lunes, 11 de junio de 2012

El cuarenta de mayo explicado a un arqueólogo del siglo LXXI


Estimado Arqueólogo del año 7012:

Me imagino que en estos momentos tu departamento universitario (o como quiera que llaméis a esos lugares poco ventilados donde os encerráis para desmenuzar hasta el infinito nuestras olvidadas vidas) será un hervidero. Estaréis la mar de excitados, ¿verdad?, secándoos cada dos por tres la frente sudada (porque sudáis todavía, ¿no?), frotándoos las manos con la cantidad mareante de material que de repente tenéis a vuestra disposición, locos por empezar a convertirlo en artículos, tesis y financiación. Yo me alegro, hombre. Mucho más que eso. Yo, y perdona que use una palabra que quizás te cueste entender, alucino. Eso significa que se me ponen los ojos muy, muy redondos cuando trato de comprender la magnitud de vuestro descubrimiento. Así que por fin habéis conseguido descifrar esta herramienta, el lenguaje, que la humanidad estuvo utilizando para comunicarse a trancas y barrancas, antes de que vuestros tataratatarabuelos empezaran a entenderse por telepatía.

Ahora os encontráis con una mina infinita de palabras, océanos de palabras, corrientes de palabras que contaminan el buen aire sulfuroso que respiráis con la ayuda de vuestros sistemas de ventilación individualizados. Supongo que a vosotros, que tratáis las cosas de cerebro a cerebro, y que sois transparentes los unos para los otros, las palabras os deben de parecer un medio de comunicación un poco...tosco. La cosa es así: en mi tiempo las palabras se almacenan en libros de papel (sí, papel, hecho con la celulosa de los árboles. Me da vergüenza contártelo), y en una especie de depósito virtual llamado Internet, cuya naturaleza no te parecerá tan incompresible como lo otro, a pesar de que, para acceder a él, nosotros necesitamos de unas máquinas bastante torpes y aparatosas llamadas ordenadores o smart phones. Imagino que, después de cinco mil años, ni uno sólo de los libros de mi mundo habrá sobrevivido. Lo que estamos volcando en Internet, en cambio, yo creo que sí os estará llegando todavía, una especie de sopa espesa de ruido que vuestros sofisticados receptores neuronales han estado captando, sin que pudiérais comprenderlo, y que entorpecía un poquito vuestras señales de cobertura telepática. Hasta ahora.

Porque ahora podéis “leer” toda nuestra basura de palabras. De verdad, flipo (ya entenderás ésta también). Es como si de repente nosotros encontráramos un billón de tablillas intactas que describieran con todo lujo de detalles la vida cotidiana de medio millón de egipcios de la primera dinastía, doscientos mil griegos que se dejaran de cuentecillos de dioses salidos, y fueran al grano con sus vicios y chismes particulares, de otro medio millón de ciudadanos de Éfeso o de Gades explicando sus frustraciones familiares, el menú de sus cenas, y la manera en la que mantenían limpitos sus triclinium. Así que, para vosotros, se acabaron las elucubraciones, las vaguedades, las excavaciones que paralizan las obras públicas (¿vuestros dirigentes también se empeñan en, ejem, “ponerlas en valor”? Ah, bueno, seguro que ni siquiera tenéis dirigentes. Ya te contaré, ya). Aquí tenéis, vida en directo de hace cinco mil años. Vaya suerte.

La verdad es que podría hablarte de tantas cosas que no sé por dónde empezar. La responsabilidad me supera. A lo mejor esta carta te ha llegado por pura casualidad, a lo mejor tu receptor/traductor la ha seleccionado porque era lo más parecido a una bienvenida que ha encontrado. A lo mejor no volverás a entresacar ningún otro texto mío de todo el maremágnum de información que se os avecina. Conforme voy escribiendo, me doy cuenta de lo estúpido que es que me preocupe por lo que voy a contarte. No importa. Si lo que yo te diga no te sirve para hacerte un cuadro de la realidad de mi tiempo, tienes muuuuchas más veredas por donde atrochar.

Así que déjame que te haga una pequeña introducción al trocito minúsculo de tiempo que me ha tocado. Esta mujer de hace cinco mil años está hoy cansada. Desde que se levantó a las ocho de la mañana, sólo ha parado en el momento de llegar a su puesto de trabajo (la humanidad, amigo mío, todavía necesita vender su tiempo para conseguir comida, techo y felicidad). Ha puesto en orden su casa minúscula (vivimos donde nos dejan las circunstancias), porque es incapaz de pensar si las camas están revueltas o el equipaje que acarrea cuando visita a sus padres sigue dentro de la maleta. Ha preparado la comida para mañana, porque, ¿puedes creerlo? no nos dejan salir del trabajo antes de las tres de la tarde, y eso con mucha suerte. Aún comemos trozos de plantas y animales, aliñados con todo tipo de sustancias derivadas de una sustancia negra que se llama petróleo y que mueve nuestro mundo. A pesar de lo que te horrorizaría el contenido químico de tales alimentos, esta mujer que escribe siempre intenta elaborar una comida decente para ella y el hombre con el que comparte casa y aficiones (en nuestro tiempo, sigue habiendo una flagrante separación de tareas en función del sexo) . Hoy: ensalada de mijo con brócoli, salmón y calabacines.

