viernes, 31 de agosto de 2012

Al final no es tanto tiempo

Entonces, hace cinco años,

No había aparecido el verdadero primer novio de mi historia. Empezaba a estar más cerca de los treinta que de los veinticinco, ay, y todavía no sabía meter las palabras “amor” y “convivencia” dentro de un mismo relato. Empezaba a considerarme una verdadera desahuciada de la vida en pareja. Yo siempre era el número impar en las reuniones, siempre era la amiga soltera y molona de los dúos que conjugaban todos los verbos en primera persona del plural. Siempre pedía habitaciones simples en los hoteles. No sabía lo que era comprar algo a medias, decidir a medias, compartir el cuarto de baño. Así que tenía pudores muy fuertes. Me asustaba mi propia desnudez y los ruidos indiscretos de mi cuerpo. No sabía dormir con nadie, no sabía discutir sin que se me partiera el corazón como a una heroína romántica. Y era incapaz de concentrarme en cualquier actividad, la lectura, la escritura, el simple estar sentadita en un sofá, si sabía que había alguien ahí, apostado y esperándome con todo su arsenal de juicios y expectativas. Sólo había tenido una auténtica intimidad conmigo misma, y por eso el tú me causaba aún un tremendo respeto. Así que tenía un corazón de mentirijilla. Me enamoraba siete veces al año, y hasta siete veces al día, y alguna de esas veces, las más raras, de repente me encontraba en la misma habitación oscura con el objeto de mis deseos y, entonces, al día siguiente...no pasaba nada. Siempre había un desajuste, un malentendido. Él, de repente, ya no me quería, o a lo mejor era yo la que nunca lo había querido. El contrato de las ilusiones se quebraba. Aunque, repito, normalmente no había que llegar tan lejos. Bastaba con imaginar, o con besar al primero que pasara por ahí, con una propuesta no muy sólida de calor en las manos. Cada dos por tres me decía “¿pero quién es este, Silvia, qué haces con un tío al que te daría vergüenza presentar a tus amigos?” Llevada una modesta vida de mujer alegre, aunque durmiera poco y tuviera ojeras.

Y vivía en una casa oscura y antipática que se resistía a mis intentos de convertirla en un hogar. Tres años, tres, me pase barriendo, como una Sísifa, las hojas de ailanto que caían sobre el desaprovechado patio interno en el que me empeñaba en colocar macetas, hasta que me cansé de que se murieran de pena, de un día para otro. Me pasaba la vida en la calle, para estar el mínimo tiempo posible en esa que tanto me costaba llamar “mi casa”, y, cuando volvía a ella, sólo me saludaban el ronroneo de la nevera y el de los trenes que se ponían a punto en el taller de Renfe que había a la espalda de mi edificio. La soledad era aquello.

Todavía me tomaba el hecho de vivir en Granada como una especie de profesión cuyo sueldo se me pagaría en experiencias y gente interesante. Todavía creía que la ciudad era el único ambiente razonable donde podía florecer una vida rica. Todavía confiaba más en el poder del sitio que en el de mi propia voluntad. Iba del Cineclub de la Facultad de Ciencias a escuchar un concierto con pretensiones de intimidad en la muy pretenciosa “Tertulia”, de la clase de danza del vientre a alguna sala de conferencias en la que sólo se ocupaban las cuatro primeras filas. En el fondo, seguía pensando que la ciudad me iba a compensar de alguna forma por las horas amorfas que gasté esperando, sentada en mi cama turca de Jimena, a ser invitada a todas las fiestas. Y quedaba muchas veces a merendar café con leche y tarta con mis dos tías. Ahora sólo bebo café americano en el desayuno, sólo meriendo dulces cuando mi madre hace un bizcocho, y sólo hay una tía.

Se me ponía cara de beata cuando hablaba de viajes. Quería moverme, más que estar. Acumular destinos, más que mirar. Fui por primera vez a Croacia, por primera vez al Cabo de Gata, por primera vez a Oporto. Llené mi disco duro de fotos, para luego poder afirmar “anda, pues sí que es verdad que estuve allí”. Y, sin embargo, carecía de este exceso de energía física que ahora necesito enfriar en la piscina, en el monte o en cualquier otro sitio peregrino que cualquiera tenga a bien proponerme.

Jamás pensé que llegaría a tomarme medio en serio la idea de identificarme con una imagen de escritora. Nunca me propuse someterme a una rutina de entrenamiento literario. Ni en la más idealista de mis fantasías concebí que algún día tendría (pocos) lectores, ni que esos (pocos) lectores se apostarían a mi espalda mientras escribo. Me limitaba a rellenar diarios que ahora me apestan a lírica empantanada. Vomitaba como una bulímica mis estados de ánimo. Había en ellos poca calle, pocos calendarios, muy pocos figurantes o personajes secundarios, ningún argumento. Ahora los veo ahí, encerrados tras el cristal de la vitrina, y me da miedo de que se escapen. A veces los abro, y tengo que cerrarlos inmediatamente, porque me repele reconocer mi letra usada en formas de expresión e ideas intrincadas que en absoluto reconozco como propias.

