domingo, 15 de enero de 2012

Postales (II)



Querido X:

Esta postal es un poco mentirosa porque, aunque la foto corresponda a un rincón de Vejer, es en Conil donde la escribo. Pueblos ambos apellidados “de la Frontera”. Y en la frontera me siento. En algún lugar ambiguo entre el barullo y el silencio, o entre la historia y el olvido. No sé, no me hagas caso. Es esta atmósfera rara. Callejón oscuro. En cuanto vi la postal, arrinconada entre playas casi caribeñas y puestas de sol, supe que era la adecuada. Ayer por la tarde (aunque, más que tarde, era noche prematura) había que hacer esfuerzos para recordar esa cosa llamada verano. Compré esta postal en la única tienda que vi abierta. A ti también te hubiera parecido curiosa: una pastelería alemana en la que, además de panes con aspecto de granadas de mano y bollos con más pasas que masa, se vendían libros en alemán y otros pocos cachivaches de primera necesidad turística. El dueño tardó en salir de la trastienda. Se ve que interrumpimos la charla que mantenía por el Skype con una paisana suya. “Vacha, vacha, el prrojresso, te da manerras nuefas de comunicación”. Y es verdad que debía de necesitarlas, el pobre tendero de ojos muy, muy juntos. ¿Sabes? Yo me creía que eso de que los lugares turísticos se quedaban vacíos en invierno era una especie de leyenda urbana. Pero si quisiera describierte este lugar con unas pocas palabras, sólo podría utilizar éstas: Vacío. Tristeza. Desolación. Callejón oscuro. Esquinas de película de terror. ¿Te puedes creer que esta mañana no hemos encontrado ni un mal sitio en el que desayunar? No había más sitio abierto que un par de esas tascas en las que el café, servido en vasos arañados, te envenena la sangre. Seguro que había anís en el aire, y fotografías de la pesca en la almadraba, mal colgadas en las paredes, con las azules del mar ya verdosos, y muchos brazos, y mucha espuma amarillenta, y los cuerpos de los atunes sin su fulgor plateado. Los clientes deben de ser viejos pescadores, por supuesto. No hay otro sitio en el pueblo al que puedan ir, que ellos reconozcan. No hay gente. ¿Cómo va a haberla, si hay más bares (cerrados) que casas? Imagina el ambiente en agosto. Un babel de chunda-chundas saliendo por las puertas, los vasos de tubo de plástico, con un culo de whisky de garrafón aguado, y el olor a vómito apenas borrado por el del salitre del amanecer. Imagina esta soledad de enero. Imagina qué esquizofrenia.
Un beso.
P.D. ¿Sabías que Conil fue arrasada por el tsunami que provocó el terremoto de Lisboa, en 1755? Se me ocurren ideas malvadas...


Querido X:

Te prometo que esta postal me va a salir más escueta. Ya sabes que me vuelven loca los mercados. Este de Jerez, con su aspecto de casino para señores con pajarita y puro. O el de Cádiz que, a pesar de su lavado de cara casi clínico, tiene un aire de foro romano. Me encantan los pregones, y las maris intercambiándose recetas (“po yo a la bersa le esho su poquito calabasa y me sale tan güena” “¿Calabasa, quilla? Andaa, la calabasa pa loh malagueño, donde se pongan lah tagannina”). Me pirra elegir a una vieja cualquiera, y seguirla para ver en cuántos puestos se para a comparar precios. Me quedo con la boca abierta, al reencontrarme con nombres que había olvidado, tras los años vividos en Granada: acedías, urtas, huevos de choco, ventrecha, y, cómo no, galeras, esas cigalas barriobajeras. Esta mañana, al pasar por un escaparate que gritaba rebajas, Jose se lamentaba de lo poco que nos queda ya para abandonar las hermosuras del siglo I, el XV, el XVIII, y regresar a la grosería de nuestras propias calles. No seas romántico, le dije yo. Porque detrás de los palacios del Puerto de Santa María (un poco cansados de tiempo, pero condescendientes, como bisabuelas), y de las casas de los cargadores a Indias de Sanlúcar, de Cádiz, olía a dinero y a agua sucia de mercado. Igual que ahora huele a la dichosa prima de riesgo.
Más besos.


Querido X:

