jueves, 2 de febrero de 2012

De rodillas


Once de la mañana. He puesto el ordenador encima de la cama, y me dispongo a escribir arrodillada. Imagen religiosa o apasionada. Nada de eso. Lo que pasa es que soy un poco atroná, y que, si estoy un rato sentada, me duele el culo y me remuerde la conciencia muscular. Esa es una de las razones por la que los diez días seguidos de trabajo se me han hecho infernales de largos: por la cantidad de horas que me he pasado dentro de un coche, recorriendo todas las esquinas de esta provincia deforme de Granada, censando aves acuáticas. Que no es el no va más de pico y pala, lo sé. Pero a cada uno le corresponde un tipo particular de tortura, como en 1984. A mí me sientas tres horas en una silla y delato hasta a mi padre.

Segunda razón por la que ayer (miércoles, tres de la tarde: inicio de un descanso de cuatro días y medio. A cada uno le toca también un tipo particular de paraíso) estaba para el desguace: la acumulación insana de madrugones. Porque ustedes deben saber que mi cerebro ha sido reprogramado por la pérfida Junta para conseguir que me ponga el uniforme dos tardes a la semana. Y eso que en un principio me parecía contra natura, porque me robaba un millón de horas de ocio al año, se ha terminado convirtiendo en una especie de ley gravitatoria de mi universo. Es verdad que si te levantas a las ocho y media, preparas ricas comiditas para dos días, y empiezas a trabajar a las tres de la tarde, no te da tiempo a escribir el Quijote y a que, en el gimnasio, se te ponga el culo duro como para partir almendras. Es verdad que siempre hay una película, un concierto o un taller al que no puedes ir porque esa tarde trabajas. Ah, pero levantarte de la cama justo cuando tu cuerpo lo solicita, y desayunar con la lentitud propia de un conde italiano, mientras el sol ilumina los tarros de mermelada. Quedarte media hora en el sofá, incubando dentro del pijama, leyendo de una manera tan aguda, que más que leer, es vivir una segunda vida regalada. Poder ir a una pescadería donde los animalitos no se encuentren en avanzado estado de descomposición, como en la del Mercadona. Depilarte las piernas frente al balcón. Admirar las virtuosas abdominales del Cuarentón Jamón, tan añorado, que sólo regala la visión de su cuerpo a las maris que van al gimnasio por la mañana. A todo eso se acostumbra una de manera toxicómana.

Así que hoy, cuando por fin me he podido meter mi pico de mañaína, me hallo feliz como un abejaruco. Aunque fuera se sucedan lluvia y frío a ritmo de plaga bíblica. Acabo de descubrir este temazo (con cuya versión original me he desgañitado cientos de veces mientras pasaba el trapo del polvo) reinterpretado por la dramática y sucia boca de mi ya-por-todos-conocido gurú de la lujuria. 

 

Y, sin embargo, hace un rato, antes de ponerme a escribir, volví a experimentar la vieja intranquilidad, que tan bien conozco. La sensación de tener una rata encerrada en las entrañas. Porque estaba en casa, queriéndolo, felicitándome por ello, y a la vez quería estar fuera. Seguir bebiendo ese champán carísimo que son las frases de Martin Amis en La viuda embarazada, o salir a que me gradúen la vista, a ver si es posible que consiga ver lo que por la noche se supone que ven los seres humanos, y no los topos. Quedarme en Granada para recibir el aire siberiano a pecho descubierto, o refugiarme en mi búnker de Estepona. Rastrear por los catálogos de Ikea en busca de una solución para el problema de los uniformes sin armario, o bailar like Jagger. Apuntarme otra vez al gimnasio, aunque eso suponga una nueva puñalá trapera a mi agenda falta de horas, o a clases de natación, para empezar a hacer tachones en la lista de antideseos que enumeré en este simpático post. Comer carne y fruta, o no.

