martes, 3 de enero de 2012

La mejor Nochevieja


¿Cómo? ¿Las calles llenas, el 1 de enero? ¿Qué broma es esta? La gente debería haberse quedado en su casa, intentando mantener la compostura delante de sus hijos o, directamente, hecha un trapo en el sofá, en pijama, pensando con cada neurona que la vida es una cosa muy triste. La gente debería haber estado gastando las baldosas que hay entre cama y váter, y sintiendo arcadas con cada trago de zumo de tomate, en lugar de hacer la ruta de los belenes. Repito ¿el 1 de enero? ¿El día de la resaca nacional? ¿Es que hay que dejarlo todo para última hora? ¿Qué es eso de ver mulas y bueyes y pastorcillos, a estas alturas liliputienses del año?

Con la ilu que ayer le hacía a una ver cardos rodantes marca Far West en el centro de Granada. Con las ganas que tenía yo de pavonearme por las aceras casi vacías. Dedicarle una sonrisa de beata a los tres, cuatro señores-paseando-a-perrito con los que me hubiera cruzado, a las dos parejas de padres recién estrenados, al guiri de plano maltratado, a Mohammed, y decirle con los ojos, a todos ellos: “¿sabe una cosa, amigo? He descubierto el secreto de la Nochevieja perfecta. Aquí estoy, fresca como una lechuga de invernadero, con ganas de comer, y el cerebro todo lo intacto que permite mi genoma, paseando, agarrada del brazo de mi maromo-tan-iniciado-como-yo, dueña de las calles y de las horas todavía escasas de este 2012. Feliz año, feliz año”. 

Pues se ve que era un secreto a voces. Se conoce que todo el mundo se divirtió un rato en su casa, sin necesidad de estresar a los hepatocitos, ni de plantearse la duda existencial de si el primer día del año cae en 1 o en 2. Soy masa. Mis descubrimientos son estadística. Así que, si cuento que en mi casa se celebró una fiesta para dos (ahora se me aclara el concepto “bipartydismo”), nadie me va a mirar raro, ¿no? 
 
Jose me pilló sentada en el sofá, apenas unos minutos después de colgar el post anterior. Se había dejado a su padre tapadito con las faldas de la mesa de su salón, recibiendo con resignación la piedad de algunas visitas, que no podían esperar al día siguiente a demostrar, de cuerpo presente, que se interesaban por su salud. Traía todavía los ojos cargados de preocupación. Apuesto que la sola mención de la palabra Nochevieja debía de parecerle un chiste zafio. Pero entró en casa, olió lo que salía del horno, y sintió ganas de llorar. “¿Cuánto tiempo te has pasado en la cocina?” (snif) “¿Y has venido muy cargada del Mercadona?” (snif) “¿Qué haces, chiflá?” (snif) “Vaya culo” (uouo). A veces, cuando me emociono, hago cosas sin ton ni son. Como buscar un mantel diferente al de todos los días, en sudadera y bragas rojas. O quitar una olla del fuego calzada con una sola bota. O sacar del armario un vestido, también rojo, que hacía más de tres años que no me ponía, porque no había tenido ocasión.

El nudo en la garganta lo achuchamos hacia abajo con mi menú “Hagámoslo especial sin perder la cabeza y la mucosa gástrica”, y una botellita de cava que llevaba en la nevera, compuesta y sin copas, el mismo tiempo que mi deprimido vestido rojo en el armario. En el tiempo peligrosísimo que siempre media entre cena y numerito de uvas, nos reímos un rato con el dichoso Jose Mota, recogimos la cocina, rebusqué en la cestilla de las susodichas para quedarme con las doce más pequeñas, y las despepité. Luego me fui al cuarto de baño a cortarme las uñas, porque no estaba ni medio bonito que yo recibiera al año nuevo con semejantes uñas de orco. Cuando salí, mi Jose se había convertido en el Duque de Feria (el actual, no el difunto, por dios), con su chaqueta azul marino y su fular anudado al cuello, puestecito como para una tarde gloriosa en la Maestranza, a pesar de sus zapatillas de niño moderno.

Lo vi claro: me estaba regalando esa otra versión de los actos de amor que consiste en prestarte mansamente a participar en las bufonadas de la persona a la que quieres. Me vio poner la mesa de moderada fiesta, vestirme de fiesta sin alharacas, y se dijo, dejando atrás el día duro, ¿por qué no? Juraría que no pretendía agradecerme que hubiera permanecido cinco horas a su lado en el hospital. Tampoco trataba, ni tratábamos, de echarle una capa de brillantina y olvido a las imágenes de miseria humana que allí habíamos recolectado (el hombre de la traqueotomía, que tenía todo los vientos metidos en la garganta. Una chica sudamericana se seca tímidamente los ojos con un pañuelo. Tiene a sus pies una bolsa de papel con el logotipo del hospital, que parece llena de ropa de calle, y espera a que los familiares de la señora a la que ella cuida, mañana y tarde, tomen alguna decisión tremenda, allí dentro, en esa consulta adonde nadie se ha planteado que puediera entrar).

