jueves, 31 de enero de 2013

Ideas peleonas contra el paro

 
Tal vez llegues al final de este primer párrafo un poco irritada. Tal vez pienses que sí, que puede que lo haya escrito con buena intención, pero que el mero hecho de publicar unas palabras que podría haberte dirigido perfectamente por teléfono, las convierte en cómplices de exhibicionismo. Ya está otra vez Silvia haciendo lo mismo: construyéndose una imagen de sabiduría altruista a través de discursos sobre problemas por los que ella nunca ha pasado. Eres mordaz, eres escéptica, y tienes ojo clínico para señalar la candidez ajena. Cierto, yo nunca he estado en paro. Pasé de la universidad a mi plaza de funcionaria sin sobresaltos ni espíritu crítico. Me esforcé con las oposiciones, pero bueno, tampoco eran para juez o neurocirujano. Compré mi seguridad con un temario asequible. Que encima fotocopié de un libro de la biblioteca. Así que mis consejos resultarán sospechosos. De presunción. De condescendencia. De figureo. Podría haberte escrito una carta, si es verdad que mis pensamientos salen más ordenados de mis manos que de mi boca. Podría haber escogido una vía íntima para demostrar mis ganas de ayudar. Pero créeme, no es que me haga ilusiones con la idea de que lo que te digo a ti podría servirle a más gente. No tengo tan elevado concepto de mi propia importancia. Sólo que, bueno, la rutina de escribir y la de publicar se han aleado de tal manera, que hasta las ideas idiotas y los pensamientos perecederos que le dedico solamente a mi libreta me parecen una pequeña traición al blog. Chorradas. Quizás deberías dedicar tu irritación a mi gusto por los preámbulos.

Empiezo, entonces: pienso mucho en ti. Llevo estos días intentando elaborar una especie de plan de acción. Puede que llamarte, demostrar que al menos mi voz está de tu lado, fuera de más provecho. Pero siempre me parece que presentarme de esa manera, sin nada que ofrecer, como un invitado gorrón, no es muy educado. Si me imagino en tu circunstancia, puedo verme perfectamente deseando que alguien me venga con el problema mascado. Así que le doy vueltas a la cabeza. Y como no sé de vinos ni de alternativas al paro, no termino de decidirme a coger el teléfono.

Pero es mejor un cartón de Don Simón que un insípido vaso de “Verás cómo todo irá bien. Ánimo”. Por ahora sólo se me ocurre esto:

Haz cuentas

Es cierto que tienes ahorros para ir tirando una temporada. Puedes quedarte en Madrid unos meses más, seguir confiando en que alguno de los muchos currículos que dejas por aquí y por allí llame la atención de alguien, y cuando se te acabe el dinero, siempre puedes pedirle a tus padres que vuelvan a alojarte. Pero, piénsalo, ¿ es el alquiler de un piso más pequeño que una alfombra una inversión de futuro? ¿Mejora tus opciones el hecho de estar en una gran ciudad? ¿Estás utilizando las oportunidades que se supone que caracterizan a la capital, más gente, mayor posibilidad de hacer contactos, más ideas originales, o el pesadísimo trabajo de desempleada podrías hacerlo igualmente en cualquier sitio con acceso a internet? Sé que la autonomía es adictiva, y que la perspectiva de regresar a una provincia donde una de cada tres personas está parada no parece una genialidad, pero ¿y si tu búsqueda no da resultado, al cabo de esos meses? Pasará que tendrás que volver igualmente, y que en la estación de autobuses tendrás que hacer cuentas para ver si puedes comprarte una bolsa de Doritos y una revista, o sólo los Doritos.

Invierte

Haz un estudio de campo. Echa mano de gente de la que conoces su segundo apellido y su tono de voz. Y pregunta. Oye, Caro, ¿siguen contratando a los alumnos de escuelas de hostelería en los restaurantes de la Costa del Sol? Porque el sol sigue brillando, un poco perversamente, pero bueno, y los guiris siguen llegando en manadas, y sus dimensiones generales delatan que siguen comiendo. A ti cocinar no te disgusta, ¿verdad? Entonces, tal vez el dinero que has decidido no gastar en alquiler pueda servirte para pagarte una nueva profesión.