Porque vaya un sinvivir que me traigo con el pan nuestro de cada día. Resulta que en mis esplendorosas nalgas no dejan de aparecer ronchas, y que me pica el cuerpo de tal forma que parece como si una cabra montés me hubiera pegado la sarna. Resulta que de la frase “tienes dermatitis atópica, que es una enfermedad autoinmune que se controla pero no se cura, y punto”, yo no termino de asimilar la parte de “y punto”. Y si ni los medicamentos ni la resignación me sirven ya a estas alturas, ¿qué parcela de control me queda? Pues la alimentación. Al menos eso quiero creer, porque si no, si dejo de confiar, aunque sea mínimamente, en la posibilidad de que si como esto o dejo de comer aquello, a lo mejor la cosa mejora, me quedaré como un niño al que le llevasen a una catequesis de ateos: no, nene, da igual que seas bueno o malo, porque no vas a ir al cielo. Así que en esas me hallo, buscando a lo largo y ancho de internel una dieta que enfríe los ardores de mi piel.

¿Y qué me encuentro? Desamparo y perplejidad. Se ve que todo el mundo anda jugando con los escalones de la pirámide alimentaria como si fueran los cubiletes de un trilero. Si uno, o unos cientos, te recomiendan (no, no te recomiendan, te conminan a) que te cebes de filetes de buey y tocino, el otro sataniza las grasas animales. Este dice que la fruta es el maná, aquel, que una al día, todo lo más. La soja y el girasol aumentan la inflamación, la soja y el girasol atenúan la inflamación. La leche es perversa, pero el queso, bueno, si uno es tan débil que no puede prescindir de los lácteos, se puede tolerar. Los hidratos de carbono son el mal, los animales son el mal, los vegetales son el mal. El azúcar y el pan son el Maaal. Y digo yo: si se puede determinar con exactitud la dieta que un hipopótamo precisa en su charca de mentirijilla del zoo, ¿por qué no hay manera de que los seres humanos se pongan de acuerdo en lo que es bueno o malo para sus carnes? ¿Por qué a mi abuelo le dijeron que las sardinas eran un vicio peor que el tequila, si ahora se puede leer por aquí y por allá que habría que comer pescado azul todos los santos días? (No me atrevo a imaginar el aroma que debe impregnar el sudor de quien siga esta dieta) ¿Por qué la nutrición ha ocupado el puesto que dejó vacante la política en la lucha de ideologías? ¿Por qué la comida se ha convertido en una nueva moralidad? ¿Qué como, por dios, para estar fuerte y reluciente como una manzana del Corte Inglés? ¿Me abandono a mis vicios confesables (todos y cada uno de los productos que se pueden encontrar en una frutería) e inconfesables (el queso derretido, las croquetas, el chocolate, la carne de membrillo, etc.), y que la fiesta de la salud dure lo que dure la ginebra?

Moraleja: la madre de todo (mi) mal psicológico es la barra libre de las elecciones. “ El peso sobre el individuo era más liviano en el tiempo en que uno vivía su vida más automáticamente”, leía ayer en el libro de Amis. Muchas veces me encuentro varada en una encrucijada de deseos y de compromisos. Y entonces me rasco, luego rabio, luego me rasco. Hasta que, casi automáticamente, decido arremangarme y aparcar unas dudas que no conducen a nada. Así es como logro leer, andar, cocinar o escribir como si todo lo demás hubiera sido aniquilado en una guerra nuclear de la que yo no me hubiera enterado. En ese momento, estar arrodillada sobre un cojín, con el ordenador sobre la cama, termina pareciéndose bastante a un acto de fe o de amor.

11 comentarios:

  1. Me gusta ese párrafo final,me gusta.

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  2. Anónimo entre comillas06 febrero, 2012 23:34

    Pues sigue disfrutando de tus picos de mañaína, que aunque parezca absurdo, son distintos si se saborean en días laborables. Ea, el ser humano que es así de tonto...
    Ay, tu gurú de la lujuria, qué bien lo hace.
    Y que rule el Martín Amis, si es de tu propiedad.

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  3. ¿Quién eres, mujer rendida a la noruegofilia?
    ¿Quién eres, y por qué duermes en los coches?

    Jesús Zulaika (traductor de La viuda embarazada)

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  4. Lectoraadicta, lo grabaré sobre el cabecero de mi cama, el párrafo, digo.

