domingo, 30 de septiembre de 2012

Cuestiones intimíssimas


Ahí me tenéis, con las tetas al aire, y dejándome tentar por conductas autolesivas. O directamente homicidas. Todo es de color marfil en el probador de Intimissimi, todo cursi como los arreglos de una novia en el día de su boda. Los sujetadores se multiplican como una plaga, se amontonan en las perchas, desbordan el banco de madera elegantemente teñida, resbalan al suelo. Y ninguno me queda bien. Son demasiado grandes, demasiado autocomplacientes. Me pierdo dentro de su esqueleto de almohadillas y aros. Y yo, que aborrezco del discurso feminista, me miro los lunares y la marca delatora de las costillas en el espejo, y me pregunto qué fue de aquello de quemar la ropa interior, y por qué los sujetadores recuerdan cada vez más a miriñaques. Qué hago yo aquí, mujer liberada hasta de su forzosa condición femenina, buscando uno que se esconda con discreción detrás del vestido que me he comprado para la boda de mi prima, y que resalte, a la vez, mis nulos encantos. O que al menos no los convierta en una de esas tortas de la Virgen con que dos de cada tres granadinos se pasean hoy por las calles.

Ahí me tenéis, diciendo maldición, y humillándome ante mis cromosomas XX. Porque mi vestido es precioso y complicado. De muñeca, dice Jose. Con qué tipo de primas y vecinitas perversas te relacionabas tú de pequeño, digo yo. Mi vestido es rosa, como corresponde a una muñeca. Rosa coral, para matizar un poco tanta connotación pasiva. Con escote palabra de honor. Es que te meas con el dramatismo imperecedero de lo castellano. Lo que en inglés, strapless, “sin tirantes”, es seco, conciso, puramente descriptivo, en castellano se convierte en una orgía de caballeros con la mano en el pecho, juramentos, guiños y damas en las que el recato es disfraz de guarrería. Palabra de honor que no se cae si tú no tiras de él. Una corrección: mi vestido tiene un falso escote palabra de honor, porque se sostiene malamente con una pieza de encaje. Con lo cual mi vestido de muñeca se hace cada vez más sospechosamente muñeca inflable. El caso es que cualquier sujetador de cualquier hembra humana contemporánea – ya se sabe, de esas que se empeñan en trabajar y tener una vida activa y sudar en los gimnasios y cargar las bolsas del Mercadona y correr por las calles para llegar a tiempo al colegio de sus crías y amamantarlas y ser montañeras/espeleólogas/surferas y, a pesar de todo ello, conservar sus mamas más cerca de las amígdalas que del ombligo, para gustarse a sí mismas, por supuesto, o al menos para gustarse más de lo que le gustan las demás, porque ¿qué hembra contemporánea le da valor a lo que le guste a los machos de su especie? – cualquier sujetador cotidiano asoma descaradamente por encima de la palabra de honor y a través del encaje. El horror, el horror.

Así que me pruebo todo tipo de sujetadores. Con vocación de invisibilidad. Con aspecto de venda deportiva. Apropiados para una escapada de recuperación de la chispa conyugal. Apropiados para las profesionales del oficio. Con aros ocultos como un pecado. Sin aros. Con relleno. Los que no tienen relleno los descarto con un suspiro de nostalgia. Y qué, le voy diciendo mientras a ese reflejo huesudo del espejo. Y qué si un centímetro de tejido sintético asoma por un escote ridículo. Y qué si nunca tendré, sin ayuda de la cirujía, unos melones de Galia redonditos y globosos que rimen con mis redondas y globosas nalgas, igual que rima todo en los templos hindúes

File:Khajuraho10.jpg
Pues yo me hincho de curry, y ni de coña se me ponen así de redondas
 
