jueves, 14 de junio de 2012

Ejercicios de pacotilla (I)


(No me puedo creer que tenga la poca vergüenza de publicar esto. Y sin revisar)

El pasado fin de semana, mientras estaba despanzurrada sobre la playa, y el sol me quería, me estuve leyendo uno de esos libros que te ayudan a mejorar tu creatividad con un batido de técnicas que van desde la meditación más o menos sensata, hasta el buenrrollismo californiano, que es una cosa muy graciosa compuesta de pensamiento positivo, una confianza ciega en el Dios que se escribe con mayúscula, y un materialismo pragmático difícil de encajar con todo lo demás, en plan, “si tienes claro que la meta de tu vida es tener un Mercedes, aquí tienes mi Plan de Gestión Creativa del Dinero, con un montón de gráficos molones de entradas y salidas de pasta”. Tronchante. Está claro que si, como yo, padeces de un síndrome (autodiagnosticado) de atención difusa, en la vida vas a poder meter en el bolso de playa un libro de Proust o de Thomas Bernhard (Con la ternura que da cuando, en enero, un libro se te abre automáticamente por un par de páginas embuchás de arena).

El caso es que yo, de toda la vida, soy una alumna aplicada que opina que uno puede aprender hasta de la basura (La basura es un potente excitante de la imaginación. Cada vez que veo las bolsas chorreantes que mis vecinos dejan junto a sus puertas – vivo en una comunidad tan pija que tiene servicio de recogida de basura a domicilio –, me dan unas ganas morbosas de liarme con ellas en plan perro callejero). Y por eso, y porque no consigo despojarme de los complejos que tengo respecto a la ficción, es por lo que he decidido ponerme manos a la obra con unos ejercicios todavía más cargantes que las integrales y las derivadas.

Ejercicio 1: Escritura libre.

Conéctate con alguna parte viva dentro de ti , Silvia. Respira. Escribe como si tuvieras una pistola en la sien, y alguien estuviera dispuesto a apretar el gatillo si paras. Escribe como si fueras una máquina en el periodo glorioso de la Revolución Industrial. Es difícil hacerlo con el teclado del ordenador, ya sé. Pero eso refuerza el espíritu del maquinismo. Dale a las teclas. Muérete sobre ellas. Ten un orgasmo, aunque sepas que a continuación vas a tener que desembolsar un par de billetes. Di lo que quieras. Tiene que haber alguna parte viva dentro de ti, en esta mañana pegajosa de humos (cancerígenos) de diésel y de mano sobre mano. Tiene que haber un salvavidas. Algo más aparte de un montón de residuos medio digeridos de sueños en el estómago.

Venga, no pronuncies la palabra “sueños”. En lugar de eso, numera tus sueños. Quieres. Qué quieres. Quiero aventura. Andar sin que me pesen las piernas, dormir de noche en el monte. Escribir como si la vida de alguien, sin contar la mía, dependiera de mis palabras. Quiero abrir los ojos a la mañana en una playa casi salvaje. Quiero arena blanca escurriéndose por mis manos. Quiero alguna especie de trabajo que sea productivo y real. Esto no. No hay nada que hacer en la oficina. Sentimientos de culpa por ello. Un poco de prevención por que mis compañeros escuchen este teclear que no puede ser achacado a ninguna de las tareas insustanciales que por aquí nos están poniendo a todos una cara de lechuga de tres semanas. El jefe amenaza a cada minuto con asomar detrás de mi espalda. Estas son mis posibilidades de aventura para esta mañana. Visto así no está tan mal. Escritura furtiva. Manos rápidas como las de un pistolero. Nada que decir, y que más da. Luchemos por nada. Lo que importa es luchar. Mi trabajo, hoy, consiste en estar sentada delante de una pantalla de ordenador en blanco. Seamos virtuosos en ello, entonces. Tarde o temprano saldrá algo vivo. Algo productivo y concreto como las patatas que los agricultores sacan de la tierra.

Venga, más ideas. No, ideas no. Más deseos reales e inflamados como las ampollas en las manos. ¿Serán eso, todos mis problemas de piel? ¿Asuntos pendientes desvaídos y sin nombre? ¿La falta de vocación y raíces? Quiero aprender a hacer cosas con mi cuerpo. Quiero aprender a ordeñar. Hacer mapas. Buscar poblaciones de malas hierbas a punto de extinguirse. Porque una cuneta llena de malas hierbas es un jardín desapercibido y una esperanza. El refugio de colores en estos campos cada vez más pobres y monótonos. Y, sin embargo, quién las quiere: muchas especies se han extinguido a fuerza de herbicidas, y cada vez hay menos amapolas en los trigales. Sí, sería un esfuerzo bonito, hasta japonés, dedicar media vida al estudio de las malas hierbas.

