martes, 2 de octubre de 2012

El camino


Todos tienen la misma barrigota encaramada en el mismo par de piernas, largas como zancos, la misma piel abotargada, y una manera parecida de que el flequillo se les quede pegado a la frente. Todos hablan de su padre de una manera que hace pensar en Vito Corleone. Todos pronuncian “ahora” con resonancias trágicas, sin necesidad alguna de aludir a la crisis. “Ahora no producimos”, “ahora que, ya podéis ver, estamos parados”... Pero no, no lo podemos ver. En la cantera hay un hormigueo raquítico pero incesante. Un hombre roe la pared de piedra con la retroexcavadora. Otro hace chapuces en el taller pringoso de aceite. Éste, como si no entendiera el día sin el ruido de las máquinas, acciona los molinos que mastican el poco mineral arrancado, y lo convierten en arena. Aquél mueve de acá para allá los montones recién triturados, como si tuviera en mente un plan estético, como si fuera un ama de casa que a las diez de las mañana ya se ha quedado sin faenas.

Hay un aire desenfadado en este rincón del mundo donde la arena es tan blanca que dan ganas de esquiar. Queda claro rápidamente que aquí no hay jerarquía ni diplomas universitarios ni director facultativo. No hay siquiera una estrategia común de trato con la administración a la que representamos. Cuando llamamos la atención sobre tal o cual incumplimiento, el hermano mayor pone los ojos redondos de ignorancia. El que le sigue nos reconoce abiertamente que sí, que han estado rellenando ilegalmente los boquetes de la cantera con escombros, pero que ahora mismo los tapa con arena y aquí no ha pasado nada. El siguiente acusa a unos gitanos espectrales, y el pequeño se aleja refunfuñando. Esta es una explotación familiar en la que todos van e improvisan a su aire.

Pero todos, tarde o temprano, mencionan la autovía. Cuando hagan la autovía...Cuando empiecen las obras...Toda esta parte de aquí se quedará asá...Aquí vendrán los camiones cargados con la tierra agrícola levantada...En cinco años nos comemos este cerro. Casi puede verse en sus ojos el fragor de las palas, de las cintas transportadoras, de la maquinaria de ruedas colosales. Los escuchas hablar como si fueran pioneros camino del Lejano Oeste. Y sabes que no es el brillo del oro lo que los deslumbra, o no es sólo eso. Arrancarle arena al cerro es lo que hizo su padre y lo que ellos llevan haciendo desde que salieron de la escuela. Como uno de ellos dice, este es su trabajo y esta es su vocación. Cualquiera a quien un lugar así sólo le recuerde a Sísifo, podría pensar que lo dice con fatalismo, y se equivocaría. Este tío, el brutalmente honesto hermano segundo, el que en la primera de nuestras visitas pensó que necesitaba contarme que se acababa de comer cinco plátanos de Canarias, tiene alegre y meridianamente claro lo que quiere y para lo que vale, y eso se merece todo mi respeto.

Juro que no fui yo la que puso esa silla en el filo de un talud de quince metros


En la segunda visita lo pillamos a punto de irse a comer un Danone y una manzana. Pero al momento se olvida del hambre. En este trabajo en el que, según el día, puedes tratar a pastores, a cazadores, a trabajadores de talleres, de cementeras, de viveros, de retenes contra incendios, a canteros, a dueños de rapaces, a agricultores, a jubilados en su huerto de tomates, sólo hace falta una actitud mínimamente amable, y un par de preguntitas inocuas, para que la gente empiece a largarte su vida. El hermano número dos habla, habla, mientras mi compañero y yo cruzamos miradas entre divertidas y sobrepasadas. Nos aclara que, aunque los moros no, que no, que son malos y huelen mal, él no es racista, porque está casado con una polaca a la que conoció en uno de los encuentros. Y como la imaginación es más rápida que el sonido, uno se figura a una caravana de solteros tratando de escoger entre un montón de frías pero diligentes Olgas, de taciturnas Janas, o de bullangueras Abigailes. Pero no. Enseguida nos despierta diciendo que aquello fue en uno de los encuentros juveniles del Camino. Hay mayúsculas que se escuchan. ¿El camino? Sí, el Camino. El Camino Neocatecumenal, pronuncia tropezando entre ce y ce. Y a continuación viene un disparate de loas al papa Wojtyla, santificaciones, milagros, la educación inmoral que se les da a los niños en las escuelas, donde el gobierno de antes los obligaba a toquetearse entre sí y a que las niñas sintiesen cosas por las niñas y los niños por los niños. De conjuras, de la caída del Muro, de encuentros internacionales como este de Toronto al que va a mandar a sus hijas, que tienen ya diecisiete y catorce años, y ya es hora de que definan su camino, y que decidan si quieren casarse y con quién, o ser monjas o permanecer célibes.

A veces pasa. Te encuentras con gente así, gente a la que le vale una sola versión para explicar la ética, el comportamiento cotidiano, la historia o el propio destino, gente con una vocación inconmovible, gente que resume su propia utopía con una palabra. Hablan, libres de duda y de indefinición, y te parece oír a las sirenas, y te dan ganas de alejarte rápidamente o de meterte cera en las orejas. Porque, si no lo haces, corres el riesgo de admirarlas.


5 comentarios:

  1. Cuando la gente solo tiene una versión y la tiene "tan clara" a mi lo que me da es miedo. (Y, a veces, un poquito de envidia.)

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  2. Sobresaliente cum laude en resumen de textos, queridito Bubo

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  3. OHÚ! La de "elementos" que se encuentra uno por esos cerros de dios!! Mae mia!
    Ahí hay filón, joven escritora, al menos para una trilogía, un epílogo y un "cómo se hizo" con fotos en sepia polvorienta y visitas organizadas al lugar inspirador. ¡No lo desaproveches!
    ;-)

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  4. Desde luego, que si hubiera empezado a coleccionar datos e historias recién aterrizada al mundo forestal, a estas alturas sería rica y habría colgado el uniforme. Esos Hermanos Dalton que tú conoces, ese Risitas... Un beso, primo

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    1. No te entusiasmes. En las estaciones de autobuses tenemos "un jartón" de datos e historias y nadie nos paga nada. (Doce libros de incidencias que pueden dar mucho de si.)

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