Hace cinco años seguía siendo una completa inadaptada a la realidad. Mis sentimientos y mis perspectivas cotizaban a la alza en el mercado de la economía especulativa. Hace cinco años tenía más miedos que ahora. ¿Y dentro de otros cinco años? ¿Me gustaré más que ahora? A veces contemplo y escucho a personas mucho mayores que yo, y me aterra darme cuenta lo vulnerables que siguen siendo a la impaciencia, a la preocupación o al desengaño. Entonces desconfío, y me digo que el poder de la experiencia para amansar y desatar los conflictos humanos es otra de las Grandes Tomaduras de Pelo de la Humanidad. Y, pese a ello, y a que la idea de progreso esté de lo más devaluada, yo sigo teniendo fe en que dentro de cinco años seré una persona más sólida y completa, más suelta y alegre todavía de lo que soy ahora.


10 comentarios:

  1. Pero qué interesante es todo lo que cuentas y como me gusta leerte.

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  2. Que te pasaste tres años barriendo el patio,dices?(así es tó).
    Ese patio no vió la escoba en el tiempo que habitaste esa casa.
    TE QUIERO.

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  3. Que bien te quedó esta entrada, íntima sin ninguna marca de dramatismo. Y déjame decirte algo, yo he sido testigo ocasional de estos últimos cinco años (¿aplica la Silvia de los veranos para la del resto del año?), nunca te he visto mejor que como estás ahora.
    Un beso,
    O.

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  4. A ver, madrede, a ver, madrede, si no me vas a estar poniendo en bandeja un postecillo sobre esas cosas que hay entre cuello y cintura. Y a ver si no he puesto yo en bandeja lo de la memoria selectiva. Que yo ese patio lo barrí ciento, hasta que la entropía foliar pudo conmigo.

    Montoya, es que es muy fácil ser Silvia en verano. Me pones un biquini y aire tolerante para con la piel, y soy como un osito de peluche. Voy a entrenar para que el verano os dé hasta asquito de mirarme y de escucharme.
    Un beso, queridito.

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  5. Anónimo entre comillas02 septiembre, 2012 23:42

    Yo, que soy un auténtico desastre para recordar con claridad cuándo ocurrió tal o cuál cosa, sería incapaz de hacer un recuento así, metiendo dentro de una línea dibujada con tiza lo que podría caber en cinco años, por ejemplo, como has hecho tú; incapaz de saber si éste o aquél ligero cambio que contemplo si me miro en el espejo ese de "la verdad" lo asumí a un lado o al otro de la línea. Bueno, algunos -alguno citado por ti- no admiten dudas.

    Yo sí confío bastante en el valor de la experiencia; al menos de la mía.

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  6. Te había escrito un preciosérrimo (para mi entender)comentario que un error informático ha hecho que se pierda...jó. Voy, pues a comentarte 2.0:
    Te decía algo así como que había leído varios post seguidos y que haces bien en quejarte por tus no-comentaristas. Personalmente, si no te escribo más es para no repetirme como el ajo, pues siempre tendrías de mi anónima parte un "qué bonito, Silvia", o "siento exactamente lo mismo"...y cosas así. Pero (también te decía) que si tengo que ser poco original en mis comentarios, lo seré para que no te falte a tí motivación por parte de tus lectores.
    Este post me ha gustado. MUCHÍSIMO. Porque siento lo mismo. Y he sentido muy parecido en mis momentos "oscurillos". Aún no me veo en mi punto de cocción, pero llegará.
    Y sólo te apuntaba una cosa: que quieras mucho a todos tus antiguos "yoes", pues es gracias a ellos que ahora florece tu actual YO.
    (Vaya, pues me ha quedado muy parecido).
    Besos grandes!
    Laura

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  7. Eso es, querida comillista, porque probablemente no has llevado durante todo este tiempo un simulacro de diarios. Y yo también confío en tu experiencia.

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  8. Hola Silvia!. Este es mi comentario 3.0. Debido a sucesivos fallos informáticos: internel no quiere grabarlo!.
    Pero mi empeño es más fuerte porque este post me ha gustado MUCHO, MUCHÍSIMO!.
    Haces bien en quejarte en el siguiente post (me he leído varios de una tacada) y yo, la mayoría de las veces, si no comento es por no repetirme ya que en todos diría algo así como: “Ay, Silvia, qué bonito”, “Ay, yo siento lo mismo”…y la palabra “cansina” revolotea entre mis manos y el teclado, but…si he de repetirme como el ajo para que tú tengas tu poquita motivación por parte de tus lectores, !lo haré! porque no quiero perderme otros post tan preciosérrimos como éste que, ay, Silvia, a mi me ha pasado así… o a veces me pasa, pues aún estoy en etapa de crecimiento.
    Solo quería decirte que quieras mucho a tus yoes del pasado, pues gracias a su experiencia, así eres tú ahora.
    Besos grandes!
    Laura

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  9. Progresa usted Adecuadamente. Afirmo. Como los buenos vinos (aunque sea un tópico, y más refiriéndose a su persona).

    Seguiremos leyendo con gusto su curso vital ascendente.

    Kisses!

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  10. A la querida Laura: ahora me da un poquito de vergüenza haberme casi quejado. No es que necesite motivación para seguir escribiendo, ni que me doren la pildorilla (aunque, sí,el ego siempre aparece en la fiesta sin que lo inviten). Sólo es que, como ya he dicho antes, sin interrelación, sin que haya una especie de diálogo, esto no tiene la misma gracia.

    Y, claro, los yoes pasados me causan mucha ternura, y agradecimiento y alegría y a veces hasta orgullo.

    Al querido, querido Zé Migué: ¡ y hace cinco años ni siquiera te conocía!

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