(Vacaciones
por aquí, vacaciones por allá. Empiezo a resultar cargante,
¿verdad?)
Como toda medicina, también las
vacaciones pueden tener efectos secundarios. En mi caso, a partir del
quinto día de tratamiento empiezo a:
a) Confundir los conceptos de reposo y
actividad. El reposo se convierte en una cosa muy seria, para cuya
ejecución hay que presentarse debidamente uniformado (bikini y gafas
de sol, si se realiza en jornada de mañana; pijama, y sábana
envolvente por encima, si toca turno nocturno y puesto al aire libre).
Yo me tumbo en la toalla o en la hamaca, estiro todos los músculos,
de la misma manera en que cualquier Manolo hace crujir sus dedos
antes de coger la taladradora, y me quedo muy quieta, muy atenta,
escuchando cómo la sangre corretea vena arriba, arteria abajo,
apuntando los ruiditos de dentro de mis oídos, ajustando el clac con
que los tendones vuelven a colocarse en su sitio, computando el
crepitante ruido de fondo de mi cabeza, mientras sintonizo algún
canal en mi radio mental. Y la actividad, bueno, a veces una tiene
ensoñaciones dinámicas mientras descansa. Ah, mañana, cuando haga
el curry de boniato... Y qué bonito sería bajar al huerto a doblar
el lomo frente a la mata de judías. Entonces, cuando ya no puedes
más de tanto reposar, tu madre empieza a sacar cacerolas del
armario, y a ti se te ilumina la cara ante la perspectiva de pasarte
media hora pelando zanahorias y llorando con el vapores de la
cebolla.
b) Mirarme morbosamente los pies. Bajo el
agua esmerilada del mar, como si fueran los de una estatua griega sin
brazos ni cabeza. Recortados contra el cielo azul, terso como una
sábana de hospital, tan morenos que casi parecen de madera. Mientras
como, mientras leo, mientras vuelvo a reposar, suaves a fuerza de
uso, mis deditos como cantos rodados, las uñas fucsias, el tobillo
retozón. Mis pies vacacionales recuerdan a potros que no han
conocido todavía bocado o brida.
c) Admirar profundamente la manera en que
han aprendido a organizarse tradicionalmente las manadas humanas.
Delicada y eficiente en el uso de los recursos, la unidad básica
denominada familia: dos individuos de sexo contrario se juntan, arman
un nido, se reparten con mayor o menor fortuna las tareas de
mantenimiento de su hábitat, se aparean, sacan adelante a su prole
y, finalmente, permiten que esta salga del nido y se disperse en
busca de nuevos territorios, hasta que le llegue su hora de
reproducir el ciclo. Sólo al segundo día de que mi improbable
núcleo familiar de cuatro miembros vuelva a reunirse en el viejo
nido, me pregunto cómo narices se las apañan los gitanos para
aguantar todos juntos, en generaciones superpuestas unas sobre otras, día tras día
bajo el mismo techo invariable.
d) Perder la noción del tiempo. Decir
ayer suena raro. Decir mañana, pecado.
e) Estos días, además, amenazan con
una contraindicación particular: estoy empezando a perder mi
inocencia lectora. Yo ya llevaba una temporada levantándome de mi
silla y declarando a voz en cuello que leo como una toxicómana,
hecho que me procura placeres sin cuento, pero que también me vuelve
ciega y sorda ante las triquiñuelas y efectos especiales que los
autores utilizan para embaucar a lectores facilones como yo.
Rectifico: ciega y sordomuda, porque, además, mi capacidad para
analizar objetivamente un texto, y exponer mi opinión sobre él, hace
sospechar que en mi genoma la parte neanderthalensis es mucho
más robusta que la sapiens sapiens. Si tengo un día
especialmente brillante, a lo mejor soy capaz, como mucho, de
desgranarte una por una las emociones que esta historia o esta feliz
combinación de palabras me han despertado. Pero, luego, tienes que
saberlo, voy a sentirme un poco lerda, y a preguntarme por qué en la escuela no me
enseñaron a a reflexionar, antes que a hacer análisis
sintácticos y derivadas.
