lunes, 19 de diciembre de 2011

Mensaje urgente de la Doctora León


Estimados lectores:

Me tomo la licencia de dirigirme a ustedes para comunicarles que Silvia, la autora de este blog, ha decidido acudir a mi consulta de Psicología Chorra para someterse a una terapia de choque, a raíz de su último episodio de desconfianza en el quehacer escrituril. Es por ello que el mencionado blog queda en mini-cuarenterena hasta nuevo aviso, el cual, no vayan a echar las campanas al vuelo, se dará mismamente mañana.

Mientras tanto, mi paciente me solicita que publique en su nombre el ejercicio de apaciguamiento que ayer, cuando trabamos contacto, consideré necesario prescribirle, teniendo en cuenta el estado de tontunería tremendista en el que se encontraba. Tal ejercicio, que puede considerarse el punto de partida para la terapia, no tiene más objetivos que el de abstraer al paciente de la marea de pensamientos poco racionales en el que él solito se ha metido, así como el de engañarlo un poco para que se crea, a lo bruto, que la vida es una chuminada fácil de llevar. Para ello, se le propone la realización de un pequeño test banal, cuyos efectos pueden compararse a las cápsulas dulces usadas como placebo en experimentos de más envergadura que el que yo me traigo entre manos con esta tonta del culo quejica malcriada que no tiene ni idea de lo que es y lo que quiere, y qué desgraciaíta, gitana, tú eres, teniéndolo tó, y yo, ¿yo a quién acudo? ¿Por qué no me llegan más que putos treintañeros frustrados a la consulta, que no permiten que una se luzca y saque las posibilidades profesionales que lleva dentro y que todos estos títulos enmarcados que ven a mi espalda certifican? ¿Para cuándo un buen trastorno obsesivo compulsivo, o unos delirios como la copa de un pino? ¿Quién me ayuda a mí, eh, eh, quién me saca de estas grisuras de segundo de carrera?

PEQUEÑO TEST DE APACIGUAMIENTO MENTAL

  1. Una vez que usted, paciente, esté bien instalado en el diván y haya realizado los cinco ciclos de respiración Pranayama, trate de escuchar atentamente con el oído de la mente una canción que le ponga inmediatamente de buen humor:

¿Una sola? A veer... Me cuesta concentrarme. Es un poco duro este diván, ¿no? ¿Es del Ikea? Una canción... Pero, verá, doctora, no es que yo dude de sus métodos, pero creo que es mejor que le cuente las sospechas que tengo de que la escritura no sea mi pasión verdadera, ahora que las tengo frescas. ¿Otras cinco respiraciones? Es que no me entero bien si tengo que contraer el diafragma o expandirlo. Vale. Propongo esta canción, entre mil:




Doctora, le presento a Scott Mathew. La voz de este tío con pinta de dormir en los cajeros me licúa hasta las uñas. Y el ukelele. Por favor, sería capaz de asar un pavo de ocho kilos esta Nochebuena, nada más que para coger a Scottie de la mano, sentarlo a mi mesa, y ponerle una copita de vino decente que, acostumbrado como debe de estar al Don Simón, le nublaría el entendimiento, de manera que se pasase toda la noche tocando villancicos outsiders en el ukelele.

  1. Recuerde la última vez que, en medio de la más grasienta tarea cotidiana, usted se maravilló:

Mmmm. Déjeme enseñarle una foto.

Donde viven los madrugones

Verá. Fue este sábado por la tarde. Los dos compañeros con los que he trabajado este fin de semana se fueron a perimetrar incendios al campo, y yo me quedé en la oficina, atareada con un informe al que había sido incapaz de meterle mano la tarde anterior. Me saqué un capuccino de la máquina, un capu-chino, quiero decir, de lo malo y falso que era. Pero hacía unas volutas de los más cine negro, y me calentaba el buche cada vez que, absorta como estaba en el informe, me echaba un trago. Estaba tan inmersa en mi tarea que no me dio tiempo ni para imaginarme como una periodista en medio de la vorágine del caso Watergate. De vez en cuando me llegaba, amortiguado, el grito jubiloso de alguno de los patinadores que en ese momento estaban machacando la pista de hielo que han montado al lado de la delegación. No soy yo la única que ve películas. Entonces, levanté la vista del ordenador y, oh, la oficina estaba ardiendo. O, mejor, lo que era un espacio abigarrado de materiales dañinos para el sistema inmunológico, y carente de alma, se había convertido, de pronto, en oro puro. Fue como uno de esos trucos efectistas que tan bien se les daba a los viejos egipcios y a los guionistas de Indiana Jones, esos en los que, un solo día determinado, un rayo de sol resbala por la narizota del faraón de turno, por su barriga de piedra, hasta posarse a sus pies, solo un momento, y luego todo vuelve a ser, hasta el año siguiente, oscuridad y moho. Fue, en la oficina, como si el planeta hubiera desandado sus pasos y me hubiera regalado un solsticio de verano, para mi sola. Fue algo litúrgico.

