miércoles, 21 de diciembre de 2011

Streaper


¿Será delito publicar esto?

A los cinco minutos de saludarme, después de un montón de días sin coincidir, me enseña sus radiografías cervicales. Me gana inmediatamente. Él no lo sabe, no lo sabe nadie, ni siquiera yo lo sabía, pero las radiografías me privan. Me embelesan y me dan grima. A eso es a lo que yo llamo morbo. El hecho de tener que establecer una correspondencia entre mi aspecto exterior y esos cimientos íntimos, y de resumir todo ese conjunto con un lacónico “yo”, es algo que me perturba. Siempre me da la impresión de que mis huesos se están mofando de mí. Es como si aprovecharan la ocasión excepcional para recordarme que, ya puedo vanagloriarme de la forma de mis labios, o construir mi memoria y mi conciencia mediante las palabras que dejo aquí escritas, que lo único que va a perdurar, dentro de cien años, será ese puñado de huesos arrinconados.

Éstas suyas me recuerdan a alguien. La risa sardónica. El ángulo gallardo de la mandíbula. Los huesos, que parecen de gelatina. La verticalidad de las vértebras, (mal) rectificadas. Claro, me recuerdan a mis propias radiografías. Si no fuera por el implante en la dentadura, me costaría diferenciar sus interioridades de las mías. Vaya, vaya, vaya. Vistos así, no somos tan distintos. Por debajo de los cornetes problemáticos de tu nariz, de mis pestañas de puntas rubias (la única rubiez de mi cuerpo), de tu barbilla un poco partida, de mis ojos algo saltones, podríamos pasar por mellizos. Tú, yo. Todos.

En fin. He echado mano de esta introducción lúgubre y sabihonda porque no sabía cómo empezar a hablar de lo que llevo queriendo desde hace una temporada. Casi desde el mismo momento en que este coche arrancó. La intimidad y el impudor. Tachán. Como no lo sé todavía, y me parece un abuso perpetrar otra maniobra dilatoria, comenzaré diciendo que, desde el día de mi cumpleaños, tengo unas cuantas palabras atrancadas en la garganta. Ya huelen. Desde que una persona de mi familia con la que no hablo casi nunca me dijo por teléfono que, vaya, en el blog contaba muchas cosas de mi vida privada. Era esa misma persona que va diciendo por ahí que el salto repentino que he dado, desde entonces, de la reserva más absoluta de lo que escribo a esta ansia maligna de visibilidad e interacción, es digno de estudio (psicológico). No supe bien qué responder, no sólo porque mi agilidad mental no va a ganar nunca medallas de oro, sino porque me dio la impresión (seguramente falsa), de que me estaban echando un cordial rapapolvo.

Dejad que os diga una cosa, a los (pocos) lectores que no compartís conmigo material genético: mi familia nunca ha descollado por su expresividad verbal. Voy todavía más allá: mi familia, así, en general, nunca hace muchos aspavientos de lo que siente. No creo haber escuchado nunca a mi padre manifestar alguno de sus deseos o frustraciones. No recuerdo haberlo visto llorar. No es que su corazón sea de piedra, que no, sino que es mudo. Y de mi madre, ¿qué digo de ti, mami? Que no hace mucho le diste un beso en el hombro a tu hermana, sin venir a cuento, y que te pusiste inmediatamente roja de apuro. Que tu padre no toleraba las risitas cuando estabais todos reunidos en torno a la parca mesa. Que, por lo que me has contado, era rígido hasta grados talibanes. Que yo no sé por qué, si con ¿cuántos, catorce, quince años? te fuiste a la monstruosa Madrid a servir en una casa señorita, y si te casaste con diecisiete, confías más bien poco en tus propias posibilidades (y no me digas que no). Que nunca me has contado si me hablabas mucho, algo o nada cuando yo era un bebé.

No hacen falta más ejemplos. Simplemente, en mi casa el exhibicionismo emocional no está muy bien visto. Pero no sólo allí. Yo, que, sin ser hiperactiva, tiendo un poco a la desconcentración, tengo la mala costumbre de, contando con mil libros interesantes en mis estanterías, leerme de vez en cuando, así, con la cascarilla del cerebro, un puñado de artículos del suplemento dominical del periódico. Pues bien, me empieza ya a mosquear la frecuencia con la que me topo con alguna exquisita firma desbarrando contra el auge de la ostentación de la vida privada auspiciado por el maligno Internel. La democratización de la impudicia, bla, la algarabía grosera de las intimidades, bla, bla. La masa, que se ha apoderado de los puestos privilegiados del periodismo o la literatura. Bla, bla, bla. Un señor siempre estupendo escribe en su blog (vaya, ¿no quedamos en que no tenías ordenador?): A veces me pregunto si es que ya casi nadie tiene interés en resultar misterioso y guardar secretos. No sé, yo leo eso y me viene el olor vampírico de Cayetano Martínez de Irujo. A esa pose la he bautizado como el complejo Bogart. Consiste en hacerle entender al mundo que uno es tan especial que su sombra dobla las esquinas un minuto antes que sus piernas. Que llegar a trabar un conocimiento sobre esa persona es una misión llena de aventuras y riesgos, como la del Arca Perdida.

