jueves, 22 de diciembre de 2011

A mí me tocó el Gordo (hace tres años)


Me gusta su frente, salpicada de pecas, y tan suave que parece de peluche.

Me gusta que tenga un sueño todavía más ligero que el mío, y que se despierte, igual que yo, cuando los niños empiezan a subir la cuesta, camino del colegio, cargados con sus mochilas y sus estridencias. Adoro no tenerle el rencor propio de los insomnes que duermen al lado de esa gente a la que no despertaría ni el terremoto de Lisboa. Adoro que no ronque. Nada. Me gusta el hecho indiscutible de que duermo mucho mejor desde que, en la cama de 80 adosada a la mía, él respira muy bajito.

Me gusta cuando, al ver un partido de baloncesto, apoya los codos en los muslos. Porque hace mucho más que ver. Examina, descompone, sintetiza y vibra. Parece como si una corriente de juego le recorriese todo el cuerpo, y estuviese a punto de escapársele a través de pies y manos. Igual que el copiloto tenso que da un frenazo con su pedal invisible. Estudia la expresión corporal de los jugadores, se desgañita, narra anécdotas, desgrana la composición de equipos de los años 70. Ese territorio de su inteligencia me fascina. Lo miro, y me entran ganas feroces de levantarme del sofá y salir al rellano para presumir con las vecinas de lo listo que es mi niño.

Me gusta su cara de cochinillo (pero cómo puede alguien comprar “eso” en el Carrefour y meterlo en el horno y comérselo sin sentirse un ogro devorador de niños. ¿Es que no se fijan en sus pestañas, las orejitas, en que siempre están sonriendo, como si, en vez de en un estante frigorífico, los hubieran colocado en una cuna?). Me gusta su cara de muñeca antigua, todo ojos, boca diminuta. Me gusta que sus pestañas sean más largas que las mías.

Me gusta cuando leemos los dos juntos en el sofá, y me dice “pero qué bien estamos aquí juntitos.” Nunca antes había conseguido concentrarme del todo en la lectura cuando estaba acompañada.

Me gusta que sea un maníaco de la lavadora y el tendedero, y que baje raudo y veloz a tirar las bolsas de reciclaje justo cuando dicta la cordura, y no cuando resulta ya imposible contener la avalancha. Me gustan las sesiones “youtube” de dudoso gusto que pincha cuando fregamos el piso. Adoro cuando baila y hace el playback de este temazo.



Me gusta sus costados, blancos, cálidos y blanditos. Cuando lo cojo debajo de los sobacos, parece un bebé gigante.

Me gusta que se trague con gran interés los rollos que mi padre le cuenta sobre la pérfida mosca de la fruta y las variedades de naranjas. Adoro que siempre esté dispuesto a llevar en coche a la gente, a su casa o a hacer mandados, aunque eso contravenga uno de los pilares básicos de mi educación: “no molestes, no molestes, no molestes, así que haz tú sola las cosas y coge el autobús si te hace falta”.

Me gusta que, yendo por la calle, veamos a un tío con un puro colgando en la comisura de la boca, un abrigo laaargo de paño verde - ingeniero del Icona sobre los hombros, y todo el aire de un ministro de Franco, y que nos miremos los dos, juntando los ojos como chimpancés. Me gustan sus teatrillos: Jose, querido líder de Corea; Jose, prostituta de lujo; Jose, pidiéndole sal a la vecina; Jose, y su alter ego Jordi, el castigador catalán; Jose, el gato Ronronero.

Me gusta que le gusten las tiendas de ropa más que a mí. Me gusta lo bien que dobla los jerseys y los pantalones, justo por su raya de fábrica. Aunque todo hay que decirlo, por mucho que esto sea un panegírico, no soporto que sea un obseso por el cuidado de la ropa, y que no me deje echarle las manos al cuello después de haber comido chocolate.