  1. ¿ Y qué me dice de su cuerpo? ¿Es usted capaz de recordar la última vez en el que le prestó atención el tiempo suficiente como para sentirlo realmente vivo?

Ésta es muy fácil, doctora. Puedo responderle en gerundio. Ahora. No hace falta siquiera que le preste atención para notar que mi cuerpo está despierto. Me lo están chivando las agujetas. En el culo. En los cuádriceps femorales (muslazo por detrás). En los pectorales. A este paso se me suben las tetas a la garganta. En el músculo colgandero (para otras, no para mí, con perdón) del brazo. El body pump me tiene renqueante pero bien avisada de mi condición carnal.

  1. ¿La última vez que se dijo “esto lo he hecho bien”?

Muy fácil, también. Anteayer. En la misma mañana preparé un guiso de alubias de La Granja con calamares y langostinos, y mis primeros crepes, que rellené de crema de salmón (recomendable para despiporres navideños sin remordimientos). Después de un atribulado “pero cómo se me habrá ocurrido esta tontería de los crepes, si trabajamos dentro de un par de horas”, me dije “venga, Silvia, sin miedo, a lo mejor alguno no se pega a la sartén. Al menos hay pan y queso de emergencia”. Pues no tuve que desechar ni el primero. Lástima que no pueda fardar de fotos. Pero tengo un testigo.

  1. Para acabar, ¿ puede usted rememorar la última ocasión en que se sintió en sintonía con el mundo?

Puedo, puedo. También sucedió anteayer (vaya, el sábado no pasó nada que se pueda calificar como vibrante, y sin embargo...). Estábamos en pleno festín crepero, cuando Jose, que se sienta frente al balcón, preguntó: “oye, pequeña, ¿eso es una tórtola o un cernícalo?”. Cogimos los prismáticos (deformación profesional) y, efectivamente, era un delicioso cernícalo, ese animalillo que parece una miniatura persa, con su cabeza redonda y azulada, el piquito como de Betty Boop, y el lomo color teja. Estaba posado en uno de los tabiques que quedan del viejo Cuartel de las Palmas, que se erigía justo enfrente de mi casa, dándose, a su vez, un festín. A simple vista podíamos ver cómo, al agachar la cabeza, se levantaba una nube de plumas. La lente revelaba el gorrión que tenía agarrado entre sus patas. Estaba, tras el cristal, tan cerca de nuestros platos, que casi parecía que compartiéramos mesa. Los tres juntos, atareados, intuyendo que no hace falta mucho más que el alimento para estar vivo y risueño.

(Me veo en la obligación de aclararles que, respecto al caso de la paciente en cuestión, este ejercicio logró cumplir los objetivos para los que fue programado)

4 comentarios:

  1. SILVIA LLEVO BARIOS DIAS SIN PONERTE NINGUN COMENTARIO PERO LEO TODOS TUS ARTICULOS.COMO SOY TAN MALA ESCRIBIENDO LO DEJO PARA LAS QUE LO HACEN MEJOR BESOS.

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  2. Formularé en mi cabecita las preguntas de la desperdiciada Doctora León, a ver qué resulta. Besitos.

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  3. Doctora León no le permito que llame malcriada a mi niña,hice lo que supe al educarla para que fuera lo que yo creo que debe ser una buena persona(aunque a veces salga lo que sale,afortunadamente yo he tenido suerte).Le diré,por si le interesa y le ayuda en su diagnóstico,que fué la criatura más deseada del mundo,pero eso no me convirtió en una madre consentidora,enfín le suplico que haga usted lo que pueda por ella.Gracias.

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  4. Anónimo entre comillas22 diciembre, 2011 23:22

    Vamos a ver, la del diván ¿qué es eso de que dudas de tu pasión por la escritura. ¡Será voluble, la tía! ya te explicarás mejor...Bueno, pues podemos abrir una consulta como la de la doctora León -vale, también chorra- y nos forramos. Yo puedo ser la cajera mismamente. Que los psicólogos no van mucho más allá me parece a mí, y que me disculpe, si se asoma por aquí, el Capitán Moya.
    Ah, el milagro del rayo de sol...también ocurre en el salón de mi casa y siempre me deja boquiabierta. Por ahí guardo alguna foto.
    Lo de tu Scott Matthew, no sé yo, no sé yo. La voz mola, pero ganas de sentarlo a lo mesa, como que no; tendría que practicar antes todas mis dotes de peluquera y emplearme con ese flequillo...el pavo y el vino, llévatelos pá New Tower o vete pensando un super menú de esos que salen en la pregunta 4ª del test y sorprendes a tu familia.

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