Querida gentuza alérgica al
comentario:
Escribo estas breves líneas
para informarles de una noticia que nos hace muy felices a Jose y a
mí. Después de más de un año buscando la parejita, por fin la
hemos encontrado, en ese París de los nuevos tiempos que es el
Mediamarkt. Ahora podemos afirmar que, definitivamente, hemos pasado
al segundo estadío de Escenas de Matrimonio: ya no
compartimos cerveza ni cepillo de dientes ni ordenador. A partir de
mañana, coincidiremos, como mucho, en el desayuno/almuerzo/cena y,
si los jefes nos regalan buenos cuadrantes, durante las horas de
trabajo. El resto del tiempo cada uno se recluirá en una de las dos
habitaciones de nuestro hogar (dormitorio y todo-lo-demás), y
permitirá que su atención sea engullida por su respectiva e
intransferible pantalla. Se acabaron los regateos tipo “vale,
escribe tu dichoso post a la hora de la siesta, que a mí me toca la
custodia del ordenador después de la cena. Me lo pienso llevar a ver
un interesantísimo documental sobre la dura adolescencia del general
Noriega”. Se acabaron los morritos y refunfuños y los merodeos con
mucho suspiro y ninguna palabra en torno a la cama que uso como
escritorio Se acabaron las disputas sobre quién fue el último en darle de comer a la criatura. Se acabó la necesidad de poner caritas de pena a la hora
de hacer el equipaje, y la manera en que me autosugestionaba para
aceptar que sí, que lo lógico es que el ordenador no se viniera con
nosotros de viaje, que luego ya se sabe, los aparcamientos dudosos, y
nuestra tendencia morbosa a convertirnos en víctimas de atracos
automovilísticos, y la temperatura de incinerador del maletero, y la
cantidad de trastos, y la incompatibilidad espacial entre su bolsa y
la de los zapatos. Se acabó el pavor de bajar unas escaleras con el
ordenador en brazos. Se acabó la certeza de que todas mis fotos y
mis textos terminarán siendo devorados por el ataque de un virus
norcoreano, contraído en algún oscuro blog poblado por japonesitas
en biquini o friquis del basket. Se acabó para siempre, oh no, esa
excusa tan socorrida, a la hora de
saltarme el entrenamiento en el teclado, de que el ordenador con el que escribo es un
bien ganancial y, por tanto, es obligación mía compartirlo.
A partir de mañana, cada
uno hará lo quiera cuando le plazca. Dejaremos de ir de la mano por
las sendas del ciberespacio. Nos haremos menos caso y viviremos en un
entorno virtual plácido. Cualquier día, quizás, puede que nos
encontremos de casualidad en una página de contactos, y que, por
detrás del apodo de Atlética Pechugona, yo reconozca sus
chistes a lo Monty Phyton, y que él sepa de inmediato qué
cara y qué culo tiene la persona que se hace llamar Mark Spitz me
copió el bigote. Cualquier día, cuando él caiga por fin en
las garras de Facebook, yo colgaré el menú semanal en su muro, y él
le dará al “Me gusta”, o comentará “Me sale ya la quinoa por
las orejas”. Y mañana mismo, al escribir, me despistaré todavía
más buscando las diferencias sutiles entre el murmullo de un teclado
y otro. No echaré de menos a mi primogénito, porque, como madre,
tengo tan poco apego a mis crías como las águilas perdiceras a sus
pollos ya criados. Lo mismo me da que el ordenador que utilizo se
llame Pepe o Paco. No me parezco a esos escritores que se asfixian
con su propia pajarita cuando la pluma preferida, la irreemplazable,
la que le regaló su padrino para la primera comunión, esa con la
que escribió el Primer Premio de Novela Retuerta del Bullaque, se
despunta. Qué va, yo podría escribir con el teclado de un móvil de
hace siete años, y sobre la arena de zonas intermareales.
Así que no voy a honrar a
este querido cacharro con un entrañable y lírico post de despedida. Me voy a
acostar, que la reproducción tecnológica es una cosa que cansa
mucho. Y, además, mi Jose quiere intoxicarse con otro documental.
ResponderEliminarPero que gracia tienes,puñetera!.
!ja, ja, ja¡ Se me caen las pecas de la risa. !ole¡
ResponderEliminarNo soy un friki ¿verdad que no?
¡Así que ordenador nuevo! Bienvenido a la familia. (Aunque no deja de ser un electrodoméstico más.)
ResponderEliminarRozas el frikismo con gracilidad, Monseñor.
ResponderEliminarBubo, tranquilo: yo soy lo contrario de la mitomanía escrituril.