Particularmente, yo le veo cada vez menos interés al hecho de resultar misteriosa. Se me ocurren dos razones para ello. Una, que siempre ha tenido una conciencia aguda de mi propio retraimiento. De pequeña fui tímida hasta extremos hospitalarios. No soportaba que mi madre me mandara a comprar pan. No toleraba llamar por teléfono a alguien que no conociera. Nunca he tenido un millón de amigos (hip). Por eso sé lo que es que dentro de ti se esté desarrollando una jungla de sensaciones, de percepciones, de deslumbramientos causados por mil y una bellezas y temblores, y sentir que todo eso, denso, jugoso, viscoso, te ahoga y te estrangula, porque no tienes a quien revelárselo, y si acaso lo tuvieras, carecerías de las estrategias expresivas necesarias para llevar a cabo el acto bendito de la comunión.

Y dos, ¿quieres misterios? Por dios, eres escritor, eres licenciado en Psicología. ¿No te has dado cuenta de que, por mucho que hablemos, por mucho que parezca que nos desnudamos, la oscuridad siempre gana la partida? ¿Acaso yo soy ni más ni menos lo que digo? ¿No hay nueve palabras ocultas por detrás de cada una que se pronuncia? El misterio de ser está siempre ahí, a poco que rasques. Aunque por encima lo hayamos pintado con mil capas de palabras.


3 comentarios:

  1. Para los que hemos sido tímidos, muy tímidos (aun hoy me da vergüenza decir que hay ciertas cosas que me dieron y/o me dan vergüenza...), esto del blog es una liberación.

    Todavía no sé cuando soy más yo. Si cuando muestro por escrito como me siento por dentro, o cuando en persona expreso tan escueto y soso algunos de los pensamientos que tengo.

    Aun así, ya he tomado alguna costumbre y alguno dirá que soy extrovertido, cuando no es más que que una herramienta, un método, una estrategia para relacionarme con los demás, que dice tan poco de mi como las veces que la timidez no me deja expresarme como realmente quiero.

    Me da pudor hacer de mi vida un escaparate, pero a veces no tengo más remedio que contar algunas cosas para decir "otras", que son las que de verdad quiero que se sepan. Por otra parte, en mi blog intento ser lo más difuso posible, cosa que creo que más o menos consigo. Más que nada porque, aunque como tú dices que nos leen pocas personas, al final es algo que dejas al alcance de cualquier desconocido, y eso me da respeto. Lo mismo un día quedo contigo, o con cualquiera que me lee, y me llevo a mi familia entera y te cuento mi vida de "pe a pa", pero es diferente: te estoy mirando a los ojos, te puedo tocar, veo tus gestos... Sin embargo, no me gusta que gente a la que no se ni siquiera que existen sepa cosa de mi que en principio no le importan.

    La verdad es que este tema me lo he planteado ya varias veces, y no sé cómo enfocarlo correctamente, si es que se puede hacer eso.

    Menos mal que te gustaban los comentarios largos...

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  2. Si lo que no hay que hacer es considerar lo que nos digan o, mejor aún: lo que creemos que los demás piensan o van a pensar de nosotros, que es una estrategia de la mente para tenernos ahí sin expandirnos y rácanos en nuestras demostraciones. Escribe lo que te parezca, Silvia: es muy bonito y, más de lo que crees, universal. Las familias, al final y si no ponemos remedio, terminan siendo un puñado de roles unidos. La tuya no se diferencia mucho más de la mía y cuando uno rompe su rol, se libera.
    Ánimo con tu escritura y, sobre todo, con tu sacar afuera.
    Un besazo!!

    Laura

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  3. Mi familia peca de exagerada, charlatana y gritona, no nos callamos nada y hablamos hasta con los guardias de seguridad en la cola del banco... aun asi que hablo tanto, sigo siendo timida con lo que voy a decir... por un ratito mientras estudio a mis interlocutores,, y cuando ya veo que puedo ser libre.. me lanzo jajaja... y ahi esta el tipico comentario que me secunda desde mi tierna infancia.. "por dios como habla!! jajaja

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