domingo, 25 de marzo de 2012

El sopor y la química espacial


Estoy segura de que lo que Marlon Brando quería decir al final de Apocalyse Now era “ah, el sopor, el sopor” - no hay más que ver sus párpados de corcho, esa atmósfera opiácea - y que Coppola, que era un pejiguera, lo obligó a decir lo del dichoso horror, por fidelidad a Conrad.

Sumemos: uno de los colirios que me estoy echando me ha metido toda la maldita niebla de Londres en el ojo izquierdo. En Granada alguien ha robado el cielo, y parece como si los sesos de la ciudad se hubieran quedado al aire. He dormido menos horas de las que mi cuerpo reclama, sólo porque al cenutrio de hombre que duerme a mi lado el corazón no le late a ritmo de pum pum, sino de tic tac. Vamos, que le ha abierto los postigos a la primavera a las ocho de la mañana (horario de verano), cuando anoche, por primera vez en una era geológica, salimos, y nos acostamos cerca de las tres (horario de invierno). La dieta de la croqueta que llevamos desde hace tres días empieza a pasar factura. Es que estos cuatro días de descanso nos estamos dedicando a inspeccionar bares de tapas, y mi estómago tiene ya remordimientos veganos. Y he descubierto que el cóctel cerveza/vino/ginebra no me provoca resaca, sino una tristeza un poco sórdida. Resultado: hoy me gustaría meterme en un convento. Por lo menos media hora. Ojalá estos gobernantes tan moralistas que nos han salido decreten el toque de queda para la noche del sábado.

En tal estado decadente me hallo, que he decidido rememorar una historieta miserable que debe de conocer ya media España, salvo un par de madres. Sucedió hace cinco años, cuando ni mi prima María José ni yo habíamos sentado todavía cabeza. Por aquel entonces nuestros carnets de conducir echaban humo, y era como si tuviéramos siempre una mochila preparada en el armario, con un par de bragas, un cepillo de dientes y un rimmel, en espera de planes fulminantes. Como si fuéramos un par de espías descerebradas. De esa manera, casi de la noche a la mañana, nos fuimos a pasar un fin de semana a Amsterdam. Creo que esa fue la primera ocasión en la que puse en práctica mi terapia particular contra la fobia a volar, consistente en pasar en blanco la noche previa al evento, y ventilarme dos Valium en el aeropuerto, mientras trato de controlar el impulso paranoico de averiguar cuál de los aviones de la pista es el que en breve me engullirá.

Amsterdam es una chulada, una habitación de juguetes desordenada, una filigrana, si obviamos que la probabilidad de morir atropellado por una bicicleta es algo para lo que un cerebro mediterráneo no se encuentra entrenado. Si obviamos las hordas de hooligans que, barreño de cerveza en mano, pasean sus panzas apenas cubiertas por camisetas blancas apretadas por entre los escaparates del Barrio Rojo. Si obviamos el hecho de que un par de garrulas pueden resultar un peligro en un coffee shop. Sobre todo si esas dos garrulas son muy buenas chicas, de toda la vida.

Bien. Ahí tenemos a nuestro par, en el garito saturado de banderas jamaicanas al que han ido a parar, porque a la de menor edad se le ha metido entre ceja y ceja que ir a Amsterdam y no..., bueno, ya sabéis, no..., esto, no hacer alguna travesurilla, es como llegar limpio de la Tomatina. Lo más gracioso es que la garrula menor no tolera el humo, en absoluto. La garrula mayor es más flexible a este respecto, no en vano ha sido universitaria en Granada, y ha podido dar una calada testimonial, en plan rito de paso, a algún porro que pasaba por ahí, sin que nunca le hayan hecho más efecto que el de la perplejidad por lo dudoso de sus beneficios. La garrula menor está empeñada: tiene muchos amigos en España, y quiere llevarles alguna historieta festiva de souvenir. La garrula mayor no quiere pasar por la vida diciéndole que no a todo tipo de experiencias. Así que, echando mano de un inglés macarrónico, se dejan aconsejar por la dueña del garito, que tiene el pelo de los sobacos tan ensortijado y frito como el de la cabeza. La mujer pirata les pone encima de la mesa una bandeja con un vaso de té y un trocito de bizcocho de chocolate. Las dos garrulas se miran, y la miran, con la frente arrugada. “Space cake. Space Tea”, declama la mujer pirata. Aaaaahh, dicen las garrulas, intuyendo la naturaleza del ingrediente espacial.

Ahora las garrulas mueven sus culos a ritmo de samba, en un pub. Empiezan a sospechar que han sido timadas. El éxtasis se retrasa, la apertura total de mente debía de tener otros planes. Entonces algo pasa. Algo sienten. Una especie de nueva viscosidad del aire, y la sensación de que las caras, los cuerpos, las superficies se han pixelado de repente. Tratan de describirse la experiencia, pero sus voces parecen muy, muy lejanas. Baten las palmas, se miran con los ojos redondos, flipan por estar flipando. Si el chocolate del pastel no hubiera sido otro que el de Nestlé, habrían flipado igual.

