sábado, 28 de abril de 2012

La lluvia tras los cristales de casa


Me encanta cuando escampa. Es como si la realidad despertara suavemente de su sopor, y le brotaran ojos por todos lados. Las cosas mojadas y, con suerte, iluminadas por el sol, tan limpias y brillantes, parecen compartir un secreto: todo tiene una oportunidad para empezar desde cero. El asfalto descascarillado como unas uñas pintadas hace una semana. Las hojas de los árboles acostumbradas a su capa de mugre ciudadana. Mis claveles, que hasta ahora no terminaban de darse cuenta de que hasta fuera del Corte Inglés es primavera, y pasaban de reventar de color. El aire espeso de Granada. Todo se siente a la vez vulnerable y capaz. Me acuerdo de un paseo que di una vez por Lisboa, sola. Maligna, triplemente sola. Tenía la sensación de que el mundo se había convertido en un lugar frío y sórdido como un motel americano. Y, sin embargo, llovía, escampaba, volvía a llover, volvía a parar. Y así, embobada con el juego de brillos y de sombras sobre los raíles del tranvía, se me fueron olvidando, una tras otra, las tres o tres mil razones por las que me encontraba tan sola. Durante el tiempo que estuve en la calle, subida a este carrusel meteorológico, pude ser inocente, y esperar que lo que a partir de entonces vendría sería mejor.

Ojalá hubiera viejos raíles en uso, en todas las ciudades

Me he ido por las ramas. Lo que yo quería decir, en realidad, es que siempre me sorprendo cuando escampa. Llueve, parpadeo, y de pronto ya no llueve. Como si alguien le hubiera al off del interruptor de la lluvia, y la que estaba a punto de caer al suelo hubiera sido reabsorbida en el aire. Y mi razón impertinente me obliga a decir que no, que las cosas no pueden ser así de tajantes. Que hay una gradación que a nuestra manera de percibir se le escapa. Ha habido un proceso lento de transformación en mi cuerpo antes de que yo me diera cuenta de la arruga que ahora acompaña a mi comisura izquierda. O de la cantidad de huesos indiscretos, entre el cuello y el pecho, que esta mañana me he visto en el espejo. Nos pasamos la vida esperando que, al descorrer las cortinas por la mañana, todo haya cambiado. Que nos suceda algo distinto, nuevo, mejor. Y, sin embargo, todo está siempre cambiando, nuestros cuerpos, nuestras memoria, nuestros sentimientos, todo sometido a un proceso muy sutil de evoluciones y reajustes.

Este fue, aproximadamente, mi séptimo pensamiento de la mañana (el primero: “anda, si llueve”. El segundo: “mmmmm”, o sea, “el cielo es despertarse sin despertador”. El tercero: “llevo durmiendo dos siglos, por Tutatis”. El cuarto: “hola, pequeño cachorro de ser humano (por Jose)”. El quinto:”mola un millón que te despiertes a la vez que yo”. El sexto: “rectifico: el cielo es despertarse un sábado lluvioso sin despertador, y que un amoroso cachorro humano abra los postigos del balcón, y te invite a su cama a hacer-como-que contemplas-la -lluvia, porque no te vas a poner ya las gafas). Abrazada, y sin que mis ojos tuvieran que hacer el esfuerzo de acostumbrarse a la luz de cera sucia que entraba por la ventana, me pregunté cómo podían haber desembocado nuestras dos vidas en esto. Qué es lo que ha ido pasando a lo largo de estos tres años para que, de esta manera tan natural que casi parece lógica, nos hayamos amoldado el uno al otro.

Y eso que yo, lo sabes bien, no era nada fácil. Yo me había enamorado de mi soledad, igual que un montañero del riesgo de morir. Me gustaba llegar a mi casa, y encontrarla en silencio, después del empacho de palabras del trabajo, y que cada rincón dijera algo de mi historia y de mis gustos, a pesar de ser alquilada. Me gustaba burlarme del lugar común de que cocinar para uno solo no merece la pena, y preparaba menús un poco fashion, y hasta fotografiaba mis platos. Me gustaba alquilar películas, poner el salón a oscuras, y después prepararme la cena, mientras digería para mis adentros la emoción recién adquirida. No me salía dormir al lado de nadie, ni leer junto a nadie. Hasta se me cerraban los esfínteres, cuando tenía que compartir el cuarto de baño con alguien.

Y míranos ahora, cómo nos despertamos a la vez. Mira el ritual que hemos creado para levantarnos de la cama (un beso, ¿has dormido bien?, levanta un brazo y señala al techo, arriba patos). Te has aprendido dónde se guardan todos mis cacharros de cocina. Me he resignado a que te empeñes en llevar tú solo las bolsas llenas del supermercado, con lo que a mí me gusta sentirme un poco fuerte, autosuficiente. Cuando vamos a que me vea el oftalmólogo, le cuelo una pregunta sobre tus ojos. Tú me echas la crema para la dermatitis allí donde mi mano no llega, y luego me abrazas, y me dice que todo va a ir bien. Yo me fijo en tu respiración cuando me desvelo de madrugada. Tú cargas la cafetera mientras me lavo la cara, yo pongo las tostadas cuando te dejo el lavabo libre. Compartimos chistes que no necesitan ser pronunciados. Hemos comprado un horno y un ordenador a medias. Hablar contigo después de una película es un regalo. Nos regañamos como un par de bisabuelos. Al momento nos decimos “hola, pequeñaa, hola pequeñoo”.

¿Cómo hemos llegado a esto, dime? Estaba sola, y tras un parpadeo, estamos los dos arropados por la misma manta azul en el sofá, tú leyendo, yo con el ordenador en el regazo. Estaba lloviendo hace un segundo, lo juro, y de golpe ha escampado.

4 comentarios:

  1. Que bueno.Que envídia.

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  2. Qué bonito Silvia!. Que no se te pase nunca esa extrañeza!.
    Besillos.
    Laura

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  3. Anónimo entre comillas29 abril, 2012 22:58

    Vaya, hacía tanto tiempo que no llovía, que estos días lluviosos nos han dado para mucho ¿verdad?
    Esta tarde volvía hacia Granada por la autovía y comentaba la conductora del coche cuánto le gustaba mirarlo todo cuando deja de llover y va y añade "a lo mejor tiene que ver que es la única vez que se limpian los cristales del coche..."
    Pensaba yo la de películas que me han atraído sólo por llevar la palabra lluvia en el título, de algunas sólo recuerdo eso: "Ilona llega con la lluvia"; no me digas que no es un título para recordar.
    Dile a tu cachorro humano, tan cinéfilo, que me haga una lista,

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