viernes, 20 de enero de 2012

Cuerpo en rebajas


Pongamos a una mujer joven, entrada en la treintena, moderadamente independiente. Tiene en su haber unos ojos algo abombados, pero bonitos, una boca bonita, unas bonitas mejillas y un cuello bonito, elementos que, sumados frente al espejo, dan como resultado una cara curiosa y agradable. Es lista, es intuitiva, es sensata. No le cuesta meterse en el pellejo de la gente. Sabe callarse y escuchar. A veces le cuesta mantener la atención, a veces pierde un poco en rumbo, pero, a rasgos generales, puede decirse que es aguda.

Esta mujer sufre ocasionales episodios de austeridad furiosa. Por ejemplo, cuando abre su armario y ve demasiadas cosas. Cuando se va de viaje, y el maletero de su coche de repente está demasiado lleno de cosas. Cuando se da cuenta de que tiene demasiada ropa, más libros de los que le dará tiempo a leer en su vida, demasiadas revistas de cocina, demasiados bolígrafos y libretas que nunca usa, demasiadas cosas olvidadas dentro del congelador. Durante esos episodios, a nuestra amiga le dan ganas de ir sacando caja tras caja de estas cosas, amontonarlas en el descampado que hay enfrente de su casa, regarlas peliculeramente con gasolina y hacer con ellas una pira que se vea desde el Hispasat. También se le ocurre que quizás no sería necesario alertar a vecinos y fuerzas del orden. Bastaría con montar un mercadillo, e invertir las perras obtenidas en una autocaravana que tuviese el espacio justo para no volver a acumular chismes.

Es una mujer con una modesta conciencia social, que se puede confundir fácilmente con sentimientos de culpa. Es sensible al sufrimiento ajeno. Siente vergüenza de sí misma cuando se conmueve al escuchar los gemidos quejumbrosos de un negro que, de rodillas, pide limosna en la esquina de la calle más comercial de la ciudad, pero la compasión no le alcanza para superar la pereza y el apuro de abrir el bolso, sacar el monedero, dar una moneda. Odia tener que escabullirse de los chicos que muchas ONG colocan en esa misma calle, con la intención de cosechar algunos donantes y colaboradores de entre el enjambre de peatones cargados de bolsas. No soporta decirles que no tiene tiempo, que en otro momento, o no decirles nada en absoluto. No soportar verlos parados en medio de la calle, pasando frío, amables por política de empresa, soltando el rollo que, con suerte, si han conseguido interceptar a más de tres, se han aprendido, o desvalidos, de pie con sus carpetas, o sentados en el escalón de una tienda, derrengados, incapaces de afrontar un nuevo “no” cargado de remordimiento, o un nuevo silencio.

Esta mujer valora pocas cosas más que el bienestar físico, y no son raras las siestas en las que tiene ensoñaciones sobre un futuro utópico en el que los seres humanos andarán por un mundo lleno de fragante hierba, vestidos con chándales y jerséis anchotes y botas de montaña. Un futuro sin dedos de los pies arracimados.

Entonces:

  • Por qué esta mujer se lanza a la calle dos tardes consecutivas, a la búsqueda de unos zapatos que sean cómodos, que sean bonitos, que no parezcan ortopédicos y que sirven tanto para falda como para pantalones. Que es como decir a la búsqueda de El Dorado.
  • Por qué vuelve a llegar a su casa con la sensación lumbar de haberse pasado cuatro horas vendimiando, cuando ayer se había prometido una tarde entera dedicada a la lectura y la escritura.
  • Por qué no ha sabido resistirse a la palabra “Rebajas”. Por qué ha cargado sus tiernos abrazos con diez kilos de jerséis que su misma abuela habría colocado dentro de la categoría de infames. Por qué cada vez le parecen un poquito menos reprobables los minishorts, si siempre los ha odiado.
  • Por qué, si es lista, si es mona, ha tenido un momento de zozobra, durante el que ha maldecido sus caderas hechas para parir doce hijos sicilianos, y la abundancia de sus muslos.
  • Por qué se ha acordado de cuando estuvo en un chiringuito de la playa del Palmar, y contempló a la gente que aprovechaba los últimos rayos de sol en la terraza, y le parecieron guapos, sueltos y de otra especie, casi gatos, con los ojos ocultos detrás de grandes gafas, ágiles, un poco hoscos, ellas con un hombro al aire, ellos con tatuajes. En su cabeza, los llamó “fauna”, los llamó “tropa”, los miró con un poquito de grima, los llamó los otros. Los guapos. Las seductoras. ¿Qué les hacía diferentes?
  • Por qué de repente le gustaría parecerse a Paula Echevarría, esa princesa de divina mandíbula, a la que le perdona que abuse de ese espanto de botas UGG (recuerden, las pantuflas de cuello alto) y que se casase ¡por amor! con un sucedáneo de cantante que, antes de pasar por sus estilosas manos, tenía aspecto de chapero moldavo.

Pues no sé, amiguitos, sólo se me ocurren respuestas de Sociología-sacada-del -Pronto.

