viernes, 9 de diciembre de 2011

Campo raro


No sé si os habíais dado cuenta de que este blog tiene, o tenía, un simulacro de estructura. Si un día tocaba una pequeña crónica cotidiana, al siguiente me escapaba de la sangrante primera persona con algo parecido a un relato, y si cierta inquietud vital se traspapelaba de mi corazón a las teclas, en la entrada posterior procuraba compensarla con alguna chorrada. No es algo que yo me hubiese propuesto con frialdad al empezar a publicar. Es que es así como paso mis días, inspirando, exhalando. Correteando, durmiendo. Parloteando, callando.

Pues eso se ha terminado, o al menos ha quedado en suspenso. Recordad que os dije que estoy de vacaciones. Mucho hago con no tunear algún texto pasado de moda y servirlo recalentado. Tengo una pila de ¡nueve! libros haciendo equilibrios en el suelo de mi cuarto. Vamos, que os vais a tener que tragar otro cuaderno de viaje. El Oeste, capítulo 2. (Oh, noo). Oh, sí.

Hoy ha cambiado el viento. Sé que a la gente de tierra adentro le resulta curiosa, cuando no irritante, esta cantinela de los levantes y los ponientes, a los que por aquí tratamos como a una especie de abuelos dictadores, aunque un poco atronados. Y hoy, aunque no sopla descaradamente, el día tiene pinta de levante. Lo cual significa que se acabaron los brillos y los contornos bien perfilados. El levante le pone al mundo un sudario. Aquí, donde nos hemos plantado para la celebración de nuestra ceremonia favorita, el picnic, esa textura traslúcida de lo visto se manifiesta especialmente. Hay que ser, pues, muy cuidadoso para que las conclusiones que uno saca, después de mirar, no estén también cubiertas por un velo. Porque, cuando el día está así, es fácil pensar a brochazos.

La cárcel de Botafuegos está a un par de kilómetros de la piedra que nos hace las veces de silla, mesa y mantel. Es fea, claro, pero no más que cualquier estructura masiva de chapa. Es preciso forzar la mente para que algún esbozo de argumento sórdido u oscuro aflore a la superficie. Quizás sea efecto del paisaje dulce que la rodea, más hierba, más vacas (y no estaréis ya hartos de vacas...) y, precisamente, la luz un poco timorata, y un poco seductora, que convierte el volumen de las sierras en el telón pintado de una película de época (James Ivory, pongamos). El caso es que cuesta pensar en términos de “ellos (tras los alambres)” y “nosotros” (donde nuestra propia libertad interior nos coloque). Cuesta imaginar que allí, tan cerca, hay una ciudad de vidas desubicadas. No sólo cuesta, es que da apuro pensar así. No sabemos nada, ¿cómo vamos entonces a nombrarlo?. Por detrás se descuelgan algunos tentáculos de la otra ciudad, Algeciras. Y de nuevo tengo que hacer esfuerzos para no pasarme de lista, o de diletante o, directamente, de gilipollas. Miro los bloques, con su poca gracia mitigada por el travieso levante, tan cerca de los techos de uralita azul de la cárcel, y con las ventanas igual de pequeñas, tanto que vale más hablar de aberturas que de ventanas, y sólo se me viene a la cabeza la palabra “semilibertad”. Y me acuerdo de la gente vestida con chándal a la que le hemos dirigido el “buenos días” de rigor de cuando se andurrea por el campo, machacando el camino de tierra amarilla que esta querida administración para la que trabajo ha tenido a bien conceder para el asueto dominguero de las ahumadas áreas metropolitanas, y me vuelve a robar la cartera la misma palabra, “semilibertad”. Suerte que me queda un poco de pudor para decirme “Silvia, hija mía, no seas tan basta”.

A mi derecha, a mi espalda, ya lo he dicho, las sierras de nombres románticos, Sierra de Ojén, Sierra de la Luna, y su disfraz romántico, su poquito de niebla alrededor de la cima, y esa apariencia de haber sido recortadas con tijeras, y luego pegadas sobre la línea del horizonte por un niño. Las miro, las requetemiro, y ya. Eso es todo lo que voy a hacer con ellas este día. Yo que quería atrochar por la Garganta del Capitán, y ponerme la botas húmedas y verdes y tocar el musgo del tronco de los quejigos, y mirar hacia arriba y preguntarme” pero qué han hecho con el cielo”. Vuelvo a echarle la culpa al levante, pobrecito: desde de mi piedra – comedor todo parece tan inconcreto. Como si la realidad entera se hubiera convertido en objeto de deseo. La Garganta está allí, yo aquí, y ¿qué te parece si la dejamos para otro día, y así tenemos excusa para seguir dilatando la espera y añorando y encendiendo el mecanismo de otra modesta quimera? La Garganta del Capitán, no sé de dónde me he sacado ese nombre, que no aparece en el plano. Bueno, sí lo sé, igual que sé que los bocadillos de caballa me dan un poco de lástima, pero para explicaros esas dos sabidurías tendría que inventarme un relato. La intimidad se construye con ese tipo de sabidurías ínfimas.

