Hace dos o tres entradas hacía mención
a lo flojita que me siento, durante unos segundos, cada vez que
publico por aquí cualquier cosa. Imaginadlo. Me acabo de pasar un
buen rato peleándome con mi propia energía cerebral, y de pronto,
eso que era exclusivamente mío, y que, como un feto, venía alimentándose
en secreto de mí, de lo que impresiona a diario mi película, de mi
historia personal, de la manera particular en que llevo
relacionándome con el lenguaje desde que aprendí a articular la
primera palabra, todo eso, con un simple click, deja de pertenecerme.
Queda flotando fuera de mi control, en un mar de información tan
vasto, que se ha convertido en la regla perfecta para medir la propia
insignificancia. Y ahí está el post, desvalido, pequeñito,
abandonado hasta por su propia mamá, que se ha ido por ahí a
golfear, o a leer, o que ya está pensando en concebir un nuevo
hijito. Hasta que alguno de vosotros atrapa este pez de palabras, y
lo hace suyo. Eso pasa: que al leerlo, lo adoptáis. Mi texto interacciona con
vuestra propia película y con vuestra propia historia. Y deja de ser
exactamente como era cuando yo lo puse a nadar. Es recreado,
digerido, malinterpretado, restaurado, enriquecido, embellecido,
despedezado, consumido como el Hola en una peluquería o, con
mucha más suerte, utilizado como una especie de brújula. Esa
recarga de energía que activa un texto del que me he olvidado al
poco de publicarlo, ese poder, aunque sea minúsculo, me da vértigo.
¿Sí? Pues ese vértigo no es nada,
comparado con la fragilidad con la que me enfrento a la luz
sintética de la pantalla cuando no tengo nada sólido que ofrecer. A
mí me gusta sentarme (arrodillarme) con la parte más dura del
trabajo ya hecha. Con una idea manoseada desde hace un montón de
horas, y con un esbozo de estructura. ¿O es que os
creíais que yo le dedico a esto nada más que el tiempo que empleo
en darle elegantemente al teclado? Para nada. Escribir es una
auténtica peoná. Sólo que a veces, muchas más de las que me
gustaría, no soy tan profesional. Publico mi post del día, y me
pongo a zumbar cual Abeja Maya. Salgo al mundo, y dejo que se me
escurra entre los dedos, en vez de atraparlo. Debería volver a casa
con un buen montón de piezas de caza, y en lugar de eso, me dedico a
jugar, o a acariciar con la mirada, o a hacer ruido, y las presas se
me escapan. Es lógica, claro, esta respuesta playera que sigue al hecho de dar
por medianamente bueno un texto, y parirlo. Es una relajación tal,
que medio me diluyo, me ahueco. Mi luz de malla se abre. Y así no hay quien empiece a trabajar de nuevo.
Cuando eso pasa, mi única opción es
engatusar a una palabra cualquiera, y forzarla. Empezar a escribir
cualquier chorrada, por si acaso de esa esquina basta del trozo de
mármol empieza a asomar algo parecido a una forma. O poneros por
delante un plato combinado de vivencias que, cada una por separado,
no daría para llenar el buche. Cuando en mi libreta de notas no hay
ningún tema que en ese momento me apetezca, entonces no me parece
del todo deshonesto ofrecer una macedonia de sentimientos, similar a
esas que arreglan una cena cuando no hay otra cosa en la nevera.
Y hoy podría hacer lo mismo. Podría
haceros tragar que el cielo está blanco, y que al olmo que veo por
mi balcón sólo le queda un puñado triste de hojas amarillas, que
me recuerdan, por un atajo mental no muy intrincado, a la cabeza de
mi abuelo. Podría dar envidia al revelar que el calendario parece
haberme regalado este diciembre, para mi cumpleaños, porque hoy
vuelvo a trabajar después de trece días, y sólo para otros cinco
más. Podría inquietar confesando que anoche me quedé dormida con
la sensación de estar ocupando un cuerpo alquilado.
Podría declarar cuánto me aberra el uso
no anticonceptivo de los anticonceptivos, y mostrar la manera absolutamente
militante con la que me he propuesto no usarlos, ni una sola vez,
como excusa para mis posibles cambios de humor. Podría enfadarme de
nuevo el enfoque farmacéutico de la medicina, a la que no se le
ocurre otro modo de estimular a mi perezoso aparato hormonal que
subvencionándolo con un buen chute extra de hormonas. Podría
quedarme otra vez con mi indignación estéril en las manos, sin
saber de qué manera no violenta responder a un gobierno que decide
implantar de tapadillo el copago de medicamentos contra el sida, la
leucemia y otros cánceres, para favorecer, flipa si te queda
capacidad, un uso racional (??!!) de los mismos. Podría invitaros a
soñar conmigo algún tipo de sociedad autogestionada, que supiera
acogernos como a seres más humanos que bovinos.
Todo eso podría cortar en trocitos y
aliñar, para poneros de merienda esta tarde. Si no fuera porque lo
que hoy sí tenía que contar era, precisamente, ese manojo de pequeños
mareos que me provoca lo que escribo día a día.
Es curioso. Cuando leía esto:"...ofrecer una macedonia de sentimientos, similar a esas que arreglan una cena cuando no hay otra cosa en la nevera." me ha venido a la mente que M. bromea cuando pongo en la mesa algo improvisado usando una expresión taurina "hoy, faena de aliño, ¿no?" y tú terminas con la posibilidad de aliñar el post en trocitos, aunque luego veas que no es necesario. Tienes razón, porque de tus "manojos de mareos" siempre hay algo recreable, digerible...me ha gustado el simil de la caza (anda que si mis amigas perro-flauta vieran hoy este comentario taurino-cazador, me retiraban el saludo) y enternecido el de las cuatro hojillas del olmo recordándote a tu abuelo y...
ResponderEliminarMujer dulce, esas talibanas tuyas ¿lincharían al misma Hemingway?.
EliminarMe los apunto y los espero pacientemente, pues cada uno de ellos me parecen de lo más atractivo.
ResponderEliminarY bueno, quizá los lectores no nos hacemos cargo del esfuerzo que hacéis. En esto, somos buscadores y engullidores de posts recién nacidos.
Besos y enhorabuena por tu forma tan bonita de escribir (por si hacía tiempo que no te lo decía).
Laura
¡Postófagos adorables! Muchas gracias, Laura. Lo mejor de este esfuerzo es encontrarme luego con lectores como tú.
EliminarBesos
Tiene muchísimo mérito lo que haces. Te lo dice alguien que te tiene una insana envidia por ello.
ResponderEliminarOh, oh, gracias!! Pero la envidia, si no te pone verde, es sana.
Eliminar