domingo, 15 de abril de 2012

Mi casa es más buena que el pan

Hace apenas veinticuatro horas que volví de mi escapada a Madrid, y ya tengo la piel encendida. Os podéis hacer una idea de lo que eso me frustra. Porque a lo largo de estos cinco días de vacaciones, había notado cierta mejoría del brote de dermatitis con el que me subí al autobús. Las erupciones en los dedos de la mano se habían aplacado algo y, lo mejor de todo, iba por la calle con la sensación de no tener culo (a nivel dermatológico, claro, porque mis redondeces son obvias y cubanas). Anoche, cuando no llevaba ni media hora sentada en mi sofá del amor, me descubrí rascándome el cuerpo como una mona. Y sé perfectamente lo que se me va a decir, con palabras más (Chispita) o menos (mi mamá, o cualquier médico de la Seguridad Social en el que todavía me atreva a confiar) fieras. Que mira tú qué casualidad, oye. La niña, en vacaciones, mejora. Es llegar a su casa, y a la niña le entran los demonios. Pues no tiene cuento la niña. Que sí, que vale, que las enfermedades psicosomáticas son reales y dignas de compasión. Pero a lo mejor lo que a la niña le hace falta es dejar de rascarse. Dejar de mirarse los dedos como si en ellos llevase escritos los enigmas del Universo. Abstraerse de la piel. Hacer yoga. Relajarse. Estar contenta.

Y no me parece justo, gentuza. Para empezar, llevo una temporada oliendo a chamusquina cada vez que escucho a alguien tildar cualquier enfermedad de autoinmune o psicosomática, y más cuando ese alguien se ha pasado una burrada de años de su vida preparándose para colgar el título de médico en su despacho, o en la salita de estar de su abuela. Esas dos palabras me parecen como el precinto de la pereza de un diagnóstico. Autoinmune. Patapúm. Su cuerpo no se tiene respeto alguno y se daña a sí mismo. Ale, a su casa, a rumiar en silencio sus males. Échese esta cremita cuando le pique. Y vístase sólo con prendas holgadas de algodón. (¿Y a mí qué me cuenta del frío granadino?). Siguiente. Psicosomático, o “paso de implicarme ni un minuto más en los problemas cutáneos de esta tipa, que además tiene cara de ansiosa. Que el que se pica, ajos come. Hostia”. Juro sobre las sagradas escrituras que la última dermatóloga que me (mal)trató tenía esa misma empatía de liquen.

Y, además, me da mucha rabia, de verdad, que se banalice de esa manera oscurantista las relaciones entre el cuerpo y el alma. ¿Qué puede saber de mi tolerancia al estrés una señora de pelo frito que de mi vida interior no conoce más que las ronchas de mi culo? ¿ Cómo podría yo explicarle que he estado trabajando mucho a ese respecto? ¿Qué replicaría si le dijera que he conseguido aislar la cepa de mi insatisfacción? Me diría que esos son mis problemas particulares, y que algo de mierda seguirá habiendo ahí, en mis adentros, para que flote en superficie, y me inflame la piel.

No digo yo completamente que no. No soy tan fatua como para pensar que todas mis emociones están bajo la estricta supervisión de mi conciencia, o que he alcanzado la paz interior. Pero, respecto a mi relación con el lugar en el que vivo, sí que he hecho avances. Por la sencilla razón de que esa relación ha dejado de importarme. Seriously. No es que haya conseguido por fin echar raíces en Granada. Simplemente, he dejado de colocar mi satisfacción en cualquier lugar alejado del alcance de mi mano. Ya no creo en los paraísos. Estoy bien aquí, aunque no haya mar ni árboles. De hecho, una de las noches en que me derrumbé sobre la cama que me prestó mi prima, añoré volver a mi casita con todas las células de mi cuerpo, sobre todo con las de los pies machacados. Estoy bien aquí. Miro las gotas de lluvia que se han quedado petrificadas en los pétalos del geranio, y sonrío. Un año más, vuelvo a darle la bienvenida a las hojas tiernas del olmo que se levanta frente a mi balcón. Y mañana volveré a despertarme sabiendo que la cotidianidad es una aventura tan apasionante como cualquier viaje. Estoy bien aquí, y esto es una convicción, no un mantra. Y, sin embargo, tengo que escribir de rodillas porque me escuece el culo. No me parece justo, repito.

Y es por eso por lo que me he puesto manos a la obra. Estoy dispuesta a hacer lo que esté de mi parte para que mi piel descabellada sane, o al menos mejore. Ojo, que soy tan realista como cualquier manchega de mi familia. Sé que es probable que, pese a todo lo que pueda leer en internet, o consultar a especialistas, pese a los cambios que vaya a introducir en mi dieta, pese a mi propósito de pasar con más frecuencia el trapo del polvo, por si acaso la respuesta estuviera en los malignos ácaros, tenga que acarrear de por vida con esta enfermedad, que tampoco es que sea una de las siete plagas de Egipto. Si nada de lo yo haga funciona, porque, sencillamente, no se puede hacer nada, yo me resignaré como una buena ex-cristiana. Hasta entonces, mi responsabilidad, mi reto, mi nueva aventura, es dejar de rascarme e intentarlo.

Así que mañana voy a empezar un mes de prueba con una dieta sin gluten, lácteos, azúcar, ni otro montón de deliciosas porquerías. Esta mañana me despedí sentidamente de las tostadas y del café. Esta noche haré lo propio con el yogur. A partir de ahora miraré comer a Jose igual que los alcohólicos en rehabilitación miran las casetas de la Feria de Abril. Sé que no estaría de más que consultase el asunto con un dermatólogo, un inmunólogo o un nutricionista (como mi casero, sin ir más lejos), vaya ser que lo de mi piel no tenga nada que ver con la alimentación, y mi sacrificio resulte tan estéril como los ovarios de La Veneno. Pero pa qué. Un mes o dos no matan, y mi voluntad, por lo menos, se verá reforzada.

(Mañana también os contaré algo sobre Madrid, cómo no. Sobre gentes, cuadros y obsesiones. Hoy me picaba el culo demasiado, y sólo quería decirle a mi casa y a mi ciudad y a mi inconsciente que no son tan malos)

6 comentarios:

  1. Animo, te juro que se puede vivir sin trigo, al principio cuesta pero luego ni te acuerdas, y te lo dice alguien que ya lleva dos años.

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  2. ¿Has pensado en comprarte un rascador curioso? Al menos le pones a la picasina algo de glamour.

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  3. Primaveritis, es que el desayuno es como el puntal de la rutina. Voy a tener que hacerte una consulta privada sobre el tema!

    Bubo, chaval, que una se pinta las uñas. Pa qué más glamour

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  4. Cuando consígas contener tu necesidad de rascarte-ya sé,es muy fácil decirlo- empezarás a curarte.Creo.

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  5. Anónimo entre comillas18 abril, 2012 23:00

    ¿Se puede vivir sin un buen café con leche (hay gente dura que se lo encaja solo) y unas tostadas? No sé, no sé...Espero que semejante sacrificio te dé buenos resultados; o que no te los dé y así podrás seguir desayunando como te gusta.
    Agradezcamos a los viajes, además de todo lo demás, la alegría de volver a tomar posesión de nuestro sofá.

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  6. Hija me gusta tu casa.Hace unos días cuando llegué a ella,cansada de arrastrar la maleta arriba y abajo por el metro de Madrid y el viaje posterior a Granada me sorprendí soltando lo de "hogar dulce hogar" con un suspiro de descanso.

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