domingo, 5 de febrero de 2012

Más sobre incendios (usted perdone)


Fuera ha caído ya este frío rarísimo, y ninguno de los tres se atreve a salir al porche. Llama mi madre por teléfono. “¿Lo habéis visto?”, dice, elevando un poco la voz para sobresalir por encima del runrún del autobús. Claro, claro que lo hemos visto. De hecho,estamos en ello todavía, haciendo círculos de vaho en el cristal de la puerta. Llevamos un rato alucinados con el sol, tan grande que parece a punto de derrumbarse sobre la Tierra. Y lo peor no es eso, sino su color, que no es rojo, sino un fucsia más bien marciano. Parecemos tres adoradores de una secta. “Una mujer que había en la parada me ha comentado que a ella eso le da escalofríos”. Y la verdad es que sí, que el sol se ha puesto hoy especialmente siniestro. No ciega, puedes mirarlo cara a cara, y eso refuerza su peligro. Como si fuera a hipnotizarte. “¿Se habrá puesto así por el humo? Huele mucho”. Sí, mamá, lleva todo el día oliendo. Ya no tenemos dudas de que debe haber un incendio gordo detrás de la sierra. Y, sin embargo, en las noticias no han dicho nada, ni en la tele ni en la radio. Un incendio en febrero parece una cosa poco mediática. Aunque lo que haya detrás de esta sierra y de esta costa arrasada sea un vergel recóndito como el Valle del Genal. La noche va cayendo del todo, y nosotros reanudamos nuestras tareas. Uno lee, la otra termina lo que estaba escribiendo, este otro merodea por el salón, decidiendo si coger también un libro, o rastrear la tele en busca de algún partidito de fútbol. Y los tres, de vez en cuando, miramos de refilón por los cristales. Sigue habiendo un resplandor rojizo detrás de la sierra.

Hoy voy a hablar de incendios, amiguitos. Porque están ahí, aunque no lo parezca, echándonos el aliento en la nuca. Como diciendo, con voz rasposa: “¿pero vais a ponerme a la altura del gazpacho y del bronceador, criaturas? Yo quemo cuando quiero, destruyo cuando a mí me da la gana, no tiene que venir ningún consejero de la Junta a inaugurar la temporada”. Ellos son así, los incendios, tienen un carácter primitivo, contundente, como los volcanes y los terremotos y, sin embargo, se les olvida (se nos olvida), que si un humano no los invoca, ellos no pueden salir de donde quiera que se agazapen, para desplegar todo su poder. Algún desprevenido tiene que frotar la lámpara. Alguien tiene que quemar unas cuantas ramas con total confianza, haciendo poco caso del viento salvaje y las pocas lluvias de este año. Alguien tiene que hacer una hoguerita en medio del monte, para calentarse las manos. Cualquiera que se crea más listo que la ley de causa y efecto.

La verdad es que me cuesta un poco hablar de los incendios. A lo mejor porque la palabra supura demasiado, porque hay demasiados planos de significado concentrados y superpuestos sobre ella. A mí, escucharla me da pavor, me achica,me embelesa y me causa hastío. Y, a la vez, me trae recuerdos cálidos. Por no decir calientes.

  • El pavor. Si digo que los incendios son una cosa terrible, a todo el mundo le parecerá una perogrullada. Es fácil de imaginar, ¿verdad?, la destrucción, el miedo que te clava en el sitio. La indignación impotente de ver cómo un equilibrio natural, más o menos intrincado, trabado a lo largo de años, de siglos, de quién sabe cuánto tiempo, se consume de una manera brutalmente rápida. La tristeza de saber que ese lugar, aunque tarde o temprano se recupere, nunca volverá a ser igual. La sensación de estafa, de haber sido despojado de algo, al contemplar el paisaje quemado. Sí, no cuesta comulgar con este drama. Pero ahora no imaginéis. Intentad sentirlo: estamos en un incendio que se nos ha escapado de las manos. Tú estás lejos, en una posición relativamente segura, observando el preocupante panorama. Lo has visto perfectamente: cómo de repente el fuego ha hecho un viraje inesperado, o cómo, empujado por una racha traicionera de viento, ha alcanzado una masa de matorral o de arbolado especialmente densa, y se ha liado a lanzar llamas del infierno. Entonces un compañero se acuerda de que hay un camino que llega hasta la zona hacia donde parece avanzar ahora el fuego, y decide echar un vistazo, por si hubiera manera de atajar el incendio desde esa posición. Y te vas con él, porque te lo pide, o porque te ofreces, por solidaridad o por ganas de aprender. Os montáis en el coche, os metéis en ese camino. Va todo más o menos bien. Hasta que os topáis con un telón de humo espeso. Los ojos os empiezan a escocer, a pesar de que las ventanillas del coche están completamente cerradas. Tú no has visto nada igual, semejante desmesura de humo, alta como un rascacielos. Lo malo del humo es que avisa, y avisa mal. Ahora mismo, entre la confusión y el miedo, eres incapaz de detectar la distancia a la que se encuentran las llamas. Y sabes que están ahí, porque detrás del gris asoma el rojo. Entonces, es normal, piensas que están ahí- ahí, a tan pocos metros que ni siquiera a tu experto compañero le va a dar tiempo a darle la vuelta al coche. Es cuando te das verdadera cuenta de que esto sí va contigo, y que no es un juego. En absoluto.

