Mi
Operación Al Desnudo continúa. Hace unos días me levantaba de mi
asiento para confesar ante el orbe que soy una ex-solitaria. Hoy me liberaré de una nueva prenda. Creo que esta podría ser una
hermosa meta para el blog, que es lo mismo que decir para cualquier
tipo de herramienta de introspección: irse despojando uno de
sus envolturas, de cada una de las capas de lo que creemos o queremos
ser, de lo que los demás creen que somos o quieren que seamos, y de
las estrategias que usamos para no reconocer que a veces somos como
no queremos.
(Me
moría por escribir un trabalenguas semejante)
Deshojarnos,
desbastarnos, reducirnos a lo obvio que nos constituye. Sacar nuestra
verdadera figura, como si fuéramos Miguel Ángel, del bloque de mineral amorfo y
pesado que arrastramos por el mundo, admitiendo, con honestidad, que
esa figura no es ni va a ser siempre una criatura estable. Hasta que,
en esta partida de strip poker vital, no nos queden ya prendas
que dar a cambio, y sólo podamos decir, entonces: bueno, esto es lo
que hay. El día que me vea diciéndome algo así juro que
apareceré por aquí desnuda, físicamente desnuda, I mean.
Así
que hoy, amiguitos, vuelvo a ponerme en pie para ofreceros mi
testimonio. Me llamo Silvia y soy una Eterna Insatisfecha. ¿Ah,
sí? Pues vaya una revelación, podrán pensar algunos. Esto,
¿te suena de algo lo del traje nuevo del emperador?,
insinuarán otros. Y yo me congratularé, porque eso querrá decir
que tengo una audiencia muy avispada, capaz de extraer, a partir de dos o tres o mil
pistas, conclusiones certeras. Pero sí, sufro de
insatisfacción crónica, y esta mañana he decidido dejar de
avergonzarme por ello. Yo creo que es un gran paso. Porque significa que
lo acepto, y que dejo de juzgarme con el pulgar hacia abajo por
albergar toda esa carga difusa de sentimientos. Significa que me
propongo parar la rueda de cavilaciones estériles y de ocultaciones.
Significa reconocer que, en cada brote de frustración, porque este
es un síndrome reincidente como la dermatitis atópica, es mucha la
energía psíquica que gasto para poder esconderme de una verdad tan
simple. No estoy insatisfecha. Soy insatisfecha. Punto
pelota.
Es una foto de mi Primo Zemigué. O sea, que soy yo. Porque él tiene barba. Es que ahora no tenía posibilidades de hacerme una en plan tariro-rariro |
Un rodeo. Cuando llegué a Jimena, con mi plaza de agente de medio ambiente todavía crujientita, me recibió un compañero que todavía no había conseguido aprobar las oposiciones. Y yo no he conocido a nadie que tuviera en su vida un deseo más claro. Pepe, llamémosle así, soñaba con ser funcionario de carrera con el ímpetu con que un muyahidín sueña con las hurís del profeta. Pepe me miraba, fresca, lozana, y a mis veintitrés años, en posesión de una plaza fija. Y languidecía. Lloriqueaba. Rabiaba, la pobre criatura. Porque él se veía encadenado a un bucle sin fin de apuntes mil veces rumiados y resumidos, seguidos de exámenes que no terminaban de dar la talla. Los que lo conocíamos un poco comentábamos, con cierta displicencia, que las penas de Pepe no se acabarían cuando por fin dejara de ser interino, porque esa pena era consustancial a sí mismo. Pepe nunca iba a estar contento, lograra o no la plaza fija, o cualquier otra aspiración a la que a continuación se enganchase. Pepe era un insatisfecho, y acompañábamos el veredicto con una sonrisa piadosa, y un suspiro de adultos realizados, compresivos y un poco aburridos ya del tema. Fin del rodeo.
Reaccionábamos así porque la insatisfacción no tiene buena prensa, que digamos.
Nadie quiere mirarse en el espejo del fracaso. A nadie le apetece
admitir que es tan inmaduro como para nunca tener bastante
con lo que tiene. A nadie le gusta ofrecer al mundo una cara llorona.
Porque eso da pie a que te cataloguen automáticamente como un ser pasivo, vulnerable
y pelmazo. Ya está otra vez Pepe con su rollo. Ya está Silvia
con sus inquietudes y su presentimiento de que no termina de estar a
la altura de lo que una vida robusta reclama. Con la salud que tiene,
la condenada. Con lo bonita que es la lluvia. Con lo fácil que es
ser feliz con poca cosa.
Y
eso Silvia lo sabe, vaya que sí y, de hecho, lo practica a menudo.
Lo que no evita que, cada vez con menor frecuencia, eso es cierto, la
acosen sentimientos de carencia a los que no acaba de dar cuerpo ni
nombre, y contra los que no es capaz, por tanto, de enfrentarse.
Silvia sabe, o intuye, más cosas. Intuye que el deseo es una bella
forma de parálisis. Intuye que en su cerebro se ha formado un surco
a fuerza de pensar en el reverso de las cosas, en las ausencias más
que en las presencias, y que salir de él puede costar tanto como
escalar al otro lado del hueco que forma tu cuerpo en un colchón de
lana. Intuye que el esqueleto de su frustración es una inseguridad.
Que, como no termina de confiar del todo en su potencial, prefiere
quedarse sin saltar antes que saltar tres torpes centímetros.
Pero
también intuyo, o sé, que cada brote de insatisfacción me hace más
fuerte, precisamente porque me desarma. Al inactivar mis defensas
rutinarias (la fe un poco ciega con la que día a día me levanto, la
confianza un poco autosuficiente), El Síndrome me obliga a entrenar, a pararme y
reconsiderar si los deseos o los logros que doy por sentados son
tales, o una fantasía de fabricación casera. Me fuerza a repasar las
cosas que tengo tan claras que a veces se me olvidan. Y sé que, en
cuando haga una lista honrada de todo eso que me falta, seré capaz
de saltar un poco más, un poco más cada vez, hasta conseguirlo.
Pero
si alguien tiene algún interés (espero que egoísta, porque eso
querrá decir que lo que a mí me pasa puede pasarle a otro, y que lo
que a mí me sirve, a otro también puede ayudarle) en conocer mi
muestrario obsceno de carencias, tendrá que esperar a una nueva
reunión de Insatisfechos Anónimos.
...y como si se tratase de la escena final del Club de los Poetas Muertos...My God, YO TAMBIÉN FORMO PARTE DEL GREMIO DE LA INSATISFACCIÓN CÍCLICA.
ResponderEliminarHablando con otros insatisfechos declarados, leyendo tu post, va a ser que todos somos la misma cosa, porque si no no se explica que personas que distan muchos kilómetros lleguen o intuyan las mismas conclusiones. ¿Y qué cosa?. Mi intuición me dice que "la cosa" que buscamos sólo puede estar donde mejor se ocultan las cosas importantes: delante de nuestras narices.
Besos!.
Laura
PD.: Jó, qué bien escribes, copón.
Pues se me está ocurriendo crear un grupo de Facebook que se llame así, precisamente: Isatisfechos Anónimos. Entre todos se nos olvidará "la cosa".
EliminarBesos de amor por tu cercanía y tus apoyos.
Creo que esa insatisfación es una caracteristica más de los humanos medianamente inquietos,siempre querremos algo que no tenemos.
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