viernes, 25 de noviembre de 2011

Clásicos renovados (I): La lista de regalos


Bien, bien, hablemos de regalos. Retuérzome las manos cual viejo usurero de película de Navidad. Hoy voy a soltar barriga, aviso. O sea (porque mi barriga es más plana que el discurso económico que nuestro querido Ra-ra-ra-Joy), que no pienso ponerle cortapisa cristiana alguna a mi vena más egoísta y caprichosa. Que existe, queridos, existe. Los que prefieran mantener la imagen de desprendimiento olímpico que tienen de mí, que se pongan al día con el resto de posts, por favor. Chispita, guárdate la ironía para tus adentros.

A mí me gusta regalar. Y me gusta sobremanera que me regalen. No soy como mi señora madre, que monta un drama cada vez que le regalan algo, porque no soporta verse obligada a la correspondencia. Ni como Jose, gran regalador e infame regalado. Que es una combinación rara, porque si experimentas un auténtico placer al regalar, si te ilusionas de tal manera con el proceso completo de maquinación, búsqueda y entrega del regalo, que parece como si te lo estuvieras haciendo a ti mismo, si das en el clavo y al regalado le brillan los ojos de emoción o de gula, y tú te pones a dar palmitas, entonces no puedes ser capaz de negarle ese mismo placer a nadie, ni siquiera con la buena, digamos, intención de evitarle el gasto.

Porque la campanita del amor hace chiin cuando alguien acierta con un regalo. Tú, que eres el regalado, tanteas volumen y peso del paquete, que será, que será, bueno, creo que ya sé. Rasgas el envoltorio, dispuesto con tanto celo (fan) que parece pensado para proteger una carga de plutonio, y entonces, oh, no me lo puedo creer, “-IX”, ¡no puede ser! ¡¡Me has regalado la Thermomix!! Ah, sádico, ah, malandrín, me tenías engañada, hubiera jurado que era una vajilla del Ikea. ¡La Thermomix! Es inevitable que, en momentos así, fluya una corriente de amor imperecedero. No por el aparato que, con los abrazos, se ha quedado un poco arrinconado, a punto de caerse de la mesa donde lo has depositado, adiós, recipiente Varoma, tu destino era morir sin haber sido desflorado, o por el título del libro que ha surgido del paquete, justo el que querías. O por la blusa que nunca habías visto en un escaparate, y si la habías visto, nunca habías declarado que te gustara, pero ahí está, la blusa ideal, la blusa con la que quieres que te amortajen, perfecta de modelo, de color y de talla. No son las cosas, aunque sí, también, sino la sucesión de pasos que sabes que el regalador ha tenido que dar hasta ponerlas en tus manos: la atención preciosa que lleva poniendo, desde que te conoce, a lo que eres; el repaso mental de tus gustos, la lectura entre líneas de lo que manifiestas descuidadamente el mes anterior a tu cumpleaños; el espionaje que simulas no percibir; las tiernas excusas, cuando llega el momento de salir a la caza de la cosa en la que ha terminado materializándose su intuición, “¿vaya, otra vez a la biblioteca, no fuiste ayer? (vale, me hago la tonta, tú tranquilo)”; el remoloneo nervioso a la hora de entregar el regalo, y, por fin, el reconocimiento: Regalador y Regalado se miran a los ojos, tras el abrazo, y Regalado siente como si Regalador le hubiera recordado una hermosa anécdota de cuando los dos eran unos niños. “Estamos juntos desde entonces. Gracias por saber quién soy de verdad”, quisiera decir Regalado, si se le pasase por la mente consciente.

Muy bonita, la teoría, ¿verdad? La práctica, para variar, es otra cosa. Pensar un regalo es un coñazo, sobre todo si conoces a Regalado, precisamente, desde que era un puto niño pedigüeño, y ya no sabes qué regalarle que no sea un autoplagio. Es por eso por lo que he decidido facilitaros la tarea, mis estimados regaladores fijos. Por vosotros sacrifico el placer de la sorpresa. Me siento magnánima. Hipotéticos regaladores eventuales, no os cortéis. No seré yo quién coarte vuestro deseo de hacer ofrendas. Como no quiero tener que volver a buscarle sitio a un alisador de pelo, antes de pasarlo al corredor de la muerte (repito, Alisador de Pelo. Aclaro, como si hiciera falta: hace unos quince años que me corté la frondosa cabellera con la que la genética me dotó), ahí va la lista:

  • Por favor, hatos decentes para el gimnasio. Que parezco una recogida de la calle. Cositas de calidad, ligeras, transpirables, un poco glamourosas. Cuando haga body pump, quiero sentirme como Madonna en uno de sus vídeos. Pantalones. Mallas que se adapten a mi pantorrilla torneada, pero que, a ser posible, no subrayen más de lo necesario las exuberancias de mi retaguardia. Y, por lo que más queráis, un buen par de zapatillas. En serio. Entro en el gimnasio con miedo de que me miren a los pies, compungida como un mendiguito de Dickens. Que me compré lo que me compré porque la confianza que tenía en que mi actividad física durase era muy triste y muy pobre.
  • Mmm. Estoy falta de bolsos. No hay quien entienda mis fases estéticas, lo sé. Paso de la señoritinguez al desenfado de Converse y manos en el bolsillo con una frecuencia de las que te sacan estrías en los tejidos blandos. Pues ahora vuelvo a incorporarme a la elegancia antinatural. Se acabó el tener que escoger entre sacar a la calle el móvil o la libretita que todo escritor, ejem, tos, tiene que llevar. Se acabó la pinta de ardilla hinchándose a piñones de los bolsillos de mi abrigo. Se acabó lo de endilgarle cachivaches a mi pobre mulito de carga. ¡Bolso ya, aunque todavía no los diseñen con velcro en el asa, aunque yo no me haya hecho implantar unas alcayatas en los hombros! Ni chico, ni grande, ni negro ni con estampados chirriantes, ni con pelo, ni de plástico, ni tipo alforja, ni de Tous, ni de Desigual. Repito, gla-mour, plis. En la tienda Dayaday me pareció ver algunos apañados, pero como estoy en la playa (oh, sí, por eso ayer no pude colgar esta, ejem, obra de arte de post) robándole internel al centro comercial pijo del que os habluve una vez, no puedo poner un enlace.
  • Sería muy fuerte que pidiera los zapatos ideales cuyo aspecto todavía no conozco porque puede que no se hayan diseñado. Ése sí que sería el regalo diez, porque odio, odio y odio la idea de tener que hacer una inmersión en el reino maligno de las zapaterías. Como no soy tan cruel como para sugerir ese regalo, pero sí bastante especialita en materia pedestre, propongo un vale a canjear en las aduanas de dicho reino. Esto, no racaneen, que los zapatos para las chicas de mi clase no valen veinte ni treinta euros.
  • Mi fondo y mi superficie de armario necesitan una primavera árabe. Lo cual no significa que esté solicitando burkas o nicabs, o como quiera que se llaman esas bonitas prendas que no necesito, porque carezco de una lujuriosa melena con la que tentar a los hombres que no sean de mi familia. Lo que pretendo es que me ayuden a acabar con la tiranía corrupta de las camisetas. Tengo algunas que podrían llegar a interesar a los arqueólogos. Sugiero vestidos, muchos vestidos, y bonitas y combinables rebecas (perroflauterías no) y americanas que echarles encima. “Antes muerta (congelada) que sencilla” no es mi lema. Sugiero asimismo un bono del Estilario, a saber, ya que mis estilosas amigas o son invisibles, o viven en Philadelphia, que es lo mismo.
  • Todavía me persigue la leyenda urbana de que mi ropa interior rebosa por los cajones. Todo porque mis primeros sueldos me transtornaron levemente. Pero de eso hace ya unos siete años y medio (jesús!). ¿Saben lo que esa cantidad de tiempo puede hacer hasta con el algodón más aguerrido? Y yo no soy de las de bragas de algodón, amigos. Así que, hale, anden al Women'Secret (cuidado que no he dicho La Perla, lo cual me honra), y carguen delicados cucos y sostenes. Talla 85C (tristeza) por el hemisferio norte, M/L por el sur. Nada de muñequitos Disney o tirantacos anchos.
  • Sigo buscando al amor literario de mi vida. Ojalá pudiera darles una lluvia de títulos de libros, pero es que mi crisis de lectura alcanza ya dimensiones griegas. (Siri Hustvedt me deja tan fría como su apellido, y por respeto a mi salud mental, ya no leo el Babelia del País, así que no estoy al loro de las novedades) ¿Por qué no me intervienen, me rescatan, me inundan de libros amarillos de Anagrama?
  • La cocina es un valor seguro. Los cacharritos torturadores de tomates y huevos me quitan el sentío. Sólo que...ya tengo casi de todo. No sé, una buena manga pastelera, unas varillas de montar eléctricas, moldecitos para raciones individuales, moldecitos para nada en absoluto, una mandolina de la Inquisición (a ver, una mandolina es esto. No me voy a dedicar a la interpretación de melodías de sirtaki, todavía. Que no, que no me dejan pegar fotos, así que denle al Sr. Google), cuchillos para seguir torturando con eficacia, una tabla de cortar en la que no peligren las yemas de mis dedos, una máquina panificadora, una sorbetera...¿la Thermomix?. 
  • Inclasificables: sesiones de spa, sacarme a bailar, una composición de fotos, cosas que pueda colgar en las paredes para que parezcan las de un loft de Amsterdan sacado de un blog de decoración, cojines con un toque artesanal, una fiesta sorpresa, que mi vecina deje de poner la tele a todo trapo cuando yo quiero leer o dormir, que en Granada no haga frío este invierno y no huela a tubo de escape con EPOC, una cámara de fotos lo bastante buena como para que enfoque decentamente y capture luces con textura de melocotón (como estas preciosidades), pero no tanto como para llevarla por el mundo con cuidados de corazón trasplantado, que me desaparezca la lepra de mi pobre meñique derecho, miso, sashimi togarishi, sake, dashi, y cualquier otro ingrediente japonés de la misma índole lírica, espacio para colocar todos mis regalos.

