domingo, 12 de agosto de 2012

Bestiario forestal

Allá en los albores de este blog (¡y ya suena la cuenta atrás del primer aniversario!), tuve la suficiente poca vergüenza como para publicar una avanzadilla sobre el hábitat y la etología de esa especie endémica de nuestro territorio conocida como El Forestal. Si tuvisteis la paciencia de leerla hasta la última frase, seguro que os disteis cuenta de que aquello no dejaba de ser la caricatura de una variedad, sólo una, de tan particular gente (mal) vestida de verde. Una subespecie de nosotros tan significativa, tan fácil de detectar en cualquier excursión dominguera por montes, tascas y áreas recreativas de la superficie peninsular, tan esencial a la hora de entender la historia y las vicisitudes de un Cuerpo cada vez más desdibujado, que ni yo misma, con toda mi vocación por lo preciso, pude resistirme a generalizar. Pensad en un mono tipo: dos patas arqueadas, dos brazos largos, la nariz aplastada. Pero ¿es un gorila, un chimpancé, un bonobo, un tití? A mí me pasa lo mismo con mis compañeros de trabajo: me dicen “forestal”, y yo, más que señalarme con el dedo, me acuerdo de aquella criatura relicta a la que por aquel entonces me dio por bautizar como F. 
 
Pues bien, si en aquel post introductorio tuve poca vergüenza, hoy no pienso quedarme atrás. Hay tantas subespecies forestales como de currucas, y estas son algunas de ellas:


  • Empecemos, por recapitular, con la subespecie a la que pertenece nuestro viejo amigo F: “El Rancio”. Pantalones amarrados justo por debajo de un abdomen prominente. Cutis, como dijimos, de tonos rojizos. Un llavero en el bolsillo con el arcaico escudo del cuerpo de forestales. Habitualmente, perteneciente a una larga estirpe familiar de guardas. Tendencia a seguir llamando de “Don” a los ingenieros de montes. Melancolía por el prestigio y las gestas del pasado. Frecuencia con la que narra incendios ocurridos hace quince, veinte, treinta años, lindante con la piromanía. Aguda añoranza por las repoblaciones y las casas forestales. Exquisita adaptación de las extremidades superiores a la barras del bar. Simbiosis casi perfecta con los pedales del todoterreno modelo Land Rover Defender. Obstinación a la hora de meter dicho vehículo por trochas y sendas que el sentido común medio calificaría de impracticables. Empeño en seguir escribiendo informes a mano. Empeño, aún más porfiado, en no dejar que su pureza se vea contaminada por el uso de nuevas tecnologías. Desconfianza patológica hacia cualquier coche aparcado en una cuneta. Pequeñas manías: dejar siempre el coche en posición de salida inminente. Salir por un camino distinto al que usó para entrar en el monte. Usar el pronombre posesivo “Mi” delante de ese mismo monte donde desarrolla su actividad. Comprobar rutinariamente que el micrófono de la emisora no ha quedado pisado, que luego tó se sabe.

  • El Escudero”: dícese del agente de nuevo ingreso, generalmente universitario y sin conocimiento previo de la idiosincrasia arriba descrita, que, tras un periodo de adaptación complejo y desconcertante, queda deslumbrado por la personalidad del “Rancio”, y se pone a su sombra y servicio, imitando sus chascarrillos, su idioma (“ese tiene menos papeles que una liebre”), sus manías (“yo, la oficina, ni pisarla), su manera de torcer el pescuezo al paso de una hembra, e incluso, antes de cumplir el primer trienio, sus características formas redondeadas.

  • El Minimalista”: esta entrañable variedad se mete todos los días dentro de su uniforme con el propósito de alcanzar el virtuosismo en el noble arte de no hacer nada, bien por pereza y talento naturales, bien porque ha alcanzado un desarrollo espiritual de tal magnitud que la importancia que se dan a sí mismos los miembros de las subespecies anteriores le provocan ganas de hacer pipí. Minimalista es descarado, sumamente ingenioso a la hora de aplicar excusas y maniobras dilatorias, ágil y sigiloso como un gato, si intuye que alguien está a punto de encargarle un trabajo, difícil de localizar por teléfono o emisora. Minimalista siempre cae de pie, y usa de manera tan sutil el lenguaje que, cargando el trabajo que le toca sobre otras espaldas, siempre cae simpático. Un tío fino.

  • El Rambo”: pantalones embutidos dentro de las botas de caña alta, las mangas de la camisa un poco arremangadas, bíceps arriba, gorra oficial siempre en ristre y los pulgares marcialmente colocados a ambos lados de la hebilla del cinturón, a esta subespecie especialmente robusta el monte se le queda pequeño. Para él nunca hay bastantes furtivos, bastantes parroquianos negligentes a punto de originar un incendio, bastante redes turbias de tráfico de pajarillos, bastantes cebos envenenados. Rambo, pese a lo que su apelativo pudiera dar a entender, se sabe la legislación ambiental y el código penal al dedillo, y está dispuesto a aplicarlo le duela a quien le duela. Porque su enemigo natural, además de los malotes del monte, sin los cuales no sería nadie, es el coordinador demasiado pegado al poder administrativo, que coarta y pone trabas a sus métodos de trabajo un tanto expeditivos. Rambo es más feliz que una perdiz cuando se monta controles nocturnos, simulacros de redadas o vistosas inspecciones urgentes. Rambo gime de placer cuando tira de placa. Rambo procura rodearse de un grupito de aspirantes a Rambo, porque, francamente, aquellos compañeros pertenecientes a las subespecies “Rancio” o “Minimalista” no tragan su hiperactividad y su gusto por la propaganda.

  • El Superviviente”: llamado así porque, en caso de desastre nuclear o recortador, nunca pasará hambre. Todo lo que cuelga de árbol o arbusto puede verse sometido a su particular aplicación del impuesto revolucionario. Para ello hace uso de unas manos extremadamente rápidas y habilidosas a la hora de llenar bolsas de peras. De cerezas. De naranjas. De endrinas. De moras. De espárragos. No es raro que insinúe sus gustos alimenticios a los ciudadanos a los que les firma un permiso de quema. Como no es raro que buena parte de su jornada laboral transcurra en huerta propia o ajena. 
     
  • El Purista”: no bebe. No desayuna. No se deja ver en los bares ni el día de Navidad. No gusta de confraternizar con la parroquia. Jamás se le verá leyendo el periódico dentro del coche, ni tomando prestadas unas cerecillas ajenas. Apenas si ríe o hace confidencias, porque se toma muy en serio su trabajo y su condición de funcionario. Pero que no os engañe su aspecto severo, porque El Purista es capaz de sentir pasiones poderosas. Puede saberlo absolutamente todo sobre la muda del verderón, sobre los musgos paleotropicales, sobre la mierda de los micromamíferos. Puede tirarse horas sin cuento ni calambres mirando a través de los prismáticos. Puede dar un peligroso frenazo en seco en una carretera secundaria para determinar de qué especie es la culebra que ha visto espachurrada sobre el asfalto. Es digno de admiración este Purista, pero, francamente, sus monomanías apabullan a los tiernos forestales generalistas.


Y no quiero señalar.

2 comentarios:

  1. Jajaja...y esas tipologías / actitudes, yo creo que se encuentran en todos los órdenes de la vida.
    Besitos!
    Laura

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  2. el amante de lady chaterlay03 abril, 2013 23:26

    Extraordinario y divertidisimo.
    Pd.:uno del gremio

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