Cerca
del mediodía todavía estoy revoloteando. Jose me espera con el
abrigo puesto, para salir a la compra. Yo entro y salgo por las
cuatro habitaciones de mi casa, con una zapatilla Converse a medio
meter en el pie izquierdo, y una pantufla en el derecho, con la
pistola limpiacristales en la mano izquierda, y el portaminas en la
derecha. No quería que las nuevas tareas adultas que están
invadiendo mi cabeza se borraran con las manchas del cristal de la
mesa. Y no quería seguir vaciando la mochila que me llevé a Córdoba
sin antes lavarme los dientes. Por eso, un momento antes de mi
estrabismo zapatil, me he visto en el espejo sujetando todavía un
folleto sobre el reforzamiento de poblaciones manchegas de conejo,
mientras echaba espuma por la boca.
No
de rabia. De nervios. Desde que me he levantado del sofá, no dejo de
entreverar una acción en otra, en otra, en otra. Y eso debe de tener
un nombre científico. Yo lo llamaré dispersión histérica. Empiezo
una cosa y, antes de completarla, empiezo otra, y lo curioso es que
no voy dejando nada a medias. Soy una especie de mujer orquesta de la
tarea doméstica. Puede que este sea el más importante de los siete
hábitos de las personas altamente inefectivas, pero el caso es que a
mí, hoy, me funciona. Porque estoy eufórica. Hiperactiva. Y aunque
ese estado pueda merodear peligrosamente por el territorio de la
esterilidad, yo lo prefiero al tipo de ansiedad que me genera no
saber qué hacer a continuación. Una de las frases que repetí
durante mi infancia hasta que todas sus letras se volvieron redondas
fue “me aburro”. Noticias frescas: esa niña pasiva que esperaba
a que un hada madrina le resolviera sus problemas de juego ha muerto.
Yo ya no sé aburrirme. Sí, puede que tenga una maraña de ideas en
la cabeza. Pero sé dónde están las puntas del hilo. Y también
tengo paciencia.
Ayer pasó algo parecido. La escena es
asín: estoy comiendo sola en un garito atestado, a un paso
liliputiense de la Mezquita. El camarero acaba de traerme mi media
ensalada de berenjenas asadas, y yo no sé qué me alboroza más, si
la perspectiva de comer, por fin, algo no pasado por una freidora, o
la de refugiarme en mí misma durante una hora corta. Tengo mucho en
que pensar, y eso me pone. Llevo cerca de treinta y dos horas, con un
breve interludio de cuatro para el sueño, sentada junto a
forestales, malcomiendo con forestales, peorbebiendo con forestales,
hablando con forestales, haciendo como que escucho a forestales.
Igual que el Rocío, eso es una coza mu grande que no ze pué
explicá. Hay que estar muy preparado para practicar semejante
deporte de riesgo. Y yo ahora necesito tomarme un respiro en medio de
este entrenamiento bestial. Mi sangre se volverá salmorejo si vuelvo
a escuchar otra anécdota de furtivos; o una condena más al Aparato Administrativo; u otro chascarrillo picarón; o más golpes
en el pecho; o quejas amargas sobre la falta de vocación de las
nuevas generaciones.
Pero por fin estoy sola, detrás de mi
ensalada, primero, y de mi adultísimo café solo sin azúcar
después. Y no encuentro manera de ordenar todos los discursos y
estrategias que se me amontonan en la cabeza. Miro dentro de mí, y a
mi alrededor, en busca de imágenes – espoleta, y sólo veo ruido y
raciones de rabo de toro llevadas en volandas. Saco la libreta del
bolso, me abraso la lengua con el café. Hojeo páginas salpicadas de
semillas de ideas, y de entrevistas que tengo pendiente de hacerme a
mí misma, si quiero extraer una serie de directrices vitales. He
usado bolis de tantos colores que mi libreta parece un plano del
metro de Nueva York. Necesito una pista para empezar a pensar, y los
minutos de mi hora de soledad se agotan. Los ojos me duelen de sueño.
Debería haberme acostado más pronto, anoche.
Entonces me acuerdo de la dulce
habitación del hostal que pagué esta mañana. Y vuelve a mí esa
calidez que sentí al entrar por primera vez en ella, la tarde
anterior. Las paredes blancas, el alto techo artesonado que sobrevive
del antiguo convento que era la casa (se llama así el hostal, El Antiguo Convento. Búscalo, si vas a Córdoba. Es barato y por la
tarde te invitan a café y bizcocho casero, y el chico que te atiende comprende al vuelo tu necesidad sobrevenida de palique), el suelo hidráulico, la camita mullida como un nido.
Todo eso puntúa y redondea el bienestar que me embarga, pero su
médula está en otra parte. Está en mí. El calor es el mío
propio. Soy yo, entrando sola en una habitación extraña, sin más
carga que una mochila con un cepillo de dientes, un pijama, mi
libreta y la crema hidratante. Es esta autonomía reconfortante. Este
no necesitar asideros, y esta intuición de estar a punto de zampar a
la vez de varios puertos.
Una doble para mí sola a 22'50. Con opíparo desayuno!! |
En el bar, me recuerdo tendida sobre el
edredón blanco, con los pies colgando al borde de la cama y los ojos
cerrados, felizmente recostada en la i latina de la palabra vaivén.
Cierro la libreta, y me doy cuenta de que la pista que buscaba en su
interior es precisamente este momento, este ahora concreto en el que
no estoy en ningún sitio y estoy en todos. No importa cuál será el
primer paso, por dónde empezaré a pensar, o qué pregunta, de entre
las que llamé incómodas en el post anterior, responderé en primer
lugar. No importa si todavía no he asentado firmemente mi
estrategia. No importa si esto no ha terminado siendo lo que yo
quería escribir hoy. No importa si esta mañana ha sido un
desbarajuste de pies y manos que no rimaban entre sí. La mochila ya
está recogida, las camas hechas, la nevera llena de verdura. Y lo
único que importa es esta absoluta disposición mía a empezar.
Ese es el espíritu que debe habitarnos!.
ResponderEliminarPos aplícate el cuento, hermosa. A empezar.
EliminarDe premio nobel la frase del vaivén!!. Me encanta!
ResponderEliminarLaura
Aunque mi mamá me diga que no está bonito decir cosas asín, debo reconocer que a mí también me mola esa frase. De hecho, iba a titular el post de esa manera: la i del vaivén.
EliminarUn beso
Hija mia por qué no te dedicas a la escritura de intriga?
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
Eliminar????!!!!
EliminarY no le quedó más remedio que matarla.