  • La pequeñez. ¿ A que a nadie se le pasa por la cabeza que a cualquier recién licenciado en Medicina, sin haber pasado siquiera por el MIR, lo pongan a extirpar tumores cerebrales reales? Pues si has aprobado unas oposiciones de agente de medio ambiente, por lo que sea, por listo, por memorioso, por enchufado, seas como seas, y tengas las capacidades que tengas, has de saber que ya estás listo para dirigir las operaciones de extinción de un monstruo de las características descritas en el párrafo anterior, y de cargar con las consecuencias penales que una lógica y fatal metedura de pata pudiera acarrearle al equipo humano que se supone que está a tu cargo. ¿Qué? ¿No te dan ganas de colgar el uniforme y meterte a titiritero cada vez que se acerca la temporada caliente de incendios?
    A mí me ha pasado. No llevaba ni tres meses trabajando, apenas si había conseguido hacerme con el control del Land-Rover, porque llegué a Jimena con el carnet de conducir sin estrenar, era un fin de semana y tenía a mi cargo un montón de territorio, saturado salvajemente de nombres de cortijos, pueblos, caminos y sierras que a mí me sonaban tan familiares como si estuviera leyendo una mapa vietnamita. Se supone que tenía que acudir rápidamente a ese lugar impreciso, echar un vistazo fugaz, diagnosticar al instante el peligro o la probable evolución de la situación, y a partir de ahí, organizar. Se suponía que tenía la capacidad suficiente para ello. Pues no. Lo siento. No la tenía, y duda que llegue a tenerla algún día. Cómo voy a diagnosticar algo, si me cuesta hasta saber donde está el principio y el final del fuego. Si no soy sagaz a la hora de interpretar las intenciones del fuego. Los malos son malos, y los buenos, también. Los veteranos podrán decir “el fuego iba quemando hacia abajo, suavecito”. Pero yo no. A mi no me engañan. No hay llamita inocente que valga. Es por eso que, cuando suena la emisora con aires amenazantes, se me erizan todos los cabellos del cuerpo, y el corazón empieza a galopar. Se me duerme un pie. Me tiembla la mano derecha de manera shakespeareana. No es amor, aunque lo parezca. Es pánico. Porque estoy penosamente traumatizada. Aquel incendio se desbocó, por supuesto. Todo el mundo me preguntaba A MÍ. “¿Dónde nos ponemos, niña? ¿Qué hacemos? ¿No crees que va siendo hora de pedir el helicóptero? ¿Cómo se entra por allí? ¿Cómo va ese flanco?” Si me hubiera topado con una chistera, me habría tirado de cabeza a ella. Hubo momentos en los que pensé “por favor,por favor, que me dé un síncope y me saquen de aquí en ambulancia”. Pero aguanté el tirón. Y luego, la vergüenza y las chanzas compasivas de los compañeros. Hasta que conseguí asimilar que yo no tenía la culpa de mi propia incapacidad, sino el que pensó y los que han mantenido este sistema demencial de extinción de incendios. Que habíamos quedado que no son un juego. Las llamas queman. El fuego mata.  
  • El embeleso. No me miréis así. ¿Acaso vosotros no os quedáis privados delante de una chimenea crepitante? Pues imaginaos una multiplicada por mil. El fuego te atrapa, como los faros de los coches a las liebres. El fuego subyuga. Porque es poderoso, feroz y bello. Mucho. Las llamas. Las cabelleras de humo blanco que se desprenden cuando un helicóptero ha realizado una descarga. Los silbidos. El chasquear de las ramas. Ese olor inolvidable que te convierte un poco en yonki. Estoy convencida de que todos llevamos un pequeño pirómano acurrucado en nuestro cerebro.