Dime. ¿Cuántas veces me has escuchado decir aquello de “yo me quedaba aquí a vivir”? Creo que es un estribillo que me retrata bien: porque me ilusiono fácilmente, y porque soy un poco ilusa. En todos los sitios me quiero quedar, sabiendo como sé que también de todos sitios, tarde o temprano, me quiero ir. Pero quizás en Vejer lograría estar a gusto, indefinidamente. ¡Oh, X, no sabes cuánto me gusta! La foto no le hace justicia, pero, en realidad, es todo eso, Vejer, ese remolino de tapias antiguas y de cielo, y la manera incomprensible en que se imbrican las casas. Tú vas por la calle, ves un portón entreabierto, insinuante, pasas casi de puntillas y, entonces, en un patio que hace siglos podría haber sido el de un palacio, y que ahora se ve salpicado de geranios y bragas de giganta y motos de juguete, descubres una puerta, y otra, una escalera, y otra, y otra puerta. Es un mundo intrincado, ambiguo, en el que cuesta distinguir donde empieza y acaba el espacio de cada uno. Donde empieza mi casa y acaba la tuya. Donde empieza lo privado y acaba la calle. Casi parece como si la ciudad fuera multiplicándose a tu paso, pero no en derredor, sino hacia abajo. Una ciudad – madriguera. Un delirio de terrones de azúcar. La luz extraordinaria, que hace un gurruño contigo, o te mima. Y un poco al fondo, la campiña, con sus acebuches y sus pastos, y todavía más para allá, las playas. El Palmar, donde los surferos se mecen en el agua, esperando una ola decente (me gusta mirarlos desde lejos. Parecen una colonia de focas plácidas). Los Caños de Meca, con toda su parafernalia pirata. El faro de Trafalgar, que es bonito hasta decir basta. Una vez vi a una bandada de grullas sobrevolar esta blancura, como si no se terminaran de creer que la laguna de la Janda, donde ellas invernaban, no sea, hoy, más que otro recuerdo del pasado.
Besos.


Querido X:

Tengo unas décimas de melancolía. Me pierdo otra vez por las calles, y no puedo dejar de pensar “cuándo volveré a Cádiz, cuánto tiempo pasará, cuándo?” Hacía tres años que no venía, así que es casi inevitable. Las calles de Cádiz y sus muchísimos balcones blancos. Los edificios son altos y cuesta alzar la vista para diferenciarlos y, sin embargo, no es una ciudad que ahogue ni pese. Será que el aire entra por la piedra ostionera de las fachadas, y aligera las casas. Casi las pone a volar, como si toda la ciudad fuera una bandada de gaviotas. ¿Ves lo que hace la melancolía? Me vuelvo decadente y poeta. Pues entonces te explico: la piedra ostionera es una roca sedimentaria, de color playa, formada por la acumulación de conchas de moluscos, entre los que predominan los ostiones, que son una especie de ostras bastas. Cierto día previo al Carnaval tiene lugar un episodio de locura colectiva, durante el que consumen ostiones de manera desaforada. ¿O es durante el mismo Carnaval? Difícil saberlo, cuando ese es el eje alrededor del cual gira el año. Tranquilo, no voy a hablarte de la gracia de Cádiz. Sería como decir que Venecia es bonita. Sólo quiero decir “calles de Cádiz”. Donde parece que se hubieran inventado otros cuatro puntos cardinales. Los intuyes un poco con los pies, con el rabillo del ojo, un trocito de mar allí, una palmera, y entonces, quizás, el paseo del Puerto, un espejismo de isla verde, ¿será la Plaza Mina?. Pero no terminas de cogerle el tranquillo. Ni falta que hace. A mí me encanta perderme por estas calles, confundir una con otra y, de repente, ¿cómo, otra vez por aquí? Déjame que lo deje ahora. Tengo que seguir andando. Es mi medicina contra la melancolía.
Un beso.

4 comentarios:

  1. Oooooohhhhh qué guay. Me has puesto la piel de gallina hablando de la que es ahora mi ciudad, casi como si hubieras escrito algo sobre mí y ahora me reconociera, sonrojada, en tus palabras. Preciosa descripción, buena elección de imágenes. La de los tejados se parece mucho a lo que veo desde mi casa. La de Cádiz apuesto a que está muy, muy cerquita de mi casa. Y la ostionada ha sido hoy, por cierto. Insisto: precioso.

    PD: Mi frase favorita, la de la manada de focas plácidas.

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  2. Yo soy de las que me quedaría a vivier en Cádiz (Capital, pero con piso en Sanlúcar) si me tocara la lotería.... Compraría una de esas casas gaditanas del XIX, y la arreglaría para que quedara como en el día de su estreno.... Compraría muebles en los mejores mercadillos de Europa y telas italianas para vestir ventanas.... alfombras turcas y cientos de helechos para el patio central de la casa..... cerraría la casa a cal y canto cuando llegaran los carnavales, y aprovecharía la coyuntura para darme un viajecito en búsqueda del sol.... en verano mi patio se cubriría con toldos naranja durante el día, y por la noche, cielo gaditano... vestiría yo de lino, siempre de lino, y llevaría una cesta de paja al mercado para cargar con mis tomates de Chipiona, para el buen gazpacho, ya sabes.... el pimiento cuerno cabra y los camarones saltando todavía en una bolsa.....

    No sigo... no puedo... se me pone un nudo en la garganta de tanta felicidad pensada....

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  3. Chica me voy pa Cái ya.Deberías dedicarte a escribir guías turísticas!.

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  4. Marina, me acordé de ti mientras paseaba, y al tomar un poquito de sol en La Caleta, te imaginé tumbada en la arena con el bolso bajo la cabeza, como escribiste. Qué suerte asomarte a una ventana y sentir en la cara esa luz. Me encanta lo que me dices. Un beso

    Másdelomismo, no se puede ser más elegante. A lo mejor si pusiéramos unos cuantos un poquito, podríamos hacer realidad esa casa y ocuparla por turnos.

    Lectoraadicta, debería, debería. Viajar a gastos pagados y vivir de la escritura. Siempre y cuando pudiera contar con un camping gas y un tostador portátil para desayunar a mi antojo

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