martes, 11 de septiembre de 2012

Inventario apresurado

 
Reconozco que he estado a punto de preparar un plato combinado de sobras escritas el verano pasado, y de servirlo recalentado. Porque es verano, de esa clase de verano equiparable al jubilado que decide volver a matricularse en la carrera que no debió abandonar a los veinte años, cuando le tocó suceder a su padre en el mostrador de la ferretería familiar: estos días de septiembre se ilusionan más por el temario completo de las vacaciones que aquellos de julio o agosto, cuando el verano todavía era joven y narcisista. Sigue siendo verano para mí, aunque en el telediario desfile un bucle sin fin de vueltas al cole y al gimnasio, y por eso no tengo ganas de escribir.

Pero tengo otras cosas:

  • Tengo dos dedos de la mano derecha empeñados en recibir de huésped a la dermatitis, dos Pepitos Grillos a los que les repele un poco mi complacencia vacacional, y que consideran necesario advertirme de que en una semana estaré trabajando, igual que todos los mortales que tienen trabajo, y que, por tanto, va siendo hora de empezar a sacarle punta a la resistencia y a la voluntad.

  • Tengo granos rebeldes de arena en las orejas, porque Jose y yo nos hemos duchado juntos a la vuelta de la playa, y eso une mucho, pero no te deja inmaculado.

  • Tengo la pesadez inútil de todos los meses en todo lo queda al sur de mi ombligo. 
     
  • Para compensar, tengo los ojos ligeros, los brazos ligeros, la risa ligera.

  • Tengo todavía el frío de noviembre de cuando ayer, a las diez de la mañana, llegué a la playa de Los Lances de Tarifa. El agua estaba al fondo, al fondo, casi en la orilla africana, y la franja enorme de arena húmeda y dura que había dejado tras de sí la marea estaba llena de algas, dunas microscópicas y charquitos con espuma vieja. Parecía la tierra quemada de una campaña militar. O el momento justo anterior al maremoto. Yo tenía las gafas de sol puestas, un poco supersticiosa. No quería reconocer que no me hacían ninguna falta. Poco a poco, y a fuerza de jugar a las paletas y de dejar de mirarlo, el cielo se abrió. Seguí pasando un poco de frío, porque yo siempre paso frío en Tarifa, pero por lo menos tuve el coraje de remojarme el cuerpo en aguas verdes y de aguantar hasta las dos en bañador.

  • Tengo, a ratos, una vocación un poco paleta por someterme a los ciclos sociales y empezar a hacer planes para el nuevo curso, como si asimilara maquinalmente que algo más, aparte de la vieja rutina, empieza siempre después de vacaciones. Tengo el propósito de sentarme en una silla decente, y en una mesa decente, de las que tienen tablero horizontal y cuatro patas, con un folio en blanco y un boli, para anotar la lista de asignaturas que debería ponerme a estudiar en apenas siete días.

  • Tengo una hamaca colgante, dos hamacas inmóviles pero acolchadas, escalones al sol si el viento viene fresquito, y toda la arena que circunda el Estrecho de Gibraltar para curarme de semejante vocación.

  • Pero sigo teniendo alguna idea suelta, como ladrillos que no hacen tabique: tengo el propósito de escribir todos los días. De escribir al menos un relato a la semana. De hacer ejercicios de lectura atenta y “profesional”. De seguir nadando por mi cuenta. De apuntarme a un taller de huertos urbanos. De empezar con el yoga.

  • Tengo ganas. De leerme los cuatro libros que, con más fe que todos los adeptos a la Cienciología, he echado a la maleta para estas vacaciones. De jugar a las paletas. De declarar a voces que soy la peor tenista de la humanidad. De ver al menos la primera temporada de Los Soprano, para que cierta persona deje de dudar de mi estofa intelectual. De batirme en duelo mental con las chicharras. De hacerme un bocadillo de caballa y pasar el día espantando avispas en el río Genal. De comprobar cómo las ramas de un árbol bello y poderoso se van oscureciendo, poco a poco, hasta ser engullidas por la noche y, entonces, de volver a quedar sobrecogida por el aliento sobrenatural de la berrea en el monte de Jimena. De que caigan chaparrones, y de que después todo huela a papelería. De irme a dormir en este instante.

  • Tengo muchas ganas y poco tiempo, que es sólo un poco menos preocupante que tener mucho tiempo y pocas ganas.


3 comentarios:

  1. Lo preocupante es tener mucho tiempo y pocas ganas,cuando es al reves, lo sacamos de donde sea.

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  2. Me hace mucha gracia que no consigas disminuir el número de libros que eres capaz de transportar para no leer.
    Quiero que me compres una entrada para asistir, en primera fila, a la berrea en Jimena, o en cualquier otro lugar.
    ¡Qué ganas tengo de volver a ver llover!

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  3. No, no, lectoradicta, las ganas, satisfechas o por satisfacer, devoran el tiempo.

    Anónimo, entre ida y venida, y a cuatro libros de 300/400/500 páginas por viaje, voy haciendo músculos. Al final ni lluvia, ni berrea. Confío mucho en octubre.

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