martes, 5 de junio de 2012

Que empiece ya la Eurocopa, por favor


Algo pasa cuando el momento de pagar a escote unos cuantos boletos del Euromillón se convierte en el mejor de la jornada laboral. Ahí nos tenéis, cuatro seres humanos uniformados, más una alborotadora rubia de paisano, armando jarana desde el kiosko del lotero hasta la quinta planta de un edificio oficial, retando con la mirada al resto de pobres funcionarios que, mañana, van a seguir siendo exactamente eso, pobres, un día más (o un día más pobres). Apenas si podemos aplazar la hora del corte de mangas universal. En el ascensor nos hemos escrutado las caras en broma, intentando adivinar quién de nosotros sería el primero en engañar a los demás, y huir con semejante pastizal indecente a la frontera entre Pakistán y Afganistán. Uno de los jefes se nos acerca mientras estamos fotocopiando los cinco boletos. Qué estaréis tramando, dice con su buen pensar habitual. Respuestas: jijiji. Jujuju. No, nada. Aquí, con unos papelillos. Jijiji. A continuación, cada uno pone su firma en cada una de las copias del boleto que ha rellenado. Los folios pasan de uno a otro. Nos hemos puesto casi serios. Como si estuviéramos firmando un tratado internacional. En realidad, no somos tan diferentes a ellos, los que se ponen traje y corbata para comprometer nuestro día a día con cada firma oficial que estampan. Todos sabemos poner una cara solemne si la farsa lo requiere.

Esta comparación tan ceniza hace que vuelva a acordarme de cómo salimos en tropel de la cafetería donde solemos desayunar las mañanas en que no salimos de la oficina. Llevábamos veinte minutos con unas caras tan largas, y un ánimo tan de velatorio, que cuando alguien propuso lo del Euromillón, nos enganchamos a ello como si nos estuviéramos ahogando, y la ocurrencia fuera nuestro salvavidas. No creo que, en el momento de sacarse del bolsillo los dos euros correspondientes, a ninguno de los presentes lo motivara ese pánico tan gracioso de que a tus compañeros de trabajo les toque la lotería, y a ti no. Simplemente, estábamos tan decaídos que la vía del escapismo nos parecía la más lógica.

¿Y de qué podíamos estar hablando a la hora del café? Pues de lo único que se puede hablar en España, al menos hasta que empiece la Eurocopa. De economía. ¿Se puede hablar de otra cosa, sin que un tertuliano, o un titular de periódico te hagan sentir culpable? El sábado pasado, en el Carrefour, dos buenas señoras con los labios perfilados, y pinta de no perderse ni una clase de Pilates, comentaban muy preocupadas la vergüenza de Bankia. Así que ha pasado: Belén Esteban ha sido destronada por Rodrigo Rato. En realidad, la desolación generalizada, la rabia sorda que no deja de sentirse en la frutería, en los bancos donde se sientan los viejos, en los bares donde el menú no puede bajar más de precio, o cada vez que uno pasa a la vera de los otros bancos, no era más que el rumor de fondo de nuestra conversación. Una canción del verano multiplicada sin remedio hasta el infinito. Hablábamos, con un aturdimiento que, visto desde fuera, debía de dar penita, de nuestro trabajo cada vez más inconsistente, más desorganizado, más caótico. Ya a nadie le parece una exageración apocalíptica la idea de que nos terminen echando hasta a nosotros, funcionarios.

Y el furor que uno siente al comprobar que la falta de medios, y la consecuente desidia de la Administración, empiezan ya a adquirir niveles morbosos, casi te lleva a aplaudir esa idea, o al menos a comprenderla, por mucho que nos vaya en juego. Ves el desastre de los jefes sobrepasados, de los compañeros que no pueden salir al campo porque los coches oficiales han gastado ya la cuota ridícula que se les asigna para gasolina. Ves a esos otros que se aprovechan de la atonía general para hacer lo que más les gusta, o sea, rascarse los huevos. Ves que, en los carteles que anuncian a la Delegación de Medio Ambiente, dos palabras son perfectamente superfluas, y ninguna de ellas empieza por la letra d. Ves que allí es mejor no hacer preguntas, porque parece como si todo el mundo hubiera perdido la capacidad para dar alguna respuesta. Y te dan ganas de que lo gordo, lo terrible, lo catastrófico que anuncian las radios desde las seis de la mañana, suceda ya de una vez por todas, sin demora ni contemplaciones. Que nos echen, venga. Que toda la sociedad sea arrasada. Que nadie pueda rescatarnos. Que ese dinero con el que cada uno sueña su proyecto de fuga deje de servir para construir especulaciones. Que lo tangible vuelva a ser un valor de peso. Que todos y cada uno de los valores de la sociedad sean repensados en el solar que nos quede. Que lo que venga sea tan fuerte, tan diferente, que haga falta mucho, mucho valor, y mucha imaginación para enfrentarse a ello. Que algo nos arranque ya de esta postración.

Porque ¿hasta cuándo habrá que aguantar que insulten a nuestros impuestos y a nuestra inteligencia? ¿Cómo es posible que lo público se haya convertido en tierra de nadie, o peor, en objeto de rapiña? ¿Cuándo se propondrán otras ideas para levantar al país que las del rescate a los bancos, la destrucción del litoral, o Eurovegas? ¿De verdad que no se nos ocurre otra cosa? ¿Ya está todo hecho en nuestra sociedad perfecta? Como me decía anteayer mi amigo Antonio, ¿acaso todo el mundo tiene una casa digna? Y sigo yo: ¿Come la gente comida limpia? ¿Enseñan en los colegios a vivir con decisión y sin miedo? ¿Los médicos tratan a los cuerpos como un todo respetable, y no como un coche en el que se pueda toquetear y cambiar piezas sueltas? ¿ Han dejado de sentirse desamparados y solos los viejos? ¿Los coches ya no hacen ruido? ¿El aire se ha vuelto más respirable? ¿Ha vuelto a plantarse la ribera de todos los ríos? ¿Ya no producimos basuras? ¿La gente ha dejado de sentirse frustrada, perdida, angustiada? ¿No hay mercado en todo ello? ¿Acaso es impensable basar un sistema económico y social en valores como la solidaridad y el bienestar?

3 comentarios:

  1. No es rentable el sentido común, ni la igualdad, ni la armonía. Pero cada vez tengo más fe en el cambio silencioso, desde nuestras costumbres, desde abajo, desde el cultivar nuestra propia felicidad, desde el arreglar las cosas con nuestra gente cercana y que eso se vaya propagando hacia arriba. Costará tiempo, pero creo que será más de verdad.
    Jó, qué bien te explicas y desglosas.
    Y ahora, finally, a currar.
    Buen día!
    Laura

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  2. Anónimo entre comillas07 junio, 2012 23:13

    Sí que dan ganas de ponerse a esperar que se vaya todo a la porra de una vez, llevándonos cada uno la parte de tortazo que nos toque para empezar de nuevo, pero lamento decir que no confío nada en los que vinieran después con "sus" soluciones; creo que no tardarían en volver a estropearlo cometiendo los mismos errores. Fíjate en el proyecto de Tarifa...
    Las últimas preguntas que haces me recuerdan un poco parte del programa electoral de EQUO. Acabo de darme cuenta de que es la segunda vez que los menciono en este blog.

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  3. Que desánimo por favor!Está bien empezar a mejorar las cosas en nuestro entorno,como sugiere Laura,pero no es suficiente.Algo más tenemos que hacer...

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