domingo, 18 de noviembre de 2012

¿Te gusta o no?


 Sería perfecto que cualquiera de las preguntas básicas que cualquier humano trae de serie pudiera ser contestada fácilmente con un sí o un no. “¿Aceptas a esta persona para lo bueno y para lo malo-malo-malo?” “¿Serías infiel, mentirías, robarías pintauñas en El Corte Inglés, si supieras que tu acto iba a resultar totalmente inocuo?” “¿Mariano R. no es la monda?” “¿Te gusta tu trabajo?”

Esta última ha estado siempre criando polvo en el atestado trastero de mi conciencia. Alguna vez, cuando me he enfrentado a la perspectiva de pasarme siete horas encerrada en una oficina, sin nada que hacer, o conduciendo por los mismos baqueteados caminos con la energía mental de quien escucha el rosario, he sacado mi pregunta de donde la tenía olvidada, le he pasado un pañito y, como no sabía muy bien dónde ponerla, la he devuelto a la parte de atrás de mí misma. La cuestión se disolvía en el tiempo que tardaba en llegar a mi casa y quitarme el uniforme. Mientras comía, conseguía que mi cabeza se vaciase de las órdenes sin sentido que en esa ocasión concreta se habían encargado de parasitarme, y de esas tareas para las que hace falta aplicar tanta inteligencia como para sacarse mocos de la nariz. Después, yo era otra, simplemente. Ni un pensamiento, ni un minuto de mi tiempo laboral lograba franquear la frontera de mis horas de ocio. En esas ocasiones, cerraba la puerta del trastero con tantos candados, que a veces el recuerdo de ganarme la vida como lo hago me parecía uno de esos chistes de leperos que nunca eres capaz de terminar de contar.

¿Significa eso que no me gusta mi trabajo? En absoluto. Por una razón obvia. Porque amo el campo. Sin fisuras. Aunque comencé a estudiar una absurda carrera ambientalista sin contar con el motor de una vocación, con el tiempo me he convertido en una persona que da lo mejor de sí al aire libre. Tengo un álbum de fotografías digitales y mentales que he tomado yendo vestida con ese lamentable uniforme que tan mal casa con mis voluptuosas formas y, cada vez que lo repaso, mi corazón de piedra pómez se pone blandito. Fotos y recuerdos bajo los árboles y bajo la lluvia. Desde lo más alto de la provincia y la Península. Desde el punto de vista de las hormigas. Sobre las tejas del Palacio de Carlos V. En un amanecer en el que los pastos de Jimena humeaban niebla. En noches en las que me citaba con los murciélagos de un par de cuevas. He sido ganada para la causa del verde, del blanco insólito de los campos nevados, del amarillo de las choperas en noviembre. He subido hasta donde creí que sería incapaz. Me he llevado cardenales y arañazos a casa con una alegría insana. Me he comprometido a atesorar cada ruina de cortijo, y cada vieja costumbre rural a punto de extinguirse. Me he sentido aceptada sin reservas ni juicios por el bosque. He aprendido a buscar setas y espárragos, a leer mapas con soltura, a patinar mejor o peor por barrizales. Me han pagado por hacer lo que mucha gente paga por hacer en su tiempo libre. He conocido la solidaridad que se fragua en un incendio. Me han emocionado tantos cielos, y tantas sombras de animales correteando, y tantas y tantas demostraciones de la red sutilísima de relaciones que es un ecosistema, que tendría que pedir un mes de excedencia para poder hacer inventario.

Los planos me gustan a un nivel patológico.

Ahora que por fin me he atrevido a sacar mi pregunta incómoda del trastero, puedo darme cuenta de que mucha de la responsabilidad por haberla respondido tantas veces con un “a ratos” ha sido mía. Vale, está la cuestión irritante de los actos mecánicos. Tampoco trago la cínica escrupulosidad funcionarial respecto al cumplimiento del horario, ese permanecer siete horas con las botas sobre la mesa de la oficina, y creerte un buen trabajador porque antes de las ocho ya estabas en esa postura. Y me siento incómoda ante la superioridad moral con que algunos de mis compañeros esgrimen su vocación. Conozco a tarugos siderales a los que se les llena la boca cuando te dicen que han nacido para desempeñar este trabajo. Y conozco a gente cumplidora e implicada que, antes de aprobar las oposiciones de agente de medio ambiente, se planteó meterse a cartero.

Todo esas pegas están ahí, pero si yo no he sabido, no ya realizarme, sino sencillamente disfrutar más a menudo de mi trabajo, ha sido por culpa de mi propia indolencia. Sin apenas darme cuenta, también yo he repetido los moldes de comportamiento pasivo y victimista que tanto veo entre los que usan un uniforme como el mío. Desde el principio he esperado que la motivación me viniera impuesta, y que alguien de arriba me encargara trabajos estimulantes. Desde poco después del principio me he quejado de lo genial que podría resultar mi trabajo si las cosas de la administración fueran sólo un poquito más juiciosas.

Y, sí, ahora me atrevo a ser lo bastante honesta como para reconocer que a lo mejor no estoy por completo identificada con mi trabajo; que no estoy tan enamorada de él como para no acordarme de mirar la hora en toda la jornada laboral; y que no quisiera tener que echar muchas más horas de las que ya me pagan, porque la vida de paisano está demasiado minada de tentaciones. Sin embargo, tengo fe en que la aplicación, en este compartimento de mi vida, de unos valores fundamentales que ya tengo prácticamente concretados (iniciativa, autonomía, curiosidad, alegría, entrega), va a conseguir que me termine sintiendo orgullosa cada vez que me quite el uniforme.

6 comentarios:

  1. Que levante la mano el que esté satisfecho con su trabajo.Ya sé que eso no consuela, pero mientras no consigamos el que nos guste y nos dé de comer,procuremos realizar el que tenemos, lo mejor posible.
    Disculpa el consejo de todo a cien.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hay mucha gente que sí puede levantar la mano, que se lo monta como sea hasta que consigue que lo que le gusta y se le da bien, interese a los demás lo suficiente como para que se lo compren.

      Eliminar
  2. Me pregunto si la "Operación al Desnudo" terminara con uno integral en Punta Candor...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo ya he dicho que me desdomingo aquí mismo. Aunque Punta Candor es mucho más bonito.

      Eliminar
  3. El trabajo es una obligación y por mucho que nos guste, siempre, uysss siempre no, quiero decir, seguramente, acabará cansando.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Porque si no, no te pagarían, ni entrarías luego al reino de los cielos.

      Eliminar