lunes, 23 de julio de 2012

Un viaje no termina así como así


Empiezo por el final:

  • Lo bueno de hacer mil kilómetros en un día es que, cuando por fin te acuestas en esa cama fiel que ha preservado tu olor, la sensación de provisionalidad y aventura no se va tan deprisa.
  • Lo malo es que al día siguiente descubres que la pasividad también da agujetas, y que un culo puede doler de mil maneras distintas.
  • Voy a decirlo como me sale del alma: a la Península Ibérica le sobran muchos, muchos, pero que muchos kilómetros cuadrados. Que digo yo que si recortáramos mitad y cuarto de Castilla, quién se iba a dar cuenta. Fuera campos saharianos de cereal, que huelen ya a esos bollitos como de plástico que te ponen en los menús de menos de diez euros. Fuera las naves pintadas de fucsia que no precisan siquiera de un cartel de neón que diga CLUB. Fuera castillos que se deshacen como termiteros en Londres, fuera carreteras cuaternarias, donde es posible ver charcos gigantes de agua que luego terminan siendo espejismos. Operación Liposucción Hispánica Ya. Necesitamos levedad.
  • Pero qué rápido se fueron trenzando los kilómetros. Adelante, adelante, adelante, gritaban todas mis neuronas y mis células madre. Me di cuenta, pero no me importó, de que el verde de los bosques dejaba de ser un color puro, para contagiarse con tonos amarillos, pardos, grises. En ocho horas, la temperatura subió más de veinte grados. El ejército de olivos volvió a ocupar el paisaje. Y nada de eso importaba. Adelante. No importa poner tierra de por medio entre tú y algo de lo que te has enamorado, un lugar, una casa, quizás hasta una persona, porque todo eso forma parte ya de ti, como tu brazo o tu infancia.
  • Yo ya sabia que Babia estaba en el mapa, pero no que su aspecto fuera exactamente el que presagiaba su leyenda. Un río perfecto. Flores. Montañas azules. 

    Estar en babia en Babia mola
     
  • Miro a mi alrededor: libros que ya he leído y libros que aún me esperan. Dentro del armario, ropa con la que me reconozco en algunas fotos y, en el segundo cajón de la cocina, empezando por arriba, mi pelador de verduras y ese cuchillo que cualquier día de estos el Dr. Cabadas me implantará en el muñón que quedará de mi mano izquierda. Sobre el escritorio, un ordenador portátil al que, como tantas otras cosas, sólo eché de menos el primer día. Y, pese a todo ello, el piso en cuyo contrato de alquiler figura mi firma sigue pareciéndome otra etapa más de un viaje que no se da por vencido.
  • ¿Será por su asfixiante cantidad de maderas rubias exageradamente barnizadas? ¿Esas vetas de quién sabe qué árbol del planeta Ganímedes, que me recuerdan a las caras de Bélmez? ¿Serán todos estos muebles insustanciales, que yo no he elegido? Esta casa se resiste a mi intervención igual que todas las habitaciones de hotel por las que he pasado.
  • El hogar: ese lugar donde el desayuno no te sienta como una patada en el duodeno.
  • Ahora preparo el día siguiente a la vuelta con la misma excitación con la que hasta ayer estudiaba planos y urdía excursiones. Mis ganas de viajar son gemelas de mis ganas de nadar, de cocinar, de escribir.
  • Por cierto, que si yo quisiera escribir un libro, ya sabría dónde esconderme. Pedroveya se llama el lugar. Próximamente, más.
  • Lo que hipnotiza de los viajes, más que la quiebra de la rutina y el no parar, más que las novedades y todas las postales mentales con las que venimos cargados, es la manera en la que la conciencia del tiempo se altera: te trasladas en el espacio, y es cómo si las horas se esponjaran o se concentraran. ¿Cuándo salimos de casa, hace tres días, o tres semanas? ¿Y cuándo llegaremos, mañana, o anteayer?
  • Lo que hay en Asturias: fardos de heno que al fermentar huelen un poco a alpechín. Toneladas obsesivas de hierba tierna. Piedras blancas en los tejados, para que no se vuelen las lajas de pizarra. Agua, agua, agua. Dios, qué montañas. Áreas recreativas más limpias que los campos de golf de Sotogrande. Gente que se baja del coche en cualquier curva de la carretera, abre su silla plegable, y se bebe el primer rayo de sol que se cuela por las nubes. Autosuficiencia. Bosques de una belleza monstruosa. Segadores kamikazes. Amabilidad sin estridencias. Luz natural hasta las diez de la noche pasadas. Hortensias. Lo que no hay: canis. Coches tuneados. Piernas celulíticas enfundadas en minishorts (de la ruralidad hablo). Botellas de plástico en las cunetas. Puestas de sol ensangrentadas. Almendros. Polvo. 



2 comentarios:

  1. Nos vamos a vivir a Asturias?.
    Que bueno volver a leerte,te eché de menos.

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  2. Anónimo entre comillas24 julio, 2012 23:50

    ¿Así que quieres cargarte media Castilla? ¿La nuestra incluida? Con lo rapidico que se hacen 1.000 km. en avión...
    Me gustaría estar en Babia.
    Estupendo que prepares el día después con las mismas ganas que el de antes de salir, eso dice que estás -razonablemente- a gusto con tu vida.
    Quiero detalles y fotos del viaje y de ese Pedroveya del que nunca oí hablar. Es curioso que cuanto estuve por aquellos pagos volví pensando -por 1ª vez- que había encontrado un lugar donde "retirarme" cuando necesitara desaparecer unos días o semanas. Después he encontrado más...

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