miércoles, 9 de enero de 2013

Diccionario abreviado del estado de excepción

Amor:

Supongo que lo hace porque mi frío le duele más que el suyo propio. El cuarto de baño de la casa de mis abuelos está en un rincón del patio, y bañarse de cuerpo entero, en invierno, es una heroicidad para la que la blandura navideña no nos ha programado. Ella me pone una mano sobre el cuello, y me hace agachar la cabeza sobre el lavabo. Con la otra, sujeta el mando de la ducha. Luego me enjabona, me rasca, me masajea, me frota las orejas. Yo hago pedorretas, como si tuviera seis meses y me hubiera entrado agua por la boca. Las dos nos divertimos un rato, igual que hace más de treinta años. Con la ventaja de que, ahora, también yo tengo la oportunidad de saber que este momento en que mi madre me lava el pelo es un pedazo de intimidad en bruto que, al menos a mí, me acompañará adonde quiera que vaya.

Baile del Caballo:

El año que comienza con una pareja que consuma semejante danza tribal en el salón de una casa vieja, mientras la madre y la tía de la moza se van quedando dormidas en los sillones, no puede ser un mal año. Los cuatro, mozo incluido, llevan todavía los labios pintados de rojo, a pesar de las uvas, del besuqueo posterior, del cava, porque a la descerebrada que baila se le ha ocurrido, justo antes de la cena, ese pequeño rito de bienvenida. Y a pesar también del pragmatismo de esta-es-una-noche-cualquiera, han sacado un mantel bonito y servilletas de tela, se han servido una cena ligera pero buena, hasta se encendió una vela. Un año que comienza con unos cuantos gestos gratuitos y alegres no puede ser nunca un mal año.

Mi reino por un canapé de cecina y membrillo

Ciudad Encantada:

El lugar así llamado en los mapas no se merece el nombre. Un puñado de piedras no más alucinadas que las de cualquier lugar donde haya piedras grandes. Un montón de pinos, como pareos puestos para ocultar la poquita cosa de una anatomía. Un aire como de postal hiperpigmentada de los años del desarrollismo franquista. Y una ausencia flagrante de recuerdos de la niña que fui y que se supone que paseó por esos andurriales. En cambio, Cuenca... Llegamos de noche, y primero fue una subida tremenda, y luego bajar, bajar, bajar, por calles mal iluminadas con puntos de luz flacos como antorchas. Como apenas si se veían trozos de cielo entre los edificios altos, me costó poco imaginar que andábamos por una ciudad subterránea, un meollo kárstico colonizado a duras penas por los humanos. De día, sin embargo, la piedra se disuelve, la cueva se derrumba y, oh, mira, ahí está ese manojo de estalagmitas multicolores, adorables, y esas revueltas de cuestas donde la esquina del ojo encuentra un ramalazo lisboeta.

Belén viviente
 
Fotos:

¿Es lícito mantener un idilio apasionado con un objeto? Que se me condene por frívola, que se me cante por las esquinas el Material girl de Madonna, pero cada vez que mi nueva cámara me regale una foto tomada con poca luz, pero precisa, una foto de colores tan cálidos que dan ganas de acariciarlos, una foto que hermosee la realidad, yo derramaré unos lagrimones que ni Romeo.

Con esta foto desfloré dulcemente a mi cámara. Había luz de velas, los ruiseñores trinaban...

Metáfora:

La posada en la que nos alojamos tiene una salita; la salita, un ordenador público; y el ordenador, una conexión de internet infame. En el transcurso de las dos primeras operaciones las uñas me crecen por lo menos cinco milímetros. Abro mi sesión de Blogger. Y ya no puedo hacer nada más. El sistema se bloquea una y otra vez, y lo único que alcanzo a ver es ese tablón desvergonzado que me muestra los cuatro gatos que han visitado el blog en mi ausencia. Mi amor propio vuelve a llevarse un picotazo. Es el cuervo malo del fracaso, revoloteando sobre mi cabeza. Me insinúa que tal vez deba abandonar. Apago el ordenador sin poder cerrar mi sesión. Y, mientras subo las escaleras crujientes que llevan a la habitación, vuelvo a acordarme de la chorrada del Año Nuevo. No puede seguir todo igual, manifiesto, y me lo creo. No puedo quedarme bloqueada ante respuestas de un sistema que no depende de mí. No puedo escribir mientras escucho las notas de la ansiedad por que me lean.

Puente:

Y como no puede seguir todo igual que antes, me atrevo a cruzar una segunda vez el puente. Es metálico y rojo, como deben ser los puentes; cojea sobre una sola pata tremenda, e incita al suicidio hasta al Dalai Lama. La primera vez que lo hice, era de noche, soplaba un viento asesino, y sólo podía pensar en que ni siquiera la ingesta masiva de polvorones de este año iba a salvarme de ser empujada al abismo por una corriente de aire. Atravesé sus sesenta metros con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha, como una lunática, y con un paso entre trote y galope. Cuando llegué al otro extremo, dije “ah, sí, las Casas Colgadas, muy bonitas”, y a dios volví a poner por testigo de que jamás volvería a etc, etc. Pero al día siguiente, con una luz solar absolutamente precisa en lo que se refiere a la magnitud de los abismos, me tragué mis promesas, y volví a cruzarlo. Porque Jose quiso hacer el mismo camino de la noche. Por propia gallardía. Porque me gusto cuando hago cosas que el miedo me tiene vetadas. Esta segunda vez fui lentamente. Me fijé en lo que deben de fijarse los turistas profesionales. Me fijé en los candados de novios que probablemente ya habrán roto. Me fijé en el río que, allí abajo, parecía una tira de papel de aluminio en el belén. Me fijé, lo reconozco, en las caras de la gente con las que nos cruzamos, para detectar posibles intenciones homicidas.

Thermomística:
¡Ah, pero esta entrada se merece un tomo enciclopédico completo!

6 comentarios:

  1. Ay, vida mia, vida mia!.

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  2. Silvia no te desanimes por tus pocos lectores mujer,sois muchos los que escribís y el tiempo es corto para los que os leemos.
    Besos.

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  3. La tía de la moza10 enero, 2013 22:57

    Seguro, seguro, seguro que tu frio le duele más que el suyo.
    Qué grato ver la foto de ese salón, esa mesa, el sillón donde me senté en mi última cena del año, la vela que (san) Jose encontró no sabemos dónde, la frugalísima cena, tan rica, la radio que será de los primeros objetos que vieron mis ojos...y recordar lo agradable que fue la cena, esos cuatro gatos bien avenidos. Lamento no haber visto más que en un reojillo vuestro divertido baile, aunque os oyera reir y riera por dentro. Niego haberme dormido, ni en ese momento ni en todos los demás de los que me acusó reiteradamente ese puñetero (¿san?) Jose.
    Espero que sigas restando importancia al contador de lectores. Concozco gente que escribe tan estupendamente como tú, a los que sólo han leído una, dos o tres personas; algunos murieron conjurando necios, sin haber sacado del cajón futuros y póstumos best sellers... Escribe.

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  4. Amén, como diría una que sabemos

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  5. Enhorabuena plimica que más mejor he leído in my life

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