jueves, 29 de diciembre de 2011

Allí abajo


Es un tipo de frío que carece de buenas intenciones. No te pone manzanas rojas como las de Heidi en las mejillas. No te activa la circulación cerebral. No te da ganas de vestirte de muñeco de nieve para andar y andar por los campos o las calles. No te tonifica. No te curte las carnes ni te concede la ilusión de que los muslos se te van a poner ibéricos de bellota. Es un frío acusica que te machaca y te hace sentir la escoria del reino animal. Un frío sin nobleza que te hace pensar en la mandíbula monstruosa de Felipe II. En la Inquisición. Lo peor no es el peso abusivo de las mantas, que cae por la noche encima de tu cuerpo cual remordimiento, y te fija al colchón como si fueras una triste polilla de coleccionista. Ni el desgaste emocional que te provoca tener que elegir entre el horror de levantarte de la cama (si te dejan las mantas) y atravesar el patio para llegar al cuarto de baño, o morir después de que la vejiga te haya reventado y todo su contenido se haya extendido por tus tejidos, provocándote una infección generalizada. A todo eso se le termina cogiendo gusto (sobre todo si, cuando al final le echas valor y consigues sentarte en el váter de hielo, tu adorable pipí caliente libera un chorro de vaho), un poco masoquista, sí, lo reconozco. Pero lo que me crispa de ese frío castigador es que hace imposible la vida humana fuera del salón. Si cometes la imprudencia de cargar con tus bártulos de escritura a una de las habitaciones, te expones al riesgo de que se te caigan los dedos, igual que a Juanito Oiarzábal. Y lo requetepeor es que el patio deja de ser el hábitat perfecto que es en las otras estaciones.

A mí me encanta la casa del pueblo de mi madre. El nombre de “allí abajo” le llegó naturalmente, a fuerza de negociaciones. Porque cuando íbamos al pueblo en vacaciones, las distinciones familiares ordinarias se deshacían, y yo ya no comía o dormía necesariamente al lado de mi hermana, sino que pujaba por una de mis dos primas, y con ella me quedaba, ahora no recuerdo si para todo el día. Una vez hechas las parejas, tocaba la elección de campo, y entonces es cuando estallaban los “me pido allí abajo”, “te toca allí arriba”, que es como llamábamos a la casa de mi tía Agustina. Había turnos burocráticos, discusiones, rabietas y, llegado el caso, un “ale, cada uno en su casa”, que mi madre soltaba como un latigazo. Es que “allí abajo” era especial: tenía un patio con un pozo de lo más atrayente, y no había que andar con cuidado por si se descolocaban los cojines del sofá, y estaban las titas.

Sigue siendo especial. Cuando deja de rugir la marabunta, el salón es el lugar ideal para leer, con los dos sillones azules, el globo de luz aterciopelada que te cobija, y las sombras de la lámpara de fibra trenzada en las paredes. Las miro cómo se mecen, tan suavemente, y casi llego a convencerme de que estoy en El Cairo, años treinta. Las vigas de las habitaciones están pintadas de blanco, y hay libros por todas partes, y yo los espío y bato palmas. Y, además, está la cámara, que es como allí se llama al desván. Todavía recuerdo la entrada que tenía antes de que la planta de la casa se reformara por última vez, aunque creo que es mi imaginación, más que mi memoria, la que recuerda. Había un arco en la pared contigua a la puerta que salía al patio, un tramo angosto de escaleras, donde siempre, siempre estaba oscuro y, al final, una puerta, y el misterio. Yo siempre salía al patio un poco atropelladamente, con la mirada clavada al frente, no fuera que la vista se me ladeara a la izquierda, y descubriera que allí, en los primeros escalones de la cámara, me estaban vigilando unos ojos amarillos y una gran risa maligna. Pero a veces conseguíamos embaucar a algún mayor, que nos despejaba el paso tenebroso, encendía la bombilla y nos abría la puerta de todos los cuentos. Dentro de la cámara no había arcones con disfraces ni manuscritos, sólo trastos, toneladas de polvo, y un póster con una playa blanquísima que ponía JUGOSLAVIJA, bajo el cual mi tía Esperanza había montado una especie de chill out prehistórico. Muchos años más tarde descubrimos juntas que esas playas no eran una leyenda. Ah, y había también una fotografía coloreada, y enmarcada a mala fe, de mis bisabuelos, él con su cara de mejicano, y ella..., con su cara de mejicano, todavía más masculina. Quizás un día de éstos en que consiga darme al vicio del tumbao en el sofá, me detenga a imaginar el momento en que esa foto fue disparada.

