lunes, 14 de mayo de 2012

Anclándome de nuevo


El hogar está allí donde a uno siempre lo esperan. Con semejante tontería de sobrecillo de azúcar me bajo del autobús. Hace ese tipo de calor que convierte la realidad en una Polaroid de los años sesenta, pero él está ahí parado, con el chándal que a veces sólo se pone para hacerme rabiar, las manos a la espalda, el abrazo a punto de reventar, esperándome. Y, sí, me abraza, y me mira como si nos hubiéramos conocido la pasada Navidad en un lugar neutro, donde los dos éramos extranjeros y teníamos frío. Pero se recompone, y enseguida vuelve a acostumbrarse a mi presencia, y a llamarme por los motes que usamos cuando estamos en pijama. Se hace cargo de mi mochila, aunque no pesa nada, y me conduce hasta el coche.

Durante el trayecto que me lleva a casa, mi mirada es incapaz de retener una sola imagen. Sólo quiero llegar y dormir un rato en mi cama. El hogar está allí donde las cosas te retienen. Y eso es para mí, hoy, algo bueno. Cuando por fin me tumbo, no queda ya nada de la persona sin referencias que fui mientras me comía un bocadillo en el área de servicio donde el autobús hizo su parada. Allí me busqué un hueco en sombra entre dos coches aparcados, y me quedé de pie, apoyada en el pilar metálico y ardiente del sombrajo. De algún lugar indeterminado salía el What's going on de Marvin Gaye, que es una canción que me chifla desde el Big Bang. Tenía todavía tanto viaje por delante como el que había quedado detrás, y si dentro de mi bolso hubiera encontrado un carnet con otro nombre, y otro lugar de nacimiento, no me hubiera parecido raro.

Ahora ya estoy de nuevo aquí, bien sujeta a mi identidad cotidiana, sea cual sea. La nevera está llena de cosas que he elegido, y que cocinaré, por fin, con mis manos. Y mis libros siguen esperando a que desista de tener un blog medio actualizado, y les dé un gajito de tiempo. Alguien, allí en Madrid, y antes de la ceremonia, me saludó, y con mucha gracia se declaró “ferviente seguidor de Durmiendo en los coches”, y yo me puse un poco colorada, como si me hubieran pillado en una travesura. Y, mientras me colocaba junto al resto de familia en el banco de la iglesia, me sentí reconfortada por la idea de estar haciendo algo concreto, que puede ser relacionado conmigo, igual que un albañil que se señala a sí mismo después de señalar una casa bien sólida, o un pirómano, al ver en el telediario las imágenes del incendio que él mismo ha provocado.

En realidad, nunca he pensado demasiado en serio en este blog como en una criatura mía. Me limito a escribir lo que puedo y como puedo, y a esperar que eso funcione como una red para atrapar algo de calor y significado con los que alimentarme. Los que son padres ¿no se sorprenden nunca pensando cómo ha podido salir de sus células esa persona parada ahí enfrente, tan independiente e indescifrable como el resto del mundo? Así me siento yo muchas veces con respecto a esto que termino publicando. Cuando alguien que tiene un cuerpo del que sale una voz, me recuerda su existencia, yo no pudo evitar reaccionar con una perplejidad sazonada con unas gotas de orgullo. Ahí, en una diminuta esquinita casi intangible del mundo, hay un letrero que lleva mi nombre. Es verdad que una firma en la puerta de un cuarto de baño que huele a cuadra y amoniaco, en un área de servicio, puede resultar bastante más obvia y perdurable que estas palabras que se escriben en ningún sitio. Pero es la mejor manera que se me ocurre para hacer saber, al mundo y hasta a mí misma, que una vez estuve viva.

Es una manera de sentirme sólida, porque si es verdad que algo sale de mí, y que alguien es capaz de establecer la relación que existe entre ese algo y yo, entonces se diluye la sensación que a veces me asalta de ser una mera hipótesis, y de estar fuera del espacio y del tiempo, completamente desvinculada. Este fin de semana escaso que he pasado en Madrid para asistir a la comunión de mi primo (que, digo yo, cómo es posible tener a la vez una prima que es abuela, y un primo al que le acaban de infligir una primera comunión), esa sensación ha estado demasiado presente. La noté en la iglesia, mientras intentaba reconocer en mí misma un vestigio, por pequeño que fuera, de mis diez años, y de todos esos ritos y herencias que hablaban de comunidad, y que en realidad nunca me enseñaron a vivir en un mundo real, entre personas de verdad.

Y luego, en el convite, al mirar a todas esas personas con las que comparto una carga genética y una historia de encuentros breves y de regalos, pero a las que no conozco de veras.

De camino a la buhardilla de mi hermana, calles adoquinadas y escaparates asiáticos, cuando sin querer soñé que volvía a encontrarme con una persona con la que tengo una cuenta pendiente que sólo existe en mi cabeza.

Y tumbada en la cama de mi hermana, en camiseta y bragas, sintiendo en las piernas el fresco que al fin entraba por el tragaluz del techo, y no pudiendo disfrutar de él, porque los helicópteros no dejaban de dar vueltas por el cielo del centro de Madrid, y yo me sentía en una ciudad en estado de sitio. Acosada e invisible a la vez, deseando salir por el tragaluz para correr por los tejados, y hacerle señales de socorro a los pilotos. Estoy aquí, en un lugar que no me corresponde, ocupando un lugar en la cama de mi hermana que reclama otra persona, lejos de todos, y recordando otros años de una vida que a duras penas reconozco como mía.

Por eso es bueno llegar a un lugar y descubrir que hay alguien esperándote, y una actividad que te ata a la realidad, y mediante la cual puedes tomar posesión de aquellos momentos en los que tú misma pareces una desposeída. Una actividad que alguien más, aparte de ti, puede reconocer como tuya.

4 comentarios:

  1. lectoraadicta15 mayo, 2012 13:06

    "Anclándome de nuevo...o la extrañeza de ser".Permiteme el añadido.

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  2. Los padres vivimos en contínua sorpresa-creo que las madres aun más-ante esas personas a las que hemos "transportado" dentro de nuestro cuerpo y en algunos momentos parecen tan ajenos como el más ajeno de los desconocidos que podemos encontrar por la calle.
    Te quiero.

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  3. La de veces que hice este trayecto al que te refieres. Yo también me transformaba en otro de aquí a allí. Normalmente por la noche: había que aprovechar el tiempo. Paraban en Guarromán (ahora creo que es en Pedro Abad ¿?), y en ese lugar no era nadie. En mitad d la nada. Qué cierto lo de encontrar un DNI de otra persona en tu cartera y no asombrarse!.
    La primera vez que hice el trayecto en AVE, note que me faltaba algo. O mejor dicho, que me sobraba. Me sobraba tiempo por todas partes. Creo que aun estaba en fase de crisálida y ya había llegado.
    Y si tienes ganas de llegar, ya no te digo de volver.

    Disfruto viajando. Aunque sea al "chino" a comprar pan.

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  4. Paco, antes todos los autobuses paraban en Almuradiel, y ahí podía ir a recogernos alguien de la familia cuando el destino era el pueblo manchego de mi madre. Ahora paran en un megapesebre de sevicio patrocinado, juraría yo, por la Junta de Andalucía, un poquito antes (o después, según el destino) de los delirios de Despeñaperros

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