martes, 22 de noviembre de 2011

Barrida por la democracia

J.C.B., estás jodido. Porque no acudiste a ocupar tu puesto de vocal en la mesa electoral A de mi barrio, y el peso (anoréxico) de la ley va a caer sobre ti. Porque si en realidad tenías un motivo de enjundia para que te excluyeran de tus risibles obligaciones ciudadanas, estás jodido. O embarazado de seis meses. Lo mismo pensabas morirte a las 12:37. Quizás, pobre mío, seas analfabeto. O puede que hayas cumplido ya los setenta, y preferiste usar tu domingo en la preparación de la maleta que te llevarás a Benidorm. Aunque a mí no me pareció que anduvieras ya por esa franja de edad, si te soy sincera. Porque te vi, ¿sabes? Me quedé con tu nombre a las ocho de la mañana, y más tarde, a eso de las 09:30, lo apunté en la lista de votantes que tú deberías estar rellenando, y donde tendrías que haber apuntado el mío, tú, sí, tú. Tenías esa pinta deslucida de la sesentena esteponera, el jersey que tu mujer habrá comprado en el Carrefour hace cinco otoños, las mejillas de cuero, y un poco de susto al dejar tu voto en la urna. Sé dónde vives, J.C.B. Iría a por ti, si no fuera porque estás jodido.

¿Por qué? Porque me has alterado los planes blogueriles que tenía para el fin de semana. Mira, el domingo iba a hacer una lista de las cosas que, ejem, me gustaría que me regalaran para mi cumpleaños, aprovechando que justo ese día faltaban dos semanas para el importante evento. Le habría insertado alguna veta existencialista a mi frivo-lista, jugando con los conceptos de suplencia y titularidad, mientras me quemaba las espinillas con el fuego de la chimenea que habría obligado encender a mi padre. Compréndeme, mi teléfono habría estado todo el día a la vista, por si acaso te daba un infarto, o una lipotimia, y yo tenía que acudir rauda a la guardería electoral (no es una ironía) para sustituirte. Yo no habría sabido quién eras, si hombre, si mujer, si omaíta, si amazona en pleno dominio de sus energías vitales. Eso me habría dado pie para fantasear un poco contigo. ¿Y si hubieras sido tú la titular, y yo la suplente, no sólo de la vocalía segunda de nuestra mesa electoral, sino de mi, nuestra, propia vida? ¿Cómo serías? ¿Estarías más allá de la espera y de la pereza? ¿Tendrías treinta buenos amigos a los que invitar, de dos en dos, a merendar, y una casa en el campo a la que llegaría el olor a mar? ¿Tendrías esa sonrisa que desarma a los tíos listos, y las tetas que hacen lo propio con mis chicos de las pesas? ¿Podría ocupar yo algún día tu puesto? ¿Cuándo dejaría de pasar frío en el banquillo?

El lunes, de vuelta en Granada, le habría arrancado algún ratito a mi jornada laboral vespertina (porque, como todo el mundo sabe, aunque perezosa, soy una de esas raras personas multitarea que, al mismo tiempo, pueden ser moderadamente eficientes), y, venciendo a la tentación de hablar sobre las falacias actuales de la democracia, porque yo soy una exquisita y no pico en el mismo cubo de pienso que muchos, muchos, de los pollos de mi corral bloguero, habría compuesto un post sociológico llamado “Más triste que la estación de autobuses de Málaga”. La excusa perfecta para, ya que pasaba por ahí, desenhebrar alguna de mis fobias, empezando por ésta de conducir, que me arrojó el sábado a las garras malignas de Portillo (*).

¿Y hoy? Quizás habría empezado a revolotear en torno a un tema que me preocupa tanto que quizás debería callarme: las imposturas de la comunicación verbal, con perdón. Mis tristes y sesgadas digresiones habrían sido bautizadas como “No, mi teniente”, por razones que ya desvelaré, si (atención: trampa) mi teniente me lo permite.

O todavía más quizás, me habría quitado todas estas caretas ridi-reflexivas, y sacado el poso más sincero de mi corazón a pasear por el teclado. Yo doy por descontado que en mi risa y en mi inquietud también pongo sentimiento, y que no finjo cuando juego o cuando merodeo por el huerto de las ideas. Pero éstas son mis verdades de espuma. Por debajo, o por detrás, o por encima de todo, hay una profundidad viscosa y casi impronunciable a la que no se me ocurre llamar de otra forma que no sea amor. O humanidad. Esta tarde, si no fuera porque estoy medio recomponiendo todo lo que J.C.B. ha desordenado, bucearía hacia ese fondo y me subiría el suficiente material compasivo como para cantarle un modesto homenaje a una de las personas que más quiero en este mundo, y en todos los demás. Porque, aunque no lo pida (ella no pide nunca) tal vez necesite que otros corazones nos pongamos ahora a la sombra del suyo, gigante, y lo acompañemos en una pena que muchos no comprenderán. Hoy estoy demasiado dispersa para traducir ese gesto en palabras, pero sabes que estoy aquí, ¿verdad, Entre Comillas?


(*): Portillo: para los no iniciados en la idiosincrasia malagueña/campogibraltareña, dícese de esa compañía de transportes terrestres poseedora de una atención al cliente propia de Rudolf Hess. En esta comparación, sustitúyase “raza aria” por “la gloriosa raza de los pigmeos sin barriga”, y “solución final” por “si hay que cortarle las piernas a la escoria de más de metro y medio, para que quepan en sus asientos, mejor que mejor”.

5 comentarios:

  1. Eres grande amiga!
    Ánimo Entre Comillas, tú eres más grande todavía.

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  2. Anónimo entre comillas23 noviembre, 2011 01:56

    Lo sé, y sé que tengo la suerte de ser comprendida por la gente a la que -yo también- más quiero, la que más cerca está. Menos mal que no has buceado para buscar más material para hacer tu ¿pequeño? homenaje. Si con el que tenías a mano has escrito este...tendría que haber pedido lágrimas prestadas.
    Gracias, lectoraadicta.

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  3. Paco Principiante23 noviembre, 2011 16:22

    Silvia, con esos datos que me das: "JCB", es imposible hacer nada.
    Si sueltas la dirección, ya me encargo yo de lo demás.
    ¿Piernas y brazos, o solo las piernas?
    En cualquier caso, parecerá un accidente.

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  4. Jolín!Nó había leido este,he leido el otro antes que este,uh!chica que lio.Cómo me estás sorprendiendo,enganchando a esto...en fín tó eso,nó dejes de escribir.

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  5. Es que soy una cansina, prima, no puedo paraarr. Me alegra pucho que andes por aquí

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