Quiero coleccionar materiales jugosos para escribir un volumen de cuentos o una novela. Quiero tener los músculos agotados y limpitos. Quiero echarme vino de una botella compartida, cenar bajo un gran árbol a última hora de la tarde, cuando todavía la luz no se ha desvanecido, y de la tierra se escapa un vaho rosado. Oler entonces el aroma de la grama húmeda, quitarme los zapatos, sentarme con los pies debajo del culo, servirme ensalada con un par de cubiertos de madera, y comer cosas que haya hecho con mis manos. Enfrente tengo a gente que me sonríe, y que en esta hora en que la la tarde acaricia para no morir todavía, saben permanecer callados, al menos hasta que los grillos, con sus patas, den la hora de las palabras. Quiero ver una mano a mi lado, y apretarla como si fuera pan recién sacado del horno, y no tener que girar la cabeza para saber que su dueño es Jose.

Quiero que esté a mi lado y que comparta mis delirios, porque lo quiero, y me gusta estar con él, es noble y ligero, está bien allá donde esté, y se ríe de todo, se ríe de mí, y eso me sirve de entrenamiento. Quiero que esté a mi lado, porque le quiero, no porque él me quiera. ¿Es él mi única raíz? ¿Me agarro a él porque me da miedo dejarme suelta? A veces estoy a punto de reconocer que lo más honrado sería liberarlo de estos sueños que nos hacen daño a los dos: a él porque piensa que estoy a punto de escaparme, a mí, porque él no quiere escaparse conmigo. No hay manera, nunca seremos Bonny & Clyde. Pero ¿que camino escojo para ello? El de la derecha: sacar mi coche de la plaza de garaje que él tiene en su pueblo, llenar mi mochila, e irme a cualquier parte, y desde allí, mandarle postales y un millón de besos. El camino de la izquierda: distinguir cuándo la narración de mis entusiasmos embrionarios va a hacerle daño, porque esos no son hijos suyos, y entonces callar. Porque no hay vía intermedia. Él no va a seguirme adonde marque mi capricho. No va a acceder a venirse de vagabundeo conmigo, o de voluntariado por granjas de Hungría o Croacia. Quizás pretendo arrancarlo de raíz, para que seamos los dos un par de raíces flotantes, dos lianas sueltas. Pero su vida está aquí. Sus padres y él son siameses. Él está bien con el resultado de esta cuenta. Me dejaría marchar, si yo quisiera. Es mucho más desprendido que yo. Aguanta mucho el dolor.

El problema es que no sé lo que quiero. ¿No se va a acabar nunca esto? Y eso que decía mi tía si no habría encontrado yo el Santo Grial. Quiero que dentro de diez, veinte años, pueda volver a mirar este tiempo con nostalgia. Decir “qué llenos mis días, entonces, cómo iba yo a contracorriente del reloj”. Tumbarme en la hierba ahora, y suspirar satisfecha. Cuando termine esta mierda de ejercicio, voy a bajar a la frutería a comprarme unas cerezas. Y con las mejillas llenas como una ardilla, me daré cuenta de que, en realidad, todo está bien. La sangre sigue llegando al dedo meñique de mis pies. Mi hígado funciona sin descanso. Puedo digerir esto también, el estar obligada a pasarme siete horas en una silla sin hacer nada que añada un poco de lustre y comodidad al mundo. Puedo asumir sin complejos que he vuelto caer en el vicio de inventariar mis carencias. Ha sido sólo un rato. Este uniforme de kriptonita... Pero, es verdad, la basura es un buen punto de partida para el conocimiento.

6 comentarios:

  1. Como conciliar entre dos personas que se quieren, las distintas necesidades o deseos de cada uno de ellos,sin que se resienta la relación que en otros momentos puede parecer perfecta?Conozco a alguien que parece que lo consiguió.

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  2. Ay vida mia,vida mia...!

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  3. Anónimo entre comillas14 junio, 2012 23:39

    ¿Por qué estás tan segura de que no hay una vía intermedia? Un punto de cruce entre el camino de la izquierda y el de la derecha...

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  4. Chulísimos estos ejercicios porque tras el caos inicial, van saliendo cositas, ellas solas: preocupaciones y demás. No sé si es generacional o propio de la humanidad pero...el que esté libre de querer escapar de lo que sea, que tire la primera piedra. Creo que todo esto es fruto, como te dije una vez, del desarrollo adulto.
    Lo más importante es lo más sencillo: el AMOR. Me quedo con que quieras tener a tu chico siempre contigo (la imagen de que coger una mano y luego es de él, rezuma AMOR por todos sus dígitos).
    Muas.
    Laura (in the middle of work, as usual)

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  5. Y continuando, si me lo permites, creo que uno de los funfamentos de todo esto es que vivimos muy alejados a nuestra propia naturaleza, y así, nos encontramos enclaustrados en oficinas o donde sea, produciendo cosas que sólo tienen valor para la ficción que hemos creado. Y mientras tanto, nuestro YO, alma,o como queramos llamarlo, deseando volar.
    Yo también quiero un huerto y un campo.
    Y...BUENO, BÁSTA!
    Laura

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  6. Escritura libre, yo le digo escritura automática. Escribir, sin pensar, mover el bolígrafo, las palabras que vayan saliendo solas, la tontería más gorda que se te ocurra, la escribes. Es curioso lo que, a veces, puede salir de ahí.

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