Quizás no sabemos renunciar a la belleza. Quizás nuestra manera de entender la belleza es un poco totalitaria, y no podemos evitar considerar que, para ser digna de ese nombre, la belleza ha de tener un relieve, y para tenerlo, ha de contar con varias capas: ideas, energía, mirada, fluidez y formas. No vale con una convicción interior. Necesitas unos muslos largos. Culo recogidito. Botines de tacón. Pestañas largas. 

A lo mejor queremos decir algo. En realidad creo que eso de que la moda es una manera de expresión del propio yo es una milonga que se han inventado los estilistas para justificarse delante de sus madres (mami, que no es que esté todo el día liao con trapos, de verdad, que tengo un trabajo serio, soy un psicólogo de la apariencia y un dinamizador de la autoestima femenina y un creador de sueños). Pero algo sí que intentamos mostrar, aunque sea inconscientemente. Que tenemos la posibilidad de cambiar de ropa todos los días, o que podemos llegar a ser originales, dinámicas, cándidas, sexys, o al menos socialmente aceptables, o todo lo contrario. 

A lo mejor estamos todavía colgadas (femenino generalizador) del prejuicio de tener que gustar. A quién, me pregunto, si tu novio te dice guapa aunque parezca un mandril. Si vas a salir a comer con tu hermana. Si vas a dejar unos libros a la biblioteca. Estamos entrenadas, improntadas para que nuestro aspecto agrade, como los pajaritos de los documentales.

En fin, yo qué sé, no son horas. Haced algo. Aportad alguna idea de por qué no podemos dejar de desfigurarnos los pies y comprarnos ropa. Yo lo único que quiero decir a estas alturas es que no soy como la mujer del ejemplo. Yo amo mi cuerpo. Me encanta levantarme la camiseta y ver cómo resaltan, entre redondeces, los huesos de mi pelvis. Me encanta darme azotitos en el culo. Me maravilla la cantidad de procesos que mi cuerpo ha aprendido a hacer solo, y el murmullo mágico, apenas audible, que emite cuando trabaja. Me encanta mi corazón, pum, pum, pum, mis pulmones que se llenan y se vacían sin que el aire duela, como le pasa a mi amigo Raimundo. Mis manos que saben coger, acariciar, cortar, escribir y hasta hacer punto de cruz. Los pies que me tienen en pie durante horas, alerta, activa, y consiguen que siempre me asombre cuando, al andar, vuelvo mi vista al origen del camino. Alcanzar el paquete de cereales que siempre está en el estante más alto de la cocina. Escuchar mis tripas al tumbarme. Tener mocos las poquísimas veces que me resfrío, lágrimas cuando me entra algo en el ojo. El estornudo. Los sueños. La manera en que un trozo de pan con queso se convierte en calor y movimiento. Tener dentro de mí algo tan hermoso como la sangre, imparable. (Aunque no venga mucho a cuento, es algo que quería decirle a la mujer que se queja de su culo. O a esa otra que lo hace de su cuello. A la que piensa que viste como una cortijera. A la que llora por sus manchas)


5 comentarios:

  1. jajajaja, eres genial Silvia!! Si vienes algún día por Barcelona te invito a un té y nos vamos de compras. Yo me voy el sábado a la caza de unas botas que no existen...(sólo existen unas y están en mis pies, cayéndose a trozos, y quiero otras iguales o mejores...y de hecho estoy a estas horas moviendo cielo e internet buscando como una idiota)...Lo dicho, me encanta leerte. Un abrazo!

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  2. Anónimo entre comillas21 enero, 2012 22:01

    Siempre he pensado que no hay nada más misterioso y complicado que esa maravillosa maquinaria interior que día y noche, sin tomarse fines de semana ni vacaciones, mantiene ese pum, pum, pum, que dices, del corazón o los pulmones y cosas mucho más raras que ni siquera son necesarias para mantenernos vivos pero que demuestran que lo estamos: que se te erice la piel si alguien te besa de forma inesperada en el cuello, o que los ojos estén conectados a no sé qué extrañas fuentes que por no sé qué extraños mecanismos, contrarios a veces, dejan sal en las pestañas...
    Ah, el próximo día que te sometas al suplicio de las rebajas, cuando termines, prueba -y luego me lo cuentas- qué tal se lo hacen en la "sucursal" que nos han abierto de La Moraga, entre las calles Navas y Ganivet.

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  3. Por qué nos compramos ropa si el ropero está lleno de prendas en perfecto estado:
    Por el placer de tener cosas nuevas-nos cansamos hasta de lo bueno-.
    Por el deseo de gustar y sorprender-no nos engañemos con lo de"me arreglo para verme bien yo",si fuera así no pasaríamos años con los pijamas que nadie ve.
    Porque no tenemos necesidades mas acuciantes-si las tenemos,no son al precio de un jersey de rebajas.
    Enfín...

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  4. Gracias,prima,me das un empujuncito para ver si acabo de aceptar mi tema,ya sabes ese que llevamos varios de la famili,ser de dos colores.

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  5. Anaartesana, ya quiesieran muchas tener dos colores a cambio de tu cuerpo y de tu cara.

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