Me gusta que siempre tenga buen aliento, y que sus orejas huelan a castañas. Me encanta cuando dice “Zí” y le asoma la misma puntita de lengua rosa que a algunos gatos, cuando duermen.

Me gusta que, al llegar a las ocho de la mañana a la oficina, le dé palmaditas y apretones en el hombro, cuando no en el culo, a todos los compañeros. Me gusta que siempre, digo, siempre, me choque esos cinco cuando el primer bocado de uno de mis platos todavía no le ha rozado el paladar.

Me gusta y no, porque yo soy una chica fuerte y autosuficiente, que, por mimarme, no me deje llevar las bolsas del súper ni conducir, apenas. Así que me gusta poder echarle la culpa de mi fobia al volante.

Me gusta que, prácticamente desde el principio, quisiera entrar conmigo a la consulta de mi médico de cabecera, aunque yo lo mirara como si hubiera visto al diablo. Me gusta acordarme de cuando salí de la sala donde me hicieron la endoscopia, y ahí estaba él, de pie, escondiendo su expectación preocupada tras una sonrisa. Adoro la paciencia que ha tenido conmigo cada vez que se me ha saltado el fusible hipocondríaco.

Me gustan sus piernas de galgo, de vedette, de James Stewart. Los hombros redonditos. El manojo de arrugas de sus ojos, cuando ríe. Adoro el lanugo que recubre la calva de lo alto de su cabeza, suave como el musgo.

Me encanta cuando suena el despertador a las 06:35, y lo tercero que me dice, después del “gggrggggg, suueeeñoo”, y un “te quiero”, sea “¡Arriba, patos!, que ponga la cafetera mientras yo recupero mi cara de todos los días con limpiador y crema hidratante, y que le parezca guapa aunque las ojeras me lleguen a los pies y mi peinado se parezca al del Pájaro Loco.

Me gusta la manera en la que hace reír a mi madre con sus chistes de plátanos. Adoro que toda mi familia lo quiera, porque es atento, ocurrente y tierno. Me gusta cómo Zara, una de las perras de mi padre, se vuelve loca cuando llegamos a Estepona, porque él se pasa las horas muertas tirándole piedras.

Me gusta cuando acaba un libro que le ha gustado y se despide de él, oliéndolo, acariciando sus tapas, repasando sus páginas. Me gusta cuando me aprieta la mano al apagarse las luces de la sala del cine y, con toda la ilusión nueva del mundo, me dice “espero que te guste.”

Me gustan mil cosas más, pero como en algún momento hay que parar, adoro cuando entra en casa, escondido detrás del ramo de flores XXL que, como una novia, agarra con las dos manos. Me gusta que sólo sean flores y calor y abrazos, y no un gesto rancio o funcionario.

Me gusta levantarme con él, desayunar con él, trabajar con él, comer con él, echar la siesta con él, leer junto a él, babear por Don Draper con él, cenar con él, viajar con él, dormir con él... A mí, que siempre me he cansado rápidamente de las cosas, que tan a gusto estaba sola.



6 comentarios:

  1. A ti no te ha tocado el Gordo, te ha tocado el Niño.

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  2. Algarrobo!!..a los caballos!!23 diciembre, 2011 16:41

    Muchas felicidase por tu premio gordo de hace 3 años....hace tres años el de "la cara de muñeca antigua", le pidió un telefono a a uno pa hablar con una...pa no se que cosa le queria decir pa no se qué.........
    .... y yo añadiria al final esta frase...."me gusta porque es un gran hombre"....bueno, si ronca alguna vez no lo dejes de querer,

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  3. Hija mia realmente "nos tocó" el Gordo,cuidémosle.

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  4. Perdona Sílvia,tu mirlo blanco,no tendrá un hermano?

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  5. barramedeño autoayudado25 diciembre, 2011 17:21

    ¡Qué tieno! ¡Enhorabuena a los dos y administrad bien el premio!

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  6. jooo que bonito!ole y ole mi cuuuuu queridísimo!

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