domingo, 25 de noviembre de 2012

2 x 1: Ir sin planos

Entonces se abren ante ti dos caminos: el de tu derecha es llano y poco exigente, y tiene un firme bien asentado; el de tu izquierda sube más de lo que tus gemelos, a estas alturas de la excursión, están dispuestos a admitir. El de la derecha discurre por un prado de hierba tierna donde pastan seis o siete vacas de ojos mansos. El otro se interna en un enredo de árboles, de formas y de sombras, de seres vivos que se dejan ver lo justo como para despertar en ti el entusiasmo de perseguirlos e identificarlos. Este camino te excita. Aquel sabes que te calma. ¿Cuál de los dos te llevará antes adonde has dejado el coche, cuál te aportará más? La verdad es que no has preparado la excursión con mucho ahínco, para variar. Has llegado hasta aquí sin plano ni GPS. Has vuelto a optar una vez más por la improvisación. Y ya has recorrido kilómetros suficientes como para que desandar el camino que traías sea una opción.

Así me encuentro yo esta mañana: dividida ante la alternativa de escribir o un relato, o un nuevo ejercicio para mi rutina de entrenamiento vital. Hay días en que sé que las palabras no van a fluir. Hoy es uno de esos. En días así no me queda otra que ir encadenando pasos. Recojo el zafarrancho de mieles y mermeladas del desayuno. Me lavo los dientes. Y decido que lo mejor será dejar la comida hecha, antes de ponerme a escribir, para que, llegado el momento, no pueda aferrarme a ninguna urgencia para levantar la vista de la pantalla. Logro demorarme tres buenos cuartos de hora pelando castañas. En una situación crítica como esta, viene bien encontrar un chivo expiatorio al que poder maldecir a gusto. La piel de las castañas es culpable, hoy, de que vaya ir de cabeza al infierno por blasfema, y no mis dudas acerca de lo que me convendría escribir.

El potaje de castañas y calabaza que se me ha puesto entre ceja y ceja cocinar, borbotea ya a ritmo de cocina de abuela. Ha llegado la hora de encender el ordenador. Bien, es cierto que podría tumbarme en la cama con un libro, o vagabundear un rato por internet. Pero he andado ya lo bastante como para que volver por el camino de la pereza sea una opción. Y, sin embargo, sigo aplazando el momento de elegir la primera frase. Miro el correo. Me levanto a echarme crema en las manos. Vuelvo a levantarme, una, dos, tres veces, para ver cómo va el chup-chup de la olla, para mear, para bailotear el Theme from Shaft de Isaac Hayes. Me recuerdo a mi padre, que siempre se para a estudiar toda esparraguera, o cualquier otro matorral aprovechable por el diente humano, cuando no puede seguir el ritmo vietnamita que le meto a nuestros raros paseos por el campo.

Entonces es cuando decido cortar de raíz mi creatividad dilatoria. Estoy por fin en el cruce de caminos. Tengo un duendecillo en el hombro derecho que me sugiere que me deje llevar por mi deseo, y que escriba por fin la lista de los diez mandamientos que quiero que gobiernen mi vida. En el hombro izquierdo, otro duendecillo gruñón me señala con el dedo, como el entrenador de baloncesto en un tiempo muerto, y me exhorta a dedicar un poco de esfuerzo a la ficción. Me dice que me estoy regodeando más de la cuenta en los simpáticos cuentecillos del crecimiento personal. Me advierte de que, si no empiezo a echarle más horas a lo que de verdad me cuesta, o sea, a la narrativa, nunca lograré avanzar. Y vuelve a darme la murga con eso de que uno no se merece ser llamado escritor hasta que no es capaz de dar vida a unos personajes, y levantar un mundo de la nada.

Mis duendecillos están a punto de llegar a las manos, cuando decido agitar mis hombros como una bailarina profesional de salsa. Fuera los dos. Porque, en este punto de duda, consigo recordar que no importa el camino que elija. Da igual lo que voy a dejar de aprender, o las zonas de mi musculatura creativa que voy a dejar de reforzar, si elijo tirar por este camino, en lugar de por el de al lado. Da igual si uno es más duro, pero más directo, o si en el otro tendré que dar cien complacientes rodeos para llegar al mismo sitio. Da igual cuál es ese sitio al que quiero llegar. No importa si no termino de definirme como escritora. El hecho de que estos apuntes míos de antropología personal no puedan ser amparados por la ley de la literatura no es, en realidad, significativo. Porque lo fundamental es que me siga moviendo, y que siga nutriendo esa imagen de mis manos sobre el teclado que tanto aprecio. Uno es escritor cuando escribe, no por lo que escribe.



5 comentarios:

  1. Y tambien,no importa lo que cuentes sino cómo lo cuentas.

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  2. y retambién, cuando tienes cosas que contar, que es tu caso, amiga mía. Viviendo en mis dos casitas de papel...

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  3. Sois dos chachi-chupis, los dos

    (Yo quiero casita de Punta contigo, amigüito)

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  4. Muy buena oferta este 2x1.

    ¿Cómo que vas sin planos? Esos 10 mandamientos te harán llegar al lugar que quieras.

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    1. Deberías cobrarme el copyrigth! Voy sin planos porque reincido una y otra vez en la peligrosa improvisación.

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