miércoles, 11 de julio de 2012

Asunto: Vas a perdonarme


Y te voy a decir otra: lo último que me esperaba es que fueras de esas personas que se cierran en banda. Tú, tan comprensiva, tan empática. Tú que siempre te precias de ponerte en el sitio del otro. Te pones en el sitio de esa cajera del Mercadona que nunca te devuelve el “buenos días”, de la vecina que pone la tele demasiado alta porque, pobrecita, está muy sola, de la gente que no le cede su asiento en el autobús a las viejas. Nunca he conocido a nadie que confiara más que tú en el poder del diálogo. Pero, mira por dónde, a mí has decidido dejar de hablarme. No me voy a rebajar recordándote la cantidad de veces que te he llamado a lo largo de estos seis días (143, exactamente: 56 llamadas que me has colgado, 87 que has dejado sonar hasta el infinito, supongo que, tan considerada como eres, las pondrás en silencio, ¿verdad? 64 mensajes de texto. Once mails, con este. Y todavía estoy esperando, qué bochorno, a que aceptes mi solicitud de amistad en el Facebook).


Vale, puedo soportar que me hayas borrado como a un secuestrado de las FARC, pero, tía, lo de cambiar la cerradura... Si te hubieras enterado, la misma semana pasada, de que a la histérica de tu hermana se le había ocurrido hacerle eso a su marido, habrías puesto los ojos en blanco, y luego habrías soltado tu característica carcajada corta (tu seco “ja” de superioridad moral) y sólo después, pero bastante después, habrías intentado ponerte en su sitio. Pero, de repente, te has convertido en una mamma siciliana. ¿Qué va a ser lo próximo, tirar mi ropa por el balcón, la próxima vez que vuelva a apostarme ahí, como un idiota? No sé si me conviene recordarte que, si no llevo puestos los mismos vaqueros que el día en que me echaste de casa, es porque Carlos me ha dejado unos de los suyos. Cuando esto se arregle, pienso pasarte la factura de los calzoncillos, cepillo de dientes, lentillas y cuchillas de afeitar que he tenido que comprar. Vete preparando 74 euros.


En serio. ¿Es que nuestra vida se ha convertido en una telenovela? Nuestra vida, sí. Seis años de relación, y tres de armoniosa, comprensiva y dialogante convivencia, me dan derecho a usar la primera persona del plural. Dime, ¿en qué momento se ha producido el milagro de que convirtieras, al fin, en una mujer apasionada, por decirlo con gentileza? Si soy yo el que ha puesto la mano de santo sobre tu entereza, y no la evolución natural de tus hormonas, o la reactivación de algo que llevabas muy dentro, debo decirte que, en cierta medida, me siento orgulloso. En cierta medida, mi anteriomente sensata novia. Este arrebato tuyo me halaga, y no voy a negar que eso es lo que pretendía: que respondieras con más furor que ecuanimidad ante cualquier cosa, cualquiera, que yo te hiciera. Que lo que hay entre ambos fuera digno de provocarte dolor, rabia o entusiasmo. Pero, francamente, quizás la intensidad de tus sentimientos se nos ha ido, a los dos, de las manos.


Entonces, ¿te lo explico de una vez? Todo esto estaba casi calculado. No es que lo hubiera apuntado en mi agenda, vamos. Jueves 14, 21:30: ponerle los cuernos a Marta. Pero cuando la chica que suda en la bici de al lado, todos los martes y jueves desde hace un par de años, aflojó visiblemente el paso a la salida del gimnasio, para que me pusiera a su altura, supe que tenía que hacerlo. Tenía, ¿lo entiendes? Tenía que actuar, por primera vez en mi vida, como un puto furtivo. Ya que tú te empeñabas en no hacerlo. Porque, lo confieso, y esto es lo que realmente me avergüenza, no lo otro (que, lo creas o no, fue tan placentero como comer truchas de piscifactoría): desde que tú y yo empezamos a salir, esperaba tu infidelidad. En el fondo de mi corazón, la deseaba.