Pero, bueno, vuestros archivos vírgenes estarán saturados de información laboral y culinaria. Así que déjame que te hable de una costumbre de la que la humanidad todavía no ha sabido desprenderse: el cambio de armarios. Tú, que por las mañanas te metes en una Cápsula de Recubrimiento que envuelve tu cuerpo con esa segunda piel que te protege de vuestra atmósfera hostil a los compuestos de carbono, no te podrás creer que la sociedad actual todavía se ponga ropa encima. Sí, ropa. Cáscaras hechas de pieles de animales, fibras vegetales y, sobre todo...petróleo. Montones de ropa con los que tratamos de construir una identidad que se nos escapa. No me entiendes, ¿verdad? Buena señal: eso es que en tu tiempo ya se ha resuelto la cuestión del ego. El ego. Otro día te lo cuento.

En fin, que acumulamos una cantidad desmesurada de ropa. No sabemos desprendernos de la que ya no nos ponemos, porque todos llevamos dentro una especie de ansia de posguerra. Le cogemos cariño a la ropa que llevábamos cuando fuimos felices (ya, es idiota, pero...). Todavía tenemos estaciones, aunque a estas alturas empiecen ya a desdibujarse. Y, ya te lo he dicho, nuestras casas, tengan los metros cuadrados que tengan (vivimos en casas prismáticas), siempre serán pequeñas, porque siempre las llenamos de cosas, por encima de su capacidad. Porque amamos las cosas. Resultado: dos veces al año hay que vaciar el armario, poner todo su contenido encima de la cama, vaciar también los paquetes de ropa de la temporada que empieza, que hasta hoy permanecían latentes debajo de la cama. Formar un Himalaya de ropa. Desear con todas tus fuerzas un mechero. Empezar a doblar hasta el fin de los tiempos. Imaginar lo que sería la vida en un trópico nudista. Mirar la hora del reloj, y llevarte las manos a la cara, porque dentro de una hora tienes que irte al trabajo. Hacer una pelota colosal con todo lo que hay encima de la cama, meterla de nuevo al armario, y empujar la puerta confiando en la consistencia de sus puertas.

Ya sé que pensarás que somos unos lerdos bufones, pero créeme, amigo, la vida del siglo XXI puede llegar a ser agotadora. Ya verás cuando sigáis descifrando.

P.D.: Si desarrolláis la técnica para que la comunicación fluya en ambos sentidos de la flecha temporal, y quieres contactar conmigo, esto, ¿podrías contarme cómo sois, qué coméis, cuántos años vivís, si trabajáis, o simplemente estudiáis por puro amor al conocimiento? ¿Tenéis todavía aparato genital?

5 comentarios:

  1. Por favor, por favor, una etiqueta exclusiva para esto!!. (Como no me manejo bien en el bloguidioma: Por favor!, más posts de esta comunicación con el futuro!). Me ha encantado!!!.
    Y, es cierto que la actividad del cambio de armario es una engulletiempos de mucho cuidao.
    Un beso!.
    Laura

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  2. Estoy de acuerdo con Laura. Cuando he terminado he mirado corriendo si tenía una etiqueta propia. Se merece una. Fdo. Taxonomista.

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  3. Que imaginación hija mia!.

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  4. Anónimo entre comillas13 junio, 2012 21:32

    ¿Tú crees que llegarán a descifrar nuestro dichoso lenguaje? pero si a nosotros nos cuesta manejarlo, si raras veces conseguimos entendernos con él...¿Te gustaría que fuéramos -ya, ahora- transparentes los unos para los otros, como crees tú que serán ellos dentro de 6.000 años? Huuuy, qué susto...
    Me gustaría pillar al primer imbécil que "puso en valor" la dichosa expresión "poner en valor".
    La de veces que nos reímos la tía y yo cada vez que llegaba el temido momento del "cambio de armarios". No por el hecho en sí, del que ella pasaba, sino porque i-ne-vi-ta-ble-men-te nuestras respectivas compañeras de trabajo nos lo contaban al resto cada cambio de estación. Tiene gracia hacerlo como tú, con eso, gracia, una vez. ¿Te imaginas si lo contaras igual el próximo otoño, y la próxima primavera...como si, además, fuera la primera vez? Día de la Marmota total, oye.
    Por cierto, hoy me estoy dedicando al cambio de armarios (a mí me dura días y más días, cogiendo un ratillo del domingo, otro hoy y así hasta acabar con el maldito montón al que también siento ganas de regar con un poquito de su propio petróleo...

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  5. Vale, vale, gorrioncillos míos, intentaré escribirle otra carta a mi colega el arqueólogo del futuro.

    Autoayudado, lo de Taxidermista debería pillarlo por mí misma?

    Comillas, dentro de 6000 años debería de valer la pena ser transparente y telepático. Una especie de inteligencia y sensibilidad general, para todo el mundo. Si ya hay nube en Internel... Soy optimista, confío en las posibilidades de esa gente. Si has podido adaptarse a la mierda de planeta que les hemos dejado...
    MI cambio de armarios va a durar hasta el siglo en cuestión. Tranqui, no volveré a hablar de ello.

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