jueves, 3 de noviembre de 2011

Amor de verano


(Llamadme anacrónica y nostálgica sin solución, pero esta mañana, mientras terminaba el informe-que-nunca-llegó-a-atestado, y la lluvia se ensañaba con los cristales de la oficina, yo sólo podía pensar en la playa)


 
¿Qué voy a hacer ahora para arreglar esto? Y cuando digo esto, no me refiero sólo a, bueno, esto. Casi se me había olvidado lo que era este apuro. Pero es que el bañador que lleva hoy es tan bonito. No, es más que bonito, es sexy y sofisticado. Negro mejillón, negrísimo, seguro que se ha arrancado la etiqueta justo antes de pisar la playa. Con la espalda baja y en óvalo, los tirantes tan finitos, y esa flor en uno de ellos. Parece una muchachita cubana. Y, ay, las tetas comprimidas por el borde recto del escote, con moderación, por supuesto, con elegancia. Esto sigue creciendo. Me gustan las mujeres que llevan bañador. (Prenda chabacana, el bikini, no deja de ser un sostén chillón y unas bragas. Es como ir a la entrega de los Óscars en bata) Me gusta ella, la que más de toda la playa.

Así paso las mañanas, este verano: me levanto, doy un par de pasos en redondo, con las manos a la espalda, me enjuago en la orilla la arena de los pies, pero en realidad no dejo de mirarla. Creo que no se da cuenta, porque parece relajada. Me encanta cuando saca de la bolsa unos apuntes encuadernados y sus gafas de patillas de concha, que se le resbalan de la nariz blanca de crema. Desde el primer momento me gustó su nariz. Descarada, tajante. La misma de la Cleopatra de dibujos animados que aparecía en esa película de Astérix que Marquitos me obligaba a ver todos los días de las vacaciones, tendría entonces unos siete u ocho años, Marcos. Al final le cogí gusto a esa muñeca caprichosa y chillona.

Pero ella, se pone tan seria cuando repasa los apuntes, lápiz bicolor en mano, y le dura tan poco la concentración. Me doy cuenta por la manera en que alza la vista, con el entrecejo relajado, como si algún viejo amigo la estuviera llamando. Entonces lo deja todo encima de la silla y se mete en el agua. Lentamente y sin contemplaciones, sonámbula perdida. No sé cómo hace para no dar ni un solo respingo de frío. Simplemente se deja caer de espaldas, y de golpe, toda su elegancia desaparece. Ella debe de saber que nada como un perrito, y por eso se queda quieta, a merced de las olas. Casi puedo ver sus piernas y sus brazos flotando inermes, como si fueran algas. En realidad, me fastidia la frecuencia con la que se va al agua y se escapa de mi control de espía. Cada veinticinco a treinta minutos. ¡Mujer rana! Porque tengo que echar mano de fantasías de lo más idiotas: yo dentro de mi diminuta escafandra, acercándome a su cadera, audaz e insensato, quién sabe cómo puede reaccionar esta gran bestia tímida, ignorante del ser humano... Ese tipo de pensamientos de siesta bajo la sombrilla. Así que es un alivio verla salir otra vez. Me siento como un director que estira a conciencia el momento de decir “¡Corten!”. Cómo pone un pie firme tras otro, para obviar los guijarros y la cuestecilla de la orilla, moviendo más de lo que parecen dar de sí sus caderas de niña.

Porque, aunque no tenga mucho culo, anda como una reina. Aunque en ese poco culo haya exactamente tres hoyitos de celulitis rebelde. Aunque tenga la boca entre paréntesis. Eso es así, exactamente. Sólo se le notan esas dos arrugas. A lo mejor, si me hablase, sus palabras saldrían también entre paréntesis: diría “cómo va”, y por detrás habría muchas más cosas. Pero si no me mira, difícilmente va a hablarme. Bueno, en raras ocasiones nuestros ojos sí que se cruzan, ella me sostiene la mirada un segundo y gira luego la cabeza, con una sombra de sonrisa humanitaria. Los paréntesis apenas se separan. Seguro que piensa: “de qué se ríe este panoli”.

Ojalá fuera una risa, Luisa, esta mueca en mi cara. Pasa que no me hago a la dentadura nueva, ni psicológica ni físicamente, y por eso tengo que tener la boca semiabierta, para que no se me hagan llagas. Eso pasa, Luisa. Que estoy mucho más viejo que tú. Que ni tú ni yo nos acordamos de cuando no tenía esta barriga de Santa Claus jubilado. Luisa Luisa Luisa. ¿Cómo voy a arreglar esto? ¿A quién le cuento que me enamorado de la mujer con la que llevo treinta y dos años casado?

6 comentarios:

  1. Qué bueno..qué capacidad para transportarme como un voyeur en la escena tienen tus palabras.
    Qué te parece un 40-60 % serás una estrella de las letras, con tu talento y mi visión para los negocios... confía en mí muñeca..

    ResponderEliminar
  2. Me acabo de acordar de la familia telerín en la playa..

    ResponderEliminar
  3. ¿Sabes que estuve a punto de reciclar una cosilla que escribí sobre eso mismo, "familia telerín en la playa"? Pero necesita tuneado

    ResponderEliminar
  4. Me gusta, me ha puesto una sonrisa boba en la cara.

    ResponderEliminar
  5. hola como estas, me ha encantado el remate muy bueno

    ResponderEliminar
  6. Gracias, soy yo (oh, esto es medio existencial).

    A lectoraadicta ya se las he dado en persona.

    Y Chispita, tú dónde has aprendido negocios, en Chicago, años 20. Un 40%??!!

    ResponderEliminar