Tómate medidas

Aunque es verdad, y las radios se empeñan en castigarnos con el dato, que el hecho de invertir en formación se parece peligrosamente a escalar sin cuerdas. Nunca hasta ahora tuvimos necesidad de poner en solfa la idea de que llegar a ser enfermera, o periodista, o maestro, nos permitiría pagar el móvil y los viajes a Tailandia. Pero las tarjetas de presentación son más útiles hoy en el contenedor azul que en tu cartera. La actividad que figura debajo de tu nombre, lo que seas o dejes de ser, lo que un organismo oficial desacreditado acredite con su sello, ya no tiene importancia. Lo que vale no es lo que eres, sino lo que sabes hacer. Una perogrullada. Así que coge papel y lápiz, y haz una lista. ¿Qué sabes hacer? Sabes sacar sangre y coger vías. A lo mejor alguien, en Guatemala, o en Angola, tasa ese conocimiento en forma de alojamiento y manutención. Hemos dicho que sabes cocinar, y sabes inglés, ¿sería descabellado ofrecer clases de cocina española, a domicilio, a estudiantes americanos?. A lo mejor no te da para pagar el piso, pero sí al menos para la factura de internet. Tienes una astucia terrorífica para esas cosas prácticas del dinero que a mí me apetecen siempre tanto como cortarme con el borde de un folio. Yo te pagaría unos eurillos por llevarme las cuentas. ¿Yo sola? Sabes cuidar. ¿No va a haber en Estepona ningún extranjero que ponga las achacosas noches de su madre nonagenaria en tus diminutas manos?

Intercambia

Es posible que el trueque te parezca de un candor preindustrial, pero hasta hace cinco años todo el mundo se tragó el cuento de que una casa en propiedad nunca perdería valor, y de que, bebiéndonos la botellita con la etiqueta correcta, como Alicia, la del ladrillo, la de los ceros en la cuenta corriente, por ejemplo, seguiríamos creciendo, y creciendo. Quizás lo material suponga ahora una débil esperanza, después de habernos inmolado en el altar de lo especulativo. Quizás lo que Madrid pueda ofrecerte, más que ningún sitio, sea la posibilidad de incluirte en redes de personas que dan y que reciben. A lo mejor un abuelo huérfano de nietos te cambia una habitación de su casa por compañía nocturna y atención. A lo mejor ponerle inyecciones a alguien puede reportarte que otro te cuide el gato mientras te vas a trabajar a los cruceros. Hay bancos de tiempo, hay gente que cambia lo que le sobra de la olla de curry por una clase de español, o que te ofrece alojamiento en una granja a cambio de unas horas de trabajo. Yo creo que quedan posibilidades creativas en la mutua confianza. Y creo que el desánimo nunca rinde un buen interés.


5 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas01 febrero, 2013 22:52

    Joer, qué putada que quien quiere trabajar no pueda hacerlo. ¡Y pensar que hay gente a la que pagan por trabajar sin hacerlo apenas!
    Parece que es cierto que abrir la mirada hacia otras posibilidades distintas a las que hasta hace poco eran "lo nuestro" puede ser la solución a lo que parece un callejón sin salida.

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    1. Es que en realidad sabemos hacer muchas más cosas de las que creemos. O podríamos llegar a aprenderlas, sin las orejeras de nuestras propias etiquetas.

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  2. Lo peor de todo es que pasado un tiempo, el desánimo te quita las ganas de seguir buscando y ya solo queda, como tú dices, que te lo den mascado.
    A pesar de todo lo diré: ¡ÁNIMO!.

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    1. Sólo que el desánimo no es un bicho marciano (salvo que venga en forma de blíster de anticonceptivos). Creo que la idea es trazar un plan de acción, cuando uno se levanta fuerte, y atenerse a él diga lo que diga la radio del ánimo.

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  3. Bien escrito enana intrépida!!
    Eme jota

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