No, nada de eso nos hizo aparcar nuestras racionales afirmaciones de que esa era una noche cualquiera. Jose quería que yo tuviera una fiesta, simplemente. Sabía que todavía no me he podido desprender del todo de ese poso de ilusión gratuita que el rojo del calendario le da a ciertas fechas. Que, efectivamente, era un día cualquiera, una noche cualquiera, pero ¿no es verdad que hay otras 364 noches cualesquiera a lo largo de un año? Él sabía que todavía escucho, en un rincón adolescente de mi cabeza, a las sirenas cantándome que, mira, Silvia, la gente se divierte ahí afuera, la gente se une y se habla al oído, salta, se mueve y le pasan cosas dignas de contar.

Y sabía que echo de menos bailar y tener con quien bailar. Así que eso es lo que hicimos, después de las uvas, feliz 2012, chin chin: encender el ordenador, rebuscar en el youtube los éxitos más macarras del año saliente, y bailar de manera descabellada. A lo Shakira rabiosa de barrio. A lo pandillita gay. Al modo Peret. Modo Tony Manero. Modo Boris Yeltsin. Y cuando ya nos dolían las corvas, nos fuimos a dormir. Así de fácil. Sin tener que esperar largos y fríos minutos a que pase un taxi. Sin sufrir vergüenza ajena por la especie Homo sapiens. Sin necesidad de gastar media tonelada de algodón para quitarte el rimmel. Sin la sensación de vacío que te asalta cuando te metes en la cama, con los pies machacados y los ojos llorosos, aunque ya no haya humo en las pubes, y te das cuenta de que te has vuelto a equivocar, de que tú así no te lo has pasado ni te lo pasarás bien nunca, de que a lo mejor muy poca gente se lo pasa bien, y el resto disimula, y tú eres tan tonta que te crees ese disimulo.

Quiero recordarme siempre así, bailando en mi casa, feliz a pesar de los hospitales, de la vieja inseguridad de no encajar en los grupos, del sentido del ridículo, y de la misma lógica que nos mueve a ponerle, con todo derecho, la etiqueta de ridículas a estas celebraciones.

Os dejo esta cancioncilla que, no sé por qué, expresa todo este calma desprejuiciada con la que he empezado el año.



P.D. En breve compartiré con el resto de mortales la receta del capuccino de setas.

8 comentarios:

  1. Uau, me encanta, cómo te entiendo! Es un placer leerte, y, por qué no decirlo, a ratos se te envidia un poco... No es sólo tener lo que tenemos, es saber valorarlo y dejar constancia de ello. Os deseo un año que podais recordar siempre con una sonrisa.

    ResponderEliminar
  2. Epolenep, gracias! Voy a ponerme ahora mismo a fabricar futuros recuerdos risueños. Un placer volver a encontrarte.

    ResponderEliminar
  3. Qué Nochevieja-buena la tuya,enhorabuena por haber sabido hacerla así!.

    ResponderEliminar
  4. Creo que voy a aficionarme a tu lectura, querida y desconocida -dichoso nombre- Silvia. Tú sí que sabes (escribir). Y como compruebo que te va la música de los 40principales, aquí te dejo un enlace al youtube de un grupo que a me encanta, por si puedo pagarte de alguna manera por tus palabras. Si no es así, disculpa la intromisión. Y dásela a escuchar a tu tía, la Mamá Gata, si te place.

    ResponderEliminar
  5. Perdona, si te dijo que te dejo un enlace y no lo hago... pues no está bonito, ¿verdad?:
    http://www.youtube.com/watch?v=a4BnujT2bfo&feature=related

    ResponderEliminar
  6. Dioooos, Anónimo misterioso, eres un celestino!! He caído fulminada a los pies del tal Aaron. Me considero pagada con creces, por supuesto. Pero no hacía falta. Esto es barra libre. Tó gratis. Desbordo amor

    ResponderEliminar
  7. Anónimo entre comillas03 enero, 2012 23:33

    Leyendo tu post-comentario a mi comentario sobre tu post "quemando los restos del año" quería puntualizar algo: lo mío no es una "oposición a las tontadas", ni mucho menos, (sabes cómo me va el payaseo) sólo a las que no me divierten, a las que me aburren o incluso me irritan. He sido hasta hace un par de años "bipartydista" con cena de tres platos y nos gustaba, eso sí, no intenté lo que tú conseguiste con -san- Jose, ahí M, El vampiro de Dusseldorf -ja ja, lo siento, pero me lo pusiste a huevo, M- preferiría la muerte antes que dar un paso de baile.
    Hoy también me he dedicado a fabricar "futuros recuerdos risueños", uno tan sencillo como una mermelada de las llamadas frutas del bosque, que no quería que se estropearan entre la abundancia con que estos días se llena de colores mi nevera.
    Ah!, incapaz de oir el enlace del último anónimo. Ya me lo explicareis, como lo haríais a un analfabeto del medio (es decir, lo que soy).

    ResponderEliminar
  8. Anonima copia y pegaaa!
    q chico mas mono , por cierto.besoo

    ResponderEliminar