viernes, 16 de marzo de 2012

La escritura y los días


Me sirve todavía esta imagen, aunque sucediera hace ya cuatro días. Estoy retrepada en el sofá de la casa de mi padre, acariciándome los dedos gordos de los pies. Siento una ternura especial por ellos, humildes, sufridos, como si no fueran míos. Hace un rato que volvimos de la excursión y ahora, después de habernos duchado, y de tirar a la basura, con un poco de nostalgia, la bolsa llena de latas aceitosas y mondas de naranja, tratamos de que la hora de nadie pase con soltura. Es demasiado pronto para la cena, demasiado tarde para todo lo demás. A veces me sorprende esta hora, justo al terminar un post, o tras un atracón de lectura. El trajín del día se queda en suspenso, y a mí me da la sensación como si la luz amarilla de la lámpara, que no recuerdo haber encendido, tuviera un tono interrogante. Es un momento de ahogo del tiempo, y hay que estar a la altura. Si no, es fácil dejarse ganar por la indolencia. A mí me pasa de vez en cuando. Hojeo libros con la atención puesta quién sabe dónde, a lo mejor en la hoja de un árbol de una selva de Birmania. Me echo crema de manos, y un trago de agua a gollete. Me corto las uñas. No me decido a lavar una de las lechugas mutadas de mi padre. Es la hora del remoloneo y, si supiera en qué consiste exactamente, me entregaría a la meditación.

Pero, aunque no lo sepa, esta tarde, mientras me mimo los pies, mi ánimo está recogido. Es lunes, y mi padre y Jose no encuentran en la tele ninguna retransmisión deportiva – su propio chupete durante la hora de nadie. Así que la casa está más silenciosa que otros días. El bote de frutos secos tintinea al pasar de mano en mano. Ellos se han sentado también en el sofá y, probando el milagro de Internet, se han puesto a ver fotografías antiguas de Estepona. Jose interroga y se maravilla. Mi padre va desgranando toda esa cartografía desaparecida: aquí estaba el bar Iberia, donde paraban los autobuses, es donde está ahora el BBV, y éste es el paseíllo que había antes de que construyeran el paseo marítimo. Y aquí los niños rondábamos entre las mesas de la gente que chupaba cañaíllas, y recogíamos las conchas que se tiraban al suelo, y nos dábamos atracones con todo lo que les quedaba dentro. Yo trato de imaginar lo que debe de pasar por su cabeza cuando anda por las calles de esta ciudad que fue su pueblo. He vivido lo suficiente como para ver urbanizaciones en lo que antes eran campos o la ribera del mar. También he visto cómo, de un día para otro, una casa con tejas de repente se transformaba en un solar, y luego, en un bloque sin balcones ni alma. Pero soy todavía joven para tener esa consciencia de completo desalojo.

Ellos siguen hablando, y se han sentado tan juntos en el sofá, que ninguno de los dos se ve en la necesidad de alzar la voz para compensar la sordera de mi padre. A mí me asalta un ligero remordimiento. Podría empezar a escribir todo lo que he visto y escuchado hoy en el monte, repetiros mi amor por los árboles y el movimiento. Total, si alargamos un poco la hora de la cena, tendría por lo menos una hora y media para darle a la tarea. Es curioso cómo sustituímos los verbos, sin apenas darnos cuenta: yo paso del “podría” al “debería” antes incluso de llegar al primer punto y seguido. El caso es que no quiero. No es que no me apetezca, es que no quiero. Porque bajé del monte embarazada de silencio. Ahora me tapo la boca, pongo una mano sobre otra. Igual que las preñadas se sujetan la barriga. Y, sin embargo, sigo escuchando a mi Pepito Grillo: “¿pero lo que tú querías no era precisamente escribir a diario?”.

Así que llego a la conclusión de que esto está durando demasiado. Es preciso atajar de una vez el tema de la escritura y los días. A mí me aumenta la tensión mental y arterial, y a mi puñadito de lectores debe de espantarles como el Raid a las cucarachas. Le he dado muchas vueltas a las respuestas que tan amablemente me distéis cuando planteé el Dilema. Y no he llegado a ninguna conclusión definitiva. Quiero decir, que todo lo que me planteo son versiones parciales de una verdad que no creo que exista. Realmente, no he conseguido aclarar el punto esencial, que es, como dijo Primaveritis, si estoy absoluta y totalmente convencida de que quiero escribir a diario. Tengo claro que me gustaría escribir, y que me gustaría profundizar en ello. Y tengo claro, también, que la idea de escribir todos los días ha sido, en mi caso, como una semilla que ha venido volando desde fuera, y que ha fructificado en el barbecho de mi flojera y mi insatisfacción. En el post número 100, que, por supuesto, será uno de los post dedicados y, que, de manera bastante inverosímil, está a las puertas, explicaré de dónde vino esa semilla.