    Anonimillas, ¿tonto el ser humano, qué va? Llámalo mejor maligno, porque qué placer levantarte de la cama sabiendo que todos los demás están en sus puestos. Mi gurú lo hace todo bien. Y el Amis es de la biblioteca, pero estaba tan intacto, tan recién traído, que parece como si lo hubiera comprado yo. A partir del día 13 a tu disposición en los anaqueles.

    Anónimo (pequeño impostor que se hace pasar por el traductor de un millón de mis queridos libros amarillos de Anagrama, y de muchos más): ¡¡¿¿noruegofilia??!! ¿Es que los noruegos no saben estar sentados, ni saben qué comer para estar sanitos, y encima les pone sobremanera la voz de Nick Cave? Mí no comprender (no te habrás liado con el post de Cosas que (me) pasan?
    Pues soy... Sigue leyendo. Pues duermo en los coches porque... léete este post:

    http://durmiendoenloscoches.blogspot.com/2011/11/de-como-bautice-mi-blog.html

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    1. ¿Dices en serio lo de impostor?

      Si sí, te equivocas de plano. Soy, en efecto, quien digo ser. Y sí soy responsable de multitud de traducciones de títulos de la mítica editorial de las cubiertas amarillas que te son tan caras.

      Y (también) sí, me he liado con la autora del blog "Cosas que (me) pasan". Perdón perdón.

      Todo no obstante, abrazos.

      Jesús Zulaika

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  5. Me parto, Anónimo JZ. Si te das una vuelta por el blog (publicidad subliminal), te darás cuenta de que muy seria, muy seria, no soy. Claro que tú (¿usted reverencial?)... Porque mira que confundirme con la famosísima Molinos del "Cosas, etc", que tiene ochocientos mil seguidores y comentarios...

    De todas formas, tendrás que enseñar la patita por debajo de la puerta para que me lo crea.

    Abrazos, of course

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    1. ¿Qué pasa? ¿Es que es importante ser el traductor que soy? No me había enterado.

      Sí, soy Jesús Zulaika Goikoetxea. Vivo en un pueblecito de Madrid, y traduzco del inglés, francés, portugués, italiano desde... prácticamente siempre. Y casi siempre para Anagrama. Ahora acabo de traducir La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides, y mañana empiezo Canada, de Richard Ford. ¿Qué te parece?

      Y tengo un hermano menor, Jaime, que vive en Barcelona y también es traductor literario (y muy bueno). Suele traducir a McEwan y a Houellebecq, por ejemplo.

      Mi patita es blanca, y no tiene ninguna pezuña proterva oculta.

      No conozco de nada a Molinos, ni frecuento blogs (ni nada de casi nada). Caí en el tuyo por azar, ya ves. Cosas...

      Escribes muy bien.

      Un abrazo

      Jesús Zulaika

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  6. Estimado JZG, a sus pies o patitas. Comprenda que llevo viendo su nombre justo después de las adorables tapitas amarillas desde hace un millón de libros, y que este blog todavía joven tiene dimensiones casi familiares. ¿Que qué me parece? Que la figura del traductor es esencial para la gente que como yo, leemos con demasiada compulsión y con demasiado poco don de lenguas como para acudir a las fuentes originales. Ergo, flipo.

    Del portugués también? Nada más que por eso, y por su simpática confusión, voy a hacer un post sobre mi Lusofilia

    (Gracias por el cumplido. Se me ponen las mejillas coloradas)

    Otro abrazo

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    1. Se ha vuelto loca la máquina del blog y te ha repetido un millón de veces.

      Joder...

      Seguimos hablando, ¿te parece?

      Jesús Zulaika

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  7. Ji, los comentarios se me repiten, tengo muy mal el estómago. La gente de hoy dice estas chorradas por el invento llamado Tweeter, no?

    Ah, pero son cuatro!! Sólo había visto dos. Qué cenutrio de mujer.

    Pues claro que me parece

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  8. Buenas...

    Pues soy Molinos...y he terminado aqui.

    Acabo de enterarme de que soy famosísima XD. Y no es noruegofilia lo que yo tengo, lo que me mola es el norueguismo como factor potenciador del atractivo masculino.

    Jesús...a mí me flipa Ford, espero con impaciencia la traducción.

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