martes, 31 de julio de 2012

A favor de la exasperación


Me voy a arrepentir de este post en cuanto lo publique. O tal vez no. A lo mejor funciona como una de esas hostias peliculeras que lobotomizan a la histérica actriz secundaria. A lo mejor lo escribo de un tirón, y luego me voy a trabajar la mar de relajada, y lo olvido para siempre, hasta que llegue el día improbable en que me ponga a repasar mis articulillos (improbable porque, una vez publicados, jamás vuelvo sobre los pasos escritos). Entonces, arquearé mucho las cejas, cual retoño de Zapatero, miraré a mi derecha, miraré a mi izquierda, en busca de testigos y, abochornada, me preguntaré “¿pero quién coño ha escrito esto?”. Y, como seré incapaz de identificarme con lo escrito, porque, ustedes disculpen, pero yo no me parezco a esa histérica actriz secundaria, pues dejaré de leer y, tan pancha, volveré a irme relajada al trabajo, o adonde el levante quiera que vaya.

Así que esto va a ir sin censuras, ¿vale? No pienso juzgarme. Si vuestro juez interior se ha levantado hoy especialmente profesional, a pesar de los recortes en el Ministerio, allá vosotros con él. No vengáis luego a darme toquecitos en la sección comentarios (requerimiento de lo más innecesario, por mi parte, porque parece ser que dicha sección ha pasado a la UVI). Dejad que vomite mi alegato a favor de la exasperación, y luego, si acaso, acompañad el punto final con ojitos compasivos, y un par de frases de tipo “Silvia, qué chiquilla. Es pasto para las hormonas”.

Pasa que desde hace una semana mi cuerpo se está llenando de ronchas rojas. Como lo leen. Ronchas. Rojas. Imposibles de asimilar a la dematitis atópica, esa vieja compañera, o a picaduras de dípteros, himenópteros, arácnidos, pulgópteros, o chinchépteros (vale, estos dos últimos son de creación propia). Que no pican. Que crecen de tamaño. Que salen en oleadas. Cuando una lleva la trayectoria dermatológica que lleva, y además se bate contra una hipocondría en retirada, todo su autocontrol se consume en la tarea de no pronunciar mentalmente las palabras “sarcoma”, “sida” o “sífilis”. A partir de ahí, el pilotito de la serenidad se pone en rojo. Una monta en cólera, como lo oyen, o se echa en los brazos sudados de la lástima por una misma. Como si una no tuviera suficiente con lo que tiene. Como si a una la estuvieran condenando al unísono por un montón de infracciones que ocurrieron espaciadas en el tiempo. Una cavila. Se desconcierta. Canturrea “pero esto qué es pero esto qué es ahora pero esto qué coño es”, igual que un mugroso cantante grunge. Busca una miserable pista. Se compara con los seres vivos de los que tiene noticia. Hace estadística chusca, y establece que no, que semejante superposición de males cutáneos, normal, normal, no es.

Una se pregunta en qué demonios se está equivocando. Repasa su alimentación, su medio ambiente hogareño, las diversas porquerías a las que se ve expuesta en el trabajo, la meteorología, el estado del tráfico de la ciudad en la que vive, su talante psicológico. Y se da cuenta de que no encuentra explicación alguna. Entonces, una comete un error garrafal: apela a la justicia. Sus pensamientos se encuentran una señal de STOP como una casa, pero ella se la salta. Sabe de sobra que por ahí no se va a ningún sitio. Que, en materia de salud, una debe limitarse a aprobar el parvulitos de no ponerse ciego de drogas, tabaco, margarina o alcohol, y ser consciente de que, en los cursos sucesivos, la nota que te pongan va a ser, como poco, arbitraria. Una sabe que su cuerpo es otro más de esos mecanismos naturales al que se la suda la moralidad de si un suceso es justo o injusto. Y, a pesar de saberlo, no puede dejar de repetirse que esto que le pasa es injusto, muy injusto. Es incapaz de tragar lo inexorable del asunto.