    Esto fue en la Sierra de Retín, cerca de Barbate. Da para otro post

  • El hastío. Sólo voy a añadir al maligno post ya publicado que, en materia de incendios forestales, hay mucho rancio suelto. Todo el mundo tiene una historia brava que contar. Todo el mundo comparte un lenguaje solidificado hace al menos cincuenta años, y unos chascarrillos. Todo el mundo sabe o hace como que sabe. Todo el mundo es un MacGyver. Todo el mundo se reencuentra campaña tras campaña, con los mismos recuerdos y las mismas quejas y los mismos sentimientos de agravio. Puff. Se me ponen los dedos artríticos de escribirlo.

  • Cálidos recuerdos. El compañero que te pone la mano en el hombro. El compañero que se olvida de que no está trabajando y sale de su casa en chándal para echar una mano. Los bocadillos y las botellas de agua gélida compartidos con los retenes ya muy de noche, cuando el fuego ha dado una tregua, pero hay que seguir vigilando. Las caras negras y aliviadas cuando todo acaba. El hollín que asciende calcetín arriba, y que cae en churretes espesos con el agua de la ducha. El café de puchero con que los solitarios vigilantes agradecen que vayas a hacerle una visita a su torreta. 
  • Recuerdos calientes. Ay, amiguitos, este post se ha alargado demasiado.

9 comentarios:

  1. Aunque ódio la palabra,aquí me parece la más oportuna,dantesco!.
    Bravo por tí Sílvia,pese a-y tambien por eso- tus confesadas inseguridades ante algo tan acojonante.

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  2. Esa es mi niña,no me digan que no es grande!!!.

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  3. Anónimo entre comillas06 febrero, 2012 23:21

    Bueno, a estas alturas ya sabes lo que no sabías cuando escribías el post: que han sido más de 500 hectáreas destrozadas, y que ha sido ¡el valle del Genal!, ese paraiso casi escondido y tan -afortunadamente- desconocido.
    Yo, que sólo veo los incendios a este lado de la pantalla del televisor, y que sólo me queda sentir la "indignación impotente...la sensación de estafa, de haber sido despojado de algo" (y te copio, porque si ya lo explicas tú tan bien, para qué cambiar las palabras), y aunque mi contemplación del desastre sólo pueda hacerla como decía, frente a una fría pantalla, he terminado muchas veces llorando. Casi nada me parece tan desolador como el paisaje del después...

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  4. Yo no sé a quién colgaría primero de uno de esos árboles quemados, si al incendiario "a caso hecho" o al de "no, si no pasa ná". Y siempre pienso en los animales que mueren en esos incendios, cuando no en la gente que se deja allí la vida. Y además, otra cosa que me cabrea es que, una vez extinguido el fuego, ya nunca volvemos a saber nada más. M.

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  5. Madre, por dios, un poco de contención. Pareces una mamá besuqueando a su hijo de trece años en la puerta del instituto.

    Comillas, 750. Lo pongo en letra para que suene más fuerte aún: setecientascincuenta. Y, de verdad, es un lugar tan, tan bonito. Prefiero ni recordar.

    Anónimo M., al de "si no pasa ná", sin duda. Porque son la mayoría, y porque darían un buen ejemplo a los de su cofradía.

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  6. Hasta que no te pasa, uno no se puede imaginar la tensión que puedes acumular cuando escuchas por la emisora tu nombre acompañado de la funesta frase "hay un humo...".

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  7. Gelete ¿y cuándo te llaman por teléfono, cuando ya te has quitado el uniforme, y estás cenando o duchándote? Qué tóxica es la adrenalina para el cuerpo humano.

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  8. Con respecto al caso de los incendios no tengo experiencia mas alla de la explosion de una bombona en la casa de un vecino, pero me ha tocado trabajar en la creciente del parana a principios del 90 yo estaba en la universidad y nos mandaron para hacer un refuerzo para que la correntada no se llevara la costa y se agravo con la noticia de que brasil abrio las compuertas de la represa eso implicaba trabajar contra reloj (o sea las 24 Hs) a mi me toco trabar las bolsas de arena en la costa madre mia que frio que mal lo pase.
    El fuego y el agua que miedo dan a la hora de la verdad

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  9. Flipo con tus historias, soy yo. ¿Para cuándo el blog?

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