miércoles, 15 de agosto de 2012

¿Maniática? ¿Yo?

(Un post que empecé a escribir ayer, y por eso se me ha descontrolado su largura)


Me despierto un poco desubicada, como si ayer me hubiera acostado en una habitación de hotel. Es la sintonía del móvil, mi móvil. Porque habitualmente es Jose el que tramita el ritual nocturno de prender la alarma del suyo, el que coloca esa pequeña bomba casera en su mesilla de noche, el que hace callar, todas las mañanas, a los detestables pajaritos que nos recuerdan que somos adultos. Hoy, en cambio, ha sonado una melodía propia de chiringuito de playa ibicenca, muy cerca de mi oreja derecha. Y, tras saltar ágilmente por encima de la extrañeza, he sonreído, no porque los tonos chill out cumplan en mi alma su supuesta función benéfica, sino porque que suene la alarma de mi teléfono significa que Jose no está, y que Jose no esté significa que esta mañana no me he despertado a las seis y media. Mi teléfono es mucho más condescendiente que el suyo. Ajajá, las ocho y cuarto de la mañana, amiguita. Cerca de dos horas de vigilia que no he puesto en el altar de la Administración. Ahora meas, te lavas la cara, te metes en el uniforme, un buen rato después del horario habitual, y te vas pitando al centro de salud. Lo cual corrobora mi sonrisilla de astucia.

Porque a mí me molan, a nivel subpatológico, los análisis de sangre. En serio. Me encanta observar, después del pinchazo, cómo ese líquido casi negro sale gallardo, burbujeante, de mi vena, o de mi arteria, yo qué sé, y agradecer el hecho milagroso de que, escondido bajo mi piel, trabaje ese circuito infatigable, con mucha más constancia de la que mi voluntad será capaz de aplicar nunca a tarea alguna. O igual es que tiendo a la morbosidad. En fin, que ignoro los rugidos de mi estómago, y me cuelgo la mochila del trabajo, dispuesta a salir por la puerta.

Dispuesta y sin novio. Dispuesta y sin llaves. Porque el novio, pobre pringado que no tenía la excusa de un análisis para comerle una tajada a la jornada laboral, se ha llevado esta mañana los dos juegos de llaves que abren la puerta de mi casa. Vale, no pasa nada. Soy una tía astuta. Tiraré del pomo. Quería volver después, para meterme en el buche un par de tostadas, pero ya desayunaré camino de la oficina. Agarro el picaporte. Y la puerta no se abre. Por qué. Porque el Susodicho ha vuelto a ejecutar una de sus manías que peor me sientan. Me ha dejado en casa con un par de vueltas de cerradura echadas. Como si yo fuera la jodida Rapunzel. Como si una pandilla de búlgaros merodeara permanentemente por nuestro barrio en busca de mercancía para su negociete de trata de blancas pitiriásicas. Y, en condiciones normales, no lo soporto. Me hace imaginarme saltando por el balcón para no morir abrasada. Y lo que es peor, mucho peor, hace que me sienta feminista. Sólo que hoy las condiciones normales se han ido con él al trabajo, porque a) repito, me ha dejado sin llaves, y b) en diez minutos tengo que estar en el centro de salud.

Así que, mientras espero a que venga a desenjaularme, después de haber usado un idioma indescifrable para insultarle por teléfono, trato de recuperar la calma haciendo un recuento de las muuuuuchas manías que tiene este hombre con el que vivo. Después cuento las mías, y pongo ambos montoncitos en la balanza. Resultado empírico: mi platillo levita, y el suyo se va al fondo igual que un niño gordo en un balancín. Así se cumple mi venganza. Punto. Porque cuando por fin llega, yo atravieso el Realejo cual Usain Bolt, y sólo llego con cinco minutos de retraso a mi cita con la sensual aguja. Luego desayuno con toda la parsimonia del mundo en mi casa, y me voy al trabajo, majestuosa como el rey de la manada. Así que, efectivamente, no voy a hacer públicas sus manías, porque mi rencor ya se ha agotado. Los que lo conozcáis, podéis conservar esa (falsa) imagen suya de persona mesurada y cabal. Conformaos, pues, con mis manías flaquitas:

  • Veamos, en una casa con un solo cuarto de baño como la mía, en la que sus dos habitantes se levantan de la cama al unísono, tengo que ser yo, sin negociación posible, la primera que evacue su vejiga. En caso contrario, la urea acumulada en mi organismo a lo largo de toda la noche pasa a mi sangre, y me pongo verde como Hulk. Y no puedo vivir como los seres humanos hasta que no me echo en la cara mi cremita hidratante.
  • Jamás bebo café en vaso. No soporto que en los bares me sirvan tostadas ya untadas con una tonelada de esa mantequilla que no ha olido la leche ni en sus mejores sueños. Siempre le exijo a Jose un par de mordisquitos de su tostada. En realidad, soy una gran mordisqueadora: me priva abrir los paquetes virginales de galletas, de queso, darles un repasito mínimo, y después abandonarlas. Soy la Casanova de las despensas.
  • Ya he dicho por ahí que siempre combino los colores de sujetador y bragas. Si no, me siento igual que una Belén Esteban con el tabique nasal destrozado. Y siempre me ato los cordones de los zapatos de pie. Siempre, con perdón por el alarde.
  • Cuando me ducho, necesito una toalla para secar mi frondosa cabellera, y otra para el resto del cuerpo. Cuando sólo dispongo de una, no hay manera, siempre me quedan charquitos en esa cueva que tengo entre culo y cintura.
  • Me pongo un tanto agresiva cuando me atosigan mientras cocino. Y estoy a punto de declarar la tercera y la cuarta guerra mundial cuando la comida, que primorosamente acabo de preparar, tiene que esperar en la mesa a que se siente el huevón del comensal. Sin salir del comedor, siempre quito la mesa, y a veces hasta friego los platos, antes de comerme el postre. Mi mamá, que me grabó a fuego lo de la obligación antes que la devoción.
  • Nunca contesto al teléfono entre las tres y las cinco de la tarde. Ni pasadas las once de la noche. Por dignidad.
  • No puedo meterme en la cama, si en la mesilla no hay un libro, en el suelo una botella de agua, y bajo la almohada, un par de tapones para los oídos.
  • Guardo, por doquier, mil papelitos con notas, recetas, menús, ideas de post, listas de blogs y libros, alucinaciones varias. La nieve sucia de los papelitos se amontona dentro de mi piso.
  • Cuando llego a casa, siempre dejo las llaves puestas en la cerradura. Pero estoy dispuesta a batirme en duelo para defender que esta es una costumbre básica para mi supervivencia ciudadana, y no una manía. Si yo tuviera que contar ahora todas mis tribulaciones cerrajeras, se me acabarían las vacaciones escribiendo.
  • Esta sí que es una manía. Deleznable: cuando empiezo un libro, suelo leerme la última frase después de la primera. Soy lo peor.

Y, dados los sudores que me ha costado parir esta lista, puedo concluir que, comparadas con las del Susodicho, mis manías son de tercer grado. Todas ellas pueden ser corregidas a mi antojo. Ninguna integra el esqueleto de mi vida. Puedo cumplir sus comportamientos contrarios con bastante solvencia. Ergo, soy pura flexibilidad y dulzura.

Y ustedes vusotros, ¿serían capaces de enseñar en público alguna de sus manías?



