viernes, 6 de enero de 2012

Mi propio mito (I)


Me miran los dos con carita de “¿puedo, mamá?”. Yo les sigo el juego: largo un suspiro muy hondo, miro al techo, y no hacen faltan más palabras. Ellos acercan los sillones a la tele y se comprometen a no armar barullo. No me quejo. Al fin y al cabo, soy yo la que ha escogido quedarse en el salón. Podría haber subido a mi cuarto, que es pequeño, y se calienta rápido con la estufa de talla cucaracha que espera en un rincón, ansiosa por demostrar que, a pesar de no trabajar más de cinco días al año, funciona con diligencia. Pero para qué. No necesito un silencio crudo, esta tarde. No voy a leer en plan kamikaze. Tengo mareos de grumete nuevo. Una cosita suave, que no llega a invocar en mi mente enferma la palabra tumor. Esta vez no voy a pedirle explicaciones a Darwin o al Supremo Hacedor (viendo que el primero nunca responde a mis preguntas, a veces me acuerdo del segundo, para darle gusto, por si acaso) sobre la verdad miserable de que siete vértebras de chichinabo no bastan para soportar el peso de tres melones manchegos que supone una cabeza humana. No, hoy es una sensación hasta dulce, una especie de ups, se me están recolocando las ideas. O mejor: ups, no me sirvas otra copita de manzanilla que empiezo a estar adobada. Así que hago una montaña de cojines en el sofá, y me acomodo con elegancia oriental. No he leído más novelas de Henry James que Washington Square, pero en estos momentos me recuerdo a una de sus damas. Esas chicas de mundo, listas y desenvueltas, que no necesitan marido, y que, sin embargo, se ven paralizadas por una inexpresable frustración subterránea. Digo yo. A mí Henry James me suena a eso. Un día de estos lo leeré con atención y me retractaré públicamente de mis ignorancias.

Yo no estoy frustrada. Creo. Solamente dispersa. Y por eso decido hacer un ejercicio: me pongo tapones en los oídos y trato de concentrarme en las frases de uno de los tres libros que tengo a mi lado. Voy a leer así, con esfuerzo, en medio de las hostilidades de un partido televisado de baloncesto, palabra a palabra, frase tras frase, como si estuviera picando piedra. Voy a sudar el sentido del texto. Porque normalmente leo con demasiado placer. Con gula. Devoro páginas, me embeleso, y quiero más. Venga, otra cucharada. Otra. Y así no se saborea ni se llega al fondo de las cosas. Es como vivir en California. He escogido una antología de ensayos literarios de Enrique Vila-Matas. Lo abro al azar. La vida según Hemingway. Yupi.

¿Y bien? ¿Lo he conseguido? ¿He leído con agudeza, me he empapado bien? No ¿Sabéis lo que he hecho? Me he estado mirando sin parar en el espejo. He estado buscándome todo el rato en el texto. Rastreándolo como si fuera el mapa que me permitirá salir del territorio de la dispersión. Lo he salpicado con gotitas de mi saliva. He subrayado las frases que hablan de mí:

La misma tristeza que él sentía por su gran fracaso en su intento de convertirse en su propio mito”. Que me recuerda que todavía tengo pendiente la definición de mi propio mito, es decir, concretar en imágenes nítidas la mejor versión de mí misma, lo que quiero llegar a ser y a hacer. Mientras esa imagen dorada siga sin fraguar, yo no voy a poder pronunciar sin titubeos una de las expresiones de autoayuda por excelencia, “tengo una vida rica, plena y llena de sentido”. Sí, soy consciente de la hermosura de mi vida. Todas las mañanas alguien me abraza con amor. Tengo un cuerpo fuerte, a pesar de mi cuello y de algunos trozos distraídos de piel. Tengo también sentido del humor. Ya nunca me aburro. Soy sensible a la exuberancia del mundo. Soy agradecida. Me gusta el sol y me gusta la lluvia. Cobro todos los meses. Los libros no se acabarán nunca. Tengo un par de malos recuerdos en la memoria, pero no estoy dispuesta a borrarlos. Viajo, aunque haya dejado (por ahora) de coger aviones. Me interesa la gente. Me interesa casi todo. Voy apuntalando día a día la afición a la escritura, observando cómo lo que en principio era una manera de demostrar algún tipo de valía que mereciera ser reconocida, se va convirtiendo en una pasión. Y, sin embargo...

Hemingway nos recuerda que para comprometerse en la literatura uno tiene primero que comprometerse con la vida”. Y ahora es cuando yo, inevitablemente, comparo, me interrogo y juzgo. ¿Qué es comprometerse con la vida? Todas las respuestas que se me ocurren están marcadas por el sello de la intensidad: apretar, empujar, ir más allá de la comodidad, incidir, enamorarse, enamorar... No sé hasta qué punto estas respuestas son aprendidas. Los cuentos, la tele, la Historia, me han enseñado que los héroes son aquéllos que se entregaron sin ambages a la pasión. ¿He firmado yo ese compromiso? Yo que, al enumerar como en el párrafo anterior, sigo escuchando en mi cabeza, muy bajito, “y , sin embargo, falta algo, falta algo, faltaa...” Falta sazón. Aventura. Intercambio. Vuelo. Falta honestidad para reconocer que no soy tan fuerte como parezco, y que no me basto a mí sola para mis juegos. Falta coraje para inventar mis propias aventuras. Falta la consistencia necesaria para no hacerle caso a lo que falta.