Y qué si me pongo un sujetador de algodón, con un lacito azul sobre el esternón, como el primero que me compró mi mamá, puesto que vuelvo a tener pechos de treceañera. Y qué si no llevo ropa interior, y mis pezones se marcan como frambuesas bajo el rosa coral. Y qué si voy a una boda en vaqueros (y sandalias verdes de tacón. A eso no estoy dispuesta a renunciar). Y qué si dejo colgado ese condenado vestido hasta que las noches vuelvan a oler a dama de noche y espetos. Y qué si me niego a pasar frío. Y qué si reconozco que un vestido así, junto a un puesto de castañas asadas, es tan absurdo como un pingüino en Fuengirola. Y qué si no vuelvo a ir a una boda nunca jamás. Y qué si escribo un post sobre el conjunto de síntomas que las bodas manchegas me provocan. Y qué si eso me convierte en una proscrita, y un piquete de camioneros furiosos me impide franquear Despeñaperros, y me obliga a coger la Ruta de la Plata, cada vez que quiera ir al norte. Y qué si estrangulo con seda turquesa a la dependienta que me ha pasado por detrás de la cortinilla un sujetador de la talla 80, y que, maldito sea su ojo clínico, ha dado en el clavo.

Pero lo que yo quería contar, antes de que una sobredosis de estrógenos me arruinara el post y la seguridad física, es que, en el probador contiguo al mío, unos padres aconsejan a su hija adolescente. Volved a leer la frase. Unos padres. Un ser humano con tacones junto a un ser humano con barba. Y, ahora, que levante la mano la que alguna vez haya ido a comprarse ropa interior con su papá. Al Intimissimi, donde cada centímetro cuadrado de raso y encaje habla de maniobras jadeantes en la oscuridad. Cuando vi a ese hombre paciente y pícaro a la vez, pensé en mi padre. En la reserva y en la impermeabilidad de mi padre. En la nube de emociones que nunca ha sabido o ha querido, no lo sé, expresar. Y pensé en cómo habría terminado siendo yo, de haber tenido un padre que nos hubiera acompañado a mí y a mi madre a comprar sujetadores *. Pero esa es otra historia.

(*¿Alguien ha pensado que culpo de algo a alguien? ¿Alguien me acusa de freudismo barato? Nada más lejos de la realidad. Mi historia es como es y así la quiero. Simplemente, me intrigan todas las otras semillas de Silvia que nunca llegaron a fructificar)

7 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas01 octubre, 2012 14:27

    Joer tía. Tenia que ser hoy el primer día que leo tu blog en el horario en el que se supone que no debería hacer otra cosa que trabajar. Menos mal que mi jefes no van a leer esto, porque el simpático marcador de la hora en que se escribe me delataría. Bueno, lo digo más que nada porque mis compañeros deben estar pensando que antdo mal de la olla, mirando al minúsculo movil y riendo abiertamente. Tienes gracia a raudales y ay, cómo comprendo tus peleas con esa prenda diabólica y con las bodas y que Laurita no se nos ofenda, que nuestra alergia no tiene arreglo. Ah, se me ponen los pelos como escarpias si en lugar de ese padre o incluso del tuyo hubiera visto al mío.

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  2. Silvia,las pinceladas que has dado en algunos post sobre tu padre,me hacen pensar, que si no te acompañó a comprar ropa interior fue porque no se lo pediste.Lo hiciste?

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  3. Este finde ha terminado un ciclo de 4 BODAS EN UN MES! (y 5 en todo el año). En las últimas ya me daba igual la sofisticación de la ropa interior.
    Cuando vendrás por tierras manchegas?
    Laura

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  4. Comillista, ¿a las 14:27 tienes todavía que rendir cuentas a tu jefe? Mi jefe lleva ya una hora en estado catatónico (y fíjate en el reloj delator)

    Lectoraadicta, no, no se lo pedí. Y la chica del probador de al lado ¿tuvo que hacerlo?. Que yo no echo de menos esa experiencia en absoluto, conste.

    Laurina, acabas de convencerme definitivamente sobre las bondades purificadoras y fortificantes del yoga. Cualquiera, en tu caso, estaría ya hospitalizado. Yo calculo que allá entre el 11 y el 14 andaré por aquellas bizarras tierras.

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  5. Jajaja, no lo había pensado, pero es posible que ya mi ser se desparrame fluyendo en modo automático ante (casi) todo lo que la vida va trayendo...HAZ YOGA!, COPÓN!.
    Bss
    Laura

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  6. Hay padres que incluso han ayudado a su hija a depilarse cierto lugar de cuyo nombre no quiero acordarme. Hay padres y padres. Como siempre que te pones cómica, que pechá de reir leyendo tus aventuras íntmas!!!

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