domingo, 11 de diciembre de 2011

¿Te puedo autoayudar?


No puedo hablar de ti de otra manera que no sea usando la segunda persona. Eso es porque no es que quiera hablar de ti, en realidad. Lo que quiero es hablar contigo. Es como si hubiera siempre una conversación pendiente, y como si bastase con uno de estos ejercicios falsamente solitarios para cumplirla. Me siento al sol, en el tranco de mi casa del campo y te hablo. Contemplo las ruinas de un molino, y te lo cuento. Me meto en el coche con el ordenador, porque fuera el viento se ha puesto premenstrual, y te llamo. Y entonces te digo todo lo que no pude el otro día, en la playa. Después de tanto tiempo, no iba a asaltarte a las bravas con un “a ver, explícame que te pasa”. Y, sin embargo, creo que me hubieras perdonado semejante falta de delicadeza.

Vuelvo a verte mirando a no sé qué punto situado más allá de donde estamos los cuatro, enmarcado por la madera castaña del puesto de vigilancia junto al que nos hemos sentado. La luz es perfecta (las cinco de una tarde de diciembre en un lugar donde el atardecer se demora veinte minutos), el escenario ideal (ya se va haciendo una idea todo el mundo de cómo es Bolonia), y a ti se te ve desamparado. ¿Me engaño? ¿He permitido acaso que una conversación anterior le pusiese aire acondicionado a este paisaje diáfano? ¿Lleva este encuentro más lastre del necesario? A lo mejor imaginé, nada más, que lo que estabas necesitando era desahogarte, y que tampoco encontraste el momento apropiado. No sería raro: en materia de emociones siempre he fantaseado más de la cuenta. Pero ahora, fíjate, tú estás allí, yo estoy aquí, y entre allí y aquí hay más de doscientos kilómetros, que casi se doblarán a partir de mañana, cuando me vuelva a Granada. Y no nos gusta demasiado hablar por teléfono, ¿verdad? En realidad, no deja de ser un prejuicio un poco tonto, porque lo verdaderamente importante, sea cual sea el medio, es hablar. Es que yo pueda saber lo que te turba, por si acaso se me ocurre alguna perogrullada que, tal vez, te sirva de ayuda, y que tú sepas que siempre, siempre, puedes contar conmigo. No te estoy cantando una canción de Disney. Sólo trato de convencerte, con la mayor humildad, de que el mero acto de pronunciar la carga viscosa con que uno, de repente, se ve acarreando, resulta útil, porque, al menos, le da a esa mole emocional un asomo de estructura y de orden, y eso te permite encontrar los puntos débiles por donde empezar a atacarla. Lo escribo como si me lo hubiera inventado yo, vamos, cuando es algo más viejo que el mear.

Nuestras huellas en la duna


En realidad, lo que quiero decirte es que, aunque parezca recochineo, yo me encuentro en calma. Tan en (relativa) calma que temo volverme una presumida y una fatua. A veces me sorprendo repantigada dentro de mí misma. Pues vaya, no era tan difícil, casi se me escribe en la cara. Los problemas que tenía al tragar casi han desaparecido, y la dermatitis, bueno, al menos está confinada a cuatro dedos, como Napoleón en Santa Elena. Llevo al menos cuatro meses con la hipocondría anestesiada. Cada vez me descubro necesitando una cosa menos. Ni siquiera necesito escribir, y si lo sigo haciendo, es porque me gusta. Puedo vivir en cualquier otro punto cardinal que no sea el Oeste. Puedo acostarme todos los días a las diez y media de la noche, sin que me acose, a la manera criminal de antes, el remordimiento de estar malgastando mi cuenta de tiempo. Puedo divertirme sin estar rodeada de un círculo de amigos íntimos. Tener todo eso sería genial, por supuesto, pero dejar de tenerlo no representa un drama. Y, bueno, a veces me da una pequeña punzada manchega de desconfianza, y me digo “cuidaíto, Silvia, a ver si te te vas a estar creyendo demasiado esto de la sabiduría, que ya nos conocemos el cuento de las endorfinas”. Pero yo misma me respondo que no, que ni por asomo me creo que haya llegado ya a ningún lugar definitivo, sin días grises ni mareas, ni que mi propio trabajo de rastreo de pensamientos tóxicos se pueda dar por finalizado. Y, mientras tanto, sigo tranquila. La vieja, sorda, indefinible garra de debajo del esternón se ha relajado. He pronunciado su nombre: se llama expectativa. Los dos sabemos cómo funciona la garra. Te incita a evaluar el peso de tu vida, y a comparar lo que el mundo concreto te ofrece con esa antigua superstición con la fuimos inoculados, la que nos proponía que lo mejor estaba siempre por llegar, que nuestra mente y nuestra emoción, como la economía o la técnica, no podían seguir otro camino que no fuera el del progreso. Hemos crecido con la confianza de que en algún lugar del futuro había un yo y un tú con las manos llenas y la lengua ágil, que no dudaban nunca ni flaqueaban. Hemos dejado que nos apuntasen a la secta del deseo. Hasta que llega la hora en la que no sabemos dejar de desear, y lo peor es que ni siquiera sabemos qué nombre ponerle a tanto deseo.