Verás, cariño, cuando te conocí, realmente sí eras de esas. Libre y suelta como una estudiante americana. Soberana. La persona más autónoma con la que jamás me había topado. Cuando hablabas con un hombre, te acercabas mucho a él, y te reías mucho, te reías de veras, doblando el cuello hacia atrás como si estuvieras ofreciendo tu garganta. Prometías, vaya que sí. Y los hombres, claro, te seguían por la calle igual que a Ava Gardner. Porque tú siempre cumplías tus promesas. Entonces, en pleno apogeo de tus poderes, sorprendiste a todo el mundo, y me elegiste a mí, que no era, no lo soy, ni un galán ni un intelectual ni un poeta. A mí, que soy tan buen chico. Yo mismo no me lo creo todavía. Y qué miedo tenía yo al principio. Me asustaba salir de casa contigo, y me asustaba volver a casa y no encontrarte. Me asustaba cada llamada que recibías, y cada vez que cerrabas la puerta tras de ti. Durante aquellos primeros meses, me acostumbré de tal modo a la idea de perderte, que, ahora me doy cuenta, el miedo se fue convirtiendo en deseo. Una noche tardarías más de la cuenta en llegar a casa, con la boca encendida y la melena demasiado arreglada. Yo te interrogaría, tú mentirías fatal, y luego te echarías a llorar, un poco teatralmente porque, recuérdate, eras así de libre. Y yo, con el corazón destrozado, te perdonaría, esa vez y todas las que hicieran falta. Después haríamos el amor como dos fieras, viajaríamos a Dublín, volverías siempre de la calle cargada de libros y sábanas nuevas, y me dedicarías miradas irresistibles de arrepentimiento.


A lo largo de estos seis años, sin embargo, has sido de una lealtad intachable. Nunca me has fallado, nunca has necesitado más estímulos que los que yo te ofrecía, nunca me has dicho que no. Tengo que decirte que, a veces, he espiado los mensajes de tu móvil y, perdona que te diga, ni Heidi los sabría escribir más castos. Eres el sueño de mi madre y de mis tías. Eres lo contrario del drama. O eso eras, hasta hace una semana. Era tan fácil contar contigo, que ahora no puedo creer que no quieras verme ni dirigirme la palabra.


P.D.: Acabo de releer lo que llevo escrito, y sé que me voy a maldecirme en cuanto vea en la pantalla la confirmación de envío de este mensaje. Sé que vas a considerar sumamente ofensivo las tres cuartas partes de todo lo que digo. Pero no pienso cambiar ni una coma. Quiero volver a vivir contigo, que sepas quién soy, sabiendo por fin cómo eres. Quiero pasear contigo de la mano, de una vez por todas, por las calles de Dublín, orgulloso y todavía un poco trémulo, porque lo nuestro acaba de salir de la zona de turbulencias. Quiero que te des cuenta de lo mucho que va a engrandecerte el perdón.


5 comentarios:

  1. Uoooooooooooooo. Me encanta. Tengo ganas de hacer cosas malas. Banda sonora: http://www.youtube.com/watch?v=CM0CGheD58E

    ResponderEliminar
  2. ¡Genial! Me encanta esa manera de contar la disposición de ponerse en el lugar del otro. (A mi me costaría trabajo entender al hijo de puta que no le cede el asiento en el autobús a alguien con un andador.)Y me jode, me jode mucho, que sean tan comprensivos con los demás siempre que no sea algo que les atañe a ellos. (Me jode porque yo, intentando ser tan comprensivo como me siento a veces, no soy capaz de perdonar que mi ex intentara suicidarse teniendo a su carga a nuestro hijo. Lo de los cuernos... bah! Pecata minuta.)

    ResponderEliminar
  3. Que par de enrevesados!.

    ResponderEliminar
  4. Lectoraadicta es una faltona, lectoraadicta es una faltona!!

    Autoayudado. Me apunto. Esa canción me la grabaste una vez en un CD. Mooola.

    Bubo, es mentira: nadie comprende del todo a nadie. Ponerse en el sitio del otro suele ser otro más de esos buenos sentimientos políticos. Y el paréntesis es demasiado fuerte como para que te falte el repeto comentándolo.

    ResponderEliminar
  5. No es necesario comprenderlo del todo, lo que es importante es hacer ese ejercicio de comprensión. Además nadie te dice que tengas porque entenderlo o compartir esa opinión.
    Con respetcto a faltar el respeto, dudo mucho que lo hicieras, al menos conscientemente. Todo lo más expondrías una idea, que puede gustarme más o menos.

    ResponderEliminar