viernes, 24 de febrero de 2012

La vida parda


Hace una hora que me he levantado del sofá y he apagado la tele. Medio en trance, he hecho las camas, que todavía conservaban la arquitectura del madrugón, he desincrustado las manchas de una semana de cocina tradicio-chic (confort food, parece que lo llaman ahora), y me he metido un puñado de fresas entre pecho y espalda. Y, haciendo eso, apenas si veía. Porque seguía en Costa Rica. Yo, que no puedo con los documentales de La 2, he sacrificado la siesta vital del viernes por culpa de uno de ellos. Y, en apenas media hora, me he enamorado a) de un ex-cocainómano barrigón que ha encontrado en el surf una manera de trascender el peso tóxico de su propia vida; b) de un vaquero de la jungla que, de lunes a sábado, no escucha más voz humana que la suya propia, tarareando tangos, y cuyo únicos achaques son los derivados de la resaca; c) de una bióloga y antigua bailarina, cuyos retazos de vida se corresponden fielmente con retazos de alguno de mis sueños, porque sabe andar sola por la selva, y hacer un fuego en la playa, para pasarse la noche viendo cómo desovan las tortugas, porque domina la resistencia de sus propias articulaciones mediante posturas diabólicas de yoga, y porque es capaz de volar en una avioneta de mentirijillas sin que se le altere el semblante de iluminada; y d) del paraíso que comparten todos ellos, y que, pardiez, sólo puedo concebir como un producto de Photoshop. Me he enamorado demasiado rápido de demasiado: soy así de fácil.

Y, sin embargo, conforme voy escribiendo, pienso que, efectivamente, esos son amores obvios, elementales. Que lo fácil es engancharse al carrusel de lo vivo en un paraje virgen como los que yo he visto esta tarde, o en los bosques a los que añoro volver en cada fin de semana que empieza, allí donde la clorofila emborracha y un millón de ojos silvestres parecen acecharte detrás de cada mata.

Lo fácil es llenar los pulmones en lo alto de una montaña, con un aire tan puro que quema, y dejarse llevar por la intuición de que quizás Ícaro no fuera, después de todo, un puto chalado.

Lo fácil es componer cantos de amor y comunión en domingo, cuando logro escaparme de la servidumbre de los horarios, y manejo mi propio tiempo todo lo libremente que puede llegar a hacerlo un ser humano.

Lo fácil es levantarse de la cama de un salto, cuando no tienes que forzar mucho para que pasión y trabajo rimen.

Lo fácil es prendarse de calles de adoquines gastados por el paso de zapatos, a lo largo de muchos, muchos años.

Nada de eso exige mucho de ti, y amarlo, soñar con ello, es casi reglamentario. Pero la vida tiene muchos más registros. Es mucho más imaginativa que nuestra esperanza. Tiene más tonos, estridentes o bajos, más texturas, y mucho, mucho más material de relleno. Esta semana ha pasado sin que me diera cuenta. Una vez más, se me van amontonando los fines de semana, como si entre medias de ellos no hubiera nada, porque mi memoria comodona se conforma con almacenar sólo lo fácil.

Y, sin embargo, a lo largo de estos días, cómo he bregado. Lo valiente que he sido al empeñarme en amar lo que hago. He dejado la nostalgia a un lado y, al final, si no me he encandilado con lo difícil, al menos he sabido tolerarlo. El paisaje de los barrancos que rodean esta ciudad sigue siendo áspero, pero esta semana me he empeñado en verlo con la mirada limpia de adjetivos y querencias y, vaya, de repente, he sido capaz de verle un perfil un poco épico, entre tanto esparto, tanto polvo y tanto cortado. En al menos un par de ocasiones me ha parecido estar andando por el fotograma de un western. 

Por estos parajes he sido vista zascandileando
 

Y, sí, el aire de Granada ha vuelto a espesarse. Y los coches, y el Camino de Ronda, trabado por las vallas de la obra abandonada del metro, y los edificios groseros que, vistos desde lejos, parecen recién trasplantados desde cualquier república ex-soviética. Y mi pobre, delicado cuello, adonde van a cebarse todas las tensiones del trabajo, (aunque haya a quien le parezca broma que una funcionaria del ramo del medio ambiente pueda tener derecho a su poquita ración de estrés laboral). Y la garganta como si me hubiera tragado media botella de salfumán. Y la escasez de horas y de energía mental para escribir con un poco más de constancia.

Me he pasado toda la semana entrenando con todo ello y poniéndome fuerte. Porque los días en los que la vida se vuelve parda sólo toca perseverar, perseverar, perseverar. Hoy me siento orgullosa de mí misma por haberlo conseguido. Así que, ahora, como si me regalara chocolate después de volver del gimnasio, voy a darme el lujo de tumbarme en la cama un rato, y soñar con un paraíso asquerosamente verde.

(Que, por cierto, a ver cuando vuelvo a perseverar en el gimnasio)

Y hoy, por ser viernes, os voy a propinar otro temita de Oh-Él. Porque no se puede ser más sexy, a pesar de ese peinado y ese traje, que podría haberse puesto mi abuelo en la boda de mi madre. Por esa manera de coger el micrófono, señor. Porque, creedme o buscadla en internel, la letra mola mil.

 

5 comentarios:

  1. Ví ese documental y me encantó.
    y cómo me ha gustado esa frase"...los días en que la vida se vuelve parda solo toca perseverar..."

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  2. La hermana y/o manager01 marzo, 2012 00:20

    Me chifla la canción sister..qué voz!

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  3. Manager, ¡contrátalo a él también , plis, que ha escrito novelas medio guarras! Podríamos hacer giras juntos, el Señor Cueva y yo.

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  4. Completely de acuerdo, Silvia. No todos tenemos la suerte de vivir en paraísos. Lo que corresponde es amar lo cercano y, en última instancia, a nosotros mismos, del todo.
    (Pechá de tus escritos, me estoy dando).
    Besos!!.
    Laura

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