En fin. Qué bien me he metido en el papel de dama – Henry James. Es que no se puede leer de manera tan densa y subjetiva. Para eso, mejor devorar páginas con alegría, y flotar en las aguas calientes de la superficie de los días. Me quito los tapones de las orejas. Dejo de escuchar el bum bum de mi sangre. Mi padre ya ha perdido el interés por el baloncesto, y rebota del sillón cuando le propongo preparar la cena. Jose, sectario, ayunará hasta que termine el partido. Mientras preparo la ensalada, vuelvo a acordarme de cómo bullía de gente el paseo marítimo de Estepona, a eso de las cinco de la tarde. Cuando comenzamos a andar, teníamos el sol de cara, y los demás paseantes se veían como figuras negros, sin rostros, sin individualidad. Cada vez entraba más gente desde las calles aledañas: patinadores sin cara, viejas cogidas del brazo, sin cara, madres con bebés en sus carritos. Padres empujando a niños en los columpios. Parejas en chándal. Grupos de adolescentes de muslos rollizos, contándose casi al oído sus enamoramientos. Italianos con acento andaluz. Viejos con boina hablando de los tomates y ajos. Todos sin cara. Supongo que también a nosotros se nos vería así. Era como haber entrado en un túnel de luz deslumbrante, como si estuviéramos todos muertos y felices.

Moraleja: tampoco hay que dramatizar alrededor de la frustración. Sé que, mientras viva, y sea lo que sea en lo que me convierta, no dejaré de remolonear en torno a la idea de ser otra. Y no pasa nada. Es algo que también forma parte de mi vitalidad. Era tan hermoso ser una figura indefinida bajo la luz, sin cara, sin nombre propio. Estar allí completamente, sin querer otra cosa que seguir andando por el paseo marítimo, y a la vez en Río de Janeiro, en Croacia, a caballo,en piragua, entre amigos.

8 comentarios:

  1. visiblemente autoayudado06 enero, 2012 23:13

    Brillante y lúcida:

    "Falta la consistencia necesaria para no hacerle caso a lo que falta."

    "Todos sin cara. Supongo que también a nosotros se nos vería así."

    "Sé que, mientras viva, y sea lo que sea en lo que me convierta, no dejaré de remolonear en torno a la idea de ser otra."

    Estoy siemrpe pendiente de lo que escribes, me acompaña y me ilustra. Abrazos y gracias.

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  2. la madre que...07 enero, 2012 14:07

    Hija mia, otra vez de bajón?eres una montaña una montaña rusa...

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  3. Chica esa insatisfación,no será que te miras demasiado el ombligo?

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  4. Anónimo entre comillas07 enero, 2012 23:06

    Nuestros genes comunes, a veces, nos marean de forma parecida. Me he acostumbrado a vivir casi contínuamente con la sensación de viajar en un barco que se mueve más de la cuenta.
    Y también, oh casualidad, debo a Enrique Vila-Matas la última vez que una lectura me ha hizo pensar, disfrutar, detenerme y releer varias veces; hace unos días, con un "simple" artículo de periódico matutino que convirtió mi desayuno en un momento -más- feliz. Y el caso es que el tío no me cae muy bien: me parece un antipático, "saborío" y creo que engreído...
    No creo en las definiciones cerradas de uno mismo, ni en los proyectos sobré qué o como ser; sí en la punzada de frustración asomando de vez en cuando ¿y qué?
    También creo que a veces son los demás los que nos van ayudando a definir esa parte de nuestro propio rostro que andaba un poco en sombras...

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  5. Parece que este post estuviera escrito desde la cueva, Silvia. Y al leerlo me ha venido, sin remedio, este tema a la cabeza. Va por tí.
    http://www.youtube.com/watch?v=Xf6vSDUIgCA

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  6. Yo hace tiempo que vivo la vida de otro. De momento nadie me lo ha notado. No digas nada. No lo cuentes. Es un secreto.

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  7. Es común, esa sensación, sí. Y lo que estás buscando está dentro de ti, por más que parezca un anuncio o frasecica hecha.
    No sé me da muy bien acordarme de quién dice las frases intensas, tampoco recuerdo bien las propias frases, pero hay una que es algo así como que "para encontrar el camino, sólo hay que mirarse a los pies".
    Y otra cosa: hace poco me enteré que también hay teorías que hablan del desarrollo adulto, es decir, que al llegar aquí, ni mucho menos está todo hecho y esa sensación lo demuestra.
    Así que, primica, ánimo con esa evolución...
    Fdo.: Anónima-Laura (si, necesito asistencia en esto del blog).
    PD.: Se me ocurren más cosas para decir, pero voy a resultar estomagante. Me encontré con el yoga hace unos años y es un filón para todo esto. Besazos!!

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  8. Bueno, bueno, cómo vienen los comentaristas en el 2012, qué nivelazo. Sólo quería añadir, queridos Madre de... y Troglodita, que esas emociones que relataba en este post ni mucho menos las considero negativas. No tenía el ánimo bajo, ni estaba depre. Creo que la frustración, bien utilizada, puede llegar a ser útil. Chin pom

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