                                 Ale, a la calle, que sólo quedan nueve días.


13 comentarios:

  1. Anónimo entre comillas26 noviembre, 2011 00:57

    Nooooo ¿dónde está mi comentario a este post? Sé que lo hice, que cuando terminé, miré el reloj y eran las 23.47 (prueba irrefutable, claro). ¿acaso "editas" los más cansinos?

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  2. Jujuju. No puedo permitirme el lujo de desperdiciar ni un solo comentario, así que busca y rebusca por las esquinas de internel. I love comentaristas cansinos

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  3. Anónimo entre comillas26 noviembre, 2011 22:56

    Que no aparece y no aparece. Pa mí quejque no le dí al Publicar...seguro; valiente gansa estoy hecha.
    Bueno, pues decía ayer cómo leyendo este post me reí a carcajadas, a car-ca-ja-das; genial el apartado "bolsos", con tus dudas hamletianas, "llevar o no llevar" (que yo resolví, en sí, para salir durante el día y no, para la tarde-noche, por cuestiones nada glamurosas, ya sabes). La imagen de tus bolsillos-mofletes de ardilla, o las alcayatas en los hombros...
    Y es que -perogrullo total- pocas cosas me gustan más que reirme, bueno, me encanta ver la cara de la gente cuando se rie -de la gente que me gusta, claro-.
    Decía Muñoz Molina, santo de casi toda nuestra familia -lo siento Elvira Lindo, también es nuestro- que una de sus frases favoritas es "no salgo de mi asombro" y yo, que estoy de acuerdo con él, la he recordado asombrándome de cómo se puede escribir tan bien, tan bien

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  4. Serás ser, mujer entre comillas, mira que no dale a publicar. Fíjate qué curiosidad me ha indicado tu hermana, que la susodicha Sr. Lindo escribía hoy ancá El País que la alegria se está convirtiendo en un elemto subversivo. Gracias, queridita mía

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  5. la madre de la pantoja28 noviembre, 2011 12:28

    Hija mia nos lo has puesto fácil a tus regaladores,benditoseadios,qué de posibilidades.Yo me pido regalarte un trasplante de piel,de donante vivo,para que se te cure la lepra del dedito,ay no, cojona,que tengo vitíligo!

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  6. Genial.... pero se te olvidó dejar caer también un perfume caro... muy caro....

    Besos

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  7. Querida madre de la pantoja, es que soy puro amor y puro capricho. Sólo quiero poneros las cosas fáciles.

    Y Másdelomismo, siempre hay que contar con los imponderables. Que me gustan sobremanera las sorpresas. Besos también para ti y tus niños.

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  8. Queridísimos potenciales regaladores de lencería fina, la nena, dadas las fluctuaciones pectorales que sufre mes tras mes, no sabe con certeza cual es su talla de tits y en un subidón de autoestima se la ha aumentado. ¡No le hagan caso! sus megamelones solo pueden aspirar a una 85 B.............¡pequeña genia despistada!..........en fin, que le vamos a hacer.....

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  9. requetemariliendres30 noviembre, 2011 00:53

    ¡Oh!......hablando de genios....creo que ha pasado algo raro.....Y es que esto de la publicación de comentarios es un arma que carga el diablo, así mientras que a "anónimo entre comillas" se le esfuman sin dejar rastro, a mí se me ponen pesaos y se repiten....¡¡ zi yo no e tocao en ningún zitio!!....en fin, que le vamos a hacer.....

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  10. Si se aceptan propuestas de personas que no pertenezcamos, por desgracia, a tu círculo mas cercano, yo propondría como regalo las mejores patatas de importación que se pueden encontrar en el mercado.
    "IMPORTPATATA S.L., en SANTA FE, ctra. de LA MALAHÁ"

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  11. requetequetemariliendres30 noviembre, 2011 01:16

    ¡¡Dios mío!!...esto es diabólicoooo...pues no se ha colado junto a mi anterior comentario un zpam no dezeado de la famozizima multinacional importpatata.........¡yo no ze manejar ezto!.....la caía de la hoja, que es mu mala.....en fin, que le vamos a hacer

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  12. Y digo yo.... ¿no se te puede regalar un amigo nuevo?, así, ¿de esos de café/caña de por medio, de risas nuevas, de vergüenzas primeras?... es que si eres un veinte por ciento de divertida en directo de lo que eres a la tecla, un ratillo contigo en alguna cafetería de Graná tiene que ser un gustazo. Dj. de pacotilla.

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  13. Yeeeeaaah, Dj de p.m., yo no quiero en la vida nada más que miguitos!! Mola ciento que me hagas este comentario cuando otro cumpleaños, glup, vuelve a rondarme

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