En momentos así, el silencio no es buena
señal. Yo le abro una oreja a la vida, y la vida no me responde. Malo.
No suenan los coches arrastrándose cansinamente cuesta Escoriaza
arriba. Ningún operario ha arrastrado todavía la valla metálica
que impide el acceso con vehículos al solar del Cuartel de las
Palmas. Malo. Porque eso significa que he vuelto a cogerle la delantera
al despertador. Pero no demasiada. Ahí está la clave de mis dos “malos”:
la condenada región autónoma de mi cerebro que maneja a voluntad los tiempos
de mi consciencia sabe que no es tan temprano
como para que pueda volver a dormirme. Sabe perversamente que
en cosa de media hora tendré que estar lavándome la cara. Y le
importa un carajo las repercusiones que eso pueda tener sobre mi
necesidad de descanso. Ella le ha ganado la carrera a cosas como el
mecanismo fabricado de un reloj, o la hora oficial en que mi trabajo
me obliga a levantarme, y está tan ufana.
Despertarte sin motivo a las seis de la
mañana no tiene el glamour de esos grandes insomnios trágicos que
te devuelven a la extrañeza de la madrugada. Hay algo de fatalidad
en abrir los ojos a las dos, las tres de la madrugada, cuando tus
biorritmos son de un diurno exaltado. Porque esa hora es la cara
oculta de tu tiempo, su espalda. Un territorio para el que no cuentas
con visado. Miras la pantalla del móvil, y tú sólo puedes
responder con un oh-dios-mío-oh-dios-mío-por-qué-a-mí. Estás
desamparado, cargado de repente con todo el peso de tu consciencia,
con tus emociones, tus recuerdos, tus imágenes y tus tareas, en un
momento en que tus estructuras mentales se encuentran especialmente
frágiles. Tu cerebro está chisporroteando, y dos pelotas de sueño
han encestado en tus ojos. Y entonces empieza todo ese
viejo escándalo mental. Un pensamiento corriendo por aquí, como un
petardo rastrero, otro que estalla por allá, otro que se encadena a
otro y a otro, y que cambia de forma antes de que puedas llegar a
fijarlo. Yupii. A veces, en medio de ese disloque, una idea se te
aparece como una majestuosa rosa verde y dorada de fuegos
artificiales. Tienes que apuntarla, rápido, antes de que se vuelva
gas. Enciendes la luz. Escribes como una antropófaga. Apagas la luz.
Vuelta a empezar. En uno de esos ciclos a lo mejor el sueño se apiada de ti.
Pero ¿a las seis de la mañana, cuando
tu despertador está programado a las 06:35? Ni lo sueñes, chavala.
No se te concede la esperanza de volver a dormirte. No vas a sacar ni
una gota de petróleo de una vigilia tan mezquina. No habrá tiempo
para la lucidez o para la alucinación. Como mucho, para pensar lo
que vas a cocinar por la tarde, y si tienes que sacar algo del
congelador. No vas a tener derecho a quejarte.
Total, por media ridícula hora de sueño perdida. No podrás hacer
melodrama a su costa: la manita en la frente, las ojeras de ópera,
huy, Pepe, es que he dormido fatal. Es un insomnio de abuela. De
funcionario.
Despertar sin motivo a las seis, en el
punto psicológico en el que ahora me encuentro, es un sabotaje.
Estoy varada en la cama. No he mirado la hora, pero sé, mi desleal
cerebro lo sabe, que es demasiado pronto para preparar el
desayuno, y demasiado tarde como para hacerme un ovillo y cantarme
una nana. Tengo, todavía, un sueño nivel “procura que el paciente
no se duerma, Grey, o lo perderemos para siempre”. Me duelen los
ojos como si me los estuviera picoteando un buitre. En tan
lamentables condiciones, mi preciosa vitalidad mañanera, que hace
que la misma Heidi parezca un personajillo de Tim Burton, es una
fábula de perroflautas. Así que la bombilla de la anticipación
neurótica se ilumina con una corriente de cien vatios. Y en el poco
tiempo que queda hasta que el derrotado despertador haga su trabajo,
no voy a poder dejar de pensar lo siguiente:
- Me muero de sueño.
- ¿Por qué me tengo que despertar ya, si me muero de sueño?
- ¿Por qué, por qué, por qué, tengo que estar cronológicamente programada?