Pero lo mejor de “allí abajo” era, y es, el patio. Tengo tantas fotos en la cabeza, tantos recuerdos. La bicicleta azul de mi abuelo contra la hiedra. El desaparecido 1968 que algún albañil grabó sobre el cemento del suelo, en la penúltima reforma, y que a mí, que sólo nací diez años después, me parecía un vestigio arqueológico. Mi padre, cuando todavía venía al pueblo, y yo, cerca del pozo, sentados en hamacas, contemplando en silencio una cantidad exagerada de estrellas. Las bellas cenas de verano, bajo la parra. Muchas, muchas risas con las imitaciones de Manolo. Las cuatro primas y sus juegos malvados: habíamos fundado un hospital de hormigas dentro de una caja de zapatos y, claro, necesitábamos pacientes. Aunque a las pobres espachurradas que terminaban muriendo, por muchos trocitos de hojas que les pusiéramos encima para quitarles el frío, por mucho que nos empeñáramos en recolocar el lío de patitas todavía temblorosas, les dábamos cristiana sepultura. El rubor empolvado de las uvas en sus racimos, que a veces goteaban mosto. La tía Juani fumando con la espalda apoyada en la pared, y un vaso de café en la mano. El olor de los diminutos botones de manzanilla que crecían entre las piedras del corral, antes de que allí entrara el cemento. Mi hermana y yo recolectando las semillas negras de los periquitos, ese arbusto que en el resto del mundo se llaman dondiego de noche. A lo mejor mi madre y mi tío desollando una liebre. Yo tumbada en el viejo sofá de madera, en plena siesta de agosto, investigando mi tolerancia al calor, y con el Habla, memoria de Nabokov en una mano, dándome cuenta de que en ese momento estaba fabricando a conciencia un recuerdo. Y ya en las fronteras de mi propia memoria, un cuadrado de tela de gallinero en el rincón del corral, donde, para que no me quejara del frío, siempre me dijeron que había que ir, antes de que en la casa hubiera un cuarto de baño. Y quizás, porque sigo sin saber si recuerdo o recreo, mi abuelita de algodón desplumando gallinas, mi abuela buena que me coge de la mano y me lleva a la tienda a comprarme un cucurucho de pipas.

8 comentarios:

  1. Ole,ole, y ole, cuantos recuerdos acaban de venir a mi memoria,cuantos buenos momentos hemos pasado todos juntos,nada volverá a ser como antes,pero todavía queda lo mejor.¡Qué grande eres prima!

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  2. Hola Sílvia.Hace una semana que no leía tu post y hoy has vuelto a alegrarme el dia.Lo de la cara de mejicano de tu abuela me ha hecho llorar...de risa,que salá eres.Un beso

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  3. silvia gracias por este articulo tambueno
    que tantos recuerdos nos traen a todos
    besos.

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  4. ME ENCANTAAAAAA, de verdás, que bonito es "allí abajo", he de decir que aún en nuestra familia(que somos los que no vivimos "allí abajo")seguimos llamándole así a la casa de los abuelos maternos, todo todo el rato, hasta tal punto es así que me "pillé" hace poco contándole algo a mi querida Manolita a cerca de mis tías, primas... y le solté un "allí abajo" que le hizo guiñar el ojo a lo Millán Salcedo, como diciendo ¿comorrr?...y ya le expliqué, desde entonces cuando le escribo un mensamanía informa, le digo allí abajo sin comillas ya ni ná!.
    ¿qué me dices de los teatrillos e imitaciones que montábamos en el salón cuando aún estaba el sofá de "escai" al descubierto?, ¿ y de las fiestas con gusanitos rojos y refresco de cola en la habitación de las tías?, y de dormir dos en cada cama hundidas en el centro de la "pispa"?, las noches buenasss con regalos "agogó"?.....................GUAUUUU
    MILLONES DE BESOS, ARTISTA DE LA NARRACIÓN. eme jota

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  5. Anónimo entre comillas30 diciembre, 2011 23:56

    A mí también me encanta la casa. Esta primavera, durante los largos trayectos en autobús de mi viaje del momento, escribí una larga lista sobre lo que me gusta (¿dónde estará ahora?), y la casa del pueblo aparecía por allí y ahora por aquí.
    Me apetecía conocer tus recuerdos, porque no hay nada como ir uniendo piececitas del rompecabezas que es el pasado, y ver que a veces alguien tiene una pieza que a uno le faltaba, incluso sin saber que le faltaba.
    La Alhambra ha debido oir mi carcajada con "la foto de los mejicanos" del chill out prehistórico. Un poquito de respeto, por favor...
    Me gusta que se haya ido llenando de libros. No sé cuántas vidas nos harían falta para leerlos.
    Y qué pena que tus recuerdos de la abuela buena sean tan escasos; que compartieras con ella poco más de cinco años y a ratos, porque aquí sí que yo tengo casi todas las piezas del rompecabezas y puedo asegurarte que ellas componen lo mejor de mi vida "allí abajo".

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  6. "...Algarrobo!!!....a los caballos!!!..."02 enero, 2012 10:53

    Todos los que hemos teniado casas viejas depueblo..sabemos el tema y nos sentimos identificados...sobretodo con esos inviernos de frio...que cuando te acostabas ...con 5 mantas encima sin poderte mover..y la cabeza helada como el nitro y ese vaho frio que se exhalaba....mi casa era de la quinta de la Iglesia...siglo XVI-II...y la tuvimos que derribar hace 25 años pa hacer una de bloque y hormigón....mi casa vieja del pueblo tenia unos muros de 1 metro de ancho..con piedra y argamasa...que recuerdo de infancia...y de niñaco también..que ya tengo mis años..jejjje

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  7. Jolín, Algarrobo, voy a llamar a la Delegación de Cultura para que le meta un puro a tu familia. Si no fuera porque sé de buena tinta que es todavía más incompetente que la de Medio Ambiente.

    Entrecomi, cómo me gustaría crear una etiqueta que se llamara "El post invitado", y que la inauguraras tú con las esas piezas del puzzle a mí me faltan

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  8. "...Algarrobo!!...a los caballos!!..."03 enero, 2012 20:49

    ...no seas tan licenciá!!..que las cuatro vigas de madera del siglo SXVI-SXVII que soportaba mi casa vieja del pueblo no tenían el papelillo de BiC..ahhhh!!
    ......mi querida Silvia...me gusta que sea "asines" como diria uno de mi pueblo...

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