Me he ido alegremente de paseo. Sólo quería decirte, y no me da vergüenza parecer una fanfarrona, que me encuentro lo bastante fuerte como para que te apoyes un rato en mi hombro. Que, en medio de mi calma, y de toda la belleza que estos días consigo mirar limpiamente, sin querer apropiarme de ella, me pincha todavía tu ansiedad. Que, si bien es posible que no pueda darte respuestas, porque eso es algo que te corresponderá a ti, al menos sí creo ser capaz de plantearte alguna pregunta tan idiota que puede que ni siquiera se te haya ocurrido. Echa a la basura ese mito del héroe solitario, anda. Está claro que el esfuerzo para estar bien tienes que hacerlo tú, pero ¿por qué hacerlo siempre – todo – solo? Podemos jugar a que yo era tu libro de autoayuda (Discurso libre de buenrrollismo garantizado).

(Mientras tanto, a ti y a todos, os recomiendo que paseéis por aquí. Yo, que la sigo habitualmente en su blog madre, me fío de ella)

5 comentarios:

  1. Enhorabuena por ese estado de ánimo conseguido...ya me dirás cómo.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo entre comillas13 diciembre, 2011 23:42

    Me la volvió a jugar; el día 11 después de leer el post escribí un comentario curraico y laaargo (ya mismo tendrás que empezar a editarme). Se me ocurrió cambiar de página para mirar no sé que dato y zas, nada por aquí, nada por allá. ¿aprenderé la lección -o todas- algún día?
    Dejo de lamentarme.
    Como soy una lectora obediente y me encanta que me recomienden cosas, me paseé por "aquí" y me ventilé todo el blog -es más joven que el tuyo- de un tirón. En uno de los post, Marina nos pregunta:"¿Nunca os ha pasado que sabeis que teneis una idea pero no habeis llegado a formularla en palabras?". Pues sí, Marina, acaba -acababa- de pasarme, leyendo el titulado con enorme gracia ¿te puedo autoayudar?. El tercer párrafo es lo que yo habría escrito, si supiera hacerlo como lo haces tú, sobre la forma en que he conseguido entenderme con la vida, a lo mejor titulándolo "lo poquito que sé" -aquí te medio plagio el título-. Quizás podría añadir un par de cosas más, poco más.
    Ah, y no hagas caso a la puñetera punzada manchega. Vale que nos quede grande eso de la sabiduría, pero no es sólo cuestión de endorfinas...

    ResponderEliminar
  3. Me alegro un montón de tú estado de ánimo,prima,y espero que te alegres del mío,que es similar,y claro que nó era tan dificil...

    ResponderEliminar
  4. Claro que puedes autoayudarme, querida, te franqueo mis miserias (léase con desdén de película en blanco y negro). Bah, sé que lo dices por respeto, por pudor, por temor a meterte donde no te llaman pero no te preocupes: yo te llamo (te llamé) y te digo: "pues tengo bastante ansiedad, Silvia". La verdad es que podría ser franco y dicer: Sin novedad en el frente, sigo con mi ¿natural? insatisfacción. Pero la fuerza de la costumbre es la mayor que conozco y rara vez puedo evitar vestir de novedad la misma vieja inercia (¡qué asco de fondo de armario! Es como si todo fuera de otra talla.

    Tienes razón, el otro día la mente se me iba lejos (y desde luego no era porque el sitio no acompañara). Mira que quise evitarlo pero no pude. Está claro que no estoy sobrellevando bien mis preocupaciones (simples y corrientes) y me fastida no haber aprendido ya ciertas cosas que son básicas para vivir con relativa tranquilidad.

    Pero bueno, imagino que la clave de todo está en un poquito de rutina, centrarme en lo que -además de querer- puedo, mimarme, juzgarme con menos dureza y aprender a relajarme. Y de momento ese es mi único plan de acción. Veremos si me va funcionando.

    ResponderEliminar
  5. Anaartesana, primita querida, ¿cómo no me voy a alegrar de que tu ánimo vaya mejorando, si también pensaba en ti cuando escribía este post? Espero que sepas que la pregunta del título te la dirigía a ti también, y al que la necesite.

    Autoayudado, ya hablaremos, por el medio que sea, pero a lo mejor estaría bien que me fueras preparando una lista completa de tus insatisfacciones y preocupaciones simples y corrientes, para ver por dónde empezamos a atacar. Recuerda que se me ha subido a la cabeza lo de ser tu entrenadora.

    A buenas horas os respondo...

    ResponderEliminar