Sé de sobra que para aprender a escribir
es fundamental aprender a leer. A leer bien. Dejando a un lado el
ansia de tragar papel, las ganas de morir por o de matar a los personajes, deletreando frase
a frase, párrafo a párrafo, sin proponerle matrimonio al primer
novelista o cuentista seductor que te chasquee los dedos delante del
rostro. Todo eso lo sé desde hace mucho, porque desde hace mucho
sólo sé responder con un aturdido o, con suerte, travieso levantar
de hombros a preguntas como “qué libros te han marcado”, “por
qué te entusiasma este tío”, o “qué te parece la última
novela de..” Hasta ahora no me he preocupado especialmente por aprender a
diseccionar tramas, puntos de vistas, usos de adjetivos y diálogos,
subordinación de frases, paradas para respirar en los puntos y
aparte de los párrafos. Porque, de alguna forma, siempre he esperado
que la lectura actuase como una especie de transfusión de
conocimientos técnicos sobre la química literaria.
Repito, hasta ahora. Porque uno de esos cuatro libros que
metí en la maleta es Cómo lee un buen escritor, de Francine
Prose. Entre reposo y reposo, entre zanahoria y cebolla, voy haciendo
mis deberes. Me lo llevo a la playa, lo untó de aceite solar, dejo
que conozca la arena y la brisa marina. ¿Y qué recibo, a cambio de
tanta atención? Orejas de burro. La premonición de que leer puede
llegar a convertirse en un desierto de signos. La sospecha de que,
quizás, el que busca con tanto ahínco en el derecho y el revés de
las palabras a lo mejor sólo termina encontrándose a sí mismo y a
sus propios prejuicios, en lugar de al mundo reluciente que levantan
esas palabras. Para alguien que lee apasionadamente desde los seis
años, intentar hacerlo de esa manera forense es como darle cuchillo
y tenedor a un caníbal.
Ahora las portadas de los otros tres libros me
miran con espanto.
Que gracia,leyendo el apartado e, de tu lista,he pensado que ese debe ser un problema muy corriente,de ahí que luego te quejes de tu falta de comentaristas.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con la vecina de arriba y las dos contigo y el apartado e) del post. Qué fácil es ser lector, incluso se puede ser buen lector, impenitente y apasionado. Pero ¿escribir sobre lo que ha escrito otro? ¿Intentar explicarlo, analizarlo? Dices que a ti te resulta difícil...Imagina a los que somos ex-clu-si-va-men-te lectores y quién sabe si buenos...
ResponderEliminarQue maravillos suenan esos planes vacacionales, especialmente ahora que ya estoy de lleno en mi acelerada vida americana, yendo de clase en clase, intentando que mis estudiantes se detengan en una frase de Borges y la pongan al derecho y al revés. Pero vivo todavía la resaca vacacional: lo primero que hice al llegar fue exigir una licuadora de cumpleaños y ahora desayuno todos los días tolonescamente zumo (zumo, ZZZZumo) de zanahoría con gengibre (queda mejor con manzana que con naranja, si quieres saberlo): recuerdo de esas buenas tardes que pasamos los cuatro en Estepona.
ResponderEliminarDale un abrazo a José de mi parte, y dile que estamos muy orgullosos de que se bañe... en el mar.
Y en cuento a la escritura y lectura, yo enseño literatura y cada día prefiero a esos lectores voraces, que a los muermos académicos que no pueden encontrar la más mínima emoción en una frase bien escrita. Y te dejo, que aunque parezca mentira, Lidia me está apurando para salir, y una oportunidad de esas nunca debe desperdiciarse.
Lectoraadicta, touché. Y por eso no pienso a volver a quejarme de la falta de comentarios. Lo he apuntado en mi lista de propósitos para el nuevo curso.
ResponderEliminarQuitarse méritos está muy feo, Comillista.
MOntoyaa, tanto he tardado en responderte que los planes de antaño se han convertido en el trabajo de ahora. El objetivo para el verano que viene será que Jose consiga meter la cabeza bajo agua. Cuento los días. Y no hemos vuelto al Tolone, por perros y por románticos.
Quiero asistir a tus clases!