cinco veces al día. He visto
a un abuelo estudiar un bidón vacío de aceite para bares,
haciéndolo rodar un poco con su bastón, mientras le comentaba al hijo lo
bien que le vendría como bebedero para las gallinas. He
visto a una señora muy bien cardada a la que por poco se le rompe el
cuello de pavo, de tanto mirar, sin pararse, una bolsa despanzurrada
por la que asomaba un potosí de palmeras de chocolate. Y yo, bueno.
La comunidad de mi piso nos hace la inmensa gracia de recoger las
bolsas de basura que dejamos en la puerta, como si la
generación de mierda no fuera con nosotros, realmente. Y más de una vez he
estado tentada de echar una ojeadita a la cara oculta de la rutina de
mis vecinos.
Porque no revelo el evangelio si digo que
la basura es lo más parecido que cada uno puede tener a un biógrafo.
Nuestra porquería dice más que una entrevista de trabajo, que los
cuatro detalles gruesos que soltamos cuando nos presentan a alguien,
que lo que decimos en las cenas de empresa, casi más que lo que
revela un análisis de sangre. La basura es una huella de nuestra
intimidad, de aquello que sólo compartimos con los que viven en
nuestra casa y llenan el mismo cubo. ¿Cómo no sentirse atraído por
ella? Ah, si yo pudiera husmear en la basura de mi vecina de la
derecha, la que tiene la tele puesta a todo volumen de nueve de
la mañana a una de la madrugada, la que nunca jamás, nunca, abre
los postigos de sus ventanas. Si pudiera comprobar que lo único que
come en su casa, porque la comida del mediodía la hace fuera, son
magdalenas La Bella Easo, paquetes sin cuento de Cheetos,
y pan de molde con paté, para la cena. Si encontrara botellitas de
whisky, tamaño minibar, camufladas en las latas de tomate de la
vecina de la izquierda, que me explicaran esa cara suya siempre
tensa, siempre recelosa, a pesar de los buenos días, y de la
diligencia que muestra para los asuntos de la comunidad.
Y si saliera esta noche, aprovechando el
frío mata-peste, y ratoneara alrededor de los contenedores, ¿qué
historias me encontraría? Una bolsa que tuviera manojos de dos tipos
de pelo me hablaría, quizás, de una pareja de viejos que se cortan
el pelo en casa, siempre los dos el mismo día, siempre el uno al
otro, para ahorrarse unos euros de la pensión, como una enésima
ceremonia de su larga vida privada.
O un ramo de rosas frescas, todavía con
la tarjeta, y en ella, “Debo de ser muy bueno, para que Dios me
premie con la mujer de mi vida en el trabajo de mi vida”. Y en
la misma bolsa, un bote gastado de espuma de afeitar.
Un blíster de anticonceptivos con
cuatro, seis píldoras dentro, correspondientes a días salteados.
Ningún condón usado. Un olor inconfundible a tongo íntimo. A novio
engañado.
Una lata vacía de fabada, un culo de
salchichón con cuerda, y un montón de trozos de fotos del mismo
niño, me obligarían a imaginar a un desconsolado divorciado al que
acaban de dejar sin hijo.
Un montón de mantillo viejo de
jardinera, con unos claveles secos, y entre ellos, colillas de
cigarros plantadas como champiñones. Una bolsa llena de tabletas de
chocolate mordisqueadas, de cajas de Donettes, de envases de helado.
Todo ello me susurraría propósitos para el nuevo año.
Ocho rebanadas de pan carbonizadas, y un
montón de bolsitas de tila, escribirían la palabra tristeza. Un
periódico doblado por la sección de anuncios, con los de alquiler
de pisos de un dormitorio marcados a bolígrafo, puesto al lado de
dos botes de potito, diría “Desesperación”. Cáscaras de
pistacho y mondas de patata, medio enredadas entre una bolsa de salvado
de avena bendecido por Dukan, y otra de cereales con miel y
chocolate, igual a “Desaliento”. Una bolsa vacía de macarrones
de marca blanca, una botella de aceite de girasol bien exprimida, y
la cáscara de dos mandarinas, “Banco de alimentos”. Una compresa
Tena Lady, escondida al fondo de la bolsa de basura, entre
hojas feas de lechuga y restos de potaje de lentejas, “Vergüenza”.
Lo que escondemos dice más que cada
una de nuestras caretas.
Que pensaría de mí el que revolviera en mi basura?
ResponderEliminarY así seguimos y hasta el frío se está cansando de matar el mal olor. Yo no puedo entender cómo la gente añade su montoncito diario de basura sabiendo que se va a quedar ahí, jodiendo a los demás.
ResponderEliminarLamento no haber puesto a volar la imaginación como tú sobre todo lo que las basuras de cada uno pueden decir de cada uno, pero es que...