Lo peor mejor de todo es que una no está sola. Y que en el manual limitado de su comportamiento no cabe la modalidad de autocompasión silenciosa. Así que L-L-O-R-I-Q-U-E-A. Y cuando una lloriquea en compañía, el sufrido público, bendito sea, se ve en la obligación de tener que aportar algo de cordura. Tiene que decir algo para demostrar su empatía. Veamos el siguiente teatrillo:
  • Mujer/hija, seguro que no es nada, y se quita en dos días”
  • No me toques los/la cojones/moral, anda, que todavía estoy esperando a que se me quite lo otro, replica la compungida aunque grosera Una.
O, in crescendo:
  • Tienes que hacer un esfuerzo por mantener la calma.
  • ¡¡¡¿La calma? ¿La calma?!!! ¿Y tú que te crees que llevo haciendo desde hace más de dos años? Que me van a dar el cinturón negro del acatamiento budista, colega. ¿Tú rabias de picor? Pues te callas. No tienes derecho a pedirme más calma.
Y el acabóse:
  • ¿Qué va a pasar si un día te diagnostican un cáncer?
Silencio de gánster moldavo por respuesta. Una se compromete consigo misma a no volver a verbalizar su pena negra. Y se indigna. Empieza a estar un poco harta de no tener derecho a la desesperación fugaz. Harta de asepsia emocional. Harta de que todo tenga que pasar por el filtro sin turbulencias de la serenidad. Vale, la desesperación no es en absoluto útil. Pero es real, igual que es real el sufrimiento de los enamoramientos falsos. E impedir que esa desesperación aguda se termine de quemar, velozmente, como la yesca fina que es, camufla algo que tarde o temprano empezará a oler mal.

Así que, cuando veas a Una en este estado, déjala que se desfogue un poco, anda. No pasa nada. Aunque en ese momento no lo puedas creer, ella parece una persona sensata y pragmática. No tienes que pronunciar palabras de consuelo. Una tiene un repertorio de ideas consoladoras que ni las vendedoras de Avón. En breve, se quedará tranquilita como un cordero nonato. Cógela de la mano, a secas. Los fogonazos de exasperación son terapéuticos.


P.D.: Pitiriasis rosada de Gibert. Eso es lo que me pasa. Otro más de esos virus que me aman. ¿A que suena a poesía victoriana? Parto pecho.

8 comentarios:

  1. jo chica.... le das a todo, eh?, anda, rabia y quéjate bien a gusto. la autocompasión está infravalorada.

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  2. A mi me suena a fragancia o a comida!!! Es bonito el jodio nombre!! Prims que mano tienes oa escribir hija!!! Cagate en D....s!!!!! Que a nuestras madres les encantaaaa, jajaja y pillate der decaslon un saquito de boxeo o una bolica de esas pa dar puñetazos que digo que te deja like the sedaaaa!

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  3. ¿pero que leen mis ojos?,no me lo puedo creer!con esos ánimos que tu me has transmitido!sabes que ponerte así,no te conviene nada,incluso vá ir a peor,relaja prima,solamente con eso,ya verás como mejoras,sabes que yo también llevo ,creo que son 3 años luchando con lo mío,y mirame...al final me he unido al enemigo,y creo que te vendria muy bién la ayuda que yo tengo,(¿sabes,no?)

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  4. Tu eres mas grande que unas ronchejas...PODEMOS!!!.
    Laura

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  5. ¡Rabiá es rabiá! ¡Basta de desnataos! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHh! (He diXo). Hasta las gónadas der síndrome del ingeniero, tor día conteniendo crecidas, haciendo repreZitas. ¡Vete ar peo, ya! ¡¡¡¡¡quiero chillá a gusto!!!!! Di que Zí-i.

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  6. ¡Ánimo, linda! Pues claro que tienes derecho a la desesperación. Y al cabreo. La dermatología la carga el diablo. Piensa que, por lo menos, no te pica (¡¡seamos positivos!!). Y no le des muchas vueltas a las causas; a veces las cosas, sencillamente, SON.

    Un abrazo grande.

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  7. Peeerrraaacaaa de prima, tienes una pitiriasis preciosaaaaa! Como fresitas por el cuerpo.. Viva el atunnnn!! Jajaja

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  8. Sois unos primores, ustedes vosotros. Fresitas por el cuerpo... Prima bandida!

    Sólo una cosilla, Anaartesana querida,la clave de esta desesperación mía es su duración. Se quema rápido, igual que una bengala.

    Rezumo amor por mis comentaristas

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