Pero era verdad. En el pastel había otro tipo de chocolate. La garrula menor se pone de pronto rígida. “Prima”, le dice a la otra, clavándole las uñas de las dos manos en los hombros, “prima, ayúdame, por favor, por favor, no me dejes sola, prima. Confío en ti, prima”. Su voz ha bajado unas cuartas. La garrula mayor piensa que a su prima el numerito del lado salvaje le está quedando un poco sobreactuado. Hasta que, con un retardo de pocos minutos, ella misma empieza a saber en sus carnes lo que le está pasando a la otra: que de la realidad ya sólo queda el latido desaforado de su corazón. Que todo da vueltas. Que ha perdido por completo el poco control que uno tiene sobre su cuerpo. Que los sentidos se han puesto en huelga. Que el pulso galopa de manera demente.

Las pobres garrulas intoxicadas consiguen salir del bar y, dar tumbos peligrosamente cerca de los canales de la ciudad. Se sientan en una escalera meada, a medio morir. A la garrula menor le sale la abuela manchega que lleva dentro. “Mira, ya estamos mejorcicas, hija mía, esto no es naica”, repite una y otra vez en una vacilante tono sacado de Sonrisas y Lágrimas. Pura y pinta a un personaje de Pedro Almodóvar. A la mayor, esta verborrea tan poco acorde con la cercanía de la parca, le da una mala leche bestial. Se encuentran con una pareja acaramelada. La abordan, suplican auxilio en esperanto. A la garrula menor no se le ocurre otra que sacarse unos billetes arrugados del bolsillo y soltarles a los espantados novios un “güi jav moni” balbuceante. La garrula mayor le da un manotazo. Al final esa buena gente holandesa trata de tranquilizarlas y les busca un taxi.

En el hotel el espectáculo se vuelve ya escatológico. La garrula mayor empieza a vomitar el alma en la moqueta. Queso de cabra y la mitad del espacio. La garrula menor llama al 112, y trata de que algún ser humano saque algún significado de su frase “mai cousin is daing”. Es verdad que la garrula mayor se siente morir. Con la lejanía propia de un sueño, cree ver a su prima precipitarse escaleras abajo, la cara alucinada del recepcionista del hotel, a su prima de nuevo, inundando el cuarto de baño en el intento de refrescarle la cara. Todo sigue dando vueltas. Al cabo de un tiempo amorfo, las dos consiguen meterse en la cama. La garrula mayor se va quedando dormida, a pesar del miedo que tiene de no volver a despertarse. Escucha apenas cómo la abuela manchega vuelve a aflorar: “si nos tenemos que morir, que sea aquí, en la cama, las primitas junticas. Fíjate si se enteran en casa de que nos hemos muerto tirás en la calle”. La garrula mayor no se decide entre morir o matar.

Amanece en Amsterdam. La peor resaca de la historia. Hay un cartel con un cisne gigante en la fachada del Rijksmuseum, que parece hacerles burla. Caminan compungidas por la calle, en busca de un poco de aire. La menor se pregunta si les quedarán secuelas. No deja de pensar que vaya una idiotez, quedarse tonta la primera vez que una deja de comportarse como una niña buena. La mayor, en cómo va a hacer el viaje de vuelta sin su Valium. Tardará un tiempo en perder el miedo a no volver a despertarse.

(P.D. Si todos conocierais a mi madre, sabríais lo transgresor que es este post. Mi madre es una Torquemada anti-estupefacientes. Mami, tranquila, yo estoy inmunizada para los restos)


7 comentarios:

  1. jajajaja!! jo. yo hice mas o menos lo mismo y también me puse muy malita.... no he vuelto a intentarlo ;)

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  2. Diosssssss, pero, ¿qué has escrito primi??, nuestro secreto?? na más he leído una línea, porque me viene ya los peques monstruos a clase...y me ha parecido...jejej, Diosss, vamos a morir!!!

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  3. Hija mia,qué enganá me tenías!.

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  4. Dios mío!, y lo que pude yo reirme con esta historia, tan bien contá, en Granada, de noche y al pie de la Alhambra!. Siempre que después ha surgido alguna conversación no he podido evitar acordarme del "Si nos tenemos que morir...", jajaja.
    Besos y enhorabuena por tu continuidad y tus 101 posts (que disfruto nuevamente at work)!!.
    Laura

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  5. Parto pecho primas. MJ (Garrula menor), la temporada de secretos e ha acabado.

    Primaveritis, ¿quieres que te mande a ti también el carnet de garrula? Yo, desde entonces, soy pura como Santa Teresa.

    Madre, compungida me hallo. No te he engañao ever.

    Laurilla de mi alma, es que esa frase sirve para todo. Un besazo

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  6. Leo tus posts desordenadamente porque los llevo con retraso y no los todos porque me incorporé tarde a tu club de fans pero con éste me he reído de lo lindo. Gracias, Silvia, por hacer algo tan complicado: sacarnos una sonrisa. En algún otro post alguien te ha aconsejado que escribas un libro. Juro por mis siete hijos pelones que seré uno de tus compradores. Me diviertes, me entretienes, me haces pensar -lo más difícil-. Tro.

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  7. Eres un primor, Tro. Lo juro por mis catorce hijos pelones.

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