Y desde aquí no lo veo, pero también sé que, si sigo caminando, se me aparecerá de nuevo el Peñón que gobierna este Campo Raro, y lo imanta de una manera extraña. Llevo viéndolo toda la vida, incluso viví bajo su sombra, cuando era pequeña, y a veces su presencia Roca-mbolesca todavía me espanta. Ni los asquerosas monas, ni los asquerosos quesos de bola encerados que la gente pasaba por la aduana de Gibraltar como si fueran rubíes gigantes, ni el adorable acento de los llanitos, me lo han conseguido desmitificar. A mí me resulta más fácil creer que sigue siendo una columna de Hércules, antes que un lugar que un día fue una isla, y un pueblo donde desde los minaretes se invocó a Alá. Un refugio de piratas de toda índole. Una montaña hueca. Un lío de túneles y escondites. Un búnker colosal. Como todo eso es tan increíble, me doy el lujo de pensar en el Peñón como en un radar que capta y emite todo tipo de ondas legendarias. No puedo evitarlo (yo también estoy irradiada): todo lo que está a su merced me conmueve. Las chimeneas de la refinería, pintadas como postes de Venecia. El agua sin color del río Guadarranque. El nombre “Puente Mayorga”. Hasta los lóbregos centros comerciales. Los carteles de Tráfico que me anuncian lugares donde he vivido y donde he amado. El bosque, tan cerca, el Estrecho desnudo y salvaje, tan cerca. La forma de la Bahía de Algeciras, y todos los barcos, como peñas oxidadas, y ese aire, cuando se encienden las luces, de Macao. Todo está recubierto de un polvillo irisado. Y más con el filtro mágico del levante.

5 comentarios:

  1. Sílvia cuantos años eran los que cumpliste el otro dia?leyéndote,parece que tienes un millón de años y que cargas a tus espaldas un vagaje(cómo se escribe esta palabra?)insospechado.






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  2. Paco Principiante10 diciembre, 2011 18:14

    No sé que hacías antes de abrir este blog, pero no me creo que no escribieses nada. Uno no pasa de cero a cien en dos tardes.

    Me asombra tu producción. Esas entradas tan largas. Contando paisajes "de Levante y Arena". Por lo menos a mí me gustan. Disfruto leyéndolos, y justo después, cierro los ojos, y me da el viento en la cara. Escucho el rabo de las vacas espantando las moscas y el crujir de sus quijadas rumiendo.

    Te agradezco esos instantes que me transportan a ese horizonte tan apetecible. Cuando hablas, tus labios silvan como el Levante (¿por eso te llamas Silvia?). Así que leete esos 9 libros, y no me importa que traigas cuantos cuadernos de viajes hagan falta.

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  3. Anónimo entre comillas10 diciembre, 2011 23:32

    ¿Cuaderno de viajes?, oh, sí, con muchos capítulos...
    Anoche leí tu post, y luego soñé con un viento de levante furioso y con lluvia horizontal.
    Nunca crucé la dichosa verja ni después me atrajo esa ciudad-tienda y asocio todo eso a vuestra vida por aquellos pagos; pobres asquerosos monos ¿no? y divertida metáfora con los asquerosos quesos de bola. ¿Y la carne "conbí"?
    Hablando de carne, echando un ojo a las recetas del Comidista, uno de sus comentaristas -un tal Carlos-, tiene el suyo propio: vegetalytal, que mola.
    Ah, me han contado que el flan de boniatos estuvo de muerte ¿a que soy mala con ganas?

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  4. repelenteniñavicente10 diciembre, 2011 23:47

    Querida lectoraadicta: como lo preguntas, y sé que de verdad te gusta que te respondan, creo que ese "vagaje" es a lo que se ha dedicado la niña para, con el bagaje que tiene, no tener esos nueve libros de los que habla con su nombre en la portada y contraportada.

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  5. Lectoraadicta, y yo que vivo con la sensación un poco quemante de las pocas cosas que me pasan, ¿qué te paice?

    Paco (a secas, sin Principiante), por comentarios como el tuyo merecen la pena los (pocos) momentos de duda que me asaltan alguna que otra vez al abrir el tenderete. Antes de abrir el blog me dedicaba a la holgazanería ansiosa, que es un vicio nefando.
    Me encanta lo de los silbidos y mi nombre. Si contemplases mis tristes intentonas al silbar, tú también te reirías.

    Comillas, me troncho, se me había olvidado la carne conbí. Infernalmente buena (como el flan, tía mala) y reseca, comida para legionarios. Me estoy volviendo aguerrida, al cabo de muchos años, gracias a ella.

    Repelente, eres un genio palabrista. Por cierto, ¿no serás otro yo de la anterior, verdad? Sois peor que Pessoa, petardas.

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