Y la insatisfacción, ¿a qué respondía? Pues al presentimiento de que nunca he estado del todo a la altura de lo que significa el hecho aleatorio y asombroso de estar viva. De que me he pasado mucho más de media vida hibernando y alejándome del borde de la vida. De que no he explorado más que una mínima parte de las posibilidades que ofrecen una mente y un corazón humanos. De que no merece la pena vivir a medio gas. Es al aprovechamiento al máximo de la energía vital, más que a la escritura en sí, que no deja de ser una herramienta, a lo que aspiro. Lo que quiero es estar atenta todos los días, todo lo despierta que pueda. Ver, más que mirar, lo que une a las personas que caminan por la calle de la mano. La historia del vagabundo de la cara tatuada. La red de fuerzas y elementos que se tiende bajo los árboles, entre el suelo y el aire. La mirada llena de piedad que Apu, que es como llamo al adolescente rellenito, hijo empollón de emigrantes pakistaníes, con el que me cruzo todos los días, le dedica a su hermano pequeño, mientras todos esperamos a que el semáforo nos dé paso, como si se acordara de cuando él era también pequeño y aún no se sentía un marginado, como si quisiera protegerlo.

Me gustaría ver todo eso, abarcar dentro de mí una buena parte del espectro abigarrado de la vida y, para llegar a ello, pienso ahora, no es absolutamente necesario que escriba todos los días. Cuando no escriba – que lo seguiré haciendo, desde luego – igual podré permanecer con los ojos abiertos. Encontraré otras maneras de atrapar y canalizar la energía. Hace cuatro días, por ejemplo, mis pasos por el bosque hablaban. Todo mi cuerpo escribía.

P.D. 1: Anónima entre Comillas, si sientes la llamada de la selva, soy tu mujer. Me acordé mucho de ti y de lo que habrías disfrutado durante la excursión, y de ti, Antonio, al ascender hasta la cabecera del río donde una vez me demostraste tu curiosa manera de entender la solidaridad (que lo sepa todo el mundo: estar a punto de despeñarte, y agarrarte al compañero para no irte solo al fondo del río)

P. D. 2: ¡Permaneced atentos a los post dedicados, que hay mucho premiado!

5 comentarios:

  1. Vamos a ver, muchacha... míralo desde el lado libertino, conté contigo para morir. ¡Es todo un detalle! ¿No? Y sí, son las 2:25 de la madrugada, no preguntes que te tiro al tajo.

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  2. Prueba a escribir un libro. Tienes una estilo que por lo menos a mi me resulta atractivo. También algunas expresiones certeras, por ejemplo en este post me encanta "embarazada de silencio". Una producción (escribes post larguísimos y casi a diario) que te hace generar mucha ideas y forma diferentes de contarlo.
    Necesitas encontrar una historia interesante y desarrollarla. Y luego repasar y repasar. Releer y pedir consejo.
    Yo no lo escribo porque no tengo el nivel para ello, pero creo que tú, que no soy tan especalista para saberlo con seguridad, pero me da la impresión que con un poco de disciplina lo puedes conseguir. Lo mismo el primero no resulta, pero luego a lo mejor, después de algún intento...

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  3. retoño de Satán18 marzo, 2012 15:11

    a verrrr..todavía no he leído el post, sólo el título y un poco los comentarios..mira tía, si quieres escribir, escribe, y si no, no escribas, pero deja ya de joder la marranaaaaa!!

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  4. Autoayudado, ¿estás practicando para tu futuro nuevo trabajo?

    Paco, lo de Principiante, viene de príncipe, ¿verdad? No creo que esté todavía en ese punto. Por ahora, y mientras las historias me encuentran, sigo practicando.

    Retoña diabólica, debes de ser más lista todavía que tu padre, porque nada más que con el título has llegado al meollo del post.

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  5. Pues yo me voy más por las ramas, quizá. Tampoco es plan de ponerse aquí a dar consejos vitales, porque todos hablan de nosotros mismos (del que los da) y todos los llevamos a nuestro terreno, pero si te vale mi experiencia, el yoga me está ayudando mucho con mis desvaríos mentales, que son parecidos a los que cuentas. Tengo la certeza de que independientemente de la disciplina que utilicemos lo que buscamos está tan cerca de nosotros que por eso no lo vemos.
    ¿Esto te lo he dicho ya en algún post?.
    Y sí, la meditación va genial para todas estas cosas.
    Laura
    PD.: Pero no pienses que porque te diga esto ya lo llevo todo a rajatabla...ójala!

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