Pintarse con primor las uñas de los pies
es una cosa tan difícil y prescindible que parece un arte. Si eres
una neófita, si la elasticidad de tu columna vertebral dista de ser
la de Nadia Comanecci, si tienes el pulso de un neurocirujano
borracho, si tus gafas de chica lista se columpian por la nariz y te
amenazan con la ceguera, entonces date por guarreada. Lo bueno del
asunto es que este es un arte tan íntimo como el de las cuevas del
Paleolítico. Tus pies, bendito sea el bipedismo, acaparan la misma
atención del prójimo que la que pone Rihanna en los consejos de los
estilistas. Lo mismo da si en las uñas llevas la Capilla Sixtina o
un gotelé practicado por monos cocainómanos. Nadie va a darse
cuenta del timo. Los pies son la parte más recóndita e inadvertida
de tu cuerpo, mucho más que tu paladar o tus cosillas sexuales.
Nadie va a acercarse lo bastante a ti como para apreciar las
bondades/maldades de tu pedicura. Y si lo hace, créeme, no me parece
que en ese momento esté para la crítica artística. Y si lo está,
créeme, se merece una patada con uno de esos dulces pies tuyos de
prostituta vieja. Así que el acto de pintarse las uñas una misma es
primo hermano del onanismo. Con perdón, mamá. Tú mete tus mal
pintados pies en unas sandalias bonitas y sal a la calle. Cuando
estés sentada en la terraza, aspirando el fresco de la noche como si
acabaras de descubrir el oxígeno, hasta tú te creerás tu propia
falsificación. Oh, oh, ¿pero cómo me han salido estos pies de Rita
Hayworth?, te preguntarás. Tú, que aborreces las uñas pintadas
tanto como un talibán, hazlo por primera vez, date un paseo, y luego
límpiate el esmalte. ¿No te parece, ahora, que el color es el
estado natural de las uñas? ¿No te da de repente la sensación de
que esos pies enfermizos que tienes al final de las piernas podrían
asomar por cualquier litera del Anatómico-Forense?
Esta tarde, mientras me pintaba malamente
las uñas de los pies, pensaba que eso que estaba haciendo, esa
actividad de resultado dudoso, perfectamente trivial, pero en la que
a pesar de su propio vacío, te concentras como un astrofísico, se
parece bastante a escribir sin tema, un día de verano. Sé que voy a
salirme de los márgenes de la buena escritura, que voy a ensuciar de
tontunerías vuestro exquisito gusto literario, que este va a ir de
cabeza a la categoría de “El post más lamentable jamás
perpetrado”, pero no me importa mucho, la verdad. Yo le doy a las
teclas, escucho su vocecita de carcoma bondadosa, y aunque sepa que
hoy no voy a arrancarle a nadie una sonrisa de reconocimiento, sigo y
me aplico, la punta de la lengua asomando entre los dientes, alegre
como los bienaventurados. Sigo sin mí misma, olvidada de mis
ambiguos conceptos sobre lo que es bueno o malo.
¿Y qué puedo decir en un día de verano
en el que no salí de la casa idílica de mi padre más que para ir a
la playa o al Carrefour? ¿Qué puede decir uno cuando tiene el
sencillo silencio en la punta de la lengua? Dentro de una semana
apenas si recordaré que este fue uno de los días en los que me
sentí más de acuerdo con mi propia vida. Tendré un sabor como de
leyenda pasada de moda en la boca, y no sabré nada de su procedencia
ni de los ingredientes que la conformaban. Con el vicio de la
complejidad inserto de nuevo en la sesera, no se me ocurrirá pensar
que esos ingredientes fueron tan de andar por casa como el pan y el
queso. Porque hoy, bueno, no ha pasado nada de lo que siempre supongo
que tiene que pasar, cuando busco mi vocación y mi rumbo más allá
del alcance de mi mano. Hoy, sin más diálogo que la chanza con mi
padre y los arrumacos telefónicos. Hoy, sin proyectos ni escapadas.
Hoy, sin más menú que un gazpachito verde y un muslo de pollo. Hoy
sin metáfora ni trama. Hoy. Se me llena la boca. Me chorrean jugos
frutales, barbilla abajo.
Hoy: vi el mar, tan liso y tan gris, y me
maravilló que la imaginación humana, insuficiente cuando se trata
de enderezar la vida parda de todos los días, haya sido capaz de
darle cuerpo a imágenes tan bonitas como el estanque de mercurio de
los palacios árabes.
Hoy: miré a mi alrededor, y me hice la
siguiente declaración: qué está pasándole al Homo sapiens, cuando
una treintañera culta se conforma con que un tío no tenga barriga
para considerarlo sexy, más allá de su tamaño, edad, armonía
facial, densidad capilar, dedos de frente o humor.
Hoy: colé tofu y tampones en la cesta de
mi padre. Hoy: no perdí en ningún momento la paciencia ante sus
indicaciones de cómo se supone que se conduce académicamente un
automóvil. Hoy: me salió un menú para tres días con una agilidad
de premio Nobel.
Hoy: otra tarde de siesta abortada por
culpa de un libro.
Hoy: escuchando sobre la cama la saña
con la que un óvulo fatalista se agarra a su nidito en el ovario,
como si ahí adentro hubiera intuido su triste destino. Hoy: (ahora
que mi madre está en el pueblo y, cuando vuelva, se meterá tal
empacho de articulillos que ni cuenta se va a dar de los detalles
mínimos) vuelven a cautivarme los caprichos de mi cuerpo, que
siempre ha llevado sus maquinaciones reproductoras a la velocidad
desquiciada de Wall Street, como si quisiera acelerar la menopausia
y, de repente, descubre las bondades de la calma. Hoy: me pregunto si
la semilla del diablo o del santo espíritu dará positivo en un test
de embarazo. Hoy: se puede tocar batucada en mi bajo vientre. Hoy:
ante vuestras sospechas, sólo contesto, como la añorada Amy,
NO-NO-NO.
Hoy: la cueva de Alí Babá en el
congelador de mi padre. Yo no vi ser humano más galgo. La joya del
tesoro: un helado de yogur y frutas del bosque con el que me casaría,
si el partido en el gobierno consintiera en semejante forma de
matrimonio.
Hoy: mis uñas color “el amor es de
color frambuesa”. Hoy: escribir exaltada y sin objeto. Hoy:
embriaguez de jazmines y aire amable. Hoy: la vida como una broma de
la que uno no se cansa. Hoy: gracias gracias gracias.
Pues sí, por aquí -aquí abajo- hay alguien a quien le arrancas siempre, siempre, siempre, una sonrisa de reconocimiento. Porque eres capaz de escribir sobre cómo no te ha pasado nada especialmente contable y hacerlo tan bien que es un placer leerlo.
ResponderEliminarCasi me he tomado como algo personal ese, seguro que impersonal; "tú, que aborreces las uñas pintadas tanto como un talibán..." No, si terminaré probando...
Hoy, desde este pueblo tuyo y mío en el que todo me resulta familiar y la vida muy fácil, pero que a veces, al caminar por sus calles, lo siento más ajeno que una isla perdida cerca del Círculo Polar.
Peeeero,esto es cosa de magia, o qué? Cospedal da el internel gratis y por telepatía? ¿Es que te has echao a la moda del smarfón?
ResponderEliminarPerdona que te corrija, querida: personal, muy personal. Me gustan tanto tus comentarios que vamos a tener que firmar el blog a medias