- Mi cerebro es de un cutre que da asco. Repelente niño Vicente.
- Quiero mi ración de ocho horas recomendada por médicos y top models.
- Esto le da de comer al gusano del Alzheimer, seguro.
- Y las ojeras. Y las ojeras. Y las ojeras. Un minuto de silencio por mi lozana belleza (esto pasa en mi mente, así que puedo ser creída, si quiero).
- Voy a estar moribunda todo el día.
- Voy a tener que echar siesta.
- La siesta devora el tiempo libre, eso lo saben hasta en Tahití.
- Sumando la siesta más las horas que pasaré merendando con mi tía más los desplazamientos más la cena más el cansancio arrastrado, da un total de: 168 excusas para no escribir hoy tampoco.
- O sea, que madrugo media hora antes, y en vez de que dios me ayude, me roba tiempo para vivir. Con razón, lo de los caminos inexcrutables.
- Y Todo por culpa de la Nueva Delegación. Todo por culpa del colapso que nos espera en la circunvalación, con las fauces abiertas (es mi mente, ergo puedo ser pedante). Todo por culpa del Trabajo. Yo me cambio de piso. Yo me cambio de destino. Yo me vuelvo a Cádiz.
Entonces el despertador suena. La suma de
actos que forman un día vuelve a ser desgranada. Hay un maremágnum
de coches y de bostezos. Hay brochazos color caca de negatividad. Hay
una mucosidad ansiosa sobre el esternón. Hay los reajustes
necesarios para comportarme como quiero, y no como mis emociones
están mandando. Es una aventura estar fuera de la cama, y por eso me
hace feliz levantarme.
(Cuando corresponde. Coño)
Llámame pedante y friki sin compasión alguna, pero... si en ese ratico te pones a meditar, el día cambia. Ni ojeras, ni humor raruno, oiga.
ResponderEliminarBesos!
Laura
No te llamo nada de eso, no (ver re-comentario de abajo). El problemilla es que por meditar, y dejar que mi mente vuele bajo como los grajos, pasa lo que que enumero ahí arriba.
EliminarBesos, bonita!
Sé que voy a escribir el comentario más original de la historia de los bloques estos y confieso que me he estrujado lo que queda de mi cerebro para buscar las palabras adecuadas y que no te ofendas, pero ¿por qué cojones escribes tan bonito, la antes conocida como La Del Nombre Impronunciable?.
ResponderEliminarAntes conocido como Tro, porque de viva voz hablo tan feo como un pepino de mar. Y hay que sobrevivir.
Eliminar(Pero qué le pasa a mis queriditos, que se creen que voy a pensar de ellos lo peor, cuando lo cierto es que los amo la madre Teresa a la Humanidad)
Debe haber un agujero negro que se traga nuestro sueño a las seis de la mañana, o un duende malaleche que va despertando a base de collejas a las -antes del insomnio- bellas durmientes. Todos los días me despierto a esa hora, cuando mi despertador, más amable que el tuyo, me dejaría dormir hasta las 7,15. A veces la radio me echa una mano para devolverme al sueño y entonces mi desaprovechado despertador puede hacer, feliz, su escaso trabajo.
ResponderEliminarEl duende collejero, me encantaaa!!. A mí es que la radio me desvela tope tope
EliminarMe identifico con la chafada de despertar antes de tiempo y el chisporroteo mental con escandalera incluida. Y me he reído un rato, especialmente con la última frase (), coño.
ResponderEliminarUn saludo,
Angéline
Un saludo, Angéline, me encanta reencontrarte!! No te rías de eso, que luego mi mamá me regaña por ser tan mal hablada.
EliminarUn consejo:cuando te despiertes a esa hora, en vez de empezar a castigar a tu cerebro, hazte un ovillo, relájate y al momento disfrutarás del rato de sueño más rico de toda la noche.
ResponderEliminarPalabra de honor.
Ejem, queridita, es que cuando te queda tan poco para tener que levantarte no te puedes dar el lujo de reconciliarte con el sueñecito.
EliminarPor qué no aceptamos el insomnio, si a veces ya no tenemos sueño,por qué no aprovechamos para hacer algo?(sin molestar a la pareja o a los vecinos).
ResponderEliminarPorque lo peor del insomnio es que seguimos teniendo sueño!!
Eliminar