8 comentarios:

  1. Sería capaz,pero tengo un millón.Me encantas prima.

    ResponderEliminar
  2. Imagino que es más fácil ver las manías en comparación con otros y, puesto que moro sóla en mi habitáculo de un dormitorio, me es complicado...but: no me puedo ir a duchar sin que haya un cubo de agua a mi lado para echar el agua fría que sale antes de la caliente... me pongo MUY mala si veo cómo el agua se pierde (esto es sólo aplicable al invierno).
    También me pongo MUY MALA cuando la gente derrocha papel o se pone a fregar los platos con el grifo abierto e incluso habla tranquilamente mientras se perpetra ese asesinato hídrico!!! (esto viene de mis años de convivencia).
    ...y bueno, últimamente me cuesta mil comprarme ropa porque internamente estoy de mala leche con que todo se fabrique fuera de España...
    Total, que aquí tirando mínimamente de la manta han salido unas cuantas, jajaja.
    Por cierto, que yo también tengo la de la llave dentro de casa y estoy contigo que es por supervivencia y PARA NO PERDERLAS!!!!.
    Besos mil, resalá!
    Laura

    ResponderEliminar
  3. De las que comparto contigo:
    Parcialmente: la del vaso de agua y el libro en la mesilla de noche. Los tapones de oído solo en casos extremos (como pasar vacaciones en la casa de mi madre en un barrio popular de Medellín).
    Totalmente: la del libro consumido hasta su última página. Lo siento, una vez que empiezo, ya no hay tutía que valga, puede ser la autobiografía erótica de Rajoy: hasta el final, aunque sea a punta de madrazos al autor. Libro empezado, libro terminado. La longitud no cuenta: así me tragué los siete tomos de "En busca del tiempo perdido" (en la edición de Alianza, que desde hace años me acompaña) y esa inhóspita catedral de la inteligencia que es "El hombre sin atributos". Por eso, ahora cuando me recomiendan una lectura, me la pienso muchas veces antes de atacarla.
    Y bueno, ésa es la manía confesable; de las otras, mejor no hablar, que imagino que mi andaluza consorte puede dar cuenta de ellas con mayor precisión.
    Y bueno, te debo un comentario al post del atasco en Bolonia, que allí yo cumplí el papel de amigo parlanchín del asiento trasero. Pero resulta que cuando lo escribiste, estabamos en París de no-luna-de-miel, luchando contra una invasión americana-japonesa a la torre Eiffel; y, como supondrás, en esa situación bélica, el acceso a internet era limitado.
    Un beso,
    O.

    ResponderEliminar
  4. Anónimo entre comillas16 agosto, 2012 22:57

    Va a ser que lo de las manías está en los genes, porque las comparto casi todas contigo (pero son tan leves, ¿verdad?).
    Aunque ayuda lo de tener sendos baños, ni por esas; hay un momento en que parece que hay que usar el más cercano al mismo tiempo y claro, gano yo.
    ¿Café en vaso? ya me han dao el desayuno y lo rematan si me traen el aceite chorreando por todos los poros de la tostada (no se me ocurre pedir mantequilla en sitios donde no tenga la seguridad de que ponen "tu" porción envasada y no un cubo sobre la susodicha tostada).
    Y necesito dos toallas para secarme después de la ducha; mi larga cabellera -sobre todo ahora- no se conforma con menos.
    Ay, lo de que el comensal huevón no baje a la primera llamada del gong a comer...
    Y no contesto al teléfono, a esas horas demenciales, sobre todo porque me he ocupado de desconectarlo antes, y claro, no suena.
    Y guardo montones de notas, apuntillos, etc.
    Pensarás que podría haberme molestado en buscar las mías-no-coincidentes, pero es que así ha resultado mucho más cómodo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Siempre tan dispuesta a sacarnos una sonrisa, Silvia. Qué reconfortante me resultas. Saludos!. Y como me ha untado de optimismo... http://www.youtube.com/watch?v=9Ra0DsbiNs0

      Eliminar
  5. Sois la monda, gorrioncillos:

    - La primita, por tímidota.
    - Laura, lo del cubo de agua, querida, podría aparecer en una de Woody Allen.
    - Anónimo montoyita, porque ya hay que tener ganas de facturar en la maleta Los Siete de Proust (a que suena a remake?), y porque no has pillado que mi asquerosa manía es leer la última frase del libro JUSTO después de la primera, antes de atacar la segunda, tercera, etc.
    - Y Comillas vuelta al redil, porque eres una flojona de cuidado.

    ResponderEliminar
  6. Gracias maniáticaaaa!!!!!!

    ResponderEliminar